LA ESPIRITUALIDAD, DESAFÍO EDUCATIVO EN LA SOCIEDAD DE CONOCIMIENTO.

J. Amando Robles

 

Nadie niega el valor e importancia de la espiritualidad y su cultivo, pero ambos, espiritualidad y cultivo, dependen como desafíos actuales, de la concepción que tenemos de nuestra sociedad como sociedad de conocimiento. Si la posibilidad y la viabilidad de la sociedad la ubicamos ante todo en la ciencia y en la tecnología, será en estos dos campos donde ubiquemos los máximos retos y los más grandes desafíos. En una concepción así de la sociedad, el valor e importancia de la espiritualidad y su cultivo quedarán reducidos a una condición personal, y sólo hasta cierto punto social, deseable pero no necesaria, muy poco cultivada, incluso retórica, una dimensión humana prácticamente abandonada a sí misma. Sin embargo, si la condición de viabilidad de nuestras sociedades como sociedades de conocimiento, y no digamos ya su éxito, la ubicamos en una axiología y espiritualidad adecuadas, el cultivo de éstas, y la formación en función de las mismas, constituirán los mayores retos, y el lograrlo, el mayor desafío. Tal es nuestra tesis en el presente trabajo: la espiritualidad como desafío por antonomasia y, por tanto, como desafío educativo en las sociedades de conocimiento, sin oponer sino más bien integrando la espiritualidad con el binomio ciencia y tecnología.

 

Conscientes de que un planteamiento así de la espiritualidad está todavía  muy lejos de ser una convicción compartida en el campo académico y educativo, comenzaremos por insistir en su necesidad como condición de viabilidad de las sociedades de conocimiento. Sin la aceptación de este punto es imposible avanzar en los demás.

 

Dado que el planteamiento no es obvio y el mismo supone adquirir la conciencia de que los valores y la espiritualidad los creamos nosotros, como segundo punto insistiremos en la necesidad de una educación profunda y permanente en tal sentido. Sin tal educación no hay espiritualidad. El reto será crear una cultura de espiritualidad, como humusde todo pensar y hacer. 

 

En una sociedad de conocimiento la educación tiene que ser permanente, va a conocer muchas formas, muy creativas y muy diferentes, o al menos este sería el ideal, y en toda educación debe estar presente la dimensión absoluta o espiritual. Pero habrá ámbitos, procesos y momentos medulares. La espiritualidad es tan necesaria e importante en la nueva sociedad, que tiene que estar presente como desafío educativo en estos momentos, instancias y procesos medulares. Este será el tercer momento de nuestra reflexión. 

 

En un cuarto y último momento, redundaremos en la espiritualidad como desafío por antonomasia de la educación en nuestras sociedades de conocimiento y por tanto en la necesidad e importancia de la educación en y para la espiritualidad en sí.

 

  1. La espiritualidad como condición de sobrevivencia en la sociedad de conocimiento.

 

Así como el año pasado,  en el contexto del simposio precedente Desafíos éticos en un mundo complejoy a propósito del tema “Ética y espiritualidad en la sociedad de conocimiento“[1], nos vimos obligados a partir de este punto, del mismo modo debemos hacerlo ahora, aunque de manera más sintética. Este punto es sumamente importante, ya que sobre él se fundamenta el desafío de la educación en este campo.

 

Dotados como vivientes hablantes de un doble acceso a la realidad, un acceso a la realidad en función de nuestra vida y un acceso a la realidad en sí misma considerada o absoluta, esto es, “suelta de“, o desligada de toda necesidad e interés nuestro, en virtud de la misma habla dos dimensiones nos constituyen como seres humanos, la dimensión relativay la dimensión absoluta[2]. Sin ellas no solamente no hay cultura, sino que no existiríamos como seres humanos, no habría vida humana. Ambas dimensiones las necesitamos, ya que vivimos hablando y, por tanto, gracias a ambas. Ambas dimensiones constituyen la base o condición de nuestra existencia, y las necesitamos adecuadamente relacionadas entre sí. Ninguna sociedad ha podido subsistir sin la existencia de ambas y en cierta manera sin un cultivo de las mismas en cierto grado. Tan necesaria e importante es la relación que las constituye. Aunque la relación entre ambas puede variar y varía. Pero nunca podrá desaparecer una de ellas, so pena de que la otra también desaparezca y so pena incluso de muerte colectiva. Reiteramos, vivimos hablando y gracias al habla.

 

La Dimensión Relativa, en la que se ubican recursos, manera de obtenerlos (trabajo, ciencia, técnica, y tecnología) y organización social, junto con el conocimiento, administración y gestión necesarias, es condición sine qua nonde subsistencia y sobrevivencia. Sin el desarrollo de esta dimensión no somos socialmente viables, y por tanto, tampoco individualmente, puesto que, vivientes hablantes, sólo somos individualmente viables en la medida en que lo somos socialmente. En este sentido es cierto que a futuro los medios de sobrevivencia nos vendrán de la ciencia y de la tecnología. Es de estos dos campos de donde tenemos que esperarlos. Siempre ha sido así, con la diferencia de que lo que ahora es tecnología antes era técnica, y en esto la condición humana no va a cambiar.

 

Pero igualmente lo es la Dimensión Absoluta. También ésta es condición  sine qua nonde sobrevivencia. Incluso, axiológicamente hablando, lo es mucho más. Sin Dimensión Absoluta no se puede dar ni se da la Dimensión Relativa. Aunque también sin ésta no se da la Dimensión Absoluta, al menos en el sentido de que es sólo en el ser viviente hablante, con todo lo que tiene de Dimensión Relativa, en donde se da la Dimensión Absoluta. En otras palabras, ya desde el ser humano en su constitución misma la Dimensión Absoluta es condición sine qua nonde sobrevivencia. Sin ella no sería posible ni existiría la Dimensión Relativa, no sería posible el ser humano.

 

La espiritualidad es lo que estamos llamando aquí Dimensión Absoluta[3]. No es otra cosa. De manera que lo que estamos diciendo de la Dimensión Absoluta hay que decirlo de la espiritualidad. Esta no es una dimensión espiritual en el sentido dual de espíritu y materia[4],  ni religiosa, mucho menos sobrenatural. Como reitera tantas veces Raimon Panikkar, es una dimensión humana y solamente humana, eso sí, plenamente humana. Tan humana que su función primera y más fundamental es asegurar nuestra vida como vida de vivientes hablantes: una función, pues, biológica. Pero que por su naturaleza misma es absoluta, gratuita, inexpresable. Vivirla es la máxima realización humana. Pero el tener o no tener conciencia de ella no le afecta en su naturaleza: ni le quita ni le añade nada en su naturaleza. Aunque para que el ser humano sea viable tiene que estar ahí, constituyéndolo.

 

En las sociedades que nos han precedido, estáticas e incluso en las pseudo-estáticas o de la primera revolución industrial[5], pero sobre todo en las primeras, la manera de vivir y sus referentes estaban impregnados axiológica y religiosamente. En otras palabras, la Dimensión Relativa estaba impregnada de Dimensión Absoluta, expresada y sentida ésta sobre todo en forma religiosa. De ahí la importancia que en ese tipo de sociedades tuvo la religión. Vía la religión la Dimensión Absoluta se hacía Dimensión Relativa, se hacía cultural y social, y la Dimensión Relativa en cierta manera se hacía Dimensión Absoluta, en el sentido al menos de que se construía en referencia a ella. Fue la función tan conocida de la religión como programación de la sociedad. No hacía falta cultivar explícitamente la Dimensión Absoluta, bastaba con vivir la Dimensión Relativa tal como aparecía, en el trasfondo infinito, ordenado y cósmico de la Dimensión Absoluta. La vida en su Dimensión Relativa era ya de por sí axiológica y espiritual. Estas sociedades no cultivaban explícitamente la Dimensión Absoluta, pero al cultivar la religión y el marco axiológico en el que se enmarcaba la Dimensión Relativa, de hecho cultivaban el sentido de infinitud y trascendencia que necesitaban. 

 

En las sociedades actuales de conocimiento, éste ha tenido que especializarse en lo que más tiene de funcional e instrumental, haciendo abandono de lo axiológico, de manera tal que entre ambas dimensiones, la puramente funcional (ciencia y tecnología) y la axiológica, la separación cada día es mayor y, consecuentemente es también mayor la distancia entre Dimensión Relativa y Dimensión Absoluta. La Dimensión Relativa ya no está impregnada de Dimensión Absoluta, ni ésta se ve expresada en aquella, con peligro de que el cultivo de la Dimensión Absoluta desaparezca. Y sin embargo no debe desaparecer. Por dos razones fundamentales: porque sin Dimensión Absoluta la sociedad de conocimiento como tal resulta inviable, y porque ninguna sociedad puede vivir sin la axiología que necesita para orientarse y guiarse.

 

Resulta inviable comenzando por la propia vida humana. Ésta, como vida que es de sujetos concretos, fuente y origen de todas las demás viabilidades posibles, ella misma es viable solamente en un ámbito de gratuidad, es decir, de relaciones gratuitas con la naturaleza y con la sociedad que la hacen posible, y si se le reconoce a la vida humana un valor absoluto. Sobre todo en su comienzo y aun después, sin relaciones gratuitas el ser humano no sobrevive, de la misma manera que se pone en peligro la vida de todos si no se reconoce el valor absoluto de la vida de uno solo. ¿Qué razón habría para reconocer en algunos el valor absoluto que se niega en otros? Todos estarían, estaríamos, amenazados. La gratuidad es la garantía de la vida humana, porque ésta en sí misma tiene la dimensión de ser absoluta, total, gratuita. Dicho sea de paso, aquí tienen su raíz la libertad y la dignidad humana.

 

También resulta inviable por la propia limitación del conocimiento funcional que en principio la hace posible. En una sociedad que vive del cambio, de la innovación y creación continua de conocimiento, el conocimiento funcional dejado a sí mismo es prontamente agotable, aunque parezca infinito. No es infinito ni hay huida hacia delante. El supuesto de que es infinito o la idea de que hay huida hacia delante, son mortales. Por esta vía, la sociedad que en base a la pura ciencia y a la tecnología parece tener un horizonte infinito, termina experimentando en sí misma antes temprano que tarde la limitación de sus medios. 

 

La sociedad que, por vivir del cambio y de la innovación continua, más necesita de la creatividad, se torna rígida y se hace inviable. Además de que, sin axiología, sin fines y objetivos bien concebidos y perseguidos, por el poder mismo que tienen, un poder en sí ciego, el fin que espera a nuestras sociedades es su propia muerte, con la destrucción de lo que son sus propias condiciones de vida.  Por ello es que se necesita cultivar la espiritualidad como la dimensión inagotable de la creatividad, en la función biológico-social que le es propia. Es una exigencia de viabilidad y sobrevivencia, además de ser en sí misma la realización máxima.

 

Las sociedades estáticas y pseudo-estáticas no vivieron sin la Dimensión Absoluta, como no ha podido vivir ningún tipo de sociedad. Pero, como lo hemos expresado, por su manera de relacionar la Dimensión Relativa y Dimensión Absoluta, no necesitaron cultivar explícitamente ésta última, pues bastaba que la vivieran como una religión, y a la Dimensión Relativa en el trasfondo axiológico y religioso de la misma. En este tipo de sociedades la función que se requería y demandaba de la Dimensión Absoluta cultivada como religión era la de fijación y programación, y la Dimensión Absoluta cultivada como religión la cumplió muy bien. En las sociedades de conocimiento que ya son las nuestras, en las que por una parte conocimiento científico-tecnológico y axiología se desarrollan separados, y por otra requieren imperiosamente de la axiología adecuada que les dirija y oriente, la Dimensión Absoluta o espiritualidad debe ser cultivada explícitamente. Hoy la función que se requiere de la Dimensión Absoluta es la de creación e inspiración, no ya la de programación. Creación, que supone desapego y silenciamiento de todo lo que es y constituye la Dimensión Relativa, y en este desapego y silenciamiento total es que se hace presente la capacidad infinita de creación que les es propia. Inspiración, que se convierte en fuente necesaria e inagotable de sentido y orientación. 

 

El cultivo explícito de la espiritualidad ha de ser de la espiritualidad como en sí misma es, como Dimensión Absoluta, gratuita, plena y total, sin contenidos ni creencias, experiencia pura, inefable, no religiosa. La religión de verdades, contenidos y creencias, es inviable en la sociedad de conocimiento, como es inviable el conocimiento funcional axiologizado sobre el que se articulaba. De ahí la crisis que está conociendo ese tipo de religión, y de ahí la imposibilidad de vivir en forma religiosa la espiritualidad que necesitamos. La espiritualidad que necesitamos hay que cultivarla como la Dimensión Absoluta que es, como la realización humana máxima que representa, por lo que es en sí misma, sin ningún interés ni por ninguna función, aunque al vivirla así en la sociedad de conocimiento cumpla la función biológico-social que cumple.

 

Cabe hacerse la pregunta de si para cultivar la Dimensión Absoluta  no bastará con cultivar la ética y el arte. En nuestro trabajo del año pasado al que hemos hecho referencia al comienzo de éste, dejamos mostrada la insuficiencia por lo que respecta a la ética. El fin último que caracteriza a la ética no es el fin que significa la Dimensión Absoluta. Basta recordar que el fin de la ética, por sublime que sea, siempre es conceptualizable y formulable; es, pues, un fin funcional, cuya función es definir y orientar el actuar humano. Mientras que el fin que significa la Dimensión Absoluta, pleno y total en sí mismo, supera toda función y es literalmente inefable.

 

En lo que respecta al arte, éste por su gratuidad y creación inspira infinitud y despierta la creación en todas las dimensiones de la vida. Pero en general es una dimensión humana también limitada: en general se crea para “re-crearse“, en el doble sentido de esta expresión, y el arte necesita siempre un soporte, soporte que, a la vez que lo posibilita, lo limita.  

 

Aunque no por ser limitados los aportes de la ética y del arte dejan de ser valiosos e importantes. Al contrario, son muy valiosos e importantes. Ambos afinan el espíritu del ser humano y lo preparan a la experiencia de la Dimensión Absoluta, si no es que a veces ambos se convierten en testigo y escenario de ésta, a la vez que aportan cualidad humana a la Dimensión Relativa. En otras palabras, ética y arte, bien concebidos y practicados, pueden ser camino y escuela de espiritualidad.

 

En cualquier caso, el reto de la educación para la espiritualidad no cede. Sea cual sea la forma en que el ser humano llegue a la espiritualidad en la nueva sociedad de conocimiento, la educación para la misma y en función de ella constituye un gran reto. El paso de la sociedad de conocimiento a la espiritualidad, aunque no es causal ni estrictamente procesual, no se da sin educación y cultivo, y constituye un gran desafío. Por su calidad e importancia, el mayor de todos.

 

  1. Espiritualidad y educación cultural.

 

Antes de enfatizar la necesidad de lo que vamos a entender por educación cultural, consideramos que es necesario tener claridad con respecto a ciertos puntos básicos.

 

El paso, en cualquier cultura, desde el conocimiento funcional a la vida hacia la experiencia de la Dimensión Absoluta o espiritualidad, es tan grande que no se da sin educación, entendida ésta en términos de, al menos, cierta noticia básica certera sobre la espiritualidad como dimensión humana, y cierto trabajo de la persona sobre sí misma en tal sentido. Todas las culturas en tanto funcionales están igualmente equidistantes de la espiritualidad como realización humana máxima, porque todas las culturas son funcionales a la vida. No hay ninguna más espiritual que otra. Porque se construyen sobre dos dimensiones, Dimensión Relativa y Dimensión Absoluta, mutuamente constituyentes y complementarias pero de naturaleza diferente, entre las cuales no hay continuidad sino un salto. En orden a este salto las culturas que parecen gozar de cierta ventaja por ser más axiológicas, no dejan de presentar limitaciones, sobre todo desde el punto de vista espiritual, como lo hemos visto en el caso de las sociedades agrarias y urbano-agrarias; y las que parecen menos adecuadas, no dejan de presentar ciertas ventajas.  Tal es el caso de nuestras sociedades, con un conocimiento no axiológico en su base y un gran riesgo de inviabilidad, pero, por ello mismo, ante una necesidad de cultivar explícitamente la espiritualidad como ningún otro tipo de sociedad ha conocido.

 

Un aspecto, ya señalado, pero que conviene enfatizar es el de la no continuidad entre Dimensión Relativa y Dimensión Absoluta o, expresado de otra manera, entre educación y espiritualidad. Como hemos expresado, sin educación, entendida al menos como noticia básica pero poderosa sobre la espiritualidad y cierto tipo de trabajo consecuente sobre sí mismo, no hay espiritualidad posible. Pero ésta no es resultado de aquella, es de otra naturaleza, la trasciende. Concebir la espiritualidad como el resultado o la conclusión de un saber teórico y de un método práctico, de una técnica, es volver a reducir la Dimensión Absoluta a una Dimensión Relativa, concebirla y tratarla como tal, y engañarse. La espiritualidad no se da sin cierta noticia y cultivo, pero trasciende estos, y la educación en orden a la espiritualidad tendrá que ser muy consciente de este límite, formar en él y respetarlo.

 

Por último, otro aspecto, también ya señalado de paso, pero sobre el que hay que llamar la atención, es la naturaleza prácticade la educación espiritual. Ésta, como hemos reiterado, supone cierta noticia sobre lo que es la espiritualidad como realización humana, pero que sólo educa, configura o forma si se la practica, si se la convierte en realidad, haciendo de ella una verdad experiencial. Las enseñanzas espirituales se las pervierte si se las convierte en un saber teórico sobre espiritualidad o en un credo. Se las desnaturaliza. Las enseñanzas espirituales son para ser practicadas, para ser vividas. La espiritualidad no es creer y aceptar, es estar convencidos de la dimensión que se nos propone y trabajarnos en ese mismo sentido. La espiritualidad es implicación, cultivo y trabajo. Aun así, la espiritualidad como resultado es algo que se le escapa, que está más allá de la educación para ella. Pero al menos cumple el cometido necesario de aproximar, de llevar hasta el umbral. Si se queda en un saber teórico o en una pura fe, en el mejor de los casos sólo se convertirá en religión, llevando a sí misma y a su moralidad, nunca a algún umbral de lo que es totalmente otro. Esto es lo que explica la esterilidad espiritual de tantas religiones durante la mayor parte de sus existencias milenarias, incluido, ciertamente, el cristianismo.

 

Precisados estos puntos, aparece claramente que la urgencia mayor en términos de educación en nuestras sociedades de conocimiento es lograr una educación culturalen tal sentido, una educación que impregne la cultura de la espiritualidad como máxima convicción y valor, de manera que la espiritualidad como Dimensión Absoluta sea algo envolvente, que se respira y se vive; algo profundamente cultural, si no la cultura misma. Porque sólo así la cultura puede cumplir su función de asegurar con certeza la vida del viviente hablante, así como los códigos inscritos en los genes aseguran con la determinación necesaria la vida en los demás vivientes. Educar culturalmente en la espiritualidad es, pues, proporcionar la cultura herramienta que la sociedad de conocimiento necesita para, mínimamente, garantizar la viabilidad de la vida humana en ella e, idealmente, la más plena realización. 

 

Tal como nuestra cultura se da ahora, presenta graves inadecuaciones, por no decir deformaciones, de cara a los requerimientos de la sociedad de conocimiento. Por una parte está viendo como los valores de los que hasta ahora ha sido portadora entran en crisis, y por otra no es capaz de ofrecer los valores nuevos que ya se requieren, haciendo que la crisis axiológica sea la más grave de todas las crisis que en este cambio de sociedad y de forma de vida estamos sufriendo. Por este camino la situación se torna tan grave, que la propia sociedad de conocimiento resulta inviable. De ahí la necesidad de cultivar la espiritualidad y crear la cultura que lo facilite como una evidencia. Porque, en lo que respecta a su función primera y más fundamental, la cultura en la sociedad de conocimiento, como todas las demás culturas en sus respectivos tipos de sociedad, tiene que resultar una evidencia. Por evidencia entendemos aquí seguridad y certeza. Sólo de esa manera la vida del viviente hablante resulta adecuadamente garantizada.

 

La sociedad de conocimiento no puede hacer abandono del conocimiento funcional no axiológico que la hace posible. Pero este conocimiento no basta, no es suficiente, más aun, es profundamente limitado. No nos ayuda en el cómo vivir y para qué vivir, algo tan profundamente necesario en toda sociedad. Aunque es gracias a él que podemos vivir y sobrevivir, por lo que es imprescindible. La solución no está en volver a los valores del pasado, que por corresponder a otro tipo de sociedades y formas de vida, están entrando en crisis. Los valores del pasado tal como eran concebidos y vividos son incompatibles con el nuevo tipo de conocimiento. La solución está en crear nuevos valores, los nuevos valores que necesitamos, valores que ya no vienen con el paradigma de conocimiento respectivo como en el pasado, sino que hay que crearlos de nuevo; valores capaces de orientar el nuevo conocimiento y el nuevo proyecto humano. Y para ello hay que conocer y cultivar la espiritualidad. Porque los valores que guían y orientan, aunque necesarios, no dejan de ser funcionales. Y éstos, para que funcionen, tienen que darse en función y a partir de la Dimensión Absoluta del ser humano, de lo que no es funcional, de lo que es pleno y total.

 

Hoy, culturalmente hablando, el desnivel entre lo no axiológico (conocimiento) y lo axiológico (lo axiológico en cuya cumbre está la espiritualidad) es tan enorme, que sólo una adecuada educación lo puede salvar, integrando conocimiento no axiológico y espiritualidad. Pero esta educación tiene que ser cultural. Al menos en el sector capaz de dirigir y orientar la nueva sociedad, que algunos llaman críticosignificativo, tiene que significar una nueva cultura. Una cultura tan creadora como desinteresada, profundamente social pero sin proyecto propio, totalmente volcada a la realización plena y total de todos y de todo. Se trata de crear una nueva civilización (Raimon Panikkar, Luis Razeto) o de construir lo que otros llaman «proyectos axiológicos colectivos» (Marià Corbí); civilización y proyectos en los que el criterio máximo de comportamiento es la realización plena y total de todos y de todo.

 

Hablamos de un sector amplio, de una masa de ciudadanos crítica y significativa, porque siendo realistas parece imposible que todos los miembros de una sociedad sean espirituales. Pero sí es importante que lo sean los más posibles. Y para ello es sumamente necesario desarrollar una cultura en tal sentido. Una cultura herramienta y ambiente que impregne todos los aspectos de la vida, integrándolos también a todos. Así, por ejemplo, tiene que integrar conocimiento funcional no axiológico y espiritualidad. 

 

Comenzar por no integrarlos, como hacen muchas propuestas de espiritualidad que no reconocen el conocimiento actual, o que ven como problema insuperable su naturaleza no axiológica, es ya un grave error. Porque equivale a cerrarse de entrada las puertas. En nuestras sociedades de conocimiento éste no va a dejar de ser funcional y por tanto no axiológico. Nos corresponde a nosotros saber que hay otra dimensión y descubrir en ella la fuente de la inspiración axiológica, inspiración a la que el conocimiento funcional no está cerrado, aunque no sea de su competencia. Siempre que en su orden el conocimiento y axiología espiritual sean pertinentes y se muestren enriquecedores y creativos, el conocimiento funcional nunca les pondrá ningún pero, al contrario, estará abierto a ellos. Se trata de conocimientos y valores funcionales en su propio orden, sometidos a validación en su propio orden, el orden de la Dimensión Absoluta como realización plena y total, e incluso en su aporte llamados a validarse en el orden de lo funcional, y estos son los criterios y el resultado que cuentan. 

 

Se trata de integrarlos y llevarlos a todos a sus máximas posibilidades de realización, como sólo lo puede hacer una cultura que se inspira como en valor máximo en una realización gratuita, plena y total, aquí y ahora, libre de toda creencia, forma o contenido, y ella en sí misma nada más que creación. Es la cultura que ha caracterizado a hombres como Rabindranath Tagore y Mahatma Gandhi, y en función de la cual ellos han sido verdaderos educadores.

 

  1. Espiritualidad y ámbitos[6]educativos medulares

 

La cultura no conoce límites, abarca todas las dimensiones y actividades del ser humano, y por lo tanto tampoco los debe conocer la educación que la crea. En este sentido educación y cultura son dimensiones de extensión equivalente. Expresado en otras palabras, la educación tiene que cubrir y cubre todo lo que es cultura y civilización, y a su vez la educación hecha cultura es la que mejor educa, porque educa culturalmente, sin educar, es decir, sin necesidad de hacerlo formalmente. Pero dada la función biológico-social que la cultura cumple, función primera y fundamental, y tratándose de crear una cultura nueva, no cabe duda que la educación en tal sentido tiene que ser pensada en términos de eficiencia y de estrategia. No puede ser una educación dejada al albur. Es la viabilidad y sobrevivencia de la propia sociedad de conocimiento la que está en juego.

 

Ahora bien, ¿a la luz de qué criterios determinar eficiencia y estrategia educativas? Eficiencia y estrategia tendrán que privilegiar los ámbitos y momentos que educativamente hablando resultan medulares, que a su vez serán los ámbitos y momentos que son medularesen la propia sociedad de conocimiento. En estos ámbitos y momentos es imperativo que la educación axiológica que se necesita esté especialmente presente, evitando todo divorcio entre lo que es medular en la sociedad de conocimiento y la educación. Ambas dimensiones tienen que ir profundamente unidas. 

 

Los ámbitos y momentos medularesde la sociedad de conocimiento son aquellos en los que esta sociedad se juega su sobrevivencia y realización: el ámbito del conocimiento concebido en términos de innovación y creación continua, junto con los otros ámbitos que el conocimiento de innovación y creación continua activa: la libertad, el cultivo de la espiritualidad, la dimensión simbiótica del ser humano,  la construcción de proyectos axiológicos humanos y la libertad con la que hay que adherir a ellos, la necesidad de hacerlo promoviendo equidad y solidaridad en todos los niveles, y el de la propia educación[7]. En una sociedad de conocimiento estos ámbitos y valores no son opcionales, sino condición de sobrevivencia, y como tales, objeto de formación y educación continua.

 

El primer ámbito en el que hay que educar, por ser el más medular de todos básicamente hablando, es el del propio conocimiento como constitutivo de nuestra nueva forma de vida. En la sociedad de conocimiento éste no es opcional, es una necesidad, de él pende nuestra sobrevivencia como sociedad y nuestra realización. Hay que adherir, pues, a él como si se tratara de un imperativo incondicional. Es un principio de realidad. Bien entendido que estamos hablando de sociedad de conocimiento, no del uso explotador, y por tanto social y ecológicamente destructor, que estamos haciendo de él. Al conocimiento como nueva forma de vida hay que adherir como a la Dimensión Relativa en la que se da la Dimensión Absoluta. Otra visión de la Dimensión Absoluta ni es real ni es espiritual. No cumple con la función biológico-social que le es propia, menos podría cumplir con la función espiritual de ser realización plena. Una Dimensión Absoluta que no parta de la realidad como es, en este caso de la sociedad de conocimiento como condición de vida, es una caricatura, un engaño, fuente de los conflictos humanos más graves, todo lo contrario de una solución.

 

La educación en y para el conocimiento es una educación sometida a una innovación y creación continua de y para toda la vida. Algo, pues, que hay que reivindicar como un derecho y vivir como una responsabilidad toda la vida. Este es nuestro primer y más básico aporte a la sobrevivencia y realización común. Dotada como está, la educación así concebida, de una Dimensión Absoluta, hay que vivirla y practicarla como tal. 

 

De la educación así concebida nadie debe ser excluido, porque excluir a alguien de la educación es excluirlo de la sociedad de conocimiento y, por tanto, de la vida en este tipo de sociedad. En otras palabras, la educación tiene que ser universal, cubrir a todas y a todos. Una educación elitista y, por tanto, excluyente, mucho más una educación negada a grandes mayorías, como sucede en la actualidad, es la negación de lo que por dinámica y lógica tiene que ser una sociedad de conocimiento. Es la negación de sí misma y el anuncio de lo que constituye su más seria amenaza. Es cierto que la realidad social actualmente imperante es bien diferente. Pero también es real que por este camino sobrevivencia y viabilidad están en peligro.

 

En el conjunto de los ámbitos que el conocimiento como forma de vida activa, se encuentra en primer lugar la libertad. Sin libertad es imposible la innovación continua y la creación que, por otra parte, son condiciones de sobrevivencia en la sociedad de conocimiento. De ahí que no sólo tenga que darse libertad de investigación y de conocimiento, sino que esta libertad tiene que ser absoluta y total. Sólo el conocimiento se puede poner límites a sí mismo, y ello más bien en términos de su uso. Nada le puede ni debe limitar desde fuera. No se trata solamente de defender la libertad por la libertad como un derecho y un valor. En la sociedad de conocimiento la libertad, como el propio conocimiento, tiene también una función biológico-social. En otras palabras, a ella están también profundamente vinculadas la sobrevivencia de la sociedad y la realización humana. De ella dependen. Por ello hay que educar en la libertad y para la libertad; libertad que tiene que ser total.

 

Siempre dentro de este conjunto de ámbitos, un segundo gran ámbito medular de la educación es el de la cualidad humana. Como una condición también de sobrevivencia hay que hacer, educando, seres humanos profundamente cualitativos tanto en lo que refiere a la Dimensión Relativa de sí mismos como a la Dimensión Absoluta. El ser humano que haga viable la sociedad de conocimiento tiene que ser profundamente sensible a las necesidades de todo cuanto le rodea, sentirse lo que es, parte del todo e incluso el todo mismo, de acuerdo a la sabia expresión hindú “tú eres Eso“, y vivir en consecuencia. En la sociedad de conocimiento un ser humano sin cualidad humana, sin una profunda sensibilidad natural y social, planetaria y cósmica, y sin una profunda formación ética que oriente su conocimiento y su acción, es una amenaza, por el mismo gran poder que tienen el conocimiento y la acción, a la sociedad misma de conocimiento y al entorno que la hace posible. Por razones que ya hemos expuesto desde el primer acápite, lo mismo hay que decir del ser humano que en la sociedad de conocimiento no sea espiritual, no cultive la Dimensión Absoluta. El cultivo de ésta, lo reiteramos una vez más, no es opcional en la sociedad de conocimiento. Es condición de su viabilidad. Sin hombres y mujeres espirituales la sociedad de conocimiento no es siquiera viable.  

 

Un tercer ámbito en el que la educación tiene que trabajar siempre, de manera profunda e innovándose continuamente en tanto va tomando más y más conciencia de ello, es el ámbito de la naturaleza social y simbiótica del ser humano. El ser humano es un ser simbiótico, no ya por naturaleza, sino por cultura (que es la verdadera naturaleza humana), porque habla. Porque habla vive en simbiosis con la naturaleza, vista en términos de significación y por tanto interpretada, pero también con los demás, socialmente. Y esta condición, que fue una verdad siempre, ahora, en la sociedad de conocimiento, aparece más y más en un primer plano, que ya no va a abandonar, por el contrario, que se profundiza y complejiza más y más en la medida en que el mismo conocimiento avanza. De ahí la necesidad de la educación en este ámbito; una educación también de por vida, profunda e innovadora, conforme va a ir apareciendo el propio ámbito de lo social y simbiótico,  en y para el que hay que educar.

 

Un cuarto ámbito medular es el de la construcción de proyectos axiológicos colectivos y la libertad con la que hay que adherir a ellos, ámbitos eminentemente cualitativos, si es que los otros no lo fueran. En la nueva sociedad, así como hay que vivir innovando y creando continuamente conocimiento, hay que estar construyendo continuamente proyectos axiológicos colectivos, el conjunto de valores y actitudes que le permitan a la sociedad orientarse y dirigirse como tal. Estos valores no caen del cielo ni surgen, como en el pasado, de la cualidad axiológica que ha sido inherente al conocimiento. Porque el conocimiento actual, científico y tecnológico, no tiene tal cualidad. Hay que crearlos, con la ayuda de un conocimiento específico que también hay que crear y desarrollar, la epistemología axiológica, y en forma de proyectos, proyectos axiológicos colectivos, continuamente sometidos, pues, a verificación y revisión[8]. No se puede vivir de otra manera. Sin la creación continua de proyectos axiológicos, sin su verificación y ajuste, la sociedad de conocimiento resulta inviable. Y en la creación de los mismos el cultivo de la cualidad humana y de la cualidad humana profunda o Dimensión Absoluta resulta indispensable. Dependen totalmente de la cualidad humana. No contamos con sistemas absolutos de referencia, sagrados, naturales y científicos. Los hemos perdido todos. Sólo contamos con nuestra cualidad humana.

 

Por su función los proyectos axiológicos colectivos y su construcción resultan necesarios. Sin embargo, por su misma naturaleza o condición axiológica, la adhesión a los mismos tiene que ser voluntaria y libre. No puede ser impuesta. Se pueden imponer comportamientos, se pueden imponer disciplinas, pero los valores no se imponen, como no se imponen las convicciones profundas. Un valor impuesto no es valor. Perdió la cualidad de tal. Por lo mismo la adhesión a los proyectos axiológicos colectivos tiene que ser voluntaria y libre. Voluntad y libertad que, por otra parte, resultan ciegas si no están impregnadas de la cualidad humana más adecuada (CH) y de la cualidad humana profunda (CHP)[9]. Sin cultivo de la cualidad humana y de la cualidad humana profunda, voluntad y libertad no bastan en la sociedad de conocimiento. No sólo no garantizan su viabilidad, sino que la ponen en peligro.

 

Quinto ámbito medular de la sociedad de conocimiento, estrechamente relacionado con el ámbito de la naturaleza simbiótica del ser humano y con los valores que deben integrar los proyectos axiológicos colectivos, es el de la equidad y solidaridad. Por su propia naturaleza la sociedad de conocimiento tiene que ser profundamente equitativa y solidaria. No puede ser, no debe ser, una sociedad con estructura autoritaria y jerárquica, estructura que origina y desarrolla desigualdad, explotación, marginación y exclusión. Es incompatible con las necesidades que demanda el conocimiento. Dada la naturaleza del conocimiento y su función, la sociedad necesita desarrollar todo lo contrario, integración, comunicación y comunión, desarrollando pues los valores de la equidad y la solidaridad. Una sociedad de conocimiento que no es equitativa y solidaria, que excluye, margina y explota, muy pronto pierde competitividad  en el orden del conocimiento, creándose problemas muy serios de viabilidad y sobrevivencia. En una sociedad de conocimiento  y entre sociedades de conocimiento nada ni nadie es ajeno. Lo que se percibe como ajeno y se vive como tal es una carencia propia, fuente de otras muchas, que fácilmente se expresan en actitudes y comportamientos de superioridad y explotación, marginación y rechazo, exclusión y negación.

 

Además de todos los ámbitos ya reseñados como medulares, hay que reseñar también la educación, ya que en sí misma en la sociedad de conocimiento ella es medular. Así lo hemos dejado subrayado ya a propósito del propio conocimiento como ámbito. Pero hay que decir lo mismo a propósito de todos los demás. En una sociedad que vive del conocimiento y tiene que crear sus valores, en la que uno y otros tienen que estar innovándose y creándose continuamente, la educación como un aprender a innovar y crear, conocimiento y valores, es la llave, sin la cual no hay entrada posible. Es la llave con la que hay que estar equipándose en todos los campos y durante toda la vida. La integración en la sociedad de conocimiento, como su construcción, es reto y quehacer de toda la vida.  El cultivo de la Dimensión Absoluta o espiritualidad le provee el fondo y la cualidad infinita que necesita.

 

  1. Espiritualidad, desafío educativo por antonomasia. 

 

Si la sociedad de conocimiento no puede sobrevivir sin el cultivo explícito de la Dimensión Absoluta o espiritualidad, y no hay cultivo de la espiritualidad sin educación en y para dicho cultivo, la espiritualidad se convierte en un desafío educativo. Y no en cualquier desafío, sino en el desafío educativo por antonomasia, dada la distancia que con su ayuda hay que salvar entre Dimensión Relativa y Dimensión Absoluta y la relación entre las mismas que hay que establecer. En consecuencia, si es muy importante y necesario educar en y para una cultura espiritual y educar en los retos medulares de la educación, es más importante y necesario aun educar en la espiritualidad propiamente tal o cualidad humana profunda.

 

Es fácil educar en lo funcional, en todo lo que, por ejemplo, es científico y técnico, precisamente porque “funciona“, porque es objetivable y, como objetivable, reducible a métodos y procesos, con objetivos y metas; porque en cuanto instrumental y útil es “connatural“ a la sociedad de conocimiento. Pero no así en lo que es del orden de lo gratuito, absoluto y/o espiritual. Porque no es objetivable ni “útil“, aunque sea condición de viabilidad y sobrevivencia. Aquí el hombre y mujer actuales tienen que trabajarse rigurosa y profundamente a sí mismos, sin que, por otra parte, la espiritualidad como cualidad humana profunda sea resultado de ese trabajo acertado, metódico y riguroso. 

 

Porque la espiritualidad no se da sin ese trabajo, pero es de otro orden, lo trasciende en todos los sentidos. En el sentido más riguroso del término es una auténtica y verdadera creación, algo real y verdaderamente nuevo, no contenido en nada anterior, teoría o método. Pero, por lo que implica de convicción y trabajo, la espiritualidad no se da sin educación y autoeducación. Por el contrario, demanda un gran trabajo educativo. Como ya lo hemos expresado con anterioridad, como mínimo demanda un conocimiento básico al respecto y un trabajo certero sobre sí mismo. De lo contrario, no hay espiritualidad. Ésta no se da sin ciertas condiciones.

 

El trabajo sobre sí mismo consiste precisamente en lograr estas condiciones, de unidad y totalidad de sí mismo, que en la espiritualidad se conoce como interioridad. Porque es en la interioridad donde se es uno y total, y, por tanto, donde se aprende a actuar como tal. Unidad y totalidad que implica el silenciamiento de todo lo que es dualidad y, como dualidad, de todo lo que es división y dispersión de sí mismo. Interioridad en términos de espiritualidad no se opone a exterioridad, sino que se opone a dualidad, sinónimo de división, separación y dispersión.  En principio interioridad no es retraimiento, retiro o huida de lo calificado como exterior, social y/o material. Es unidad y, como unidad, totalidad. El enemigo o contrario de los hombres y mujeres espirituales no es lo material, exterior y social, sino la dualidad o multiplicidad, la división y el interés, incluso cuando se trata de cosas aparentemente espirituales o interiores. Los hombres y mujeres espirituales son los que, tanto en las cosas convencionalmente calificadas interiores como en las calificadas exteriores, actúan de una manera unitaria y total. Son los hombres y mujeres unos y totales, sin escisión ni fisura. Seres indivisibles, íntegros y totales. Para ellos y ellas no hay nada interior o exterior, material o espiritual, anterior o posterior, medio o fin, menos valioso o más valioso. Para ellos todo es uno, y por ello se entregan a todo desde el todo que ellos mismos son, sin ningún cálculo ni interés, gratuitamente, totalmente. Es la acción buscada y cumplida por sí misma, no por sus resultados, doctrina tan típica del Bhagavad Gita y de las Bienaventuranzas.

 

La educación entendida aquí como lo que es, conocimiento de sí mismo y trabajo sobre sí mismo, es sumamente necesaria, pero a la vez un gran desafío. Porque unidad y totalidad no se dan espontáneamente ni su logro es fácil. Es un desafío no sólo para la educación en sí, sino también sobre cómo ella se concibe y cómo se la ofrece y se la realiza.

 

Con ser tan necesarias, espiritualidad y educación, por su misma naturaleza nunca deberán ser impuestas, ya que su imposición las haría perder todo su valor, las negaría. Siempre tendrán que ser una oferta, que hace la sociedad a sus miembros, lo cual, valga la redundancia, hace aún más desafiante el desafío. Tiene que tratarse siempre de una adhesión libre y voluntaria, libertad y voluntariedad que tiene que atravesar la misma educación. En el terreno espiritual y de la cualidad humana en general ella tiene que ser siempre una oferta. De lo contrario, la pretendida educación nunca logrará su propuesta, ella misma se lo negará de entrada. Espiritualidad, y educación en y para la misma, tienen que ser algo a lo que cada ciudadano y ciudadana adhiera libre y voluntariamente, por propia convicción, sin ninguna coacción ni engaño, pero que la sociedad debe ofertar. En ello se juega su viabilidad y sobrevivencia, la de todos sus miembros.

 

Sin ninguna coacción ni engaño, ni siquiera la más sutil. Por ejemplo, nunca se deberá asegurar que la educación ofrecida, ni siquiera la mejor, llevará automáticamente a sus receptores a la condición espiritual que se persigue. Hay que ser claros y honestos desde el principio y siempre. La espiritualidad en tanto realización humana plena que individual y socialmente necesitamos, no se da sin ciertas condiciones de conocimiento y trabajo sobre sí mismo, pero nunca es resultado directo e inmediato de éstas. Cuando se dé, será un salto, una irrupción, un acontecimiento, una gracia. En asunto de espiritualidad la educación, voluntaria y libremente asumida, sólo ayuda a crear condiciones, condiciones que son necesarias, que no es poco, pero no garantiza la experiencia espiritual en sí. Eso sí, estas condiciones abrazadas por un sector significativo, cada vez más amplio, de la sociedad, será suficiente ya de por sí para producir una gran cambio en la sociedad en el orden deseado. No sólo para hacer viable a la sociedad sino para que todos sus miembros sean y se sientan más realizados.

 

Igualmente hay que ser claros y honestos en cuanto a la propuesta de la naturaleza de la espiritualidad. Ésta no es ni será nunca la dimensión donde se solucionan todos los problemas. No es esa su función ni su competencia. La Dimensión Absoluta no es la Dimensión Relativa, aunque se da en ésta, y los problemas propios de la Dimensión Relativa no se solucionan en la Dimensión Absoluta, se solucionan en la Dimensión Relativa, aunque sólo en lo que tiene que ser una relación adecuada con la Dimensión Absoluta. En este sentido la espiritualidad no soluciona problemas, pero da lugar a un ser humano nuevo, profunda y radicalmente diferente, en el que incluso hay problemas, sobre todo de carácter humano y social, desde su concepción a su ejecución, que dejan de existir o desaparecen, sencillamente porque dejan de tener lugar. Fuente de solución de problemas, no solución de los mismos, la espiritualidad deberá ser buscada por sí misma, sin ningún interés, ni siquiera el de ser “fuente“. Porque buscada por este interés se pervertiría. La espiritualidad en sí misma y por sí misma, nada más.

 

¿Bajo qué criterio? ¿Con qué luz? Criterio y luz son necesarios, así como la certeza de que se está en el camino y en el caminar correctos. Pero criterio, luz y certeza sólo pueden derivar del propio caminar, de la propia espiritualidad. Criterio, luz y certeza no los podemos esperar de fuera de nosotros mismos, porque no existen fuera de nosotros mismos, como algo objetivo y externo a nosotros. Es una realidad tan cualitativa que es interna y es luminosa. La espiritualidad o cualidad humana profunda pertenece a ese tipo de ámbitos humanos que se vuelven luz y guía de sí mismos, que mientras más se desarrollan y se sutilizan, más luminosos se vuelven y más certeros, constituyéndose así en criterios de su propio desarrollo. Aunque no dejan de existir comprobantes personales y externos. De esta manera cabe calificar la experiencia de realización personal, en la realización de la sociedad, y en la realización de la naturaleza, a nivel planetario y cósmico. Tres realizaciones que a nivel funcional suponen relaciones entre ellas de identificación y armonía, fuente y expresión a su vez las tres de gratuidad y plenitud. Una manera de referirnos a los criterios que algunos autores llaman reproducción de la vida y realización, que permiten valorar objetivamente las más diversas actividades humanas, como la economía, e incluso la espiritualidad.

 

Esta es la espiritualidad que tenemos que convertir en cultura y a cuya luz tenemos que concebir y desarrollar los aspectos más medulares del proyecto humano, incluida la educación. Ésta es la primera en que, con todas sus mediaciones, la educación tiene que encarnar la espiritualidad y sus cualidades, junto con los valores medulares de todo proyecto humano. En otras palabras, una oferta educativa que desde su propia concepción es utilitarista, elitista, interesada, discriminatoria, no es la educación que demanda y requiere la sociedad de conocimiento. La educación en el tipo de sociedad que estamos construyendo tiene que ser profundamente espiritual y rezumar participación, democracia, equidad, igualdad y solidaridad, además de libertad, creatividad y comunión, en función y al servicio de la realización humana individual y social más plena, que por lo mismo tiene que ser simbiótica: consigo misma, con los otros, con todo. La educación, antes de ser una educación “para“, tiene que ser educación “en sí“, encarnando en sí misma todos estos valores, y ello durante toda la vida y en todas las formas y procesos que conozca. De lo contrario la educación en función de la espiritualidad humana que necesitamos no será tal, y nuestra propia viabilidad y sobrevivencia como sociedades de conocimiento no estarán garantizadas, al contrario, estarán amenazadas.

 

Haciendo el desafío todavía más complejo, hay que advertir que una educación en y para la espiritualidad tiene que convertirse en la educación sin más, no en otra educación más, encarnando la espiritualidad misma, así como los valores medulares que hemos reseñado. Hablar de dos educaciones, por complementarias que se las piense, sería ya un error. La educación en el fondo debe ser una, como lo es el ser humano, en función del cual la educación se hace necesaria.

 

Por último, tanto en lo que refiere a la cualidad humana como a la cualidad humana profunda, la educación que se ofrezca debe ser la mejor en términos de calidad, que será también la más creativa y libre. Esto, en relación a lo cual hay mucha sensibilidad en los dominios de la cualidad humana, es más válido aun en el caso de la espiritualidad o cualidad humana profunda. También aquí, como en el arte, no todo es de la misma calidad y valor, hay diferencias. Y se trata, por su naturaleza y valor, de ofrecer lo mejor: las mejores enseñanzas, de la mejor manera, los métodos y técnicas más probados, en una palabra, la mejor herencia. Ya que es de sabios saber valorar y acoger la gran herencia que en este sentido nos han legado  los grandes hombres y mujeres espirituales de las diferentes tradiciones religiosas y de sabiduría. No sólo es de sabios, partir de cero sería un suicidio.  Aunque no podamos ni debamos asumir sus creencias. De ellos y ellas asumiremos sus enseñanzas y sus testimonios experienciales de la manera más pura, como recibimos el arte de los creadores, como leemos un poema: yendo hacia la dimensión que expresan, sin contenidos ni formas.

 

[1]J. Amando Robles, “Ética y espiritualidad en la sociedad de conocimiento“  en Juan Miguel Batalloso et al., Desafíos éticos en un mundo complejo, Ediciones UniversitasNueva Civilización, Santiago de Chile 2013, pp. 221-255.

[2]Estamos asumiendo antropología y categorías de Marià Corbí, tan presente en todas sus obras. Ver, por ejemplo, Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses, Herder, Barcelona 2007; Reflexiones sobre la cualidad humana en una época de cambios, Verloc y CETR, Barcelona 2012; La construcción de proyectos axiológicos. Principios de Epistemología Axiológica, CETR y Bubok Publishing 2013.

[3]Marià Corbí también la llama cualidad humana profunda(CHP).

[4]En este sentido sería más riguroso, y mejor, llamarla cualidad humana profunda, como lo hace Marià Corbí, no espiritualidad.

[5]Terminología también tomada de Marià Corbí. Ver su obra Proyectar la sociedad. Reconvertir la religión, Herder. Barcelona 1992, pp. 130-137.

[6]Siguiendo en esta categoría al filósofo Alfonso López Quintás y en contraposición a los objetos que, como parte de la realidad denivel 1, pueden ser poseídos, dominados y manejados, los ámbitosrealidad de nivel 2, son realidades fuente de posibilidades receptoras de iniciativas, que deben ser tratadas con «respeto, estima y espíritu de colaboración». Ámbitos que se abren a otros ámbitos constituyéndose así en lugares de encuentrosy, por lo mismo, de realización personal. Ver Alfonso López Quintás, Estética de la creatividad. Juego. Arte. Literatura. Rialp, Madrid 3ª ed. 1998; Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, B.A.C., Madrid 2002.

[7]Estos ámbitos son los que Mariá Corbí  y el equipo de investigadores del CETR (Centro de Estudios de las Tradiciones Religiosas y de Sabiduría) de Barcelona, que está trabajando en la construcción de proyectos axiológicos colectivos, llama postulados, porque de esta manera son concebidos y tratados. 

[8]Ver Marià Corbí, La construcción de los proyectos axiológicos. Principios de Epistemología Axiológica.

[9]Con Mariá Corbí por cualidad humana(CH) entendemos el conjunto de valores y actitudes que el ser humano necesita cultivar en la construcción del proyecto humano y para desarrollarse de la manera más plena y adecuada como ser hablante y simbiótico que es, por tanto en relación consigo mismo, con los demás y con la naturaleza, y por cualidad humana profunda(CHP) la Dimensión  absoluta cultivada como tal, sin fondo ni forma y desde el desinterés total.