Simone Weil fue una filósofa y mística francesa en cuya corta vida (1909 – 1943) dió ejemplo admirable de autenticidad y coherencia entre sus búsquedas intelectuales y sus opciones existenciales.
Recién graduada en filosofía y literatura clásica se dedica a la enseñanza escolar, donde sus ideas y trabajos pedagógicos en que se empeña en escapar del burocratismo de la educación pública, le significan despidos y cambios de una escuela a otra. Decide trabajar como obrera, en la Renault, donde tiene la experiencia del trabajo mecanizado y deshumanizado, y que la vinculan con el movimiento obrero. Participa en manifestaciones emancipadoras, en el sindicalismo y en movimientos políticos revolucionarios pacifistas. Una experiencia mística la lleva a comprender la necesidad de trascender la acción colectiva y a encontrar caminos de superación en una nueva mística del trabajo y de la vida espiritual.
Mujer de inteligencia extrordinaria, nos legó una de las más lúcidas visiones críticas de la civilización moderna, y una sorprendente comprensión de las necesidades y exigencias morales y espirituales de una nueva civilización que favorezca avanzar hacia la plenitud humana.
“Después del hundimiento de nuestra civilización – escribe - una de dos: ó perecerá por completo, como las civilizaciones antiguas, o se adaptará a un mundo descentralizado. De nosotros depende, no ya la quiebra del centralismo (pues automáticamente se convierte en una bola de nieve que acaba en catástrofe), sino la preparación del futuro.” Y agrega: “La grandeza del hombre está siempre en el hecho de recrear su vida. Recrear lo que le ha sido dado. Fraguar aquello mismo que padece. Con el trabajo produce su propia existencia natural. Con la ciencia recrea el universo por medio de símbolos. Con el arte recrea la alianza entre su cuerpo y su alma. Observar que cada una de estas tres cosas, tomadas una a una y al margen de su relación con las otras dos, representa algo pobre, vacío, vano.”
La experiencia del totalitarismo y del estatismo que predominaban en su tiempo la llevan a comprender que el colectivismo es el peor de los males que puede experimentar el hombre, y que el bien del individuo y de la humanidad como un todo requiere organizar comunidades equilibradas y pacíficas en las que podamos reconocernos en nuestras diferencias y actuar con fraternidad. Pero ello no será posible, sostiene Simone Weil, en una cultura materialista en la que los indidivuos no se conectan con el mundo espiritual, por ser la conexión con lo sagrado la única fuerza que nos habilita para superar el egoismo, la avidez y el afán de poder.
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