EN MI IMPERIO EL DÍA COMIENZA. PERO TÚ QUIERES CORREGIR EL PASADO - Antoine De Saint-Exúpery

EN MI IMPERIO EL DÍA COMIENZA. PERO TÚ QUIERES CORREGIR EL PASADO

Llegó, pues, el día. Y yo estaba ahí como el marino que, con los brazos cruzados, respira el mar. Cierto mar para labrarlo y no otro. Yo estaba allí como el escultor ante la arcilla. Cierta arcilla para amasarla y no otra. Estaba allá, tal, sobre la colina, y dirigía a Dios esta súplica:

« Señor, en mi imperio el día comienza. Se me entrega esta mañana, dispuesto para la ejecución, como un arpa. Señor, nace a la luz tal lote de ciudades, de palmeras, de tierras arables y de plantaciones de naranjos. Y está aquí, a mi derecha, el golfo del mar para los navíos. Y está aquí, a mi izquierda, la montaña azul, de cuestas benditas con ovejas de lana, que planta en el desierto las zarpas de sus últimas rocas. Y más allá, la arena escarlata donde florece sólo el sol.

”Mi imperio tiene este rostro y no otro. Y ciertamente, está en mi poder torcer un poco la curva de tal río para irrigar con él la arena, pero no en este instante. Está en mi poder fundar aquí una ciudad nueva, pero no en este instante. Está en mi poder liberar, con sólo soplar su semilla, una selva de cedros victoriosa; pero no en este instante. Porque heredo en este instante un pasado cumplido, que es éste y no otro. Esta arpa, dispuesta a cantar.

”¿De qué me quejaré, Señor, yo que peso en mi sabiduría patriarcal este imperio donde todo está en su sitio, como lo están los frutos de color en la cesta? ¿Por qué sentiría cólera, amargura, odio o sed de venganza? Ésta es la trama para mi trabajo. Éste es el campo para mi labranza. Ésta es mi arpa para cantar.

”Cuando el dueño del dominio va por sus tierras en la madrugada, ves que, si la encuentra, recoge la piedra y arranca la zarza. No se irrita ni contra la zarza ni contra la piedra. Embellece su tierra y nada siente sino amor.

”Cuando aquélla abre su casa en la madrugada, la ves barrer el polvo. No se irrita contra el polvo. Embellece su casa y nada siente sino amor.

”¿Me quejaré porque tal montaña cubra tal frontera y no la otra? Ella rechaza, aquí, con la quietud de una palma, a las tribus del desierto. Está bien, Construiré más lejos, allá donde el imperio está desnudo, mis ciudadelas.

”Y ¿por qué me quejaré de los hombres? Los recibo, en esta aurora, tales como son. Ciertamente, los hay que preparan su crimen, que meditan su traición, que traman su mentira; pero hay otros que se enjaezan para el trabajo o la piedad o la justicia. Y ciertamente, yo también, para embellecer mi tierra arable, arrojaré la piedra o la zarza, pero sin odiar ni a la zarza ni a la piedra, sin sentir nada, sino amor. 

”Pues encontré la paz, Señor, en el curso de mi plegaria. Vengo de ti. Me siento jardinero que camina con lentos pasos hacia sus árboles» .

Ciertamente, yo también sentí, en el curso de mi vida, la cólera, la amargura, el odio y la sed de venganza. En el crepúsculo de las batallas perdidas, como rebeliones, siempre que me encontré impotente, y como encerrado en mí mismo, sin poder actuar, según mi voluntad, sobre mis tropas amontonadas a las que mi palabra no alcanzaba ya, sobre mis generales sediciosos que se inventaban emperadores, sobre los profetas dementes que anudaban racimos de fieles en puños ciegos, conocí también la tentación del hombre colérico.

Pero tú quieres corregir el pasado. Inventas demasiado tarde la decisión feliz. (...)

« ¡Ah! -te dices, en la corrupción de tu sueño-, ¡si aquél no hubiese actuado, si aquél no hubiese hablado, si aquél no hubiese dormido, si aquél no hubiese creído o dejado de creer, si aquél hubiese estado presente, si aquél hubiese estado en otra parte, entonces yo seria vencedor!» .

Pero te desdeñan por ser imposibles de borrar, como la mancha de sangre del remordimiento. Y sientes el deseo de triturarlos en los suplicios, para deshacerte de ellos. Pero aunque apilases sobre ellos todas las muelas del imperio no impedirías que hayan sido.

Débil eres, y cobarde, si corres así en la vida, persiguiendo responsables, inventando nuevamente un pasado cumplido en la podredumbre de tu sueño.

Ocurre que, de depuración en depuración, entregarás tu pueblo entero al sepulturero.

Aquéllos tal vez fueron vehículos de la derrota, pero ¿por qué aquéllos otros, que hubiesen sido vehículos de la victoria, no dominaron primeramente? ¿Por qué el pueblo no los sostenía? Entonces ¿por qué tu pueblo prefirió los malos pastores? ¿Por qué mentían? Siempre se expresan mentiras; porque todo se dice siempre, verdad y mentira. ¿Por qué pagaban? Siempre se ofrece dinero; porque hay siempre corruptores.

(...) Sería pues estéril si intentase, en la podredumbre del sueño, esculpir a posteriori un pasado cumplido, y decapitase a los corruptores como a cómplices de la corrupción, a los cobardes como cómplices de la cobardía, a los traidores como a cómplices de la traición; porque, de consecuencia en consecuencia, aniquilaría hasta a los mejores; porque habrían sido ineficaces, y me quedará aún por reprocharles su pereza, o su indulgencia, o su imbecilidad. A fin de cuentas habría pretendido aniquilar del hombre lo que es susceptible de estar enfermo y de ofrecer tierra fértil a tal siembra, y todos pueden estar enfermos. Y todos son tierra fértil para toda siembra. Y será preciso que los suprima a todos. Será entonces perfecto el mundo, purgado el mal. Pero yo digo que la perfección es virtud de muertos.

La ascensión usa como abonos malos escultores y mal gusto. Yo no sirvo a la verdad ejecutando a quien se engaña, porque la verdad se construye de error en error. No sirvo a la creación ejecutando a quienquiera que no acierte la suya, porque la creación se construye de fracaso en fracaso. No impongo una verdad ejecutando a quien sirva a otra; porque mi verdad es árbol que se da. Y no conozco más que tierra arable, que aún no alimentó a mi árbol. Llego, estoy presente. Recibo el pasado de mi heredado imperio. Soy el jardinero que anda hacia su tierra. No iré a reprocharle que nutra cactos y zarzas. Poco me cuido de cactos y zarzas, si soy simiente de cedro.

Desprecio el odio, no por indulgencia, sino porque, por venir de ti, Señor, en quien todo está presente, el imperio me está presente a cada instante. Y a cada instante, comienzo.

Yo recuerdo la enseñanza de mi padre: « Ridícula es la semilla que se queja de que la tierra, a través de ella, se haga lechuga y no cedro. Ella no es pues más que semilla de lechuga» .

(...) Vanidosos los justos que imaginan no deber nada a los tanteos, a las injusticias, a los errores, a las vergüenzas que los trascienden. ¡Ridículo el fruto que desprecia al árbol!

(De la Nota 208)