LO QUE LLAMAN INTERÉS O GUSTO DE LA FELICIDAD, NO ES MÁS QUE EL REFLEJO DE UNA COSA GRANDE
Así también, me pareció cada vez más que no era necesario escuchar a los hombres, sino comprender. Porque allí, bajo mis ojos, en la ciudad, tienen poca conciencia de la ciudad. Se creen arquitectos, albañiles, gendarmes, sacerdotes, tejedores de lino; se creen tales de acuerdo a sus intereses o a su felicidad, y no sienten amor, lo mismo que no siente amor aquél que trabaja en la casa absorbido por las dificultades del día. El día es para las escenas matrimoniales. Mas en la noche, el que ha disputado reencuentra su amor. Porque el amor es más grande que ese viento de palabras. Y el hombre se acoda a la ventana bajo las estrellas, nuevamente responsable de los que duermen, del pan por ganar, del sueño de la esposa que está a su lado, tan frágil, delicado y pasajero. Al amor no se lo piensa: existe.
Pero esa voz no habla sino en el silencio. Y lo mismo que con tu casa, ocurre con la ciudad. Y lo mismo que con la ciudad, ocurre con el imperio. Se hace una calma extraordinaria, y alcanzas a ver dioses.
Y nadie sabrá, mientras viva, el día en que debe morir. Y le parecerán de mal patetismo las palabras que le hablen de la ciudad de otra manera que a través de su interés o de su felicidad, porque no sabrá que son efectos de la ciudad.
Pequeño lenguaje para una cosa demasiado grande.
Porque si miras oblicuamente la ciudad y reculas en el tiempo para contemplar su marcha, descubrirás claramente a través de la confusión, del egoísmo, de la agitación de los hombres, la lenta y calma marcha del navío. Porque si vuelves después de algunos siglos a ver el surco que han dejado, lo descubrirás en los poemas, en las esculturas de piedra, en las reglas del conocimiento y en los templos que emergen aún de la arena. Lo usual será borrado y fundido. Y comprenderás que lo que llamaban interés o gusto de la felicidad, no fue más que el reflejo de una cosa grande.
Habrá marchado el hombre que he dicho.
(De la Nota 143)
HAS TENIDO EN CUENTA EL VIENTO DE LAS PALABRAS; PERO SE TE HA ESCAPADO LA MAJESTAD DEL NAVÍO
Así con mi ejército cuando acampa. Mañana por la mañana, en el horno del viento de arena, lo arrojaré contra el enemigo. Y correrá su sangre, y encontrará sus límites en la luz, y los golpes de sable aniquilarán mil felicidades particulares, frustrarán mil intereses. Sin embargo, mi ejército no conocerá la revuelta; porque su marcha no es la de un hombre, sino la del hombre mismo.
Sin embargo, sabiendo que mañana aceptará morir, si marcho esta noche en el silencio de mi amor por entre los templos y los fuegos del campamento, y si escucho hablar a los hombres, no oiré la voz de aquél que acepta la muerte. Sino que aquí harán bromas por tu nariz torcida. Se disputarán allá un trozo de carne. Y ese grupo en cuclillas se poblará de palabras vivas que te parecerán insultantes para el conductor de ese ejército. Y si dices a alguno que está ebrio de sacrificio, lo escucharás reírse en tus narices pues te juzgará bastante enfático y opinará que haces muy poco caso de él pues se estima tan importante que no está en su intención, ni en su conciencia, ni en su dignidad, morir por su cabo, que no tiene calidad para recibir un tal regalo. Y sin embargo, mañana morirá por su cabo.
En ninguna parte encontrarás ese gran rostro que enfrenta a la muerte y se da al amor. Y si has tenido en cuenta el viento de las palabras, volverás lentamente hacia tu tienda con el gusto de la derrota en los labios. Porque aquéllos bromeaban y criticaban la guerra e injuriaban a los jefes. Y en verdad has visto los limpiadores de puente, los cargadores de velas y los forjadores de clavos, pero se te ha escapado -pues estabas miope, y con la nariz encima-, la majestad del navío.
(De la Nota 143)