SOBRE LA CIENCIA, LA ESPIRITUALIDAD Y LAS RELIGIONES - Luis Razeto

 

Segundo ex-curso:

SOBRE LA CIENCIA, LA ESPIRITUALIDAD Y LAS RELIGIONES

 

Una conclusión que podemos extraer de las proposiciones desarrolladas en el texto es que todo el proceso evolutivo de la realidad, que viene desde el pasado más remoto y se proyecta hacia el futuro indefinido, puede ser objeto de comprensión, a un cierto nivel, por una ciencia racional unificada. Tarea principal de esta ciencia será identificar, develar y comprender la racionalidad general de la evolución universal. Racionalidad general que deberá ser incluyente y comprensiva de las racionalidades especiales de los distintos órdenes de realidad (físico, vital, consciente, espiritual) que han venido apareciendo en el transcurso de la evolución universal, y que son estudiadas diferenciadamente por las ciencias de la materia, de la vida y de la cognición.

De este modo resultan posibles de unificar en una visión racional integrada no sólo las ciencias físicas, biológicas, psicológicas y epistemológicas, sino también las reflexiones y búsquedas filosóficas sobre el sentido de la existencia humana y también aquella forma de conocimiento tan especial que sus cultores han llamado experiencia mística, conocimiento silencioso o espiritualidad, que puede también ser objeto de investigación y conocimiento científico racional.

Desde este análisis racional de la evolución que se funda exclusivamente sobre las experiencias cognitivas que podemos considerar como 'naturales', esto es, emergentes en, e inherentes a, la realidad evolucionante, no se hace necesario ningún recurso explicativo ni referencia a un Dios o Ser trascendente, creador y providente que presida y oriente el fluir de la realidad universal. Incluso la mística y la espiritualidad resultan susceptibles de comprensión y explicación racional en base a la observación y análisis de las experiencias cognitivas de los seres humanos, sin que sea necesario hacer referencia a una dimensión 'sobrenatural'.

Sin embargo, la existencia y la acción de un Ser trascendente y creador del universo, que pudiera ser fuente de iniciativas de carácter religioso, no ha quedado negada ni es contradicha por ninguna de las proposiciones expuestas. Podemos incluso afirmar que la pregunta por la existencia de un Dios trascendente al universo evolucionante, no sólo no es acallada sino que resurge tal vez aún con mayor fuerza, en cuanto las proposiciones ofrecen explicaciones racionales de todo lo que acontece en el universo, pero no de la existencia misma de un universo evolucionante tan complejo y maravilloso. Dicho más directamente, la pregunta por la existencia o no existencia de Dios permanece sin respuesta científica, abierta a otros tipos de búsquedas como pudieran ser las metafísicas, espirituales o religiosas.

En cierto modo la concepción de la evolución o devenir de la realidad que hemos expuesto otorga algún grado de credibilidad a la idea de la existencia de un Ser perfecto, creador y providente, en la medida que permitiría resolver una de las cuestiones más difíciles que las religiones no han sabido responder satisfactoriamente, cual es el problema de la existencia del mal y de tantas imperfecciones en la naturaleza humana.

En efecto, a la pregunta de por qué Dios, si es tan perfecto y omnipotente, ha creado al ser humano tan imperfecto, limitado en sus capacidades cognitivas y volitivas, y sujeto a tanta imperfección, sufrimiento y defecto moral, algunas grandes religiones han dado como respuesta justificadora que el ser humano tenía una naturaleza superior, tal como Dios lo creó, pero que ésta decayó al estado miserable posterior como consecuencia del 'pecado original', que lo hizo perder el paraíso y sufrir todo tipo de imperfecciones. Pero esta hipótesis de un ser humano inicialmente superior no sólo carece de toda verificación posible sino que es contraria al conocimiento científico relativo a la evolución natural, que establece que el hombre surge de un proceso evolutivo que enraíza en las especies animales anteriores.

En cambio, si el individuo cognoscente autoconsciente es sólo un momento de la evolución de lo real hacia un 'orden' o dimensión de realidad superior y más perfecto cual sería el espíritu supraconsciente, adquieren sentido las deficiencias, las imperfecciones, el sufrimiento, etc., que no serían expresiones de la mezquindad del ser divino, sino acicates que mueven al individuo humano para que asuma como fin y tarea propia el proceso evolutivo tendiente a la superación del nivel de evolución alcanzado hasta ahora. Tal sería el sentido último de la existencia humana, que no sería algo naturalmente 'dado' sino una finalidad que el propio sujeto cognoscente autoconsciente que es el individuo humano podría plantearse alcanzar, libre y conscientemente.

Las filosofías, las ciencias, las artes, las religiones, podrían concebirse como momentos avanzados de la experiencia humana que se orientan en aquella dirección, o como los puntos más elevados de la evolución del ser cognoscente autoconsciente que busca superarse a sí mismo. Esas expresiones superiores de la cultura estarían orientadas en la dirección de trascender la realidad material, biológica y cognoscente en las que se desenvuelve la experiencia humana, que busca trascenderse evolucionando hacia la que también podríamos entender como una nueva condición humana, de carácter espiritual. Todo ello como parte de un proceso natural inherente a la realidad evolucionante.

Las ciencias, las artes y las búsquedas espirituales, movidas por el afán de trascender la realidad inmediata y por la idea de alcanzar un grado superior de perfección, podrían contarse entre los más consistentes esfuerzos hasta ahora conocidos, de evolución y transición hacia una dimensión u 'orden' de realidad superior a aquellos en que vivimos (y que en cierto modo nos aprisionan); hacia aquella que denominamos 'realidad espiritual supraconsciente', cuyo surgimiento en lo más íntimo del individuo consciente/autoconsciente significaría la realización cumplida del sentido último de nuestra existencia como individuos cognoscentes.

Esta observación no zanja la cuestión respecto al significado humano y al valor cognitivo que puedn tener las religiones, pero abre el tema a una reflexión y análisis racional, precisamente porque la pregunta sobre la existencia o no existencia de Dios y su posible incidencia en la historia humana permanece sin respuesta.

Para abordar la cuestión con el necesario rigor intelectual que su importancia merece, es indispensable comenzar con dos preguntas básicas: 1. ¿Cuáles son los alcances y los límites de la razón humana en orden al conocimiento de los temas e interrogantes que surgen desde las religiones? 2. ¿Cuáles son los fundamentos y el significado que las propias religiones se atribuyen a sí mismas como fuentes de lo que conciben como el ‘conocimiento de las verdades últimas’? Ambas cuestiones requieren un tratamiento específico, para luego ver si ellas son definitivamente contradictorias, o si es posible alguna articulación que resulte aceptable a ambas.

I. Las potencialidades y los límites del conocimiento racional.

La razón (el intelecto racional humano) tiene pretensiones de universalidad, en un triple sentido: 1. Que sus conocimientos trascienden la individualidad del sujeto y pueden proponerse y ser aceptados como verdaderos por todas las inteligencias o las mentes racionales; 2. Que puede examinar criticamente y juzgar la verdad de toda experiencia cognitiva; 3. Que puede acceder, en su propio nivel de abstracción, al conocimiento de todas las realidades de las que tengamos alguna experiencia o noción, en la más amplia diversidad de sus elementos y de sus formas, y en la más íntima unidad de lo que existe.

Esto hace que la razón se proponga como el criterio último de discernimiento y de juicio respecto a la verdad de cualquier experiencia y conocimiento que podamos tener, en los más variados campos de la realidad y del saber. Al mismo tiempo, la pretensión de universalidad que es propia del conocimiento racional, hace que a la razón le resulten inaceptables las ideas y concepciones contradictorias, o de las que se afirme que sean verdaderas solamente para algunas personas y no para otras. (Veremos más adelante que esto se convertirá en un criterio esencial de discernimiento a la hora de someter las religiones a la crítica y el análisis racional).

Debemos reconocer, sin embargo, que la razón tiene límites en sus capacidades cognitivas, desde el momento que se ha formado evolutivamente y no es el ‘estadio’ último de la realidad evolucionante. En tal sentido, cabe pensar que ella no sea apta para conocer y discernir la verdad respecto a experiencias cognitivas correspondientes a un ‘orden’ de realidad que surja evolutivamente después de ella, como sería el caso de las experiencias espirituales supraconscientes. Hay que considerar, además, que las capacidades y actividades propias de la razón se han desarrollado en función del conocimiento de las realidades material, viviente, sensitiva y consciente, que es el conocimiento que los individuos humanos necesitan para sobrevivir, vivir y desarrollarse. Tales realidades están constituidas de elementos y partes, son diversas y plurales, y se encuentran en permanente movimiento y cambio. Ellas constituyen el ‘objeto propio’ del conocimiento al que se aboca la razón, que capta y conoce dicha realidad plural y en movimiento empleando conceptos, números, figuras y símbolos que hacen referencia a objetos, a elementos, a cantidades y dimensiones y aspectos particulares de esas mismas realidades. Por ello la razón no estaría habilitada para conocer una supuesta entidad perfecta, a un Dios que no sería parte de la realidad evolucionante, y que no podría estar constituido de elementos y partes ni ofrecer aspectos o matices identificables mediante conceptos, números, figuras y símbolos particulares. A tal supuesto Ser perfecto que no sería parte de la realidad evolucionante en que surge y opera la razón, ésta no podría llegar a conocer más que de un modo meramente formal y por la vía de la pura negación de aquello que la razón conoce en su campo propio de conocimiento. Dicho directamente, no puede ir más allá de concebir a Dios como no-realidad evolucionante, a su unicidad o singularidad como negación de la pluralidad, a su infinitud como negación de la finitud, a su permanencia como negación de la movilidad, a su eternidad como negación de la temporalidad, etc.

Por todo lo anterior y más específicamente podemos afirmar que la razón humana encuentra sus límites propios: a) en las experiencias cognitivas sobre las cuales elabora sus juicios; b) en las 'formas' de conocer que le son propias y que puede emplear; y c) en los medios de que dispone para contener y expresar los conocimientos que alcanza.

En efecto, la razón elabora y genera conocimientos a partir de las informaciones que le son proporcionadas por otras experiencias cognitivas, que básicamente son:

a) las que le llegan desde los sentidos y la percepción, o sea la experiencia empírica de la realidad material, y

b) las que recibe por la intuición interior de los fenómenos de la conciencia, o sea la experiencia fenomenológica de la conciencia auto-consciente.

De ambas fuentes, y de cualquier otro tipo de experiencia cognitiva que pueda tener el sujeto, la razón recoge los 'materiales' que le sirven de base y fundamento en sus propias elaboraciones cognoscitivas. Con ellas, mediante sus propios procesos de abstracción, de análisis y de síntesis, despliega un tercer tipo de experiencia cognitiva: el conocimiento racional, que es distinto del conocimiento empírico y del conocimiento fenomenológico, sobre los que la razón trabaja y a los cuales se mantiene de algún modo siempre conectada.

El hecho de operar inevitablemente sobre la base de informaciones y experiencias que no tienen su origen en la razón misma, sino que le llegan desde la percepción empírica de los sentidos, o bien desde la fenomenología interior y subjetiva de la conciencia individual, implica que la razón no puede alcanzar conocimientos que puedan considerarse absolutos (no sujetos a ninguna forma de duda o de condicionamiento de su verdad), ni que versen sobre realidades absolutas (que se refieran realidades que pudieran ser totalmente independientes y no relacionadas al mundo empírico y fenomenológico).

Además, los alcances del conocimiento racional - del conocimiento elaborado por la razón - están delimitados no solamente por las experiencias cognitivas de las que se nutre, sino también por los medios o elementos cognitivos mediante los cuales el conocimiento racional puede expresarse. Estos son, básicamente, de cuatro tipos que distinguimos analíticamente, pero que en el proceder concreto de la razón cognoscente se combinan y articulan en elaboraciones complejas:

a) Conceptos, en base a los cuales se formulan ideas, afirmaciones y razonamientos, y con ellos discursos, análisis y síntesis, hipótesis y teorías, disciplinas científicas y sistemas filosóficos.

b) Números, en base a los cuales se formulan operaciones aritméticas y cálculos algebraicos, ecuaciones, algoritmos y sistemas matemáticos.

c) Figuras geométricas, en base a las cuales se construyen gráficos, teoremas, topografías y sistemas geométricos.

d) Símbolos, en base a los cuales se elaboran metáforas, alegorías, representaciones simbólicas, poesías y obras de arte.

Operando conjunta y simultáneamente con los conceptos, números, figuras y símbolos, y mediante sus complejas construcciones conceptuales, geométricas, matemáticas y artísticas, los seres humanos comprendemos la realidad, la cuantificamos, la representamos, la significamos y le encontramos sentido. Todo ello en procesos que se despliegan individual y socialmente, dando lugar a un mundo cultural, específicamente humano, distinto al mundo material pero relacionado con éste. Así mismo, guiados por el conocimiento que aplicamos a la solución de problemas y que guía nuestro accionar, construimos economía, política, educación, sociedad, historia, civilizaciones.

En ese mundo cultural en el que vivimos, actuamos, atendemos nuestras necesidades, nos relacionamos y nos damos normas de convivencia, siendo resultado de la aplicación del conocimiento en todas sus formas y expresiones, no disponemos de mejores medios para orientarnos que el mismo complejo de conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales, que vamos aprendiendo, elaborando, renovando y expandiendo.

Estamos empleando el término 'conocimientos' para referirnos a todas esas experiencias cognitivas, incluidas las elaboraciones que resultan del operar de la razón sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas; pero ello no significa que se trate necesariamente de conocimientos verdaderos y ciertos. Se trata más bien de 'creencias' que aceptamos con mayor o menor convicción, más o menos justificadas racionalmente, y más o menos aproximadas a las realidades sobre las que versan.

Debemos asumir y reconocer, en tal sentido, que el complejo mundo de conocimientos que experimentamos y en el cual vivimos, con todas las elaboraciones culturales y las construcciones económicas, políticas y sociales que llegamos a formar, es un mundo humano incierto, impreciso, a menudo ambiguo, siempre abierto a nuevos descubrimientos y aproximaciones a un conocimiento más amplio, profundo y certero.

Pero la razón humana trata de superar la incertidumbre y la ambigüedad, y ha desarrollado sus propias exigencias de coherencia y consistencia, y métodos y normas bastante rigurosas de justificación y validación del conocimiento. Aplicadas éstas diferenciadamente a las informaciones provenientes de la experiencia empírica y de la experiencia fenomenológica, se da lugar a dos formas perfeccionadas de conocimiento racional: el conocimiento científico (elaboración racional del conocimiento empírico), y el conocimiento filosófico (elaboración racional del conocimiento fenomenológico).

Cabe advertir que la distinción entre ciencia y filosofía puede ser formalizada de maneras diferentes a ésta, que no pretende ser única ni decisiva. Más que la determinación y distinción rigurosa de lo que puede aceptarse como conocimiento científico y conocimiento filosófico, lo que nos interesa es delimitar dos tipos de conocimientos construidos racionalmente: el que encuentra su objeto y sus criterios de validación en la información que puede ser empíricamente verificada, y el que aborda interrogantes que surgen de la autoconciencia que busca verdades relativas a lo que sea el ser, al significado de la existencia, al valor del conocimiento, a la libertad del sujeto, al orden moral, y otras cuestiones de similar profundidad y trascendencia.

Desde uno y otro tipo de conocimiento, el intelecto racional despliega capacidades cognitivas de valor incalculable. No obstante, atendiendo a los 'instrumentos' que tiene el conocimiento racional para expresarse y comunicarse, debemos concluir que no tiene las capacidades que serían necesarias para referirse con precisión y rigor a supuestas realidades trascendentes al mundo empírico y fenomenológico, que no puedan ser contenidas en conceptos, números, figuras geométricas y símbolos.

De este modo, la incertidumbre es un estado mental que parece inevitable, al tiempo que constituye una condición que torna particularmente difícil la existencia humana. La incertidumbre resulta especialmente problemática, y se torna incluso insoportable en ocasiones, cuando se trata de las cuestiones más profundas y existenciales del ser, del sentido de la vida, del por qué del sufrimiento, de la muerte, etc.

Sobre tales cuestiones existenciales la razón encuentra en la experiencia fenomenológica de la conciencia autoconsciente elementos que le sirven para elaborar respuestas razonables, argumentadas, filosóficas; pero las bases cognitivas sobre las que trabaja la razón no son suficientes para asegurarle que sus conclusiones sean verdaderas y de validez universal, por la simple razón de que la conciencia autoconsciente es inevitablemente subjetiva, y los contenidos cognitivos de la experiencia fenomenológica no son contrastables de la manera en que lo son las experiencias empíricas. De este modo, los interrogantes existenciales parecieran exigir de la razón ir más allá de su alcance natural, o requerir otras fuentes de información, más allá de las que proporcionan las experiencias empíricas y fenomenológicas con las que trabaja normalmente.

Hay quienes sostienen que otro límite de la razón radica en el hecho que cada ser humano pensante entremezcla inevitablemente las operaciones de su razón con la subjetividad propia de todo individuo, de modo tal que los resultados del conocimiento racional resultan condicionados por los intereses, las emociones, los deseos del sujeto. Si bien tal entremezclamiento y mixtura de formas cognitivas es claramente observable en el proceder empírico de los razonamientos y discusiones 'racionales' habituales, el argumento no resulta convincente si se pretende extenderlo como límite inherente a todo conocimiento racional. En efecto, los individuos racionales podemos desarrollar procesos de 'purificación' del intelecto racional y llegar a proceder con criterios cognitivos racionales puros. De igual modo, la confrontación intersubjetiva de las operaciones racionales de muchos individuos, permite superar las intromisiones de la subjetividad individual y llegar a formular conocimientos no contaminados de subjetividad individual. Por otro lado, la dificultad para el entendimiento 'racional' entre individuos diferentes no radica en que el intelecto racional de ellos opere con diferentes lógicas, sino que debe explicarse por las diferencias entre las experiencias empíricas y fenomenológicas de cada uno, y a menudo también en que se discute sin precisar el contenido racional de los términos que se emplean.

 

 II. Significado y fundamentos de las creencias religiosas.

Veamos ahora qué dicen las religiones sobre sí mismas, y examinemos en base a ello si podamos reconocerles y/o atribuirles valor cognitivo de ‘verdades esenciales’ sobre las mencionadas ‘preguntas existenciales’.

Lo primero que es preciso observar es que las religiones no nacen de una idea sino de un hecho históricamente determinado, en que intervienen y participan una o más personas particulares que tienen una experiencia vital que cambia radicalmente su existencia anterior, y que consideran necesario testimoniar. No surgen de un proceso de búsqueda intelectual personal o colectiva orientada a satisfacer necesidades cognitivas, sino más bien de la necesidad de alcanzar la salud y la paz interior, de superar la obsesionante presencia del mal, la humillación, la experiencia del ‘pecado’ y la muerte. Lo que buscan las personas en la religión es ‘salvación’ más que verdades, y alcanzar una comunicación personal, un contacto de amor o un coloquio íntimo, con un Dios que consideran su creador y su todopoderoso salvador.

Esto no niega que las religiones, frente a aquellas cuestiones 'radicales' que se plantean los seres humanos, proporcionen respuestas que asumen el carácter de ‘creencias’ y que proponen como ‘verdades de fe’, que la razón no sería capaz de encontrar por sí sola. En efecto, las religiones proveen a los individuos y a las sociedades, un conjunto de creencias que dan lugar a aquellas certezas que nuestra psicología parece necesitar, respecto a las preguntas fundamentales sobre la existencia de Dios, sobre la vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, etc.

Pero entonces, ante aquellos testimonios y estas creencias que las religiones difunden como verdaderas, la razón que todo lo interroga y juzga no permanece impasible, sino que se inquieta y se pregunta: ¿Son las religiones y sus creencias un recurso desesperado de los hombres, que individual y/o socialmente inventamos e imaginamos respuestas a necesidades y a problemas cuya carencia de conocimientos ciertos nos resultan insoportables? ¿O podemos aceptar que sean las respuestas verdaderas que nos provee un Dios que todo lo sabe y que nos ha transmitido como enseñanzas de vida y de salvación?

Para responder a ello el intelecto racional no tiene otro modo de proceder que someter a examen la experiencia religiosa. Así, observa y analiza cómo en la historia de la humanidad se han presentado y se han sucedido diversas religiones, surgiendo en distintas épocas y en diferentes lugares del mundo. Muchas de ellas mantienen plena vigencia cultural y social, en cuanto tienen muchos fieles que participan vitalmente en sus creencias, en sus normas, en sus estructuras y en sus rituales. La razón se interroga: ¿podemos creer en las religiones? ¿En todas ellas, o en alguna de ellas en particular?

La razón se inquieta especialmente ante el hecho que adherir a una u otra religión, para la inmensa mayoría de las personas, es resultado de circunstancias culturales, social e históricamente determinadas. Se es musulmán, cristiano, judío, etc., por haber nacido y haberse formado al interior de determinadas culturas y épocas. Esto no puede dejar de inquietar a la razón, pues está en su naturaleza no aceptar como verdadero nada que no responda con éxito a la exigencia de universalidad que exige a todo conocimiento que somete a juicio. Por ello, es fundamental preguntarse sobre aquello que las religiones tengan en común, que sea reconocible como universal, y también sobre lo que explique sus diferencias.

Sometidas a análisis histórico las religiones muestran tener varios elementos en común, siendo los principales los siguientes:

- El ser fundadas por un individuo de muy elevada condición moral, que vivió de modo ejemplar y con plena coherencia con lo que enseña, que sostiene tener enseñanzas fundamentales que dar a la humanidad, sea por estar en comunicación o unión con Dios, sea por haber recibido una revelación divina, sea por haber alcanzado una iluminación que le ha permitido acceder a una sabiduría especial.

- Es común a gran parte de las religiones el hacer referencia a uno o varios textos sagrados, inspirados por el mismo Dios, en los cuales se expresan y recogen el mensaje divino y las experiencias fundantes de la fe que proponen.

- El dar continuidad al mensaje recibido por el fundador, a través de algunos discípulos directos, que tienden a precisar las enseñanzas del fundador y se encargan de su difusión.

- El generar un amplio cuerpo de creencias y de normas o consejos morales que suscitan la fe y la adhesión incondicional de sus fieles.

- El generar en su desarrollo histórico, testimonios de vida espiritual, intelectual y moral notables por su consistencia y santidad.

- El dar lugar, al difundirse socialmente, a procesos civilizatorios que marcan las grandes direcciones seguidas por la humanidad en su evolución histórica.

Como consecuencia del estudio y análisis histórico de las religiones la razón puede asumir una actitud de respeto por ellas y por los efectos que la experiencia religiosa genera en los individuos y en las sociedades; pero no puede extraer ninguna conclusión sobre la verdad de sus contenidos cognitivos. Lo que puede hacer y es propio de la razón en su búsqueda del conocimiento es solamente analizar las diferentes creencias y normas o consejos de vida que proponen las religiones, examinándolas en su propio y específico mérito.

Se ha creado de este modo una ciencia de las religiones, que estudia sus orígenes y sus historias, así como sus creencias y sus enseñanzas espirituales y morales. El estudio de las religiones suele distinguir entre dos tipos de religiones: las 'religiones de creencias' y las 'religiones de saberes'. Las primeras son aquellas que sostienen originarse en una revelación divina que enseña un conjunto de verdades que deben ser aceptadas por fe. Entre ellas destacan el zoroastrismo, el hinduísmo, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el bahaísmo. Las que llamamos 'religiones de saberes' - entre las cuales podemos considerar el budismo, el confucianismo y (si se quiere) el esoterismo -, se presentan como filosofías o concepciones morales que afirman 'caminos de sabiduría' conducentes a la vida virtuosa personal y a un orden social justo, mediante la aplicación de ciertas doctrinas metafísicas, principios morales universales, y prácticas o ejercicios rituales y espirituales.

Entre las muchas y variadas afirmaciones que proponen las religiones 'de creencias' (que son las que al intelecto racional interesa considerar por sus contenidos cognitivos propuestos como 'verdades de fe’), hay una primera que está en la base de todas las otras, y que está presente en el origen de todas las demás creencias religiosas, las que sólo por aquella afirmación primera pueden ser justificadas. Es la idea de que Dios existe, y que quiere dar a conocer a los hombres unas normas de vida y un conjunto de 'verdades esenciales', que la pura inteligencia humana no sería capaz de fundamentar de modo racional o científico, pero que serían fundamentales para la vida humana buena y virtuosa.

¿Cuáles serían esas creencias o 'verdades esenciales' que estas religiones comparten y enseñan? Básicamente éstas:

  1. La afirmación de que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.

  1. La afirmación de que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.

  1. La afirmación de que la vida humana en su naturaleza espiritual no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.

  1. La afirmación de que el destino de los hombres en esta tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.

  1. La afirmación de que podemos ser mejores de lo que somos, o que nuestra naturaleza puede tener un desarrollo y evolución personal que implica un camino de creciente perfección.

  1. La afirmación de que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento, el amor al prójimo y la búsqueda del desarrollo espiritual.

Todas estas creencias son, sin duda alguna, mensajes esperanzadores, que tal vez todos quisiéramos creer, porque son 'buenas noticias' para los seres humanos. Pero el hecho de que trascienden nuestra experiencia cotidiana y el alcance de nuestra percepción y de nuestra razón, hace que no podamos alcanzar por nosotros mismos la certeza de que sean verdaderas, que no las podamos probar de modo rotundo y tal de llevarnos a creer en esas afirmaciones con la fuerza de convicción que sería necesaria para guiarnos por ellas en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones y en nuestros comportamientos personales y colectivos.

Por eso, frente a estas afirmaciones, o sea frente a las religiones o respecto a alguna de ellas, podemos creer o no creer que sean verdaderas. La gran mayoría de los creyentes religiosos han creído y creen en esas afirmaciones de manera ciega, haciendo respecto a ellas los que suelen llamarse 'actos de fe'. Pero la razón no se conforma tan fácilmente, asumiendo que los seres humanos estamos dotados de una propia y natural capacidad de intelección y conocimiento de la realidad. Y también de una conciencia que nos permite guiarnos éticamente en nuestro actuar y vivir. Estamos provistos de una capacidad cognitiva poderosa, de la posibilidad de tener experiencias y conocimientos válidos, y de una razón capaz de juzgar la veracidad de lo que experimentamos y pensamos y creemos, incluidas las experiencias y creencias religiosas. Construimos filosofías y elaboramos ciencias, nos damos normas de comportamiento y leyes de conducta individual y social, empleando nuestras propias capacidades intelectuales y morales. Los humanos tenemos facultades cognitivas y creativas, capaces de llevarnos a la verdad, a la belleza, a la bondad y a la unidad.

Con tales facultades somos capaces de preguntarnos, y de indagar en torno a las preguntas cuyas respuestas nos ofrecen las religiones: si existe Dios, si el hombre tiene una dimensión espiritual y un destino que trasciende a la muerte, por cuáles normas y formas de conducta debemos guiarnos para avanzar en nuestra perfección personal y social, etc. Sin embargo, siendo el objeto propio del intelecto y de la razón humana la realidad empírica, fenomenológica y racional, y procediendo a conocer mediante el empleo de conceptos, números, figuras y símbolos, la razón ha de asumir y declarar que no está capacitada para dar respuestas ciertas a preguntas esenciales referidas a supuestas realidades que trasciendan las experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales, y que no puedan ser cabalmente representadas mediante las formas conceptuales, numéricas, geométricas y simbólicas. Así queda fuera de su alcance darnos certezas sobre cuestiones fundamentales como las de Dios, de la vida después de la muerte, la eficacia de la oración, etc. No las puede afirmar pero tampoco las puede negar.

 

III. Espiritualidad, creencias religiosas y juicio racional.

Pero no termina aquí la indagación racional, pues el análisis que el intelecto hace de las religiones no se limita a los contenidos de las creencias que ellas proponen. En efecto, el estudio de las religiones nos hace conocer la existencia de un tipo de experiencia cognitiva especial, diferente a la experiencia empírica y a la experiencia fenomenológica sobre las que la razón trabaja habitualmente. En efecto, en el contexto del estudio de las religiones, sea de creencias como de sabiduría, verificamos que ha habido y hay personas que sostienen haber tenido experiencias cognitivas llamadas místicas o espirituales, y que serían de naturaleza diferente a las experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales. Tales experiencias místicas y espirituales, si bien suelen presentarse en contextos religiosos, se muestran como independientes de las creencias religiosas que pueden o no profesar quienes las experimentan.

Los místicos sostienen, en particular, que a tales experiencias se puede acceder mediante la ejercitación de las propias facultades espirituales del individuo, tales como la meditación, la purificación mental, el desprendimiento de todo apego a lo material, la superación consciente del yo mental individual, etc. Otros místicos afrman que tales experiencias, si bien preparadas por estos procesos de purificación y por ejercicios ascéticos, finalmente ocurren al modo de una iluminación interior que se recibe como un don del que no se es merecedor.

Es interesante e importante el hecho que los místicos afirmen que esas experiencias espirituales conducen a un conocimiento que trasciende nuestras capacidades cognitivas habituales, incluida la razón. Suelen llamarlo 'conocimiento silencioso', en razón de que lo que se conoce en ellas no puede ser adecuadamente expresado con palabras, números, figuras ni símbolos, de modo que sus contenidos cognitivos no podrían ser comunicados racionalmente sino de manera muy imperfecta.

Afirman también numerosos místicos que tales experiencias espirituales instalan al sujeto en un campo de sabiduría tal que para él se convierten en certezas las mismas supuestas 'verdades esenciales' que enuncian las religiones de creencias, o sea, que hay un Dios que nos ama, que somos seres esencialmente espirituales que trascendemos la materia y la muerte, que podemos alcanzar perfecciones crecientes, que el amor es el camino a seguir y la meta a alcanzar, que nos corresponde vivir conforme a elevadas virtudes y valores, etc. La diferencia respecto a las creencias religiosas, es que los místicos accederían a esas convicciones no como simples creencias recibidas desde otros, sino como consecuencia del conocimiento experiencial directo que les proporciona certeza, y con ella -aseguran los mismos místicos- felicidad suprema.

El considerar las experiencias espirituales y el 'conocimiento silencioso' como un tipo de experiencia cognitiva al alcance natural de los seres humanos lleva al intelecto racional a un nuevo y paradójico cuestionamiento de las religiones. En efecto, la razón puede legítimamente preguntarse: ¿si tenemos capacidades y experiencias cognitivas que pueden llevarnos a las afirmaciones que las religiones 'revelan', y si existe ese camino abierto y disponible de la mística y la espiritualidad, al que los seres humanos podemos acceder y que nos permite alcanzar las mismas verdades que trasmiten las religiones, ¿por qué éstas? ¿Por qué habría Dios generado religiones, interviniendo en la historia humana para enseñarnos verdades que, sin embargo, podemos alcanzar mediante nuestro intelecto y conciencia, que serían capaces de acceder a las experiencias espirituales del conocimiento silencioso? Pues el acceso posible mediante experiencias cognitivas directas pondría en cuestión la creencia base que dijimos que está en el origen de las religiones, a saber, la idea de que Dios quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de verdades esenciales que el conocimiento humano no sería capaz de alcanzar por sí mismo, pero que serían esenciales para la vida humana buena y virtuosa.

Ante tal observación se podría responder racionalmente en favor de las religiones argumentando en tres direcciones:

Un primer argumento sería que Dios revela lo que podemos alcanzar por nosotros mismos, porque no todas las personas pueden seguir el camino de la búsqueda espiritual. Entonces, como quiere que todos podamos acceder a esas verdades, las pone al alcance de todos mediante las religiones. Dios las facilita y regala a todos, por distintos medios, sin necesidad de que seamos sabios, ascetas y místicos.

Pero, entonces ¿no estaría Dios inhibiendo la búsqueda del conocimiento espiritual y místico? Pues encontrando respuestas en fáciles creencias religiosas, las acuciantes cuestiones existenciales se amortiguan y se apagan. Y con ello, ¿no estaría también reemplazando la felicidad suprema que proporcionarían las experiencias místicas, por la simple consolación que proveen las creencias religiosas? En defensa del argumento se podría argüir que, al contrario, es en los contextos religiosos que surgen y despliegan las más altas búsquedas y experiencias espirituales.

Una segunda razón podría ser que, a diferencia de las experiencias místicas y espirituales, el proceso moral y de conocimiento que proponen las religiones no es sólo individual sino comunitario, colectivo o social. En efecto, las religiones crean en torno a esas afirmaciones, vínculos comunitarios, comunidades de fieles que se unen fraternalmente, y que se constituyen como difusores de esas verdades y de esas normas de conducta.

Este argumento es también discutible, en cuanto la comunidad humana se constituye naturalmente y es perfeccionada a través de los procesos culturales y morales resultantes de la creatividad, el conocimiento y la solidaridad de las personas, y por la acción de las instituciones económicas, políticas y educacionales creadas por ellas. No resulta suficientemente justificada por este argumento, la creación y existencia de comunidades específicamente religiosas, distintas y separadas de la comunidad humana común, y supuestamente provistas de conocimientos y poderes especiales. Pero también se puede contraargumentar que las comunidades fundadas en motivos religiosos no interfieren negativamente sino que hacen una contribución al mejor desarrollo de la sociedad y de la cultura y la ética.

Una tercera razón sería que las religiones tendrían, debido a la presencia continua en ellas del espíritu de Dios que las revela y por la presencia misteriosa de quien las funda, una fuerza especial, adicional a la simplemente humana y natural capacidad de conocimiento y de perfeccionamiento moral, que facilita el perfeccionamiento individual y la fraternidad universal.

Esta afirmación también forma parte de las creencias religiosas, pero debiera confrontarse con la práctica de innumerables creyentes y con la historia misma de las religiones, que han sido protagonistas de dominaciones, guerras, injusticias y pequeñeces que no hablan a favor de sus supuestas potencias perfeccionadoras de los individuos ni de sus energías unificadoras de la especie humana. Además, no sería coherente si cada religión la entendiese como aquella única que indica el camino a la salvación y al perfeccionamiento, constituyéndose de este modo en una forma de dominación de las conciencias y en fuente de sectarismos y conflictos con las otras religiones.

Relacionado con esto, hay un aspecto de las religiones que la razón humana no está dispuesta a aceptar, y es el hecho que ellas afirman numerosas creencias que entran en contradicción unas con otras. Esto plantea la necesidad de discernir entre las religiones, y en ellas entre sus diversas creencias. Si las distintas religiones se contradicen en varias creencias que sostienen ¿habría que concluir que sólo una de ellas fuera la verdadera? Si las creencias que sostienen no son coherentes entre sí y presentan contradicciones, sería imprescindible examinar cada creencia en su propio mérito, para ver cuáles puedan ser sus fundamentos y justificación racional. El problema es que, como ya observamos, las creencias religiosas no son demostrables científica ni racionalmente, por lo que tampoco puede la razón indicarnos cuál de ellas ofrezca las creencias verdaderas.

Enfrentados al hecho que las religiones presentan creencias contradictorias, y careciendo de criterios racionales para discernir entre ellas, lo razonable es no aceptar o suspender la creencia respecto a todas aquellas afirmaciones en que las religiones difieren o proporcionan respuestas diferentes. De este modo, las únicas creencias religiosas que la razón permitiría aceptar serían aquellas en que todas concuerdan y afirman con igual convicción y certeza. Serían aquellas 'creencias esenciales' que mencionamos, y que son también las mismas que sostienen quienes dicen haber tenido experiencias místicas y espirituales, de modo independiente y aún desde fuera de las religiones.

Pero surge inevitablemente una pregunta: ¿por qué tales creencias supuestamente reveladas, se encuentran en las religiones combinadas con creencias contradictorias? ¿No es este hecho algo que debiera llevarnos a negarlas todas, incluso aquellas en que concuerdan y sostienen al unísono?

Para no llegar a tal conclusión habría que tener alguna explicación razonable de la diversidad de las creencias religiosas, que sea posible de sostener sin que resulten impactadas las 'creencias esenciales' que todas comparten, y fundamentalmente la primera: que Dios las ha revelado. Podemos proponer alguna posible y plausible respuesta.

Los antiguos filósofos decían que 'lo que se recibe se recibe al modo del receptor'. Esto significa, si lo aplicamos a las supuestas revelaciones de Dios, que todo aquello en que las religiones difieren y va más allá de las 'creencias esenciales', es producto de la mente de los receptores de esas revelaciones, sean ellos profetas fundadores de religiones, sean sus discípulos y seguidores, sean las tradiciones culturales gestadas al interior de las organizacones e instituciones generadas en el tiempo.

Para los creyentes religiosos debiera ser muy importante estar conscientes de las limitaciones que tienen inevitablemente las religiones, todas ellas. Ellas han sido causa de grandes desarrollos humanos, de procesos civilizatorios gigantescos y de desarrollos personales notabilísimos. Pero también han sido causa de grandes conflictos y calamidades. Lo mejor que podemos decir de ellas, es que tendrían de divino y de humano, incluso al nivel de las creencias que proponen. Pues las revelaciones se realizan a través de individuos particulares, y la comprensión y el desarrollo de sus creencias y de sus prácticas queda en manos de los discípulos y de los fieles.

El creyente tendría que aceptar que, si es verdad que Dios se revela, lo haría necesariamente en un lenguaje que tiene todas las limitaciones del lenguaje humano, y lo haría en la historia y en los contextos culturales que limitan y condicionan sus mensajes o enseñanzas. El mensaje quedaría siempre expresado en un lenguaje que es el propio de la cultura en que aparece y se presenta. Podríamos decir, en este sentido, que todo texto sagrado, si bien puede atribuirse a Dios por quienes creen en él, deberá necesariamente reconocerse la co-autoría del escribiente y de la cultura en que se expresa. (En realidad, todo libro es siempre obra de co-autores, aunque una sola persona haya sido la que empleó la pluma y aparezca solamente un nombre como autor del escrito). Toda discrepancia, toda contradicción o falsa creencia, deberá ser atribuida a los individuos, y lo mismo será respecto a todo efecto negativo que pueda generarse en base a las creencias religiosas y espirituales.

Los libros sagrados serían obras de co-autores. En ellos se aprecia la cultura del hombre que los escribe y difunde, y que interpreta con su intelecto y sus emociones los mensajes que recibe, y los expresa en la lengua que ha aprendido y que sabe utilizar en cierto grado inevitablemente limitado. Y los mezcla con sus propios mitos, creencias, aspiraciones y deseos. Las limitaciones se refieren y valen también respecto al mensaje mismo supuestamente revelado por medio del fundador religioso. Porque toda comunicación y todo texto es inevitablemente recibido al modo del receptor, e interpretado por quienes lo leen y comprenden. De este modo, el mensaje queda siempre en manos humanas, y adquiere sentido y contenido y nuevos significados, por las lecturas e interpretaciones que de ellas hacemos. En razón de ello, ninguna persona puede atribuirse poder religioso alguno, y menos disponer de la capacidad de ofrecer la interpretación verdadera de la 'palabra de Dios'.

¿Qué nos queda, o qué conclusión podemos extraer de todo esto? Pues, en breve síntesis, que respecto a las 'preguntas existenciales' y a las 'verdades esenciales' sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la naturaleza espiritual o puramente material del ser humano, sobre si tendremos o no vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, sólo caben tres actitudes (no excluyentes entre sí) que la razón humana podría recomendar:

  1. Asumir que las ciencias y filosofías que se construyen sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas no han proporcionado respuestas justificadas y convincentes a las 'cuestiones existenciales', porque el objeto de ellas permanece fuera de su alcance cognitivo. Es la respuesta legítima del pensador y del científico agnóstico, que prescinde de las 'verdades esenciales' que proponen las religiones. Ello no implica que, como cualquier otro ser humano, asuma la religión como un hecho histórico que satisfaga su necesidad de alcanzar la salud y la paz interior, de superar la maldad, la humillación, la experiencia del ‘pecado’ y de la muerte, y que busque en ella una comunicación personal, un contacto de amor o un coloquio íntimo con la divinidad. No ha de renunciar tampoco a interrogarse racionalmente sobre las 'cuestiones existenciales' y a buscarles respuestas en el 'conocimiento silencioso'.

  1. Asumiendo que la razón y las ciencias no dan respuestas a las 'cuestiones existenciales', aceptar las que llamamos 'verdades esenciales' como creencias religiosas, que si bien no son justificadas racionalmente tampoco son contradichas por la razón. Se adhiere por actos de fe, teniendo como fundamento el significado histórico y humano de las religiones; pero por lo mismo se prescinde de afirmar aquellas creencias religiosas particulares en que las religiones difieren entre sí, respecto de las cuales se mantiene la mente abierta a la más amplia diversidad. Es la respuesta legítima del creyente religioso crítico, que no se limita a creer ciega e ingenuamente en una religión particular, sino que se queda con aquello que todas las religiones pueden sostener aún después de someterse al juicio crítico de la razón. Esta aceptación crítica de las creencias religiosas no debiera inhibirlos, sino más bien incentivarlos, a buscar respuestas mejores en tal vez posibles experiencias espirituales.

  1. Buscar respuestas a las 'preguntas existenciales' explorando la vía del conocimiento silencioso, espiritual o místico, que podría proporcionar certezas sobre las supuestas 'verdades esenciales'. Es la respuesta legítima del buscador independiente de la verdad, que no se conforma ni con la prescindencia agnóstica ni con la fe del creyente religioso, sino que mantiene la aspiración a la verdad y a la certeza que pudieran alcanzarse mediante una experiencia espiritual directa.


Nos parece que éstas son actitudes intelectuales que en este terreno pueden inspirar una nueva y superior civilización humana. Si fuera así, tendríamos que asumir que ante las 'cuestiones existenciales', más que respuestas nuevas que puedan ofrecerse como las 'verdades esenciales', la nueva civilización se construirá recorriendo caminos de búsqueda, Caminos convincentes y justificables entre personas y sociedades con creencias, culturas, religiones e ideologías diferentes. Búsquedas 'comprensivas', orientadas a incluir e integrar las múltiples dimensiones de la experiencia humana y sus diversas fuentes de conocimiento. Caminos de búsqueda distintos, paralelos al comienzo pero tal vez convergentes en el tiempo, y que al final pudieran ofrecer las respuestas verdaderas a las cuestiones existenciales que han inquietado siempre al espíritu humano.

 

Luis Razeto

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