¿Es posible una democracia sin partidos políticos?
En Chile, como en casi todos los países del mundo, los partidos políticos están completamente desprestigiados. La mayoría de sus asociados o ‘militantes’ son funcionarios del Estado que han obtenido sus puestos a partir de su afiliación a los partidos que en algún momento han accedido a cuotas de poder. La gente desconfía de los partidos, y todas las encuestas indican que existe un fuerte desapego e incluso animadversión hacia los partidos, sean de izquierdas, de derechas o de centros.
Sin embargo, cuando llegan las elecciones, las personas se ven obligadas a votar por alguno de ellos, no existiendo otras opciones, más allá de anular el voto o votar en blanco. Por eso, cuando el voto no es obligatorio sino voluntario, los niveles de abstención son elevados. Y cuando existe la opción de votar por candidatos que se presentan como independientes y reivindican provenir del común de la gente, concitan importantes adhesiones.
Desde hace años, ante la evidencia del rechazo ciudadano a los partidos, la clase política y los medios de comunicación repiten incansablemente que sin patidos políticos no hay democracia, justificando de ese modo su existencia y su poder.
Si por Democracia entendemos la soberanía del pueblo que se hace representar en el Gobierno del Estado a través de personas que los ciudadanos escogen libremente, el régimen de partidos constituye en realidad una anomalía, una limitación de la Democracia.
En efecto, los partidos políticos, que proponen a los candidatos, no son representativos del pueblo, no se constituyen por elección popular, sino por personas que deciden por sí dedicarse a la política, y que tienen la voluntad de gobernar.
Los partidos son asociaciones de personas que quieren gobernar, para lo cual necesitan ser apoyados y votados por los ciudadanos. Los partidos se auto atribuyen la función de representar al pueblo, y para lograrlo, escogen entre sus miembros a aquellos que mejor pueden obtener el voto ciudadano. En un régimen de partidos, los ciudadanos se ven limitados a escoger entre los candidatos que los partidos les proponen.
Podrá decirse que todos los ciudadanos tienen la posibilidad de formar sus propios partidos; pero no es realmente así. No todos los ciudadanos tienen tiempo ni deseo de dedicarse a la política. En un régimen de partidos, la política se configura como una profesión. Pero los campesinos tienen que dedicarse a cultivar la tierra, los obreros a mover las industrias, los intelectuales a producir conocimientos, los médicos a sanar a los enfermos, los abogados a resolver litigios, los profesores a enseñar a los niños, etc.
Sin embargo, en cualquier democracia, todos aspiran, como mínimo, a elegir libremente a quienes los representen políticamente y los gobiernen. Y esto no ocurre, porque los candidatos que ofrecen y proponen los partidos, representan a los partidos y no realmente a los ciudadanos.
Es de este modo que se crea una separación entre los ciudadanos y los gobernantes. Se constituye una clase política, e incluso a menudo una verdadera casta, separada por encima de los ciudadanos.
Y la democracia resultante evidencia otros defectos.
En esta forma partidista de la democracia la actividad principal de los partidos consiste en buscar el poder, constituyéndose la política como lucha por el poder entre los diferentes partidos y coaliciones políticas. Y siendo así, los partidos se convierten en adversarios unos de los otros, contendiéndose el poder para ellos mismos.
La función de representar a los ciudadanos queda relegada a un segundo o tercer lugar; y si bien en los períodos electorales comunicarse con los ciudadanos vuelve a ser actividad relevante, la búsqueda del voto popular, la conquista del voto ciudadano, forma parte de la lucha entre los partidos por el poder. La función de representación popular se convierte en un medio, en un instrumento de la lucha por el poder, y no en el fin de la política.
Así constituida la institucionalidad política, el régimen de partidos termina fraccionando a la sociedad, creando conflictos de unos grupos con otros, descuidando lo esencial que es la construcción del bien común de la sociedad, que requiere la unión, la armonía, la cooperación y la solidaridad social.
La democracia representativa tiene valores universales que es necesario mantener y fortalecer. El voto individual, igualitario y secreto como forma de elegir a los representantes, es esencial. También es esencial el derecho y posibilidad real de que las personas se asocien y constituyan agrupaciones y partidos políticos con la intención de representar a segmentos de la ciudadanía. Pero la democracia basada en los partidos políticos debe ser corregida, no necesariamente eliminando a los partidos, sino reduciendo su poder.
Es preciso reducir el poder de los partidos políticos. Es necesario complementar la democracia representativa con formas eficaces de democracia directa, mediante plebiscitos vinculantes respecto de las decisiones y leyes más importantes y que afecten la vida de los ciudadanos.
Deben crearse amplios espacios para la deliberación entre los ciudadanos sobre las cuestiones que les interesan, del tipo cabildos y asambleas locales.
Es necesario abrir nuevos cauces a la participación de la sociedad civil en la política.
Y debe eliminarse enteramente la pretensión de que los partidos sean las únicas asociaciones con derecho a hacer política, y que tengan en los hechos la exclusividad de la representación popular.
Es necesario facilitar la designación de candidatos directamente por los ciudadanos y la conformación de listas de candidatos independientes.
Es necesario que los partidos validen las candidaturas a los cargos de representación, no solamente a través de elecciones primarias, sino en igualdad de condiciones con los candidatos independientes. Ello implicaría que todo candidato a cargo de representación popular deba ser previamente validado por cierta cantidad de firmas de ciudadanos que apoyen sus postulaciones.
Avanzar en estas direcciones es urgente, pues la desafección de los ciudadanos con los partidos y la política pone en riesgo la democracia misma, al tiempo que la mantención del régimen de partidos políticos, que con justas razones comienza a ser llamada ‘partidocracia’, dificulta la integración y convivencia social, y desvía la política de su misión principal que es la construción del bien común.
¿Qué es ser políticamente independiente?
Examinemos la cuestión de los independientes y veamos qué papel pueden cumplir en la política. Porque ser independiente no es desinteresarse de la política ni carecer de ideas, opiniones e incluso de una ideología política.
Independiente es quien no se siente representado por ningún partido político; quien conserva su libertad de opción sin subordinarse a alguna organización jerárquica; y quien por razones personales, laborales, profesionales o culturales, no convierte la política en su profesión remunerada o en su actividad principal. En muchos casos, además, los independientes son hombres y mujeres valientes y luchadores, socialmente comprometidas con causas justas y nobles.
En estricto rigor, ser independiente es pensar con la propia cabeza, sentir con el propio corazón, y representarse a sí mismo. Ello los lleva a delegar su representación votando por personas que consideran capaces y justas, más que por partidos.
Sucede también, ocasionalmente, que los independientes decidan proponerse como candidatos a cargos electivos, y si les es permitido, unirse en listas de independientes, de modo que la votación de los ciudadanos no se diluya en una multitud de candidatos que les impediría resultar electos. Otros independientes, sin dejar de serlo, optan por encontrar cupos en partidos y coaliciones políticas cuya debilidad les obliga a aceptarlos.
Ahora bien. La formación de ‘listas’ de independientes que agrupan a conjuntos de ellos en una cierta identidad común, presenta dos caras. Por un lado, le da fuerza a los independientes al agruparse y fijar posiciones compartidas. Tiene también la ventaja de favorecer el debate, la reflexión, la búsqueda compartida de las mejores soluciones y decisiones frente a cada asunto. Pero al mismo tiempo, se desdibuja el hecho de la independencia de cada uno, generéndose, si bien no nuevos partidos políticos, algo que en cierto modo se les asemeja. Incluso se terminaría con la independencia si al interior de esas agrupaciones se establecieran jerarquías y se limitara la posibilidad de que cada uno decida libremente al momento de optar o votar en uno u otro sentido. La consecuencia de ello sería una pérdida de la capacidad del grupo de los independientes de ser representantes de la diversidad; el grupo mismo se orientaría a representar a un sector particular bien determinado; y la lista de independientes derivaría en una entidad cuasi-partidaria, con vocación de poder.
¿Es posible, y cómo, evitar o resolver esta contradicción entre ser independiente y ser candidato a un cargo político?
Ante todo es necesario decantar lo principal. Lo que los candidatos verdaderamente independientes y sus listas plantean, y lo que la multitud de ciudadanos independientes que los apoya desean, no es cambiar una clase política por otra, unas élites gobernantes por otra élite gobernante, sino avanzar decididamente hacia la supresión de la brecha existente entre las élites políticas y la ciudadanía, entre gobernantes que concentran el poder y gobernados que se subordinan pasivamente. Lo que se busca es ir decididamente hacia una nueva gobernanza, una nueva política, no partidista, no elitista, no fundada en el poder de una minoría sobre las grandes mayorías.
En este sentido, lo fundamental será buscar establecer mecanismos concretos y eficaces de democracia directa. Una fórmula posible, entre otras, es el mecanismo suizo de “democracia directa”, que puede adaptarse y aplicarse en cualquier país. En general los procedimientos de democracia directa constituyen una excelente alternativa por tres razones fundamentales: empoderan a la ciudadanía mayorítaria, limitan el poder de la clase política y de los partidos, y alinean las decisiones gubernamentales con la voluntad popular. Establecida en la Constitución, dicha democracia directa significaría un cambio radical en la organización política, profundamente democratizadora del poder.
Más allá de esto, es claro que los independientes electos y la ciudadanía que los apoya, aspiran a una transformación más profunda de la sociedad. Es posible transitar hacia un nuevo sistema económico, político y cultural, y aún más ampliamente, hacia una nueva civilización marcada por los valores del conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad, y por las fuerzas asociadas de los trabajadores, de los científicos, técnicos e innovadores, y de las comunidades populares asentadas territorialmente.
Los independientes activados políticamente tienen la posibilidad de dar representación a grandes e importantes sectores y fuerzas de la sociedad, y de encauzar procesos eficaces de transformación y de construcción de esa nueva economía, política y cultura. Ello no es fácil pero es posible. Supone un proceso de clarificación de ideas, y desplegar iniciativas que encaucen los procesos.
¿Cómo formar una identidad política colectiva no partidista entre independientes?
La cuestión que es necesario resolver teórica y prácticamente, que aparece como casi un oxímoron, es formar una conciencia y una voluntad política colectiva entre individuos que conservan su independencia y que no quieren ser un partido político más. Cómo generar una identidad política común, manteniendo la característica de ser independientes. Profundicemos la comprensión del problema antes de intentar resolverlo. Este tema, de evidente actualidad, es complejo y tiene varios aspectos.
Una identidad política compartida supone como mínimo tres cosas: un ideario común, un proyecto que incluya propuestas concretas, y algún nivel de organización para impulsar el ideario y el proyecto.
Comencemos abordando lo tercero, o sea algunas cuestiones sobre la forma posible de organización. Si bien desde una lógica deductiva pareciera que el modo de organización debiera examinarse y decidirse después de haber definido el ideario y el proyecto, en el caso de una organización de independientes, es anterior a ellos. Porque será la organización la que llegue, a través de un proceso, a definir el ideario y el proyecto.
Supongamos que un grupo de independientes que han experimentado un éxito electoral se plantean generar una organización más estable o permanente. Lo primero que debieran tener en cuenta es no olvidar que su éxito se ha debido, precisamente, al hecho de que se presentaron como independientes o en una lista de candidatos independientes; sus candidaturas se promocionaron y distinguieron por su carácter independiente. Los electores que votaron por ellos son independientes, y fue rechazando a los partidos y queriendo mantenerse ajenos al poder y a las lógicas partidistas, que eligieron estar representados por personas que percibían como parecidas a ellos, tan independientes y anti-partidos como son ellos.
En consecuencia, si los independientes electos o no, llegaran a formar un partido político, o algo que se parezca a un partido, con toda seguridad muchos de sus electores se sentirán defraudados y no volverán a darles su representación en futuras elecciones.
Un hecho relevante es que el ser independiente es ya una cierta identidad, si bien muy amplia y abarcadora de múltiples diversidades. En cambio, si el grupo de independientes derivara en unas posiciones políticas particulares muy definidas, inevitablemente verá reducida su representatividad. Podrán representar sólo a quienes adhieran a esa particular identidad. Ese grupo llegará, en otra elección posterior, a representar solamente a los que compartan esa identidad restrictiva.
Sin embargo, los independientes que quieren constituír una fuerza política no están necesariamente atomizados, ni deben atomizarse, y la ciudadanía independiente espera de ellos una participación coherente en el proceso político. De ahí surge la cuestión, no sencilla: ¿Cómo formar una conciencia y voluntad política colectiva entre independientes que no quieren ser un partido político más, ni dejar de ser independientes?
Ahora bien. En la actividad política, la tendencia a aglutinarse y a conformar organizaciones y colectividades estables es muy fuerte, casi inevitable, por el antiguo y siempre vigente principio de que ‘la unión hace la fuerza’. Pero hay que encontrar el modo en que la asociación o las asociaciones de los independientes se distancien enteramente de las formas partidistas de organización. No pueden, no deben, convertirse en partido político o en algo parecido a los partidos políticos, porque con ello se negarían a sí mismas y traicionarían a quienes los eligieron. Hay que encontrar, inventar, una forma diferente, nueva, de organización.
Lo que voy a proponer a la reflexión y a la consideración de los independientes que se planteen la formación de tal organización, se basa en la experiencia de las organizaciones económicas y sociales populares y de la economía solidaria. De esas experiencias de la economía popular y solidaria podemos extraer algunos aprendizajes interesantes.
El primero es la importancia del Factor C. Llamamos Factor C a la energía social que surge de la unión de conciencias, voluntades y emociones tras un objetivo compartido, manteniendo la individualidad y la libre elección de cada participante. Lo identificamos con la letra C, porque con esta letra comienzan muchas palabras que lo expresan: comunidad, compañerismo, comunicación, cooperación, compartir, común, y muchas otras que comienzan con el prefijo ‘co’, que significa estar juntos, hacer algo juntos. Y lo llamamos ‘factor’ porque es multiplicador. La unión de conciencias, voluntades y emociones multiplica el logro de los resultados que se quieren obtener; y multiplica la participación de las personas en el conjunto.
El Factor C opera de tres maneras. Una, es que potencia a cada persona que participa en el grupo. Quién está y se siente solo es débil, se desmotiva, se encierra en sus propios asuntos. Quién forma parte de un grupo cohesionado, amistoso, se siente fortalecido, se fortalece de hecho, actúa.
El segundo modo en que opera el Factor C es potenciando al grupo como tal. Mientras más unido, solidario, comunicado internamente, sea el grupo, su acción se refuerza. Un equipo de futbol con fuerte Factor C mete más goles, gana más partidos, que otro en que hay conflictos internos, y en que cada jugador compite con los otros por destacar como individuo. Lo mismo pasa en cualquirer tipo de organización.
El tercer modo en que el Factor C opera es por atracción. La amistad y compañerismo que se aprecie que existe en un grupo, motiva a muchos otros que se dan cuenta de ello, a integrarse a ese grupo. Mientras que si se ven conflictos y problemas internos, pocos querrán participar y formar parte de un grupo donde hay tanta competencia y problemas internos.
Téngase en cuenta que este Factor C es unión e integración en un colectivo, pero sin reducir ni socavar la libertad e independencia de cada participante. Pues, si se establecen limitaciones a la libertad de cada uno, estas tres maneras en que el Factor C opera se debilitan. Cada persona no se sentirá más fuerte, sino más débil, porque se sentirá obligado, limitado. El grupo mismo tendrá menor energías, pues habrá quienes se resten de la acción común por no sentirse libres. Y la atracción a los externos disminuirá, pues pocos querrán participar en algo que les vaya a reducir su libertad.
En resumen, en la organización que se cree tiene que haber y mantenerse mucha amistad, compañerismo, respeto mutuo, acogida, deseo de mantener la unidad, reciprocidad, comensalidad, convivencia, solidaridad interna.
Esto nos lleva a destacar otros aprendizajes que proporcionan las organizaciones económicas y sociales populares y la economía solidaria. En ella rige el principio de las “puertas abiertas”, que significa que hay libertad para ingresar, pero también para retirarse del grupo cuando se lo desee. Es importante que todo el que participe en un colectivo, o que se acerque para participar, sepa que puede retirarse en cualquier momento, sin que eso le signifique que será rechazado, considerado disidente, o traidor. Esto, que ocurre mucho en los partidos políticos, no debiera suceder en una colectividad de personas independientes, en una organización de independientes. Puertas abiertas, para entrar y para salir.
Un tercer aprendizaje importante de la economía solidaria se refiere a la gestión, o sea a la forma de dirección y conducción del colectivo. La dirección o gestión nunca es entendida como ejercicio de poder, sino como un servicio de coordinación.
Esto significa que no se establece una jerarquía, una distinción, ni menos una separación, entre dirigentes y dirigidos. No hay subordinación de unos a otros, sino que todos los participantes son iguales, y la organización es horizontal.
Puede haber cargos de responsabilidad, pero estos están sujetos a la voluntad general del grupo, de modo que quienes ejercen esas funciones y responsabilidades pueden ser reemplazados por decisión mayoritaria del grupo en cualquier momento.
Y además, se busca que opere la rotación de las responsabilidades y cargos de representación. Así se evita que se concentre el poder en un grupo dirigente que se burocratice y cristalice; y además, se logra una mayor participación, y constante aprendizaje de todos los que van rotando en las diferentes funciones.
Especialmente importante es que no exista un ‘vocero’ oficial, como suelen tenerlo los partidos. Todos los integrantes del colectivo son voceros, o sea, todos pueden expresar públicamente lo que piensan. Lo único ‘oficial’ del colectivo, que será comunicado de modo formal y público, será aquello que se acuerde colectivamente como resultado de una deliberación democrática.
Otro elemento esencial - demás está abundar en ello porque es evidente - es la total transparencia de ingresos y gastos, incluyendo el conocimiento público del origen o fuente de los ingresos, y el destino de cada peso que se emplee.
Estos son algunos principios y criterios generales de organización que hemos aprendido en las organizaciones económicas y sociales populares y en la economía solidaria. Su aplicación práctica en una organización política formada por independientes requiere considerar más concretamente, primero, quiénes son y cómo son esos independientes que se han activado o que se están activando políticamente; y cuál ha sido el proceso que los ha llevado activarse y movilizarse políticamente.
La activación política de los independientes como proceso social.
En Chile, como en varios otros países latinoamericanos, al calor y el fragor de protestas y reivindicaciones sociales, se ha venido generando una importante energía social, que se ha expresado en innumerables manifestaciones públicas masivas contra el sistema económico, el gobierno y la clase política, y en las que han participado distintas causas ciudadanas que convocan a mucha gente; la inmensa mayoría personas independientes, muchos activamente anti-partidos, otros que pasivamente desconfían de la élite política que perciben como corrupta, subordinada al sistema, e injustamente privilegiada.
En ese contexto ha sucedido algo que desde la Ciencia de la Historia y de la Política se podía perfectamente anticipar. Se trata del surgimiento, desde varios centros de iniciativa, de la voluntad o aspiración a generar algunas entidades u organizaciones políticas, no ya coyunturales sino permanentes, para hacer política y participar en los procesos electorales futuros.
A estos procesos los identificaremos como ‘la activación política de los independientes’. ¿En qué consisten, y en qué condiciones se verifican esos procesos?
Un concepto que sirve para comprenderlo lo tomamos de Albert Hirschman, quien después de recorrer e investigar la trayectoria de muchas organizaciones económicas y sociales populares y solidarias de América Latina, formuló la que llamó “Ley de Conservación y Transformación de la Energía Social”.
Lo que afirma esta ‘ley’ es que, cuando se forma una agrupación o fuerza social consistente en torno a cierto objetivo compartido, cualquiera sea el carácter de ese objetivo, se genera en torno a él una energía humana colectiva, que se potencia en el curso del proceso orientado a lograr ese objetivo.
Lo que descubrió Hirschman es que, cuando el grupo así formado logra cumplir su objetivo, esa energía social no se pierde, no se diluye o disuelve, sino que se conserva latente, hasta que surge desde el interior del grupo otro objetivo que lograr, en torno al cual se moviliza la energía social ya constituida. Así, la energía social se transforma, en el sentido de generar una dinámica social diferente que da lugar a alguna forma de organización nueva, en pos del nuevo objetivo.
A lo observado por Hirschman podemos agregar que también si el objetivo inicialmente perseguido se haya frustrado, puede suceder que la energía social previamente constituida se conserve latente y resurja después transformada y reorientada hacia un objetivo o causa diferente.
Ahora bien, cada caso de activación política es singular y depende de múltiples circunstancias. De hecho, existen agrupaciones de independientes que han alcanzado protagonismo en la política al punto de que los partidos se planten acercarse a ellos con la intención de representarlos, o sea de conseguir sus votos, tal como antes se planteaban representar a la gente ‘de centro’, o a las ‘clases medias’. Pero ¿quiénen son esos independientes que se activan políticamente?
Por de pronto, siempre se han manifestado políticamente, sea votando en las elecciones como dejando de participar en ellas, que es también una manera de expresarse. Son una multitud, ampliamente mayoritaria, y configuran una realidad social que al expresarse políticamente lo hace de modo muy diverso, plural.
Ser independiente no es desinteresarse de la política ni carecer de ideas, opiniones e incluso de una ideología política. Independiente es quien no se siente representado por ningún partido político; quien conserva su libertad de opción sin subordinarse a alguna organización jerárquica; y quien por razones personales, laborales, profesionales o culturales, no convierte la política en su profesión remunerada o en una actividad a la que dedique tiempo y recursos..
Muchos independientes son personas comprometidas con causas sociales y culturales justas y nobles, como son el desarrollo de microempresas, el feminismo, el ambientalismo, el ecologismo, el solidarismo, el ‘buen vivir’, libertarios, cooperativistas, de los pueblos originarios, de las tecnologías libres; defensores del agua, de las cuencas y de los humedales; grupos culturales que expresan el arte y el sentir popular y callejero, promotores de la descentralización, defensores de los territorios locales, etc. Hay, entre los independientes, un relevante sentimiento anti-elitista, un pensar que la realidad económica vigente no es buena, y que el sistema político de partidos está viciado y es corrupto. Ello los motiva a manifestarse y actual.
En estricto rigor, ser independiente es pensar con la propia cabeza, sentir con el propio corazón, y representarse a sí mismo. Los independientes están dispuestos a delegar la propia representación política en personas que aprecian porque los consideran afines a su propia situación económico-social, experiencia y modo de sentir y de pensar, y no ya más, en un partido político. Por todo eso, la representación política de los independientes es algo que nadie puede dar por adquirido. A los independientes hay que conquistarlos, si se quiere representarlos políticamente.
Para entender este fenómeno socio-económico-político conviene enmarcarlo en unos procesos sociales e históricos más amplios, que si bien han tenido manifestaciones diferentes en los distintos países, tienen mucho en común. Nos referimos a los procesos que se originaron con la ruptura histórica y cultural que significó el establecimiendo del modelo económico neo-liberal y la consiguiente reducción de las funciones económicas de los Estados, lo que modificó profundamente la estructura social de los países.
Antes del establecimiento del neo-liberalismo, la política y los Estados eran más poderosos y marcaban muy fuertemente la vida de las personas y grupos sociales; los políticamente independientes eran pocos, porque la vida y la cultura estaban altamente politizadas. En aquella estructura social destacaban dos grandes sectores: la de los propietarios de los principales medios de producción, industrial, comercial y agrario (que los marxistas llamaban impropiamente ‘la burgesía’); y la de los asalariados, obreros, empleados y campesinos, considerados el mundo popular, llamados también impropiamente ‘el proletariado’). Este sector de los asalariados incluía también a los empleados de las empresas públicas y de los servicios estatales, que en su gran mayoría tenían sueldos muy bajos. Por cierto, existían también lo profesionales, los artesanos, los intelectuales y otras categorías sociales menores (que los marxistas llamaban impropiamente ‘la pequeña burguesía’). Pero la inmensa mayorías se consideraba formando parte de aquellos dos grandes sectores principales. Y prácticamente todos participaban activamente en la política, porque en la política se jugaban las relaciones de fuerzas entre esos tres sectores, y sus intereses eran favorecidos o reprimidos según qué partidos políticos gobernaran.
Cuando se instauró el modelo neo-liberal sucedieron cosas que cambiaron fuertemente la estructura social tradicional del país. La reducción del tamaño del Estado y la privatización de las empresas públicas, el término de las políticas proteccionistas y la apertura al mercado externo (que significó que las empresas nacionales debían competir con las importaciones sin tener las protecciones arancelarias y el alto valor del dólar), muchísimas empresas nacionales quebraron y se produjo una gran desocupación de la fuerza de trabajo asalariada, tanto del aparato estatal como del sector privado.
En esas condiciones, perdidos los medios de vida de numerosos asalariados, enfrentados grandes sectores populares a un problema de subsistencia, se verificó un proceso multifacético de ‘activación económica’ del mundo popular. Verdaderas multitudes generaron iniciativas económicas informales de carácter individual o familiar; se multiplicaron los trabajadores por cuenta propia; también se crearon organizaciones económicas asociativas y solidarias; surgieron numerosos pequeños negocios, microempresas y pequeñas empresas; se iniciaron experiencias de economías alternativas, basadas en antiguas y en nuevas tecnologías.
Con esas actividades mucha gente dejó de asociar su destino personal y familiar a la política. Ocurrió esto porque esas actividades económicas son exigentes en cuanto a la dedicación del tiempo, de la mente, de la voluntad y del corazón; y porque en los hechos el destino personal y familiar de quienes despliegan esas iniciativas ya no dependía del Estado y de la política, sino mucho más del logro que alcancaran en esas actividades económicas, y mediante las oportunidades de educación a las que empezaron a acceder.
Así se fue configurando esa realidad de ser ‘políticamente independiente’, que en una primera fase puede también entenderse como un proceso de desmovilización política.
Con el tiempo ese desapego ha dado lugar a la difusión de posiciones y actitudes ya directamente anti-partidos, al observarse y tomarse conciencia del lamentable desempeño de la clase política y de los partidos, con su corrupción, sus privilegios injustificables, su frivolidad farandulesca, y su distanciamiento del pueblo.
Todo esto se conecta con el reciente proceso que hemos denominado ‘la activación política de los independientes’. ¿Por qué un sector importante de esos grandes grupos sociales que no dependen del Estado, se han activado ahora políticamente? Convergen para ello varios procesos.
Por un lado, los partidos y el Estado han ostigado y dificultado el desarrollo de las iniciativas económicas independientes mediante las cuales esos sectores sociales (no-asalariados ni dependientes del Estado) han buscado progresar y mejorar su calidad de vida. El Estado, los gobiernos y muchas municipalidades, han perseguido activamente a la economía informal y al trabajo por cuenta propia, del que vive, o que obtiene ingresos, al menos un 30 % de la población.
Por otro lado, el Estado ha buscado extraer riqueza para sí, de las micro y pequeñas empresas, agregándoles impuestos y ejerciendo control informático para que no haya evasión de ellos. Con nuevas regulaciones al comercio, con más complejas exigencias de contabilidad, con el aumento del sueldo mínimo, muchas pequeñas unidades económicas se tornan inviables o perciben mayores riesgos de fracasar. Y si se les ha facilitado el crédito en la medida en que se formalicen, esos mismos créditos no constituyen en realidad una ayuda sino más bien una pesada mochila que se les agrega.
Un tercer factor del descontento de los sectores sociales independientes respecto a la clase política lo constituyen las reformas educacionales promovidas por los gobiernos con el concepto de la gratuidad, pero que esos sectores sociales perciben como de ‘nivelación hacia abajo’. Observan, en efecto, que ese medio de progreso en el que creyeron y por el cual estuvieron dispuestos a gastar e invertir por sus hijos, se les ha cercenado como tal, porque para progresar no les sirve una gratuidad niveladora hacia abajo.
Por todo lo anterior sienten que eso que han construido con inmenso esfuerzo en cinco, en diez, en veinte, en treinta años, no se lo dieron los políticos, por más que algunos de estos quieran atribuirles a sus políticas económicas y sociales el haber desarrollado la economía y mejorado las condiciones de vida de la gente. No, ellos, los independientes, se lo construyeron solos, incluso contra el sistema neo-liberal y a pesar de los obstáculos que les ha puesto el Estado y la clase política. Y ahora ven que sus logros están amenazados por esos políticos que prometen y ofrecen lo que no pueden dar. Y finalmente, la pandemia con el cierre obligado de las actividades y la represión consiguiente, vino a completar el descalabro.
Toda esa gente que se había activado económicamente ha aprendido bastante de economía, y sabe o intuye que el Estado no les solucionará sus problemas ni les facilitará un camino de progreso personal y familiar. Por ahora, mientras se puede, por cierto exigen subsidios y beneficios del Estado, y quieren la devolución de sus ahorros previsionales, y esperan que no les suban sino que incluso les reduzcan los impuestos, porque intuyen y saben que su futuro no depende de un Estado que los subsidie permanentemente, y de unas políticas públicas falaces e insostenibles en el tiempo.
Esta realidad y proceso que llamamos de activación ‘política’ de los independientes, que antes se habían activado económicamente, tiene por un lado un carácter defensivo respecto del Estado y de los partidos que los han ostigado; y tiene al mismo tiempo un carácter ofensivo, en cuanto de algún modo busca cambiar a la clase política, reducir el poder de los partidos, y de un modo aún no muy definido, impulsar un cambio profundo tanto en el sistema político como en el modelo económico.
Surge del análisis expuesto una nueva pregunta:
¿Pueden los independientes activados políticamente transformar la economía y la política?
Hay importantes razones que llevan a pensar que, en realidad, sólo los independientes activados económica y políticamente pueden impulsar y realizar verdaderos cambios estructurales.
Los no-independientes, esto es, los dependientes, no pueden impulsar ni realizar transformaciones profundas, precisamente porque son dependientes, subordinados. Ellos dependen vitalmente, existencialmente, de que continúe funcionando el sistema político y económico existente. Pueden exigir, aspirar a mayores beneficios, pero dentro del orden establecido. Los asalariados dependen de que las empresas y quienes les pagan sus salarios sigan funcionando. Los partidos políticos y sus militantes dependen de que la política continúe siendo partidista, que la partidocracia siga vigente, y que el Estado se mantenga poderoso. Podrán impulsar cambios menores, exigidos y presionados por los ciudadanos, pero nunca irán más allá de reformas muy parciales, llegando a poner en riesgo sus privilegios y su poder.
Para impulsar cambios profundos en la economía y en la política, es necesario disponer de capacidades de subsistencia propias, de actividades económicas que permitan subsistir, desenvolverse y progresar sin depender de un empleador externo, y de un Estado que les provea la subsistencia.
Pero no basta tener esa independencia para impulsar y realizar eficazmente transformaciones económicas y políticas profundas. Es necesario que esas multitudes de independientes activados políticamente lleguen a constituir una gran fuerza política organizada y provista de un proyecto transformador viable y convincente. ¿Cómo puede esto suceder?
Para comprender el surgimiento de una fuerza política nueva, transformadora y autónoma, nos serviremos de unos conceptos elaborados por Antonio Gramsci. Señala este autor que un partido, movimiento u organización política no es algo que se invente artificialmente, por decisión de alguna persona o grupo de personas que se proclamen líderes o portadores de un proyecto político nuevo. Es cierto que hay circunstancias, personas carismáticas y eventos sorpresivos que dan lugar a fenómenos políticos de alto impacto; pero aunque parezcan socialmente atractivos y resulten movilizadores en una determinada coyuntura, tendrán una vida efímera y se desinflarán con la misma velocidad con que surgieron, de no mediar otras dinámicas.
La historia enseña que las organizaciones políticas capaces de perdurar y de crecer en el tiempo, se originan en procesos sociales que responden a necesidades y problemas reales que han afectado durante largo tiempo a grandes grupos sociales, hasta que se movilizan multitudinariamente para expresar sus aspiraciones y demandas de solución.
Pero no bastan esas movilizaciones masivas, pues también pueden agotarse rápidamente y ser reabsorbidos, si no ofrecen vías efectivas de solución a los problemas y situaciones que levantan. Para que se forme una organización política permanente, es necesario que esas multitudes encuentren y se conecten de algún modo, con elaboraciones intelectuales de alto nivel que, habiéndose adelantado a su tiempo y comprendiendo la situación histórica y la naturaleza real de esos problemas y necesidades sociales, hayan elaborado respuestas y proyectos que efectivamente podrían resolverlos. Faltando un proyecto claro, movilizador y eficaz, el movimiento se irá diluyendo y será reabsorbido por las dinámicas del sistema existente.
Un movimiento político requiere que multitudes de personas experimenten necesidades y problemas que los movilicen exigiendo soluciones, y altos intelectuales y pensadores que formulen las respuestas y soluciones que podrían resolver esos problemas, no en forma voluntarista y engañosa, sino real y efectiva.
Se requieren las dos dinámicas, complementarias y convergentes. Una dinámica que parte de las bases sociales que se movilizan y luchan por sus problemas y necesidades insatisfechas; y otra dinámica que parte de intelectuales que se adelantan a su tiempo proponiendo las transformaciones que resuelvan los problemas y atiendan las necesidades del pueblo, y que por eso van en busca de las fuerzas de base que sean las portadoras políticas de esas soluciones y proyecto.
Sostiene Gramsci que cuando se dan esos dos elementos, surge casi espontáneamente un tercero, también necesario, a saber, los organizadores que le dan forma al movimiento, partido o asociación política. Esos organizadores podrán hacerlo, en la medida en que estén en contacto directo con las bases sociales, y en que conozcan y hayan interiorizado las ideas y proyectos orientados a resolver esos problemas y necesidades sociales. Esos organizadores son quienes establecen el nexo entre ambos elementos, las necesidades y bases sociales, y los idearios y proyectos que puedan canalizar a esas fuerzas que perciben que por ahí encuentran una vía de solución a sus problemas y necesidades.
Volvamos ahora sobre conceptos expuestos anteriormente, que a la luz de estas nuevas ideas adquieren un significado más amplio y profundo. Partimos de la ‘activación económica’ de los sectores populares, que se manifiesta en la gran expansión que han tenido el trabajo por cuenta propia informal o formal, los pequeños negocios, los emprendimientos familiares y asociativos, las micro y pequeñas empresas, y el ejercicio independiente de variados oficios y profesiones, facilitados por la Internet.
Observamos que esas personas que son capaces de generarse por sí mismos los medios de subsistencia y progreso, como no dependen de un empleo público ni de un trabajo asalariado, son bastante independientes tanto respecto del Estado como del gran capital privado. De hecho, no esperan del Estado subsidios ni privilegios, sino que cumpla sus funciones de proteger de la delincuencia, garantizar la propiedad y los contratos, controlar la inflación, y otorgar buenos servicios públicos de salud, previsión y educación. Para todo lo demás, confían en sus propias capacidades y en la posibilidad de acrecentarlas mediante la educación. Por ello, durante décadas participaron muy poco en la política, caracterizándose como políticamente independientes.
Esos vastos sectores ciudadanos, precisamente por ser económica y políticanente independientes, son fuertes y si se organizan y empoderan, tendrían la posibilidad de impulsar y de actuar procesos estructuralmente transformadores tanto del modelo económico como de la institucionalidad política del país. Comprenden más o menos claramente, que podrían hacerlo a través de su participación activa en la política.
Son, en realidad, los únicos que pueden hacerlo, si llegaran a constituir una gran fuerza organizada. Pero esto requiere que transiten desde la situación de independencia a la condición de AUTONOMÍA, a través de un proceso cultural, cognoscitivo y organizativo.
¿Cómo se construye la autonomía y se crea una gran fuerza transformadora desde los independientes?
¿En qué consiste la autonomía? Recurrimos nuevamente a Antonio Gramsci para explicarlo. Sostiene este gran pensador político italiano que todo movimiento capaz de transformar la economía y la política, pasa normalmente por tres etapas o fases que lo convierten, finalmente, en imbatible.
La primera etapa es la de separación o independencia. Es la fase en la cual dejan de sentirse parte del orden establecido, se van separando de él, y adquiriendo progresivamente la capacidad de decidir por sí mismos y de auto dirigirse. En nuestro análisis, sería la fase de la ‘activación económica’ de esos grandes sectores populares y medios al que nos referimos. Esta activación económica constituye ya un cambio social importante, en cuanto con ella se crea y crece un grupo o categoría social que comienza a no depender ni estar subordinado al gran capital y al Estado.
La segunda etapa, dice Gramsci, suele ser de antagonismo contra el sistema del que esas personas y grupos quieren separarse, y que sienten como opresor en cuanto les dificulta ser lo que aspiran, y vivir en la sociedad que quisieran. Este antagonismo se manifiesta a menudo en posiciones anti-sistemas, y más específicamente, anti-capitalistas y anti-partidistas, en cuanto perciben que quienes los oprimen y dificultan desarrollarse, son el gran capital privado, en lo económico, y el partidismo o ‘partidocracia’, en lo político. Me parece que con alta aproximación esta segunda etapa corresponde al proceso que hemos llamado de ‘activación política’ de los independientes.
Sostiene Gramsci que esta fase del antagonismo es insuficiente para realizar transformaciones que verdaderamente cambien las estructuras económica y política, porque el antagonismo implica cierto grado de subordinación respecto de aquello que se combate.
Quien es anti-capitalista y anti-partidista, se está todavía definiendo a sí mismo por aquello contra lo cual lucha. Aún no tiene un proyecto propio, que exprese sus intereses y sus ideas en forma positiva. Se es ‘anti’, se lucha ‘contra’ lo existente, contra lo viejo, sin que todavía se actúe construyendo lo nuevo.
Y es ahí donde Gramsci plantea la necesidad de una tercera etapa, que consiste en el tránsito desde la independencia hacia la autonomía.
Se es autónomo cuanto se tiene un proyecto propio, coherente y consistente, realista y eficazmente creador de la nueva economía y de la nueva política.
Cuando se está ‘en contra’, en el antagonismo, todavía se teme la reacción del adversario que lo puede vencer y cooptar o subordinar, porque careciendo de la capacidad de proponer y de iniciar la creación de la alternativa al orden existente, la sociedad, la economía y la política deben seguir funcionando, pues a nadie sirve realmente la desorganización, la perpetuación del conflicto y el posible caos.
Alcanzar la autonomía es llegar a ponerse en una posición superior, y ser capaz ya no solamente de impedir ser absorbido, sino de integrar al propio proyecto a crecientes sectores de la sociedad, que todavía se encuentran subordinados al gran capital y al régimen partidista.
La pregunta clave es, entonces, ¿cómo se alcanza, cómo se construye la autonomía?
La respuesta que da Gramsci es que la autonomía se construye en un proceso de carácter intelectual y cultural, por el cual se llega a ser capaz de comprender la complejidad de la realidad, en este caso, económica y política, y a partir de ello, elaborar y proponer un gran proyecto transformador, mediante la construcción de una nueva economía y de una nueva política.
Ello requiere que los sectores sociales, primero ‘activados económicamente” y luego ‘activados políticamente’, vivan un tercer proceso que podemos llamar de ‘activación cultural e intelectual”, o sea de expansión del conocimiento y de las capacidades de elaboración del proyecto alternativo, y de su comunicación y difusión.
Lo cual no es sencillo, atendiendo a la complejidad de los problemas reales y actuales que afectan a la sociedad y a la humanidad entera. Los problemas del medio ambiente y la ecología; de la pobreza, la inequidad y la desigualdad social; del trabajo y la economía; de la organización institucional y política del Estado; de la articulación entre los valores de la libertad, la justicia y la solidaridad; constituyen cada uno de ellos un inmenso desafío, y mayor aún es el desafío cuando comprendemos que todos esos elementos se encuentran relacionados e imbricados, estando recíprocamente afectados.
Las soluciones económicas deben tener en cuenta su viabilidad política, y al mismo tiempo las exigencias de la ecología y el ambiente, la realidad de la pobreza y la inequidad, los problemas del empleo y el trabajo; las libertades que no deben resultar cercenadas, junto con las necesidades de justicia, integración y solidaridad social.
Y es aquí donde los grupos sociales independientes, activados económica y políticamente, requieren desplegar ampliamente el aprendizaje y el conocimiento de la realidad y de sus potencilidades.
Pero no de manera dependiente de las ideas y disciplinas desarrolladas por los economistas y sociólogos cuyas disciplinas no tienen la capacidad de comprender la complejidad de los problemas, ni de proyectar eficazmente las respuestas y soluciones adecuadas.
El proceso de conquista de la autonomía requiere encontrarse con las nuevas elaboraciones científicas y filosóficas comprensivas de la complejidad, que son portadoras de nuevos paradigmas, y que apuntan a resolver los problemas con base en experiencias prácticas y alternativas concretas que se están desplegando en muchas partes del mundo.
En este sentido es promisorio que en el proceso de activación política de los independientes participen y converjan muchas y diversas causas: ecologistas, ambientalistas, feministas, libertarios, cooperativistas, del buen vivir, de los pueblos originarios, de las tecnologías libres; defensores del agua, de las cuencas y de los humedales; grupos culturales que expresan el arte y el sentir popular y callejero, promotores de la descentralización, defensores de los territorios locales, etc.
Las conexiones entre esas diferentes causas han de darse en los procesos prácticos de la activación política de los independientes; pero, para que esos vínculos adquieran consistencia, y para que las diversas causas se enriquezcan en el mutuo reconocimiento, y avancen hacia la autonomía en los términos explicados, es preciso que sus convergencias, integraciones y complementariedades sean elaboradas conceptualmente.
En tal dirección están los aportes epistemológicos y científicos de las ciencias comprensivas de la diversidad y la complejidad. Y también la concepción o ideología solidarista, que propone un modelo triangular, que permite entender y proyectar la economía, la política y la cultura, sustrayéndolas del rígido esquema o eje bi-polar de izquierda y derecha, capitalismo y estatismo, que ha predominado hasta ahora. Esas concepciones bi-polares y polarizantes ya no sirven, ni para comprender la diversidad y pluralidad de la realidad social, ni para proyectar y proponer soluciones a los grandes problemas reales y actuales de la economía y la política.
Las ciencias comprensivas de la complejidad, y el enfoque triangular que además del Estado y del gran capital privado reconoce a la ciudadanía mayoritaria y a las experiencias populares y solidarias como una tercera dimensión y componente de la realidad económica y política, facilitan abrir el conocimiento y potenciar los procesos, tanto de lo que está naciendo desde la base de la realidad social, desplegándose en múltiples lugares y de muchas formas; como también de lo que está surgiendo, simultáneamente, desde las más encumbradas elaboraciones filosóficas y científicas.
Desde ambos procesos creativos se avanza y transita hacia la autonomía. En el encuentro de ellos se abren nuevas formas de organización y de acción transformadora, coherentes y eficientes.
¿Cómo puede ser una organización política de los independientes que actúe eficazmente en la transformación social deseada por ellos?
Ya nos referimos a este tema al nivel de principios y criterios generales, y ahora examinemos los modos de aplicarlos con eficacia y coherencia en una organización política.
El principio y criterio central es que la conducción, dirección y gestión de la organización de los independientes no puede ser entendida como ejercicio de poder, sino como un servicio de coordinación. Esto implica que en la organización no se establece una jerarquía, una distinción ni menos una separación, entre dirigentes y dirigidos. No hay subordinación de unos a otros, sino que todos los participantes son iguales, y la organización es horizontal.
Esto resulta bastante evidente e intuitivo apenas nos damos cuenta de que un independiente es, por definición, una persona que no se subordina, alguien que quiere mantener su independencia y que aspira a la autonomía económica, política y cultural.
Pues bien, la única forma de organización horizontal que se conoce es la organización reticular, esto es, la formación de redes que no tienen un centro superior determinado, sino múltiples centros de información, de iniciativa y de actividad, estando enlazados unos con otros formando una malla de relaciones libremente establecidas. La organización en red apunta a que cada uno de sus integrantes sea un centro, o como suele decirse, un ‘nodo’ que establece con los otros nodos, enlaces y relaciones asociativas no jerárquicas.
Unos nodos pueden ser más fuertes y consistentes que otros, pero no porque se imponen sobre los demás, sino porque mantienen más relaciones, entregan mejores informaciones, despliegan iniciativas y acciones que convocan a más integrantes de la red que se vinculan con ellos. Pero en la red, todos tienen la misma oportunidad de hacerlo, de establecer más y mejores vínculos, no por imposición, sino por atracción, o sea, porque las informaciones e ideas, iniciativas y propuestas que ofrecen o que presentan, resultan atractivas, convincentes, convocantes.
Es importante que vayamos a fondo en la comprensión de la racionalidad de esta forma de organización aplicada a la política, y de por qué la organización reticular es la que mejor corresponde al modo de ser de los independientes, y a la autonomía a que aspiran esos sectores sociales económica y políticamente activados. Tenemos que comprender también las razones de que sea una forma particularmente exitosa de organización política, y ver los modos en que puede ser perfeccionada.
El modo de organización reticular es el más acorde con el modo de ser de los independientes, y el más coherente con su composición social y cultural. Si la organización no correspondiera al modo de ser de los independientes y a sus objetivos, ellos no la sentirían como propia y no la apoyarán.
La forma de organización coherente con el ser independientes es la autopoiesis, o sea la auto-organización, e implica horizontalidad en el sentido de que todos y cada uno de los participantes se ponen en condiciones de igualdad, sin jerarquías que por definición implican fijar diferencias entre dirigentes y dirigidos, dominantes y subordinados.
Como ya dijimos, la organización política en red tiene que ser ‘de puertas abiertas’. Cualquiera de sus integrantes puede invitar a otras personas a integrarse, con el sólo procedimiento de establecer con ellas un enlace, el que siendo aceptado permitirá al recién ingresado comenzar a interactuar con otros, constituyéndose como un nuevo nodo en la red.
Pero tal integración requerirá que la persona se presente a los demás, que explicite lo que es, lo que quiere, las experiencias que tiene. Así, quienes se interesen por vincularse a él aceptarán contartarlo, o activamente les propondrán quedar enlazados.
Quienes participan en una red, quieren naturalmente ampliar y expandir en ella su propia presencia, para lo cual se esforzarán en plantear ideas, hacer propuestas, convocar a iniciativas, impulsar acciones, que convoquen al mayor número de integrantes de la red. De ahí deriva su extraordinaria fuerza transformadora. Al revés, si una persona no interviene en la red, no se relaciona, no propone, no actúa, irá quedando al margen por la sencilla razón de que los otros no se interesarán en mantener activas las relaciones con ella.
En el lenguaje de las redes suele decirse que un nudo tiene mayor o menor ‘anclaje’ que otros, siendo los anclajes los puntos de activación y de destino de los ‘enlaces’ que establezca cada nodo. Los enlaces son activados por los nodos, y pueden apuntar tanto a uno, a varios, o a todos los nodos de la red, según los contenidos de la información que proporcionan. Así la red va configurando relaciones asociativas horizontales, activas y que se expanden constantemente.
Por eso es decisivo precisar que, en la lógica de los independientes, el objetivo político no puede ser la conquista del poder para un determinado grupo particular, que es lo que persiguen y hacen los partidos políticos. El objetivo coherente con la condición de los independientes activados económica y políticamente, no puede ser la conquista del poder para un grupo, porque el ejercicio del poder es, por definición, hacer que se realice la voluntad de los que mandan, o sea, implica subordinar, quitar independencia a las personas. Ello es la negación misma del ser independientes y autónomos. En este sentido es necesario distinguir entre poder, que las redes rechazan, y fuerza transformadora, que las redes potencian, generando empoderamiento ciudadano.
Lo que quieren y buscan los independientes es que la organización económica y política de la sociedad facilite su modo de ser y de vivir, y que más personas y ciudadanos lleguen también a ser independientes y autónomos, económica, política y culturalmente.
El objetivo político de una organización con base social en los independientes será la distribución social del poder. La transformación que desean y buscan los independientes, conforme a su propio modo de ser, se orienta hacia la democratización y ciudadanización del Estado y de las instituciones. No a conquistar el poder, sino a ciudadanizar el poder, a desconcentrarlo, a distribuirlo socialmente, a empoderar a la gente.
Que el objetivo no sea conquistar el poder no implica dejar de participar en las elecciones de las autoridades políticas, presentando candidatos a los diferentes cargos legislativos y de Gobierno en sus diferentes niveles, y hacienso campañas para apoyarlos. Pero esta participación electoral, así como la presencia de los independientes electos en el Parlamento, las Gobernaciones, Alcaldías e incluso en la Presidencia, no es el objetivo de la organización sino uno de los medios para facilitar y lograr los objetivos de la red. Los candidatos no serán seleccionados por algún grupo dirigente, sino que serán aquellos que en la red alcancen mayor ‘anclaje’, o sea, más adhesiones entre todos los participantes en la red, que de ese modo resultará mejor representada en los procesos electorales.
En esa dirección, las redes pueden ser poderosamente incidentes sobre las estructuras económicas y políticas, porque son plurales, acogen la diversidad, y se constituyen mediante la agregación de conciencias y de voluntades libres tras objetivos compartidos. Si un partido con organización jerárquica puede llegar a integrar a algunos miles de militantes disciplinados, las redes pueden convocar e integrar a millones de personas que sienten y piensan, que deciden, participan y actúan. Además, esta forma de organización tiene un alto potencial para realizar tareas de forma colaborativa.
En la organización reticular las decisiones y las acciones son coordinadas mediante persuación y acuerdos, basados en una comunicación fluida entre los componentes, y no impuestas por determinación de un poder central que discipline jerárquicamente al resto.
En el mundo actual, y en la civilización que está naciendo, la forma de organización en redes es cada vez más popular, y se aplica en diversos órdenes de cosas: en la educación, en las empresas, en las relaciones comerciales, en la política, en las comunicaciones, etc. Las nuevas tecnologías favorecen muchísimo la organización reticular y la coordinación horizontal; pero estas tecnologías no son las únicas ni exclusivas, pues antiguas tecnologías y formas de comunicación y de encuentro entre las personas y los grupos son también necesarias y muy convenientes para el desarrollo reticular, especialmente para formar y desarrollar el ‘factor C’.
La organización reticular en su despliegue y desarrollo puede alcanzar dinámicas diversas y gran complejidad. Surgirán al interior de la red agrupamientos por especializaciones temáticas, distinción de funciones, diversificavión de intereses e ideas; pero sin que se verifiquen exclusiones sino al contrario, favoreciendo la comunicación entre ellas, pues en la red quedarán todos conectados, comunicados e integrados en algún nivel.
Así, en una organización política en red de los independientes activados económica, política y culturalmente, se formarán bastante espontáneamente, por multiplicación de enlaces entre personas y nodos, asociaciones de personas especialmente interesadas en coordinarse en torno a, por ejemplo, el emprendimiento, la ecología y el ambiente, el feminismo, la defensa del agua y de las cuencas, el desarrollo local, la pobreza y la desigualdad, los pueblos originarios, la educación escolar y la universitaria, los temas de la salud, de las pensiones, etc.
El proceso organizativo tenderá a constituir una red llamada técnicamente ‘de matriz compleja’, que asume la complejidad que es propia de organizaciones que deben ofrecer respuestas a los más variados tipos de situaciones y problemas que se dan en la sociedad.
Y simultámente con este proceso de diferenciación temática se verificará la tendencia a consensuar los principios y criterios generales del movimiento, y su aterrizaje en un proyecto compartido. Esto como efecto del proceso a través del cual los sujetos activados económica y políticamente transitan por la tercera fase de su desarrollo hacia la autonomía, que llamamos de activación cognoscitiva y cultural.
Un proceso de conquista de la autonomía que requiere encontrarse con las nuevas elaboraciones científicas y filosóficas comprensivas de la complejidad, que son portadoras de nuevos paradigmas, y que apuntan a resolver los problemas con base en experiencias prácticas y alternativas que se están desplegando en muchas partes del mundo.
Proceso en el cual convergen diversas causas: empresarismo, ecologismo, ambientalismo, feminismo, liberalismo, cooperativismo, del buen vivir, de los pueblos originarios, de las tecnologías libres; defensores del agua, de las cuencas y de los humedales; grupos culturales que expresan el arte y el sentir popular y callejero, promotores de la descentralización, defensores de los territorios locales, etc.
Las conexiones entre esas diferentes causas se dan, de hecho, en los procesos prácticos de la activación política de los independientes; pero, para que esos vínculos adquieran consistencia, y para las diversas causas se enriquezcan en el mutuo reconocimiento, y avancen hacia la autonomía en los términos explicados, es preciso que sus convergencias, integraciones y complementariedades sean elaboradas conceptualmente.
En tal dirección están los aportes epistemológicos y científicos de las ciencias comprensivas de la diversidad y la complejidad.
Y si, como la ciencia de la historia y de la política enseña, los grandes movimientos ideológicos y las organizaciones políticas surgen al calor de procesos de movilización social multitudinaria, es muy probable que pueda gestarse una nueva fuerza, un tercer actor y sujeto político, no capitalista ni estatista, o más bien post-capitalista y post-estatista, que pudiera ser el solidarismo si éste logra articular un pensamiento económico y político coherente que dé sentido y proyección a esa multitud de independientes que se han activado políticamente y que requieren y buscan representación.
Luis Razeto
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