LA CIVILIZACIÓN SE ASIENTA SOBRE LAS EXIGENCIAS Y EL FERVOR DEL TRABAJO.
Y en el curso de mis largos paseos he comprendido que la calidad de la civilización no se asienta sobre la calidad de los alimentos, sino en la calidad de las exigencias y en el fervor del trabajo. No está hecha de posesión, sino del don.
Civilizado en primer lugar el artesano de que hablo, que se recrea en el objeto, y en desquite, eterno, no teme más morir. Civilizado también aquél otro que combate y se cambia en el imperio.
Pero ese otro, se envuelve sin provecho en el lujo comprado a los mercaderes, aun cuando nutra su ojo de perfección, si antes no ha creado nada. Y conozco esas razas bastardeadas que ya no escriben sus poemas, sino que los leen, que no cultivan su suelo, sino que se sostienen en sus esclavos.
Es contra ellos que las arenas del Sur preparan eternamente, en su miseria creadora, las tribus vivientes que se lanzarán a la conquista de sus provisiones muertas: No amo a los sedentarios del corazón. Los que nada cambian y nada llegan a ser. Y la vida no bastó para madurarlos. Y el tiempo se desliza para ellos como el puñado de arena y los pierde. ¿Y qué devolveré a Dios en su nombre? De este modo he conocido su miseria, cuando se rompía el receptáculo antes de que estuviera lleno.
Pero la muerte del abuelo transformado en tierra después de haberse todo entero trasmutado, es una maravilla, y es el instrumento lo que se entierra, en adelante inútil.
(De la Nota 6)