¡CIUDADELA! ¡NAVÍO DE LOS HOMBRES SIN EL CUAL PERDERÍAN LA ETERNIDAD!
Y si he construido mi morada lo bastante vasta como para dar un sentido hasta a las estrellas, entonces, si se aventuran de noche en sus umbrales y alzan la cabeza, darán gracias a Dios por conducir tan bien esos navíos. Y si la he construido lo bastante durable como para que contenga toda la duración de la vida, entonces irán de fiesta en fiesta como de vestíbulo en vestíbulo, sabiendo adónde van, y descubriendo a través de la vida diversa, el rostro de Dios.
¡Ciudadela! Te he, pues, construido como un navío. Te he clavado, aparejado, después abandonado en el tiempo, que es un viento favorable.
¡Navío de los hombres sin el cual perderían la eternidad!
Pero conozco las amenazas que gravitan en contra de mi navío. Siempre atormentado por la mar oscura del exterior. Y por las otras imágenes posibles.
Porque siempre es posible echar abajo el templo y prevalerse de las piedras para otro templo. Y el otro no es ni más verdadero, ni más falso, ni más justo, ni más injusto. Y nadie conocerá el desastre, pues la calidad del silencio no está inscrita en el montón de piedras.
Por esto deseo que apoyen sólidamente los grandes flancos del navío. A fin de salvarlos de generación en generación, porque no embelleceré un templo si lo recomienzo a cada instante.
(De la Nota 4)