MERCADO, ESTADO Y SOLIDARIDAD CIVIL
(Texto presentado en el Workshop “Mercado, Estado y Sociedad Civil”, organizado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y ODUCAL, realizado en el Vaticano los días 19, 20 y 21 de octubre de 2017.
Empleo aquí la expresión ‘solidaridad civil’ y no ‘sociedad civil’ porque el concepto de ‘sociedad civil’ empleado en relación con los conceptos de mercado y de estado se presta a confusión. Por un lado, la distinción habitual que se hace es entre ‘sociedad civil’ y ‘sociedad política’, de modo que la sociedad civil incluye al mercado, mientras que la sociedad política incluye al estado. Por otro lado, si lo que se quiere comprender es la relación y articulación entre los ‘sectores’ económicos del mercado, el estado y un ‘tercer sector’, conviene identificarlos por los tipos de relaciones y transferencias que los constituyen y que les determinan sus respectivas ’racionalidades’. Ellas son, efectivamente, las relaciones de intercambio (racionalidad de mercado), las tributaciones y asignaciones jerárquicas (racionalidad de regulación y planificación institucional), y los varios tipos de relaciones solidarias: donaciones, reciprocidad, comensalidad, cooperación (racionalidad de la solidaridad civil). En otros trabajos he propuesto la distinción entre economía de mercado, economía regulada y economía solidaria, que considero aún más rigurosa. Volveré sobre esto más adelante).
1.- Pienso que estamos transitando hacia una nueva civilización. Lo que hace posible este tránsito es la Internet y las nuevas Tecnologías de la información y la Comunicación, que están
transformando el modo de comunicarnos y relacionarnos, de aprender y de conocer, de comportarnos y de actuar, impactando fuertemente la educación y los medios, el trabajo y la producción, el comercio, los servicios y las finanzas, la cultura y la política, y que están expandiendo en gran parte de la población la creatividad, la autonomía y la solidaridad. Pero la Internet y las TICs no son la nueva civilización; facilitan su creación y permiten iniciar el tránsito hacia ella, pero los contenidos que tendrá esta Nueva Civilización no los conocemos aún, no están predeterminados, y dependen también de nosotros, y también de la Iglesia. Y sobre todo, de quienes se planteen el tránsito a una Nueva Civilización como proyecto consciente, y de la claridad y decisión con que lo hagan.
Para participar, e influir en cómo será, asumiéndola como proyecto, es importante disponer de la necesaria claridad conceptual. Para asumirla como proyecto hay que tener la capacidad de pensarla, de concebirla, de proyectarla. Y para ello hay que tener los conceptos necesarios. Y en ello el tema de las relaciones entre el mercado, el estado y la sociedad civil es esencial. Esos tres conceptos los tomamos de la vieja civilización moderna; pero debemos reformularnos, pues están marcados por las características de esa civilización. Sostendré en este trabajo que para superar esa civilización hay que reformular esos conceptos.
2.- La cuestión del tamaño del mercado, del estado y de la solidaridad civil, y de sus proporciones y relaciones recíprocas, ha estado al centro de los debates y conflictos ideológicos, económicos y políticos a lo largo de la civilización moderna, y continuará estándolo durante el proceso, actualmente iniciado, de transición hacia una nueva civilización. Requiere, por lo tanto, ser comprendido en perspectiva de los tiempos largos y de la sociedad humana global.
En la civilización moderna – de modo predominante aunque no totalmente – el mercado asume la forma capitalista, la regulación y planificación institucional adopta la forma estatista, y la solidaridad civil la forma de la beneficencia y la filantropía. Enmarcados teórica y prácticamente en esta civilización, tanto el liberalismo como el socialismo identifican el mercado con el capitalismo, la regulación institucional con el estado, y la solidaridad civil con el altruismo y la beneficencia. Así, la cuestión ha sido pensada dentro de límites teóricos que dificultan su comprensión más amplia y más profunda, e impiden imaginar y proyectar alternativas a lo existente.
En esos términos y en los marcos de la moderna civilización, que es capitalista y estatista a la vez, no es posible encontrar una respuesta nueva – y una solución efectiva – a los problemas que genera la lucha entre el capitalismo y el estatismo, entre el liberalismo y el socialismo. Desde el momento que se
identifica el mercado con el capitalismo, y la regulación institucional con el estatismo, a lo mejor que se puede llegar es a concebir soluciones mixtas, respuestas intermedias. Porque, obviamente, tanto el mercado como la regulación institucional son necesarias e insustituibles. Pero si se los identifica con el capitalismo y con el estatismo, lo que se asume como necesario e insustituible son el capitalismo y el estatismo.
En tal contexto, el conflicto entre quienes quieren más mercado (más capitalismo) y quienes aspiran a más estado (más estatismo) se hace permanente, insoluble, sin que se alcance un equilibrio apropiado porque cada una de esas dos grandes tendencias contrapuestas, creyendo que son necesarias e insustituibles, buscan expandir sus propios ámbitos, llevando a que las sociedades oscilen entre ambos extremos. Consecuencia lógica de tal confrontación es la progresiva reducción y marginalidad de los espacios de la solidaridad civil, que han llegado a su minimización, sin que los actores de ésta logren adecuada presencia y visibilidad.
Ahora bien, pensando en perspectiva histórica, mirando hacia el pasado que nos enseña que han existido formas del mercado distintas al capitalismo, formas de la regulación institucional que no son estatistas, y formas de la solidaridad civil que no son las filantrópicas y de beneficencia; y mirando hacia el
futuro donde podemos entonces pensar en nuevas y mejores formas del mercado, de la regulación intitucional y de la solidaridad civil, encontraremos nuevos respuestas a la cuestión de las proporciones y relaciones que articulen del mejor modo esos tres ‘sectores’ de la economía.
Ello supone reformular los conceptos del mercado, de la regulación y planificación institucional, y de la solidaridad civil, y comprender que no debe confundirse el mercado con el capitalismo, la actividad institucional con el Estado, y la solidaridad civil con el altruismo y la beneficencia.
3.- ¿Qué es el mercado? El mercado lo constituye el intercambio de bienes y servicios entre las personas, las empresas y las organizaciones. Relaciones de intercambio que han existido siempre, siendo el mercado que resulta de ellas, la principal expresión del carácter social del ser humano. En efecto, existe el mercado porque no somos – cada uno, cada familia, cada comunidad y ni siquiera cada país – autosuficientes. Existe el mercado porque nos necesitamos unos a otros, y porque trabajamos unos para otros. Porque nos necesitamos unos a otros, intercambiamos lo que tenemos y lo que producimos, para satisfacer las necesidades propias y de los demás.
En el mercado nos motiva en primer término la necesidad y el impulso de sobrevivencia; en segundo término, la necesidad de cooperarnos recíprocamente; y sólo en tercer término, el deseo y el impulso de competir. Así surgió el mercado casi en los comienzos de la historia, y así mismo es que sigue existiendo.
Por cierto, a lo largo de la historia el mercado ha asumido diferentes formas, y ha sido más o menos cooperativo, competitivo y conflictivo. Más o menos igualitario y equitativo; más o menos concentrado y desigual; más o menos integrador o excluyente; más o menos justo o injusto. Pero siempre, aún en sus formas más inicuas, el mercado es necesario, pues sin él la especie humana no sobrevive.
Consecuencia de lo anterior es que nadie puede estar razonablemente contra el mercado; pero podemos luchar porque el mercado sea más equitativo, menos concentrado, más democrático y más justo.
Cabe advertir que la forma moderna del mercado, su organización capitalista, no es la peor forma del mercado que haya existido o que pudiera existir. Ella tiene cualidades y defectos. Es tal vez la mejor organización del mercado que haya existido a nivel global, mundial; pero se han observado en la historia, formas del mercado mucho mejores, más justas, más integradoras y democráticas, a escala local, en comunidades y espacios particulares de la vida social. Esto nos lleva a pensar que es posible
transformar el mercado y perfeccionarlo también a nivel global, haciéndolo más democrático y menos concentrado, más integrador y menos excluyente, más cooperativo y menos competitivo, más solidario y menos conflictivo. Es posible concebir, proyectar y organizar un mercado no-capitalista, post-capitalista.
4.- Algo similar podemos decir sobre la regulación y planificación institucional, que se constituyen a través de las tributaciones que los integrantes de la sociedad realizan en función de las necesidades colectivas, y de las asignaciones jerárquicamente distribuidas para atender esas necesidades.
La regulación y planificación institucional, igual que el mercado, no es un fenómeno moderno, pues siempre ha existido, por ser una necesidad, una expresión eminente de la naturaleza social del ser humano. Existe regulación y planificación porque es necesario que contribuyamos y que nos demos un ordenamiento institucional para que puedan ser atendidas las necesidades comunes a todos y a la sociedad en su conjunto. En tal sentido, nadie puede razonablemente estar contra la regulación y la planificación institucional.
En lo económico la acción de las instituciones se basa principalmente en las transferencias y tributaciones que las personas, organizaciones y empresas realizan a un ente recolector central, y en las asignaciones jerárquicas y planificadas que el
organismo central realiza para atender las distintas necesidades y aspiraciones sociales de las que se hace cargo.
La forma estatal-nacional de la regulación y planificación institucional no es la peor ni la mejor que haya existido en la historia. Presenta cualidades y defectos. Entre sus cualidades se cuenta el haber proporcionado ciertos niveles de bienestar económico a sectores importantes de la sociedad, que no han estado bien insertados en el mercado capitalista. Entre sus defectos cabe mencionar la concentración del poder en una clase política y burocrática de alto costo y baja eficiencia; la escasa participación de la población en las decisiones que afectan a todos; la formación de grupos corporativos que imponen sus intereses a través de la presión y el chantaje social; la conflictualidad entre los estados, que ha dado lugar a guerras sangrientas y a un ‘orden internacional’ que sólo se sostiene en un precario equilibrio entre fuerzas militares en constante expansión.
Han existido históricamente, y se están actualmente experimentando, formas de regulación y planificación institucional no estatalistas, sino generadas desde instancias territoriales locales, comunitarias y comunales. Es posible concebir, proyectar y organizar un orden institucional construido desde la base hacia arriba, conforme al principio de que todo lo que puede ser realizado por
entidades pequeñas y más próximas a las personas y las familias, debe ser dejado en manos de esas entidades menores; y que a través de escalas ascendentes de subsidiaridad, se organicen las instancias institucionales que se hagan cargo de aquello que las entidades inferiores no puedan por sí mismas realizar. Esto daría lugar a una regulación y planificacion institucional no-estatista, post-estatista, que genere niveles muy superiores de bienestar, de integración social, de participación política y de empoderamiento comunitario.
5.- Y llegamos así al tercer término de la ecuación, lo que llamamos solidaridad civil (o economia solidaria). Al respecto, igual como es erróneo identificar el mercado con el capitalismo y la regulación institucional con el estado, lo es identificar la solidaridad social con las donaciones y la gratuidad, la beneficencia y la filantropía.
Las personas y las entidades que hacen donaciones operando sin fines de lucro, que ofrecen gratuitamente bienes y servicios a personas y grupos afectados por la pobreza, la enfermedad, la ignorancia u otras limitaciones y problemas, constituyen sin duda formas de solidaridad social. Pero constituyen solamente una de las expresiones de ésta, y respecto de ellas es preciso reconocer, igual que del capitalismo y de la regulación estatal, que presenta cualidades y defectos, valores y limitaciones.
Las personas expresamos nuestra generosidad y nuestro efectivo compromiso con personas, organizaciones, procesos y dinámicas sociales, realizando donaciones, o sea, aportándoles dinero, recursos, trabajos y conocimientos, de manera gratuita, sin cobrar por ello ni esperar una retribución o recompensa. Un indicador efectivo de nuestro nivel de generosidad y compromiso, es el porcentaje de nuestros ingresos, recursos y tiempos de trabajo eficaz, que regalamos a aquellas personas o causas que afirmamos que cuentan con nuestro apoyo y valoración. Si nada ofrecemos gratuitamente, nuestras declaraciones de amor y compromiso son ‘pura música’, como se dice.
La gratuidad y las donaciones son muy importantes, y puede fácilmente demostrarse que las más grandes obras de progreso de la humanidad, y muy relevantes creaciones y transformaciones positivas que experimenta la sociedad, son el resultado de la acción generosa de personas, organizaciones y grupos que han aportado gratuitamente dinero, recursos, trabajos y conocimientos para que esas obras, creaciones y procesos pudieran realizarse.
Pero hay que hacer una aclaración importante, porque actualmente se habla de gratuidad para referirse a todo lo que, sin pagar por ello, reciben las personas del Estado, en salud, educación, pensiones y otros servicios. En este sentido, donación sería lo que se recibe sin que se pague por ello alguna retribución.
Pero ¿de dónde proceden los recursos con que el Estado provee esos beneficios a las personas que los necesitan? En gran parte los obtiene de transferencias que las personas y las empresas le hacen al pagar impuestos, tributaciones y multas, por las cuáles esos contribuyentes no reciben una retribución o un pago por ellas. Pues bien, si por gratuidad entendiéramos todo lo que es transferido y recibido por un sujeto económico sin efectuar por ello un pago de su valor equivalente, podríamos concluir que el Estado es el gran receptor y el gran dador de donaciones; pero no es así. En realidad, lo exacto es decir que el Estado es una especie de intermediario entre los recursos que obliga que le entreguen las personas y las empresas, y las asignaciones y subsidios que transfiere a otros miembros de la sociedad. Pero eso no es gratuidad ni donación, ni por parte de los que pagan impuestos y contribuciones, ni de los que reciben subsidios y beneficios.
Ese falso concepto de la gratuidad ha sido difundido por la clase política y las burocracias del Estado, porque les conviene y les gusta hacer creer que son ellos quienes actúan con generosidad cuando asignan recursos para resolver problemas de sectores de la población. Pero en verdad, no hay generosidad especial en quienes hacen aquello, que no es más que cumplir con sus deberes, por lo cual son debidamente remunerados.
Ocurre más bien al revés, que los políticos ven acrecentarse su poder, y lo buscan conscientemente, al realizar esas asignaciones y subsidios, toda vez que gran parte de la población elige como sus representantes a quienes les ofrezcan más cosas gratuitamente, y que pongan más elevados tributos e impuestos a otros.
Para evitar confusiones como esas hay que distinguir entre lo que son las donaciones que se hacen de manera voluntaria entre personas, empresas y organizaciones privadas, y los circuitos de ‘tributaciones y asignaciones’, que corresponden al ámbito de la regulación estatal.
También hay que distinguir, en la actividad que realizan las fundaciones, corporaciones y ONGs que operan ‘sin fines de lucro’, lo que constituye donación efectiva de lo que es solamente la actividad profesional remunerada de sus funcionarios. Los verdaderos donantes son, en estas organizaciones, quienes les aportan los recursos, y no las instituciones que se limitan a transferirlos a los beneficiarios mediante actividades profesionales remuneradas.
Otra precisión que hacer es que donaciones las hay de diferentes tipos, y se realizan por distintas motivaciones. Se puede donar, por ejemplo, para obtener reconocimiento social, o la fidelidad e incluso la sumisión del beneficiado. Pero aquí me referiré solamente a la gratuidad como acción benevolente y generosa.
6.- ¿Qué es donar? Donar no es regalar cualquier cosa, sino algo que tenga un valor tanto para el donante como para quienes son beneficiarios. Podemos donar dinero, cosas, trabajo y conocimientos, que tengan un valor real y verdadero. El valor de lo que donamos dependerá de la utilidad de esas cosas que regalamos, de la productividad de nuestro trabajo, de la calidad de los conocimientos que entreguemos, y de la cantidad y valor del dinero que aportamos.
Pero es importante comprender que el valor de aquello que donamos no lo establece el donante, sino el receptor o beneficiario de la donación, que es a quien lo recibido le podrá ser más o menos útil. Esta es una diferencia importante respecto al valor que tienen esas mismas cosas, trabajo, conocimientos y dinero en el mercado, donde el ‘valor de cambio’ es el precio en que vendedor y comprador acuerdan hacer la compra-venta.
En el caso de las donaciones, es bastante probable y común, que el valor que los donantes atribuyen a lo que regalan, sea muy distinto al valor que le asignan quienes lo reciben. Y no se trata de una relación simétrica, porque normalmente en las donaciones, donante es el que posee más, y receptor o beneficiario es el que posee menos. Por eso, en el caso de una donación en dinero, es probable que el receptor, siendo pobre, le atribuya más valor que el donante, porque ese dinero le servirá para adquirir bienes que considera de alto valor porque lo usará
para satisfacer necesidades básicas. Pero, al revés, en la donación de conocimientos, el receptor, si es más ignorante que el donante, probablemente atribuirá menos valor al conocimiento que recibe, que el valor que le asigna el donante, porque mientras éste sabe bien lo que vale el conocimiento, el receptor lo captará solo parcialmente e incluso no sabrá bien cómo aplicarlo. Además, la recepción de conocimientos implica de parte del receptor un esfuerzo de aprendizaje, que no siempre está dispuesto a realizar. Es por esto que personas muy sabias que pasan su vida regalando valiosos conocimientos, suelen tener escaso reconocimiento, mientras que personas que solamente regalan una pequeña porción de su dinero, son considerados grandes benefactores y filántropos.
Por eso es importante abordar otra pregunta: ¿a quiénes donar? Una primera respuesta obvia es que sólo hay que realizar donaciones a quiénes las necesitan y que estén dispuestos a recibirlas. Pero no es tan sencillo seleccionar bien a quienes donar, que merecen nuestras donaciones y que las aprovecharán convenientemente. Esto, por muchas razones.
A menudo quienes necesitarían y harían muy buen uso de donaciones que reciban, no las solicitan. Y no siempre quienes piden donaciones son los que más las necesitan. Y muchas veces los receptores no hacen con lo que reciben aquello para lo cual lo solicitaron.
Ocurre que muchos pedigüeños de donaciones se especializan en conocer cuáles son las motivaciones de los potenciales donantes, con el propósito de formularles sus peticiones no según las efectivas necesidades y proyectos que tengan, sino en función de motivar e incentivar la donación. El mundo de las donaciones está, en efecto, plagado de engaños y de mentiras. Y aunque el hacer donaciones es considerado como expresión de generosidad, tanto por quienes las hacen como por quienes saben de ellas, demasiado a menudo las donaciones resultan nocivas y dañinas, porque en los hechos promueven actividades inapropiadas, favorecen a quienes no se debiera favorecer, generan dependencias, fomentan el engaño y la ineficiencia. Por eso, si somos personas generosas, destinaremos tiempo y reflexión para seleccionar bien a quienes destinaremos nuestras donaciones, a quiénes beneficiaremos con nuestros dones.
Esto nos lleva a una tercera pregunta. ¿Cuánto donar? Al respecto, pareciera que fuera conveniente donar lo más posible, sea porque ello implica mayor generosidad del donante, y más beneficios para los receptores. Pero las cosas no son tan sencillas.
Si, como dije al comienzo, el valor de las donaciones lo establece el receptor y no el donante, es importante que éste – el donante – conozca el valor que le atribuirá el beneficiario a lo que le regala, y lo que realmente hará con ello.
Un primer aspecto a considerar es que si el receptor recibe, por ejemplo, más dinero del que le es estrictamente necesario para lo que necesita hacer, él ‘descanse’ en el donante, y en vez de aplicar sus propias capacidades y recursos a lo que desea o necesita, se ahorre el esfuerzo, con lo cual perderá su propia energía, se desarrollará menos de lo que puede, e incluso puede caer en la dependencia respecto del donante. Así ocurre también con la donación de trabajo. Si el donante realiza todo el trabajo, o gran parte de éste, sin exigir que el beneficiaro ponga su parte, éste perderá la oportunidad de desarrollarse.
En la donación de conocimientos sucede también algo peculiar. Como señalé al comienzo, el conocimiento no se puede recibir sin realizar un esfuerzo de aprendizaje. La transferencia gratuita de conocimientos requiere la participación activa tanto del donante como del receptor. Muchísimas personas no están conscientes de esto. Un ejemplo de la desvalorización de las donaciones y la gratuidad, cuando son abundantes, lo encontramos en los libros y los cursos disponibles en internet para ‘descargar’. Muchos son los que ‘descargan’, pero pocos los que leen y estudian. Y esto genera un problema, porque es sabido que lo que mucho abunda y fácilmente se obtiene, es poco apreciado y valorado. Asi, cuando un autor coloca sus obras a libre disposición en internet, debe estar consciente de que asume el riesgo de que su trabajos sean escasamente valorados.
Esto plantea un dilema a quienes quisieran contribuir con conocimientos rigurosos y profundos al desarrollo de alguna causa o proceso cultural, social o espiritual. Porque en un contexto en que se difunden gratuitamente tantas informaciones de escaso valor y profundidad, y en que por consiguiente todo lo que se ofrece adquiere un valor muy bajo a causa de la abundancia, agregar a esa inmensa corriente, en forma igualmente gratuita, una obra que se considere especialmente valiosa, implica desvalorizarla, en alguna importante medida. No obstante esto, probablemente el máximo beneficio social se logre mediante la libre circulación de los conocimientos, esperándose que lleguen a quienes sepan hacer un buen uso de ellos.
Ahora bien, las donaciones, la beneficencia y la filantropía son solamente una de las formas de la solidaridad social y de la economía solidaria. Es la que llamamos ‘economía de donaciones’. Pero la economía solidaria se encuentra constituida también por aquellas actividades y organizaciones que proceden en base a relaciones de reciprocidad, de comensalidad, de cooperación. Se configuran, así, como parte de la solidaridad civil, la ‘economía de reciprocidad’, la ‘economía de comunidades’, la ‘economía de redes’, la ‘economía de cooperación y de mutualismo’.
Expresiones de solidaridad civil son, entre otras, el cooperativismo, el comercio justo, el consumo responsable, las finanzas éticas, las redes informáticas, las aplicaciones que facilitan la coordinación horizontal de las decisiones, y muchas otras formas de solidaridad activa que se están experimentando en todo el mundo.
7.- Hechas estas precisiones conceptuales sobre el mercado, la regulación institucional y la solidaridad civil, estamos en condiciones de concebir nuevas respuestas a la pregunta sobre las proporciones en que los tres ‘sectores’ pueden desarrollarse y combinarse para proporcionar conjuntamente el mayor y mejor beneficio humano y social.
Desde el momento que comprendemos que cada ‘sector’ puede estar constituido de modos más o menos integradores e incluyentes, más o menos concentrados o descentralizados, más o menos oligárquicos o democráticos, más o menos justos o injustos, nos damos cuenta de que son posibles distintas combinaciones óptimas entre ellos. Dicho en síntesis: No hay un tamaño óptimo para cada sector, sino que eso depende de su grado de perfección interna.
Mientras más coherente, integrador y genuinamente solidario sea el sector de la solidaridad civil, más importante podrá ser su aporte, y menos necesarios serán el mercado y la regulación
institucional. Mientras más el mercado sea democrático e incluyente, más amplio podrá ser su espacio y sus dimensiones relativas, siendo menos importante la regulación institucional. Mientras más democrática y desconcentrada sea la regulación institucional, más amplia podrá ser su presencia y aportación al bien común.
Siendo así, más que ocuparse en organizar alguna determinada estructura que armonice y combine los tres ‘sectores’, lo que cabe hacer es buscar el perfeccionamiento de cada uno de ellos. Hacer que la solidaridad civil sea más genuinamente solidaria e integradora; que el mercado sea más democrático; que la regulación institucional sea más descentralizada: son los desafíos y tareas para promover la mejor economía y el bien común. Y cada ‘sector’ encontrará por sí mismo su tamaño óptimo relativo, atendiendo a sus propios criterios de eficiencia y perfeccionamiento interno, en conformidad con sus propias racionalidades.
8. Concluyendo: La cuestión de fondo que nos interesa y que está en la base del tema de las relaciones entre mercado, estado y solidaridad civil, es ¿cómo construimos sociedad? ¿cómo la transformamos y perfeccionamos? Y ¿cómo damos comienzo a la creación de una nueva civilización?
A través de las actividades y relaciones de intercambio, en las que todos participamos con algún pequeño grado de influencia, construimos el mercado: la sociedad como mercado. A través de las relaciones de tributación y asignaciones jerárquicas, que son establecidas por el poder y a la que los ciudadanos nos subordinamos, con algún mayor o menor nivel de participación activa, construimos el orden institucional: la sociedad como organización política. Y a través de las relaciones de donación, reciprocidad, comensalidad y cooperación, construimos la solidaridad civil, que es constitutiva de la sociedad como comunidad o comunidad de comunidades.
Transformar el mercado haciéndolo más democrático, equitativo y justo; crear un orden institucional más representativo, participativo y libre; y desarrollar una solidaridad civil más extendida, diversificada e integrada, constituyen los procesos principales de la creación y transición hacia una nueva civilización. Para ser protagonistas más activos e incidentes en tales procesos, necesitamos desarrollar nuestra creatividad, autonomía y solidaridad, y proveernos de una nueva estructura del conocimiento; o sea, de una nueva epistemología y concepción del mundo, y de nuevas ciencias de la economía, de la historia y de la política, de la educación y las ciencias, que sean comprensivas de la complejidad de lo real y de las potencialidades del ser humano.
Luis Razeto
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