LA CUESTIÓN PRINCIPAL NO ES QUÉ HACEMOS SINO POR QUÉ Y CÓMO HACEMOS LO QUE HACEMOS
La disyuntiva entre 'vivir exteriormente', 'descentrado', o 'vivir desde la propia humanidad', desde el propio centro interior, no significa realizar actividades diferentes en uno u otro caso, como si una implicara ocuparse de un tipo de cosas que pudieran considerarse materiales, y la otra de aquellas que puedan merecer el calificativo de espirituales. No es ésa la diferencia entre las formas de vivir que distinguimos como exterior e interior.
Son las mismas actividades constitutivas y necesarias de la vida humana las que pueden ser realizadas 'exteriormente' o bien 'desde la propia humanidad'. Así, por ejemplo, ocurre con el estudio. El estudiante que cumple con sus obligaciones escolares, hace las tareas, atiende en clases, motivado exclusivamente por la obtención de buenas calificaciones que le implicarán la alabanza de los padres, o la posibilidad de obtener un premio, o el ser reconocido por los profesores como un buen estudiante, es alguien que estudia exteriormente, subordinado, cumpliendo solicitaciones que no surgen de sí mismo sino desde el entorno que le plantea fines y metas que alcanzar. Distinto es el caso del estudiante que es movido desde su propio centro interior por el deseo de aprender, de conocer, de llegar a ser alguien capaz de servir a los demás, de realizar obras útiles, y que siente el estudio como aprendizaje de saberes deseados íntimamente.
Quien los observa desde fuera, encontrará que ambos estudiantes realizan las mismas acciones, ocupan la misma cantidad de tiempo en el estudio, pueden obtener similares calificaciones escolares. Pero hay algo profundo que los diferencia. El que estudia desde su propia humanidad vive la actividad estudiantil con felicidad interior, pues para él el estudio es la expresión de sí mismo, una vocación personal. Por éso se goza en la actividad misma del estudio, y no le importará mayormente si por motivos justificados o no desde la óptica de las exigencias exteriores de la escuela o de la sociedad, obtiene calificaciones que no sean las mejores. El otro estudiante, el que 'descentrado' estudia por motivaciones exteriores, cumple una obligación que puede resultarle más o menos penosa, y obtiene alegrías y gozo sólo en el momento en que ve cumplirse aquello que los otros esperan de su estudio: al obtener una alta calificación, al ser felicitado por el profesor y reconocido y premiado por sus padres, etc. Y si no logra la recompensa esperada, se desalienta, entristece y baja su autoestima.
Ambos pueden ser 'buenos estudiantes'; pero es radicalmente distinto serlo 'exteriormente' o serlo 'desde la propia humanidad'. El resultado del estudio del uno y del otro no será tampoco el mismo. Quien estudia movido por el deseo de aprender desplegará progresivamente sus capacidades creativas de nuevos conocimientos, se convertirá en un investigador del conocimiento y de la verdad. Puede llegar a ser un sabio. Quien estudia movido por requerimientos exteriores adquirirá probablemente en su memoria numerosos conocimientos. Puede llegar a ser un erudito, pero nunca un sabio. Y ambos utilizarán los conocimientos logrados por el estudio, de modos muy diferentes.
Algo similar ocurre con el trabajo. Trabajar 'exteriormente' significa realizar las actividades laborales como algo que no concierne ni involucra íntimamente a la propia persona. Se cumplen las tareas encomendadas por la obligación de hacerlo, para satisfacer las exigencias impuestas por el contrato laboral, o por el exclusivo interés de obtener la correspondiente paga por el tiempo empleado, o por complacer al que vigila las operaciones laborativas, o por ejecutar las actividades con estricto apego a las exigencias mínimas según las especificaciones recibidas del empleador. Todo eso es trabajar 'descentrado', hacerlo en conformidad a lo que manda el entorno, y cumpliendo funciones y tareas que son exigidas por otros, desde fuera.
Trabajar desde la propia humanidad es hacerlo como expresión de un íntimo deseo de realizar bien las tareas que uno mismo se ha fijado, o que habiéndonos sido solicitadas por otros, asumimos como propias. La motivación principal del que trabaja desde el propio centro interior es el 'buen trabajo', hacer las cosas lo mejor posible y de manera tal que el trabajo se convierta en ocasión de perfeccionamiento y desarrollo personal. Esto otorga al trabajar una íntima satisfacción, muy distinta a la vivencia interior del que trabaja por cumplir exteriormente.
Trabajar exteriormente - como profesor, como médico, como empresario, como obrero, o cualquiera sea la profesión u oficio que se desempeña-, es cumplir una función definida y controlada externamente. Realizar las mismas actividades laborales, profesionales o del propio oficio 'desde la propia humanidad', es vivirlas por vocación. Función o vocación, ésa es la diferencia esencial. Implicando siempre el hecho que, quien lo hace por vocación, cumple normalmente muy bien las funciones que le competen, mientras que el mero cumplimiento de las funciones no implica la realización de la propia vocación. Pues vocación es algo que nos mueve, que nos llama desde dentro de nosotros mismos. La función, en cambio, es algo determinado por la estructura, la institución o la organización externa para la cual se trabaja y que establece lo que se ha de realizar.
Hay diferencias profundas no sólo en el estado que es de felicidad en un caso, y (acaso) de mera satisfacción en el otro, sino también en los resultados y efectos que tienen las actividades sobre las otras personas con que uno se relaciona. El profesor que no enseña movido desde su propio centro interior difícilmente investiga ni se plantea dudas y preguntas acerca de aquellas materias que enseña, sino que se limita a repetir lo que ha aprendido de otros y lo que encuentra en los libros en que se ha preparado para cumplir las exigencias de su función. Instruye a los estudiantes pero no los educa; peor aún, los atrofia al llevarlos a pensar que el saber es algo que se puede adquirir mediante el solo ejercicio de la memoria. El profesor con vocación interior estimula la búsqueda constante y siempre renovada de la verdad, la investigación indispensable, sin la cual el conocimiento se cristaliza en creencias afirmadas dogmáticamente, impidiendo así que se comprenda lo que es la ciencia, la filosofía, el saber humano. Algo similar ocurre en todas las actividades, trabajos, oficios y profesiones.
El político que 'hace política' movido por el afán de poder y de reconocimientos externos, caerá fácilmente en el populismo, convertido en oportunista seguidor de las tendencias que ve predominar en su entorno relevante. El político que vive su actividad como una vocación de servicio público, se preocupará de conocer lo que conviene a la colectividad y buscará realizarlo, y estará en condiciones de contradecir las solicitaciones de las multitudes cuando ellas contradigan o no se corresponden con el bien común. Así llegará a ser un verdadero maestro y conductor ciudadano,
El vivir 'descentrados' o 'desde el propio centro interior' se manifiesta en todo orden de cosas. Así, por ejemplo, en nuestros modos de consumir, o en las maneras de poseer los bienes de los que somos dueños. El consumidor ´descentrado' es aquél que compra y consume lo que le dice la publicidad y lo que manda la moda o las tendencias que predominan en el mercado. Vive para consumir, pues en el consumir encuentra reconocimiento y validación social. El consumidor que consume desde su propio centro interior conoce sus reales y más profundas necesidades, aspiraciones y deseos, y selecciona atentamente aquellos bienes y servicios que mejor le proporcionan satisfacción y realización personal. No vive para consumir sino que consume para vivir, para ser.
La posesión o la propiedad de los bienes es también muy diferente en las personas 'descentradas' y en aquellas que viven desde su propia humanidad. En efecto, podemos poseer y utilizar los bienes que son de nuestra propiedad, poniéndolos como medios de los que nos servimos para realizar nuestros proyectos e iniciativas creadoras, o podemos tener la propiedad y su acumulación como un fin a cuyo servicio ponemos nuestros esfuerzos. La distinción relevante no es entre poseer y no poseer, sino entre poseer 'desde nuestro centro interior' o poseer desde los bienes poseídos, que inevitablemente nos descentran. 'Donde está tu tesoro allí está tu corazón', dice Jesús, indicando con ello que nos descentramos si nuestro tesoro está fuera de nosotros, pues allí fuera es donde ponemos nuestro corazón, nuestro espíritu.
En todas nuestra relaciones con otras personas, en nuestra participación en grupos, organizaciones, entidades políticas o centros culturales, podemos vivir externamente, 'descentrados', o vivir desde nuestro centro interior. Pues, en definitiva, la disyuntiva entre vivir externamente o hacerlo desde la propia humanidad, es algo que resulta no de lo que hacemos sino de cómo somos, que determina sí, al menos en parte, también lo que hacemos, pero sobre todo y especialmente el por qué y el cómo hacemos lo que hacemos: si dejándonos llevar por las solicitaciones y exigencias del 'sistema', de las circunstancias o del entorno que nos subordinan y en que estamos inmersos, o desplegando en el actuar, cualquiera sean las circunstancias y el entorno en que participamos, lo que nos indica nuestra propia humanidad..
Lo más grave de vivir exteriormente, descentrados, es que así nos traicionamos a nosotros mismos, renunciando a ser lo que estamos llamados a ser por vocación. En cambio, vivir interiormente es ser fiel a lo que somos y a lo que podemos llegar a ser, fidelidad que nos constituye progresivamente como personas creativas, autónomas y solidarias.
Luis Razeto
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