SOBRE LA IGUALDAD Y LAS DESIGUALDADES EN LOS SERES HUMANOS - Luis Razeto

SOBRE LA IGUALDAD Y LAS DESIGUALDADES EN LOS SERES HUMANOS

 

La afirmación que "todos los hombres somos iguales" y en consecuencia que "tenemos los mismos derechos y obligaciones", es una de aquellas ideas más ampliamente difundidas en la cultura democrática moderna, pero requiere ser sometida a análisis y a crítica, para distinguir en ella lo que tiene de justo y verdadero de lo que no es más que un 'prejuicio ideológico' que, al distanciarse de la verdad, puede generar muy dañinos efectos en la sociedad y para las personas.

Por un lado, la más simple y directa observación empírica nos proporciona múltiples evidencias de la diversidad y desigualdad de condiciones, capacidades, niveles de desarrollo físico y psíquico, intelectual y moral, estético y artístico, que originan profundas e insuperables desigualdades entre unos y otros seres humanos. Además de las obvias diferencias de género, de edad y de salud, entre los seres humanos encontramos individuos bobos y genios, malvados y santos, feos y hermosos, débiles y fuertes, agresivos y tímidos, violentos y pacíficos, etc, etc.; diferencias todas ellas que si bien pueden acentuarse por causas económicas, sociales, políticas y culturales, y por las propias actitudes, comportamientos y opciones individuales, se originan, se sostienen y se explican básicamente por condiciones y circunstancias biológicas y naturales.

Según las leyes de la estadística, las diferencias que se observan en esas propiedades o características se distribuyen entre los humanos en la forma 'normal' de una campaña de Gauss, por lo cual, al verificarse una mayor frecuencia en los valores medios se tiende a menospreciar la ocurrencia de los valores extremos que facilitan el reconocimiento de las reales y grandes desigualdades; pero la distribución gaussiana de las propiedades no hace más que confirmar la desigualdad natural y objetiva que afecta al universo de los individuos humanos. Cabe notar que análogas diferencias se observan en todas las especies de animales mamíferos, lo que confirma las raíces biológicas de las diferencias que se aprecian entre los humanos. En éstos, las mencionadas diferencias tienden a reproducirse y ampliarse, en la medida que impactan sobre los niveles sociales, económicos, profesionales, políticos, educacionales, etc. que logran los individuos.

Por otro lado, la afirmación de la igual y común dignidad de todas las personas, que compartimos todas un conjunto de 'derechos humanos', es indiscutiblemente una conquista cultural, moral, jurídica y política de la humanidad, condición de una sana y civilizada convivencia social. Somos miembros de una misma especie, conformamos una sola sociedad humana, y compartimos las capacidad de amar, de conocer, de emocionarnos, de crear y de efectuar opciones libres. Es en tal sentido que nos definimos todos igualmente como 'personas', personas humanas; convicción ésta que históricamente han sostenido las religiones que afirman que somos seres no puramente biológicos sino también espirituales, hijos de un mismo Padre, creados a imagen y semejanza de Dios, y que han argumentado las filosofías metafísicas que afirman que cada individuo humano comparte con todos los otros una misma 'naturaleza humana esencial'.

En la época moderna, el positivismo y el cientismo que rechazaron la religión y la metafísica racional como fuentes de conocimientos verdaderos, han debilitado las creencias en la igual dignidad y en la existencia de una esencia común de todos los individuos de la especie humana; al mismo tiempo los avances de la biología y la neurociencia no han hecho más que acentuar incesantemente el conocimiento y la convicción científica respecto a las causas biológicas y cerebrales que originan las desigualdades entre los individuos humanos.

Pero al mismo tiempo, contrarrestando políticamente estas tendencias científicas, las sociedades han enfatizado ideológicamente el valor de la igualdad como fundamento de la democracia política, la afirmación de los 'derechos humanos' como marco ético y jurídico de valor universal, el principio jurídico de la 'igualdad ante la ley y las instituciones públicas' como fundamento del orden y del progreso social, y el castigo y penalización de cualquier actitud o afirmación que implique discriminar entre las personas en razón de sus desigualdades físicas, mentales, sociales o de cualquier otro tipo que no sean atribuibles a la libre opción de quienes las experimentan.

Ahora, si bien la afirmación de los derechos humanos y de la igualdad ante la ley y las instituciones públicas ha predominado (aunque no sin limitaciones, retrocesos y contradicciones) en las últimas décadas en la mayoría de las sociedades democráticas modernas, no es sin embargo seguro que pueda prevalecer en el futuro, ante los inevitables impactos culturales de las ciencias positivas y a causa de los procesos de 'secularización', subjetivismo y relativismo filosóficos predominantes.

No es ajeno a este debilitamiento la incipiente pero creciente desafección por la democracia política, causada simultáneamente por su imposibilidad de garantizar en los hechos la igualdad que se afirma ideológicamente y en derecho, y por la dificultad para compatibilizarla razonablemente con el reconocimiento y aceptación de las inevitables desigualdades sociales y culturales que enraizan en las diferencias biológicas, mentales, intelectuales y morales de los individuos.

Dicho de otro modo, las respuestas al problema proporcionadas por la civilización moderna (respuestas liberales, socialistas y mixtas), no son ya suficientes y parecen haber agotado sus posibilidades de resolverlo satisfactoriamente. Se hace necesario elaborar y proporcionar nuevos soportes intelectuales a la afirmación de la sustancial igualdad de los seres humanos, pues los antiguos fundamentos religiosos y filosóficos, y los modernos fundamentos ideológicos, se encuentran seriamente debilitados. Al mismo tiempo, debe reconocerse y aceptarse el hecho biológico y mental de las desigualdades y diversidades humanas, en todo lo que significan e implican, como condición necesaria para cualquier política y actividad que se quiera orientar en la perspectiva de generar condiciones económicas, sociales, políticas y culturales de mayor igualdad. En síntesis, es necesaria una nueva formulación teórico-científica y también jurídico-política, que proponiendo y estableciendo una nueva y mejor articulación entre el reconocimiento de las desigualdades naturales y la afirmación de la igualdad esencial de los seres humanos, sirva de fundamento a una nueva y superior civilización.

La pregunta que hay que plantearse es, básicamente, ¿hasta dónde, y por cuáles caminos, puede llegar la sociedad humana en el establecimiento de condiciones y situaciones efectivas de igualdad, (en lo económico, lo político, lo cultural, etc.) garantizando al mismo tiempo la diversidad y la libertad de las personas?

Se trata de un problema simultáneamente epistemológico y filosófico, biológico y de ciencia de la historia y de la política, que exige un tratamiento inter y transdisciplinario. Es necesaria, ante todo, una rigurosa y profunda formulación de las preguntas fundamentales, para lo cual puede ser relevante partir de la siguiente afirmación de Antonio Gramsci: "Encontrar la identidad real bajo la aparente diferenciación y contradicción, y encontrar la sustancial diversidad bajo la aparente identidad, es la más delicada, incomprendida y no obstante esencial dote del crítico de las ideas y del historiador del desarrollo histórico”. (Cuadernos, p. 166.)

En tal sentido, se hace necesario reformular y precisar lo que podamos entender como ‘igualdad’ entre los seres humanos, comenzando por distinguir claramente la desigualdad de la diversidad, la diferenciación y el pluralismo. Terminar con la desigualdad de condición social y de situación económica y educacional es aquello a lo que se debe apuntar; la diversidad y el pluralismo son, en cambio, necesarios de mantener, de favorecer y de expandir, porque constituyen riqueza social y reconocimiento de los derechos a la libertad personal y colectiva.

Así mismo, partir del reconocimiento de la diversidad es una condición necesaria para generar condiciones de igualdad en lo económico, lo social, lo político y lo cultural, dado que las políticas tendientes a superar las desigualdades deben atender las diferentes situaciones de origen en que se encuentran las personas, sus distintos niveles de desarrollo físico y psíquico, sus diferentes aptitudes y capacidades, sus diversas motivaciones y vocaciones, y también las múltiples necesidades que la sociedad debe satisfacer.

En este sentido la igualdad no debe entenderse como punto de inicio, o sea como la condición de partida a que se sometan todas las personas en la economía, la política, la educación, etc. sino que ha de plantearse como el resultado final a lograr mediante un proceso (económico, político, educativo, etc.). Con esta afirmación entramos en la comprensión de lo que puede entenderse como un correcto concepto y una justa perspectiva de la igualdad que es necesario alcanzar a nivel social.

Al respecto resulta esclarecedora la formulación que sobre el concepto de igualdad hace Antonio Gramsci: “El concepto de igualdad que hay que elaborar como fundamento de un nuevo orden, no debe limitarse a poner a los hombres en una común relación con el derecho y la propiedad, sino que debe llegar a teorizar las potencialidades de la autoconciencia y autodirección de los individuos, como elementos estructurantes de la colectividad. La colectividad debe concebirse como producto de una elaboración de voluntad y pensamiento colectivos, alcanzadas a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal extraño a los individuos: por tanto, la obligación de la disciplina interior y no solamente de aquella externa y mecánica”. (Cuadernos, pág. 751)

Destaco y desarrollo a partir de esta afirmación gramsciana varias ideas fundamentales:

1. La igualdad es un concepto que hay que elaborar, lo que supone e implica un trabajo intelectual comprensivo y complejo. Es así pues, la igualdad no es una simplista uniformidad, homogeneidad o estandarización, que es la igualdad que corresponde a las cosas que no tienen vida ni conciencia. Tratándose de seres humanos, la igualdad se realiza respetando e incluso potenciando la diversidad de las personas y su intrínseca libertad para decidir por sí mismas.

2. El concepto de igualdad (por elaborar) debe constituirse en uno de los fundamentos de un nuevo orden social, o sea de la creación de una nueva civilización. Entendiendo que son el capitalismo en lo económico y el estatismo en lo político los que generan las desigualdades socio-económicas y políticas fundamentales, se tratará de construir una civilización ‘post-capitalista’ y ‘post-estatista’. En tal sentido se trata de superar, en el mercado la separación entre autónomos y subordinados, y en el Estado la separación entre dirigentes y dirigidos.

3. Es restrictivo pensar la igualdad en términos de una igual relación con los derechos y con la propiedad. Pero no se niega ni la igualdad de las personas ante el derecho, ni el derecho de todos a acceder a la propiedad, ambas igualdades necesarias, pero insuficientes. La igualdad a la que aspiran los seres humanos no es solamente la igualdad formal que se expresa como ‘igualdad ante la ley’ y como ‘igualdad de oportunidades’, sino que es una igualdad ‘sustantiva’ y que pueda ser experimentada subjetivamente por cada uno.

4. La igualdad se ha de establecer en un nivel de desarrollo humano superior al actual, en cuanto implica el potenciamiento de la autoconciencia y de la capacidad de autodirección de los individuos. En efecto, mientras exista distinción y separación entre dirigentes y dirigidos, y entre organizadores y subordinados, no habrá verdadera igualdad. Pero la superación de esas distinciones sólo se realiza cuando todas las personas adquieren autonomía y capacidad de autogobernarse.

5. La autoconciencia y la autodirección de los individuos, esto es, la autonomía y libertad de las personas, han de ser la bases sobre las cuales se construya, organice y estructure la vida social.

Si tal es la igualdad posible y deseable, sólo una economía justa y solidaria, una política integradora y participada, y una cultura y educación de muy alta calidad, conducirán a la igualdad buscada. En esto la educación debe jugar un papel importante. Una educación generadora de autoconciencia y de capacidad de autodirección, que esté disponible para todos y especialmente para los grupos sociales actualmente subordinados y dirigidos. Una educación capaz de asumir como punto de partida la realidad desigual y diversa de los que la reciben, para desde allí orientarse a generar en todos y con todos aquellos procesos diferenciados de desarrollo personal, intelectual y moral que potencien las capacidades y potencialidades propias de cada uno, hasta conducirlos a la condición de autonomía.

Si hay que transitar desde situaciones muy diferentes y desiguales hacia un lugar común, la igualdad no puede encontrarse en el recorrido, debiendo en cambio pensarse en múltiples caminos convergentes que parten de situaciones diversas pero que han de conducir hacia la meta deseada. Los instrumentos y medios, los contenidos y las metodologías, las instituciones y los protocolos, serán necesariamente diferentes en la medida que se asuma que las situaciones iniciales, los puntos de partida, son muy dispares.

La cuestión fundamental vuelve a ser el disponer de una concepción de la igualdad que corresponda a lo que somos y a cómo somos los seres humanos: ¿cuál es la meta, cuál es esa nueva condición humana y social que pueda ser reconocida y aceptada socialmente como constitutiva de una condición de auténtica igualdad, sin desconocer sino asumiendo las diferenciaciones y las diferentes condiciones individuales? La respuesta nos orienta a desarrollarnos como personas creativas, autónomas y solidarias, que como dice Gramsci, configuremos la sociedad “como producto de una elaboración de voluntad y pensamiento colectivos, alcanzada a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal extraño a los individuos: por tanto, la obligación de la disciplina interior y no solamente de aquella externa y mecánica”.


Luis Razeto

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