Capítulo 11. ​​​​​​​EL CAMINO DEL ESPÍRITU

Capítulo 11.

EL CAMINO DEL ESPÍRITU

 

     La difícil y conflictiva relación entre la espiritualidad y la economía.

     Después de varias décadas de predominio del materialismo teórico y práctico, preparado por varios siglos en que el pensamiento culto y la conciencia colectiva se fueron desplazando de lo valórico a lo fáctico, del idealismo al pragmatismo, de la filosofía al cientismo positivista, parece haberse iniciado en muchos lugares del mundo un proceso de búsqueda orientado a la recuperación de las dimensiones espirituales del hombre. Es como si éste, durante demasiado tiempo sumergido en las preocupaciones materiales de la vida, sintiese de nuevo y con fuerza la necesidad de encontrar un sentido trascendente a su vida y de proyectar su conciencia hacia nuevas y superiores experiencias.

     Es obvio que la acentuada preocupación de los hombres por las dimensiones materiales de la existencia se relaciona estrechamente con las tendencias y orientaciones que han predominado en la economía por toda una época histórica. El dinamismo que adquirieron los procesos económicos ha volcado la actividad humana hacia la búsqueda del progreso y el bienestar material. En un contexto de acentuada competencia económica entre los individuos, los grupos sociales y las naciones, cada persona y cada sujeto social se encuentra impelido a concentrar su atención y su empeño en el logro del éxito económico al cual se asocia directamente el prestigio y las expectativas de realización en diversas facetas de la vida social. En ese marco altamente competitivo, en cada momento las personas y grupos se encuentran ante la situación de avanzar o de retroceder, de ponerse por encima de sus vecinos o de ser sobrepasados por ellos, de destacarse o de ser desplazados.

     Los que en esa competencia logran tener éxito adquiriendo niveles crecientes de riqueza, encuentran en ésta motivos suficientes de satisfacción. Teniendo cada vez más, entran en una dinámica según la cual cada nuevo logro, cada nueva adquisición les proporciona un estado de excitación y placer que, sin embargo, pronto se hace insuficiente: una nueva meta, un nuevo ascenso, un nivel algo más alto que el alcanzado aparecen como objetivos que exigen un nuevo esfuerzo y que llenan por otro período, siempre transitorio, la existencia. Tener cada vez más, adquirir una posición más elevada en la escala social, van marcando el camino de una vida permanentemente presionada por las exigencias inclementes del éxito. Retroceder en algo, bajar de nivel o perder una oportunidad, aunque ello no implique en los hechos un cambio realmente significativo en la cantidad de bienes disponibles o en la satisfacción de las necesidades objetivas, se convierten en motivo de temor y angustia, porque en ello va involucrado que otros se pongan por encima y comiencen a mirarlo hacia abajo.

     Por otro lado los pobres, los que quedan al margen de la dinámica del enriquecimiento constante y ven que sus vidas se estabilizan en la precariedad y las carencias incluso de lo esencial, se ven enfrentados a la necesidad de luchar por la subsistencia cotidiana, sin más horizonte que el día a día. Su existencia se encuentra permanentemente amenazada, y deben volcar todo su empeño en asegurar, siempre en el presente, la satisfacción de las necesidades básicas de la propia familia. No queda tiempo para el espíritu, para elevarse por sobre la existencia cotidiana tras la búsqueda de valores e ideales trascendentes.

     Ciertamente, no todos se dejan llevar por esta corriente de materialismo y consumismo. Existen personas, comunidades, instituciones, iglesias, que mantienen vivas las dimensiones superiores de la vida personal y social, buscan activamente el despertar espiritual del hombre y la sociedad, promueven el sentido comunitario y la solidaridad, desarrollan experiencias que trascienden el individualismo y la mera persecución del bienestar material. Lo hacen basadas en diferentes concepciones filosóficas y creencias religiosas, siendo las más importantes y extendidas en América Latina aquellas que se inspiran en la fe cristiana.

     Durante mucho tiempo, estas búsquedas de espiritualidad y sentido de comunidad establecieron con el mundo de lo económico un cierto antagonismo o, al menos, un cuidadoso distanciamiento, en razón de las orientaciones predominantes en éste. En efecto, las estructuras, actividades y comportamientos económicos a menudo contradicen los valores y principios defendidos por el cristianismo y por las búsquedas humanistas y espirituales en general. La observación de la realidad económica desde la óptica de esos valores y principios pone de manifiesto la existencia de una grave explotación del hombre, su reducción a mero factor instrumental de producción, la exacerbación del individualismo en las relaciones sociales, la búsqueda de la riqueza material y del éxito económico como meta que suplanta la persecución racional de la felicidad, el sometimiento de los hombres a las supuestas leyes objetivas del mercado o de la planificación, la alienación y objetivación del sujeto. Así, es en la economía donde se aprecia el mayor distanciamiento del comportamiento práctico y de las formas de pensar y de sentir, respecto a los que propone el mensaje cristiano.

     Entonces, frente a la economía, esas búsquedas espirituales y comunitarias desarrollaron una actitud crítica más o menos sistemática y -especialmente entre los jóvenes y en los sectores populares-se ha tendido a considerar sospechosamente la dedicación a los negocios y actividades empresariales. La relación que se ha tendido a establecer con la economía ha sido más bien externa y conflictual: como denuncia de las injusticias que en ella se producen, como ejercicio de una presión moral que exige correcciones en los modos de operar establecidos, o bien en términos de acción social, como esfuerzo por paliar la pobreza de los que sufren injusticias y marginación mediante actividades asistenciales, promocionales o de concientización, o buscando rescatar el valor del trabajo y revertir su objetiva subordinación al capital mediante la organización de los trabajadores. Pero la realización de actividades económicas en primera persona, la construcción y administración de empresas, difícilmente se visualizaba como un modo de actuación práctica del mensaje cristiano, como una vocación peculiar en la que los cristianos pudieran concretizar valores, principios y compromisos evangélicos.

     La demanda espiritual de otro modo de hacer economía.

     Durante un tiempo las búsquedas espirituales y religiosas, amenazadas por las tendencias secularizantes de la cultura moderna y por la invasión del positivismo en todas las esferas de la vida social, económica y política, tendieron a recluirse en la esfera de la vida privada y en los espacios interiores de la conciencia. Pero la situación ha cambiado sustancialmente desde cuando -hace ya varias décadas- los cristianos tomaron conciencia de que no es posible vivir la fe y el amor en un plano puramente interior, siendo indispensable manifestarlos y traducirlos en los comportamientos que hacen la vida real de las personas, los grupos y las sociedades. Y en este empeño, pronto se comprende que no basta la acción y presencia puramente testimonial de aquellos pocos que rechazan vivir conforme al materialismo hedonista predominante, porque el espíritu en general y el cristianismo en especial tienen inherente vocación de universalidad.

     El primer ámbito en que se ha expresado la aspiración a hacer presente "en el mundo" los valores y principios espirituales y cristianos ha sido en la esfera de la política -que en realidad nunca fuera completamente abandonada- siendo su manifestación más evidente la formación de partidos de doctrina o inspiración cristiana. Estrechamente vinculado al ámbito político se ha desarrollado también una consistente presencia en el mundo de las comunicaciones. Actualmente el compromiso y la dedicación intensa a la política y las comunicaciones se encuentra plenamente legitimada y fomentada entre los cristianos. No así aún en la economía y el mundo de las empresas, donde todavía se mantienen fuertes reservas y donde no se ha indagado a fondo cuáles serían las exigencias de renovación y transformación profundas que brotan de las exigencias evangélicas. Como consecuencia de ello, la acción principal se ha mantenido en la esfera de la formación de la conciencia individual de los empresarios, a fin de que asimilen ciertos postulados y valores de doctrina social que debieran tener presente al tomar decisiones particulares en las actividades y organizaciones económicas que dirigen.

     Pero el problema es mucho más profundo. No es suficiente, por un lado, la valoración espiritual y cristiana del trabajo, aunque sin duda es importante todo esfuerzo que se haga por dignificarlo y obtener para él un trato justo. No es suficiente porque en la economía el trabajo no puede existir solo sino en relación con los demás elementos necesarios para la producción, combinado y organizado en unidades económicas o empresas, y todas ellas formando parte de un complejo sistema económico de producción, distribución, consumo y acumulación. Por otro lado, no es suficiente tampoco formar la conciencia interior de los empresarios, aunque sea importante que sus decisiones lleguen a estar influidas por principios y valores humanistas y cristianos. No es suficiente porque ellos operan en un tipo de organización -la empresa- y de articulación económica -el mercado-, que los condicionan con tal fuerza que no pueden dejar de actuar y decidir conforme a los criterios predominantes en la economía sin correr el riesgo de verse seriamente perjudicados y finalmente excluidos de ella por ineficientes.

     Lo que hoy comienza a percibirse con creciente claridad desde la óptica de quienes aspiran a vivir la economía en conformidad con los valores y principios espirituales y cristianos, es la necesidad de comprometerse comunitaria o asociativamente en la creación y desarrollo de empresas de nuevo tipo, organizadas conforme a una racionalidad económica especial, según la cual las formas de propiedad, distribución de excedentes, tratamiento del trabajo y demás factores, acumulación, expansión y desarrollo, y en general todos los aspectos relevantes, queden definidos y organizados de manera coherente con las exigencias que derivan de aquellos principios y valores. Y también la necesidad de iniciar y desarrollar procesos transformadores de la economía global, tanto mediante la presencia y la acción de estas mismas empresas alternativas como a través de acciones que se desenvuelvan a nivel del mercado y de las políticas económicas que inciden en la economía global y en sus dinámicas de desarrollo.

     Estamos ante la demanda y la búsqueda de otra manera de hacer economía y de otro tipo de desarrollo, que suponen a su vez pensar la economía y el desarrollo de modos nuevos.

     Pues bien, no es difícil comprender que tales modos nuevos de organizar y realizar las actividades económicas van encaminadas en la perspectiva de la economía de solidaridad y trabajo. En efecto, las búsquedas espirituales y religiosas promueven los valores del amor y la solidaridad entre los hombres, destacan el trabajo humano como expresión de la dignidad del hombre y fuente de importantes virtudes, fomentan el sentido de comunidad, resaltan la gratuidad y la donación como expresiones superiores de fraternidad, promueven un cierto desapego de los bienes materiales y un consumo responsable de éstos en función de satisfacer con equilibrio y de manera integral las necesidades humanas. Se plantean, así, en el núcleo mismo de la economía solidaria.

     Comportamiento económico y formas y niveles de conciencia.

     El camino del espíritu hacia la economía de solidaridad encuentra raíces aún más profundas, que aparecen ante la reflexión sobre los nexos sutiles que ligan la vida y la conciencia, los comportamientos personales y sociales con las formas de pensar y de sentir. Como sabemos, éste es un problema crucial de cualquier búsqueda espiritual que no se limite a una dimensión puramente intimista sino que quiera proyectarse a la vida concreta de los hombres y de la sociedad.

     La cuestión puede plantearse en los términos siguientes. En cualquier tiempo y lugar, los hombres nacen y viven en un mundo que no han creado, en circunstancias y condiciones históricas determinadas que les exigen e imponen ciertos modos de comportamiento, ciertas maneras de actuar y relacionarse que "deben" adoptar a fin de insertarse en la vida social y encontrar en ella un lugar y función. En cuanto parte de grupos sociales que se forman y actúan en el seno de estructuras económicas y sociales dadas, los hombres "asumen", así, una determinada cultura: valores, ideas, sentimientos, modos de ser, etc. En su actuar práctico se manifiesta y verifica implícitamente una concepción del mundo y de la vida, un sistema de creencias y de valores relativamente coherentes, objetivados en las organizaciones e instituciones en que participan.

     El individuo puede no ser consciente de esa concepción del mundo y de esos valores y creencias; puede incluso no aceptarlos teóricamente; pero actúa conforme a ellos, o mejor, dentro de los márgenes de aceptación que ellos permiten. Cuando alguien no lo hace así se expone a recibir un "castigo" social en forma de exclusión, aislamiento, rechazo social, pérdida de oportunidades y de prestigio, etc.

     A menudo esas formas de pensar implícitas en la acción están en contraste con las maneras de pensar explícitas que manifiestan las personas; con las ideas y valores que han recibido de la familia, la escuela u otro agente difusor presente en el medio cultural, o que hayan desarrollado por sí mismas en su propia conciencia. En tal caso diremos que su conciencia -su manera de pensar-está en contraste con su manera de actuar, o más precisamente, que en él están presentes y operan dos formas de conciencia, una implícita en su actuar y en sus relaciones sociales, y otra explícita en su intimidad y que verbaliza en sus relaciones personales.

     La inmensa mayoría de las personas se encuentra en uno de estas dos situaciones: o piensa y siente conforme a la concepción del mundo que impregna la práctica y las relaciones económicas y sociales dadas, o tiene una conciencia escindida en los términos que acabamos de explicar. En el primer caso se verifica una suerte de unión acrítica entre el pensamiento y la vida; en el segundo, una escisión entre la teoría y la práctica, entre los modos de pensar y de actuar.

     Esta última es la situación en que se encuentran muchos cristianos y en general las personas que adhieren explícitamente a creencias y valores espirituales y solidarios, pero que viven conforme a los modos de comportamiento y relación individualistas y materialistas que exigen las formas económicas predominantes. Habrá que decir que esta escisión acepta numerosos matices y que no se verifica de igual modo y con similar contraste en todos los planos y dimensiones de la vida. Puede suceder que haya espacios de experiencia en los cuales se alcanza mayor coherencia, por ejemplo, en la vida familiar o al interior de pequeños grupos de referencia. Pero ha de reconocerse que son muy numerosas las actividades impregnadas por la cultura económica predominante, en las que sustraerse a los comportamientos requeridos implica sacrificios y costos tan grandes que son pocas las personas dispuestas a asumirlos.

    Pero la escisión tiene también sus costos, que se pagan en tensiones interiores, en contradicciones vitales, en sentimientos de culpa y frustración, en pérdida de autoestima, en el sentimiento de falta de autenticidad. Tales costos resultan obviamente más intensos en aquellas personas que han alcanzado un mayor desarrollo de sus dimensiones espirituales y un mayor conocimiento y aprecio de las creencias y valores a las que adhieren conscientemente. Es de ellas que surge, más temprano o más tarde, con mayor o menor intensidad, la exigencia de "vivir lo que se cree y se piensa".

      Es la búsqueda de coherencia, de autenticidad, de unidad entre teoría y práctica. Pero ello supone dejar atrás los comportamientos portadores de modos de conciencia que contradicen su conciencia explícita, y empezar a actuar conforme a ésta. Es la construcción de una nueva unidad entre teoría y práctica, no ya comandada por ésta, como era el caso de quienes piensan conforme a como actúan adaptados al sistema de acción y relaciones predominante, sino dirigida por la teoría, o sea por el pensamiento y los valores que buscan hacerse reales y prácticos en un nuevo medio social y económico. Este medio, obviamente, hay que crearlo, y es en tal proceso de construcción del medio práctico adecuado a la conciencia espiritual y religiosa superior, que surgen las expresiones concretas de economía de solidaridad y trabajo.

 

SI QUIERES EL LIBRO EN PAPEL O EN DIGITAL LO ENCUENTRAS AQUÍ:

https://www.amazon.com/gp/product/B075748XG6/ref=dbs_a_def_rwt_hsch_vapi_tkin_p1_i6