Capítulo 7.
EL CAMINO DEL DESARROLLO ALTERNATIVO
Necesidad de un nuevo concepto del desarrollo.
Un quinto camino que orienta en la perspectiva de la economía de solidaridad surge de la preocupación por el desarrollo económico. La identificación e implementación de una vía o estrategia de desarrollo es la principal de las cuestiones que han interesado a los economistas y en general a los sectores dirigentes de nuestras sociedades, desde que se consolidara en el mundo la división entre los países altamente industrializados, centrales y modernos por un lado, y los países de baja industrialización, periféricos y atrasados por otro. Una situación que distingue niveles y calidad de vida de las personas, grados de importancia de los países en el escenario internacional, diferentes posibilidades de hacer frente a los grandes desafíos del futuro de la humanidad. Una situación en que, al decir de S.S.Juan Pablo II en su Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, "la unidad del género humano está seriamente comprometida".
La cuestión del desarrollo económico ha dado lugar a diversos enfoques y opciones pero ha estado centrada especialmente en el problema de los medios, modelos y estrategias que han de implementarse para lograrlo. En tal debate se han planteado diferentes énfasis respecto al tipo de organización económica capaz de promoverlo más eficazmente, a los sectores que pueden ser sus "motores" o impulsores, al rol que en su logro competa al estado y al sector empresarial privado, a la preeminencia que deba darse a la educación, la tecnología, la producción, los servicios, la salud, etc. Pero, en líneas generales, no se ha dado una gran discusión respecto al sentido y los contenidos principales del desarrollo, a la meta por lograr, asumiéndose implícita y acríticamente como objetivo la situación alcanzada en los países y regiones considerados desarrollados.
Desde hace un tiempo se ha empezado a hablar, en cambio, de la necesidad de "otro desarrollo", de un desarrollo alternativo, planteándose con mayor énfasis la cuestión del sentido y finalidad del desarrollo deseado.
Que sea necesaria una estrategia alternativa de desarrollo para nuestros países resulta evidente dado el fracaso de las estrategias conocidas y aplicadas, que han sido en realidad numerosas y variadas. Lo que precisa en cambio mayor aclaración es la necesidad de que lo alternativo sea no sólo la estrategia, el modelo y la vía para alcanzarlo, sino la meta y el concepto mismo del desarrollo.
La búsqueda de un nuevo concepto de lo que es el desarrollo, del objetivo por lograrse, deriva de varias y muy serias consideraciones. En primer lugar, del hecho que el desarrollo alcanzado por los países avanzados implica y supone una división internacional del trabajo y términos de intercambio internacionales que establecen estructuralmente la subordinación y dependencia de grandes regiones del mundo, que constituyen mercados subordinados proveedores de materias primas, fuerza de trabajo, insumos y productos de bajo costo, que han contribuido sustancialmente al desarrollo de los otros y que continúan en gran medida sustentándolo. Si esto es así -y hay abundante evidencia empírica de ello-, no sería posible el mismo tipo de desarrollo para todo el mundo, pues el de los países subdesarrollados requeriría la existencia de un otro mundo dependiente de ellos que lo haga posible y sustente, el cual obviamente no existe.
Pero la necesidad de otra concepción del desarrollo surge no sólo de ésta imposibilidad que podríamos denominar técnico-económica, sino también de considerar lo que sucedería en el mundo si todos los países lograran efectivamente el tipo y nivel de desarrollo que tienen actualmente los países industrializados. Sencillamente, tal situación sería insostenible ecológicamente. La cantidad de recursos naturales, de energías y de productos procesados en un mundo enteramente industrializado se multiplicaría muchas veces respecto de los niveles actuales, con el consiguiente agravamiento exponencial del deterioro del medio ambiente y de los desequilibrios ecológicos. De ahí que haya aparecido como cuestión decisiva la formulación del concepto de "desarrollo ecológicamente sustentable", que no puede ser sino un tipo de desarrollo cualitativamente diferente al conocido.
Otra importante razón para buscar un desarrollo distinto al que han seguido los países industrializados se origina en la creciente conciencia de la insatisfacción que éste provoca en las personas y sociedades que tras largo esfuerzo lo han alcanzado. El tipo de desarrollo que tienen resulta unilateral, no se orienta a la satisfacción de la integralidad de las necesidades y aspiraciones de ser humano, y aunque logre conducir a lo que suele entenderse como un alto nivel de vida, no asegura una verdadera calidad de vida. Esta insuficiencia y limitación del desarrollo ha sido expresada de manera profunda, exacta y fuerte por S.S. Juan Pablo II en la mencionada Sollicitudo Rei Socialis: "El panorama del mundo actual, incluso el económico, en vez de causar preocupación por un verdadero desarrollo que conduzca a todos hacia una vida más humana parece destinado a encaminarnos más rápidamente hacia la muerte" (n.24). Situación que se relaciona con "una concepción errada y hasta perversa del verdadero desarrollo económico" (n.25). Tras advertirnos que "el desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi automático y de por sí ilimitado (n.27), como si el género humano marchara seguro hacia una especie de perfección indefinida", nos señala que "la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana (...). Debería ser altamente instructiva una constatación desconcertante de este período más reciente: junto a las miserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie de superdesarrollo, igualmente inaceptable porque, como el primero, es contrario al bien y a la felicidad auténtica. En efecto, este superdesarrollo, consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la "posesión" y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos. Es la civilización del "consumo" o consumismo, que comporta tantos "desechos" o basuras (...). Todos somos testigos de los tristes efectos de esta ciega sumisión al mero consumo: en primer término, una forma de materialismo craso, y al mismo tiempo una radical insatisfacción, porque se comprende fácilmente que -si no se está prevenido contra la inundación de mensajes publicitarios y la oferta incesante y tentadora de productos- cuanto más se posee más se desea, mientras las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer, y quizás incluso sofocadas" (n.28).
Los objetivos de un desarrollo deseable.
Pues bien, ¿cómo ha sido concebido el desarrollo en nuestros países y de qué modo se ha pretendido alcanzarlo? ¿Cuál es la concepción del desarrollo que es preciso someter a crítica y sustituir por otra? Al adoptarse como modelo de economía desarrollada aquella que se observa en las regiones de alta concentración industrial se ha difundido en nuestros países la idea que desarrollarse consiste básicamente en un proceso de industrialización en gran escala, que supone y a la vez implica una sustancial acumulación de capital, y cuyas fuerzas impulsoras serían una clase empresarial o el Estado (o alguna combinación de ambos), entendidos como agentes organizadores de las actividades productivas principales y más dinámicas. En su realidad concreta (la que se ve en los países desarrollados) el desarrollo es más que esto y ha sido alcanzado con políticas distintas a las mencionadas; pero así puede sintetizarse lo que suele entenderse como desarrollo en los países que no lo tienen y los modos en que han buscado alcanzarlo.
Así concebido el desarrollo se ha supuesto que para llegar a él es preciso: a) fomentar la industrialización, especialmente la creación de grandes industrias, destinando a ello la mayor cantidad de recursos posibles, aunque tengan que sustraerse desde otros sectores, por ejemplo, de la agricultura y de los servicios; b) hacer esfuerzos especiales por acumular capitales, implicando ello la contención del consumo y la acumulación del ahorro en vistas a su utilización en grandes obras de inversión, especialmente en el sector industrial; c) proporcionar un ambiente económico, jurídico y tributario que estimule en varios modos la actividad económica de los empresarios y del Estado, para que efectúen inversiones con el máximo de garantías de rentabilidad y facilitando de diversas maneras la generación de altas utilidades; d) incentivar especialmente aquellos sectores de actividad considerados más dinámicos, que utilizan tecnologías más avanzadas o "de punta".
¿Cómo superar un punto de vista tan difundido y enraizado? Y sobre todo ¿qué otra concepción del desarrollo podemos proponer? La economía, centrada en el estudio de los medios más que de los fines, no parece ser la ciencia que pueda clarificarnos el objetivo del desarrollo. Tal vez la sana razón natural y el sentido común puedan indicarnos lo que debemos perseguir. Entonces y para no entrar en una complicada disquisición terminológica sobre lo que es o no es el desarrollo, pensemos más bien en lo que deseamos como meta e ideal de sociedad desde el punto de vista de su potencial económico y a éso démosle el nombre de desarrollo.
Probablemente concordaremos en una sociedad en que las necesidades básicas de todos se hayan adecuadamente satisfechas. Pero no nos conformaremos con eso, sino que desearemos también que otras necesidades y aspiraciones más refinadas y superiores puedan también ser satisfechas, diferenciadamente en función de las distintas motivaciones y gustos personales y grupales. Esperaremos que no haya desempleo forzado, sino una utilización plena y eficiente de los recursos humanos y materiales, y que las personas se hayan liberado de las formas de trabajo más pesadas. Pensaremos en una sociedad en que las relaciones sociales sean integradoras, en que no exista la explotación de unos sobre otros ni una excesiva conflictualidad social. No estaremos satisfechos aún con todo eso, sino que aspiraremos a que haya elevados niveles de educación, la mejor salud, un excelente sistema de comunicaciones sociales, el más logrado equilibrio ecológico y social, y una superior calidad de vida. Y todavía no nos consideraremos desarrollados si la satisfacción de todas esas necesidades y aspiraciones están sujetas a factores externos que no controlamos, o si dependemos de otros en ese nivel y calidad de vida; en tal sentido, aspiramos a controlar nuestras propias condiciones de vida, lo cual implica que habremos desarrollado nuestras propias capacidades para satisfacer nuestras necesidades.
Se dirá tal vez que estas metas son excesivamente ambiciosas y que no están a nuestro alcance. Pero no es ése el problema, pues cuando buscamos definir el fin u objetivo a lograr lo que interesa es identificar la dirección en que hemos de avanzar. En efecto, en relación con cada uno de los aspectos mencionados algo de ello tenemos y algo o mucho nos falta, y desarrollarnos consiste en avanzar en su logro, alcanzar posiciones de mayor realización respecto a cada uno de los objetivos deseados. Identificados los objetivos y la dirección del proceso, la interrogante es ahora, entonces, cómo podamos avanzar mejor, más segura y rápidamente hacia ellos.
No se alcanza el desarrollo mediante la industrialización ni la concentración de capitales.
Aún si prescindimos de la acuciente duda respecto al grado en que tales metas se hayan alcanzado en las sociedades industriales, hay que preguntarse acaso en los países subdesarrollados podamos aproximarnos a su realización mediante la destinación prioritaria de los recursos disponibles hacia la aceleración de un proceso de industrialización, la acumulación de capitales y el privilegiamiento de grupos empresariales considerados los más dinámicos. En realidad no es difícil percibir que tales caminos nos alejan en vez de acercarnos al desarrollo tal como lo hemos concebido. Podemos verlo en relación a cada una de las cualidades del desarrollo deseado que dejamos anotadas.
En efecto, las direcciones principales del industrialismo no se hayan orientadas a la satisfacción de las necesidades básicas sino de aquellas más sofisticadas que requieren artefactos de mayor elaboración y complejidad, a los que acceden preferentemente los grupos sociales de elevados ingresos. Una política orientada a la satisfacción de las necesidades básicas debiera priorizar otras ramas de la economía, como la agricultura, la ganadería, la construcción de viviendas y los servicios, para satisfacer las necesidades de alimentación, vivienda, salud, educación y comunicaciones de toda la población. El industrialismo adquiere sentido una vez que estas necesidades básicas de todos se encuentren razonablemente satisfechas.
Si el objetivo es un pueblo bien alimentado, con buena salud, culto, bien comunicado, que viva en viviendas dignas, hay que orientar la producción y la actividad económica directamente hacia ello, y no esperar que resulte de un efecto de "chorreo" que tenga el desarrollo industrial, sobre todo si para acelerarlo hayan tenido que ser transferidos recursos desde el campo a la ciudad y desde los demás sectores hacia la industria.
Agreguemos a lo anterior que mediante la producción en serie y estandarizada propia de la gran industria, difícilmente se atiende adecuadamente a aquella variedad de necesidades, aspiraciones y gustos diferenciados que tienen las personas, ni menos a sus necesidades de carácter superior, culturales y relacionales. Mucho mejor puede lograr tal objetivo una artesanía moderna bien implementada tecnológicamente, y una estructura de servicios desconcentrada y estrechamente vinculada a los ambientes donde la gente vive y crea sus comunidades locales.
Tampoco la industrialización es un camino eficiente para crear empleos y conducir a la plena ocupación de los recursos humanos y materiales. Menos aún si de ella se priorizan aquellos sectores considerados más dinámicos y tecnológicamente avanzados. De todos los sectores, es la gran industria el que ocupa la menor proporción de fuerza de trabajo por unidad de capital. Son, por el contrario, aquellos mismos sectores que se orientan más directamente a la satisfacción de las necesidades básicas y a la generación de servicios fundamentales, los más intensivos en el empleo de trabajo humano.
En sociedades donde escasea el capital y es abundante la fuerza laboral, priorizar actividades intensivas en capital y que ocupan poca fuerza de trabajo es darle a los recursos un uso ineficiente. Esto vale incluso para el factor tecnológico, porque en la economía cuando se privilegia un sector se sacrifican los otros. Privilegiar la tecnología más sofisticada y de punta implica basar el desarrollo en el conocimiento y la información poseída por muy reducidos grupos de personas altamente especializadas, e inhibir las posibilidades de utilización o desaprovechar de hecho el saber y el conocimiento de la mayoría de la población.
Concentrar la actividad productiva en grandes unidades empresariales conlleva, igualmente, que sean pocos los sujetos que toman decisiones, que organizan los procesos y de los cuales depende la vida de todos. La inmensa mayoría de las personas queda sujeta a las oportunidades que esos pocos organizadores de grandes unidades económicas les ofrezcan, dependiendo incluso sus ingresos fundamentales de que aquellos puedan o quieran ofrecerles un empleo. Nada más lejos de aquella autodependencia o control de las propias condiciones de vida, que se alcanza mediante el despliegue de las propias capacidades de satisfacer las propias necesidades.
Similares conclusiones podemos obtener analizando los otros elementos del desarrollo deseado. La experiencia enseña que la industria no es fuente de integración social ni de vida comunitaria, mientras que suele provocar masificación y elevada conflictualidad entre grupos sociales. La industrialización no elimina la explotación del trabajo, y las sociedades industriales se distinguen por graves desequilibrios ecológicos, demográficos y sociales. Estos fenómenos son aún más serios en los países subdesarrollados donde el esfuerzo por acelerar la industrialización lleva a concentrar la población en pocas pero gigantescas ciudades. Y en general, tampoco hay razones suficientes para asociar el desarrollo de la educación, la salud, la cultura, las comunicaciones y la mejor calidad de vida, con la industrialización moderna.
Junto con disociar el desarrollo de la industrialización, es preciso distinguirlo del proceso de acumulación de capitales, con el que también se acostumbra identificarlo. En realidad, tal identificación no es sino una consecuencia del haber previamente considerado el desarrollo como industrialización, ya que es éste el proceso que requiere consistentes niveles de acumulación y concentración de capitales, sea en manos de los empresarios privados o del Estado, para efectuar grandes y costosas inversiones.
En el limitado espacio de esta exposición no podemos detenernos en la argumentación analítica necesaria para precisar la relación existente entre desarrollo y capitalización. Nos limitaremos a sostener que una sociedad no es desarrollada porque disponga de abundantes capitales, sino porque ha logrado expandir las potencialidades de los sujetos económicos que la conforman. Ello requiere bienes económicos concretos y una adecuada dotación de recursos materiales y financieros; pero más importante que ellos son el desarrollo de las capacidades humanas, el aprendizaje de los modos de hacer las cosas, los conocimientos necesarios para organizar y gestionar los procesos, el saber científico y tecnológico disponible y su grado de difusión en la sociedad, la acumulación de informaciones crecientemente complejas, la organización eficiente de las actividades, por parte de los sujetos que han de utilizar los recursos sociales disponibles.
Para desarrollar todo esto se precisan ciertamente financiamientos y capitales; pero no concentrados en pocas manos, sino socialmente diseminados por toda la sociedad, distribuídos en pequeñas proporciones entre numerosos sujetos -personas, asociaciones, comunidades- que poseen capacidades creativas, organizativas y empresariales, muchas de las cuales quedan inactivas allí donde los capitales están concentrados en pocas manos y la actividad productiva se realiza preferentemente en grandes industrias.
Más que capitales el desarrollo requiere la formación de nuevos comportamientos, de determinados hábitos de conducta, de grados crecientes de organización social, requeridos por la multiplicación de las informaciones y la creciente complejidad de las estructuras. La expansión de las capacidades de todos requiere que todos tengan acceso a los recursos financieros indispensables para realizar los proyectos e iniciativas que tengan. En otras palabras, el desarrollo exige que los capitales se pongan a disposición de las personas, y no que éstas se orienten a la acumulación de capitales sacrificando muchas veces sus necesidades y aspiraciones de perfeccionamiento. Estamos con esto en condiciones de comprender los aportes muy especiales que puede hacer la economía de solidaridad al desarrollo.
La economía solidaria en la perspectiva del desarrollo deseado.
Otro desarrollo significa otra economía. Examinemos, pues, en qué sentido y de qué manera la economía de solidaridad puede constituir aquella otra economía cuyo despliegue conduzca al desarrollo deseado.
Un desarrollo alternativo implica, ante todo, el desarrollo de los sectores sociales menos desarrollados económicamente. Pero no sólo de éstos sino de la sociedad en su conjunto conforme a la dirección que señala el concepto y los objetivos del desarrollo deseable. Veremos como en ambos sentidos la economía de solidaridad se presenta como un camino apropiado desde el cual puede efectuar una contribución sustancial, indispensable y eficiente. Para comprenderlo podemos ir confrontando la racionalidad y las características propias de la economía de solidaridad con aquellos elementos que definen el sentido y los objetivos del desarrollo deseado, o bien a la inversa, ir desprendiendo de los objetivos y elementos del desarrollo deseado aquellos modos de hacer economía que más directamente conduzcan a su realización.
El objetivo de la satisfacción de las necesidades básicas de todos exige una distribución justa y equitativa de la riqueza, que sólo puede ser lograda allí donde se dé la más amplia participación de todos en su producción. De todas maneras, habrá siempre determinadas personas y grupos que no tengan posibilidades de participar eficazmente en la producción, pero no por eso han de quedar excluidos de los beneficios de la economía, pues también ellos tienen derecho a vivir.
Por otro lado, para que la satisfacción de las necesidades básicas de toda la población pueda quedar asegurada es preciso que una proporción elevada de la actividad se oriente a la producción de aquellos bienes y servicios que las satisfagan, lo que a su vez requiere que las personas puedan convertir sus necesidades en demandas efectivas incidiendo en las decisiones sobre qué producir y para quién hacerlo. Nada de ésto puede optimizarse si los agentes económicos deciden y actúan exclusivamente en función de su propio beneficio e interés individual. La satisfacción de las necesidades básicas de todos exige, por el contrario, que los sujetos económicos puedan asumir como propias también las necesidades ajenas, especialmente de aquellos más pobres.
Una dosis consistente de solidaridad en la producción, distribución, consumo y acumulación se hace entonces necesaria, tanto a nivel macroeconómico como en las unidades particulares y en el comportamiento de los diversos agentes económicos. Para avanzar en este objetivo un aporte relevante lo hacen aquellas experiencias que se proponen específicamente superar la pobreza mediante el despliegue de las capacidades y recursos de los mismos grupos que enfrentan serios problemas de subsistencia.
El objetivo de la satisfacción de otras necesidades, diferenciadas en función de las aspiraciones y deseos de las diversas personas y grupos, y en especial de aquellas necesidades superiores como son las de convivencia y relación con los demás, de participación e integración comunitaria, de desarrollo humano integral, de perfeccionamiento cultural y espiritual, plantea también exigencias de solidaridad en la economía. Gran parte de esas necesidades, en efecto, pueden satisfacerse mediante la misma realización comunitaria y asociativa del trabajo, de la gestión, del consumo y de las otras actividades económicas.
Por otro lado, es preciso que la economía proporcione aquellos bienes y servicios aptos para satisfacer las necesidades y aspiraciones diferenciadas de las personas, lo que plantea la exigencia de que los productores definan lo que producen y para quién producen atendiendo a los requerimientos de las personas, y no que les impongan productos estandarizados definidos en función de maximizar la rentabilidad del capital invertido. Las ideas del "trabajo para el pan", del "trabajo para un hermano", del "trabajo realizado en amistad", que expresivamente identifican el sentido de una economía consecuentemente solidaria, se presentan también representativas de la búsqueda de esta dimensión del desarrollo deseado.
Otro elemento del desarrollo al cual las formas económicas alternativas y solidarias pueden contribuir significativamente, se refiere al incremento de la disponibilidad general de recursos y en particular al logro de crecientes niveles de empleo de la fuerza de trabajo y de los demás factores económicos. Una interesante cualidad de la economía de solidaridad y trabajo consiste precisamente en su capacidad de movilizar recursos inactivos, particularmente fuerza de trabajo. Esto se torna económicamente viable porque las organizaciones solidarias operan con menores costos de factores y porque sus integrantes pueden aportar y obtener valores y beneficios de otro tipo, que acrecientan la productividad y forman parte del beneficio global.
Estas mismas unidades económicas ponen en actividad capacidades creativas, organizativas y de gestión que se encuentran socialmente diseminadas y que nunca han sido económicamente aprovechadas. El saber y la creatividad popular son fuente de tecnologías apropiadas a los requerimientos de la economía de solidaridad y trabajo, y su aprovechamiento expande las capacidades organizativas y de gestión que naturalmente tienen las personas y grupos asociativos. Incluso la economía solidaria utiliza un factor especial, que hemos denominado "factor C" y que consiste en el hecho que la cooperación, el compañerismo, la comunidad y la solidaridad presentes en las empresas, incrementan su productividad global por efecto de la colaboración en el trabajo, del intercambio fluido de informaciones y conocimientos, de la adopción participativa de las decisiones, del compromiso con la empresa que determina la pertenencia a una comunidad de trabajo que se siente como propia, etc.
Todo esto pone a la economía de solidaridad operante en torno a un punto nodal de cualquier estrategia de desarrollo, toda vez que éste, como afirma A.O.Hirschman, "no depende tanto de saber encontrar las combinaciones óptimas de recursos y factores dados, como de conseguir para propósitos de desarrollo aquellos recursos y capacidades que se encuentran ocultos, diseminados o mal utilizados".(De La estrategia del desarrollo económico, F.C.E.,pág.16).
Otro objetivo del desarrollo lo identificamos en relaciones sociales integradoras no basadas en la explotación de unos sobre otros ni generadoras de una excesiva conflictualidad social. Esto es algo tan consustancial a la economía de solidaridad que poco podemos agregar, salvo señalar que cualquier incremento de la solidaridad en las diversas fases del proceso económico implica naturalmente superiores y más armónicas relaciones sociales.
En cuanto al logro de mejores niveles de educación, salud y comunicaciones sociales, cabe destacar que es precisamente en torno a la producción de los servicios necesarios para satisfacer estas necesidades que la economía de solidaridad tiene especiales ventajas comparativas. Estas son necesidades que tienen la cualidad muy especial de involucrar en su misma satisfacción a la comunidad en que las personas participan, y que en consecuencia se satisfacen en comunidades y grupos de mejor manera que individualmente.
La educación es normalmente un proceso grupal no sólo en cuanto suele realizarse en grupos o cursos sino, más profundamente, en cuanto el mismo grupo en que se realiza constituye un componente del proceso educacional mismo. Las personas nos desarrollamos unas a otras, aportándonos aquellas cualidades, conocimientos y habilidades que cada uno haya desplegado más amplia o profundamente.
Con la salud acontece algo similar: la buena salud de cada uno depende de la buena salud de aquellos con quienes se convive y de la higiene comunitaria y ambiental; a la inversa, cada uno puede colaborar a la salud de los demás al mismo tiempo y a menudo con los mismos medios con que se preocupa de la propia.
En cuanto a las necesidades de comunicación, se trata por definición de algo que se satisface en la relación de unos con otros, la cual se perfecciona notablemente cuando ellas se establecen solidaria y comunitariamente.
En otras palabras, tanto en la producción de satisfactores adecuados de estas necesidades sociales como en su utilización y consumo la economía de solidaridad presenta ventajas comparativas importantes respecto a los demás sectores. A ello habrá que agregar que el mismo hecho solidario o comunitario tiene la muy especial característica de expandir y profundizar estas necesidades o aspiraciones por parte de las personas y comunidades, con lo que puede esperarse un incremento de las mismas que active la producción de los satisfactores adecuados, mediante el desarrollo de formas económicas en que la solidaridad esté presente de manera significativa.
En cuanto a los objetivos del equilibrio ecológico y de una superior calidad de vida, también ellos exigen la presencia de niveles crecientes de solidaridad y de integración comunitaria; pero este tema lo examinaremos ampliamente en el próximo capítulo.
El último elemento que consideramos en nuestro concepto de desarrollo deseado se refiere a la autonomía en la satisfacción de las necesidades, que se alcanza en la medida que desarrollemos nuestras propias capacidades para satisfacerlas. Tal independencia respecto a factores externos y el consiguiente control de nuestras propias condiciones de vida encuentra en la economía de solidaridad una importante posibilidad de realización. En efecto, la economía de solidaridad y trabajo involucra a las personas y comunidades como actores de su propio desarrollo.
Esto adquiere especial relevancia en función del desarrollo de los grupos sociales menos evolucionados económicamente, porque el modo más eficaz de enfrentar los problemas de los más pobres es promover solidariamente el surgimiento de organizaciones y unidades económicas populares centradas en el trabajo y la solidaridad, en que los mismos afectados por los problemas de subsistencia busquen la satisfacción de sus necesidades básicas mediante la organización y despliegue de iniciativas creadoras y comunitarias. Más que subsidios de desempleo, de vivienda, de salud, de alimentación, que ocupan recursos de modo no muy eficaz y que no involucran personalmente a los beneficiados en la superación de sus problemas, es conveniente privilegiar soluciones participativas y comunitarias, tales que los mismos necesitados desplieguen sus energías creadoras en la solución de sus problemas. Con ello se adueñan de su destino y satisfacen sus necesidades como fruto del propio esfuerzo, crecen humanamente y se integran efectivamente a la vida de la sociedad.
De este modo la economía de solidaridad y trabajo convierte a las personas, sus asociaciones y grupos de pertenencia en agentes fundamentales del desarrollo alternativo. Orientado por el concepto de este otro desarrollo, desaparece la idea de que existirían determinados sujetos privilegiados que se constituyen en motores que es preciso provisionar de mayores recursos en función de su supuesta superior eficiencia. Existe plena evidencia de que los beneficios del desarrollo recaen en su gran mayoría sobre quienes lo realizan; pero si el desarrollo es verdadero sólo si involucra al conjunto de la sociedad; si es, como se afirma en la mencionada Encíclica, "el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres", no puede cumplirse sin la participación de todos como actores económicos relevantes. Tal es precisamente la orientación principal de la economía de solidaridad. Quienes buscan este desarrollo porque han comprendido que es el único efectivo y conveniente para nuestras sociedades, encuentran en la economía de solidaridad un camino y un modo apropiado de contribuir a su realización.
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