Capítulo 2. EL CAMINO DE LOS POBRES Y DE LA ECONOMÍA POPULAR

Capítulo 2

EL CAMINO DE LOS POBRES Y DE LA ECONOMÍA POPULAR

 

    La realidad de la pobreza.

     Un primer camino hacia la economía solidaria parte desde la situación de pobreza y marginalidad en que se encuentran grandes grupos sociales.

   Como consecuencia de las transformaciones que está experimentando la economía contemporánea y de las tendencias que están predominando en la reorganización de los mercados, numerosos grupos humanos se han empobrecido y quedan al margen de los resultados del crecimiento. El predominio del factor financiero en la economía y la consiguiente concentración de los mercados, junto a los déficit públicos y la disminución de las capacidades redistributivas del Estado, dejan fuera de las posibilidades de participar en la economía a muchos que no tienen bienes para intercambiar, o que poseen poco dinero para comprar y una fuerza de trabajo de menor productividad que no encuentra ocupación en las empresas o instituciones.

     Reducidas para muchos las posibilidades de participar en la economía a través de los dos grandes sectores -la economía de empresas y el mercado, y la economía pública y estatal- que en las economías modernas permiten aportar a la producción y obtener de ella los bienes y servicios necesarios para satisfacer las necesidades básicas, enfrentan un agudo problema de subsistencia.

     Marginados de la economía oficial, se ven en la necesidad de desplegar verdaderas estrategias de sobrevivencia, realizando cualquier tipo de actividades económicas informales y por cuenta propia para obtener los ingresos que les aseguren la satisfacción de sus necesidades básicas. Ha surgido así desde la realidad de la pobreza la (mal llamada) economía informal o economía invisible, que preferimos denominar economía popular en razón del hecho de mayor trascendencia económica y cultural que ella implica, cual es la activación y movilización económica del mundo popular.

     Para comprender el significado de este proceso, su trascendencia, las racionalidades económicas que se manifiestan en su interior y el modo en que contribuye a la formación y desarrollo de la economía solidaria, es preciso examinar más de cerca sus dimensiones, las características de la pobreza en que se origina, sus causas estructurales y los diferentes componentes que configuran una tipología que es posible construir a partir de su notable heterogeneidad y diversidad.

     La pobreza se ha expandido en las últimas décadas prácticamente en muchos países latinoamericanos. Se ha extendido en cuanto al tamaño de la población afectada, que ha venido creciendo insistentemente hasta alcanzar en algunos países porcentajes cercanos al 60 % de la población, y se ha profundizado en cuanto a la radicalidad e intensidad que ha llegado a tener, observándose una creciente distancia en los niveles de vida que separan a los ricos y pobres de la región. Pero más significativa que la expansión cuantitativa de la pobreza es tal vez la transformación cualitativa que en ella se está verificando.

     Transformación de la pobreza.

     Dicho muy sintéticamente, el mundo de los marginados consistía hace tres o cuatro décadas, básicamente en aquella parte de la po­­blación que no había logrado integrarse a la vida moderna debido a que las infraestructuras urbanas (calles, viviendas, agua potable, alcantarillados, etc.), productivas (industrias, puestos de trabajo) y de servi­cios (educación, salud, etc.) no crecían lo suficien­temente rápido como para absorber la masa social urbana que au­men­taba aceleradamente por la explosión demográfica y las migraciones del campo a la ciudad. Los extremadamente pobres eran quienes no habían experimentado un desarrollo cultural y laboral como el requerido por el proceso social moderno, y constituían un cierto porcentaje de la sociedad que se aglomeraba en la periferia de las grandes ciudades.

  En última síntesis, aquella marginación resultaba de la reorganización de la economía y la estructura social que se verifi­caba aquellos años por la expansión de las formas industriales y estatales modernas, que fueron desplazando y desarticulando el tejido so­cial y las actividades de producción, distribución y consumo tra­dicionales, afectando especialmente a los grupos sociales indíge­nas, campesinos y artesanales. Como el sector moderno crecía y ma­ni­fes­taba capacidades para absorber fuerzas de trabajo y sa­tisfacer demandas de consumo, se producía adicionalmente un efecto de atracción para muchos que abandonaron prematuramente sus formas de vida tradicionales y emigraron hacia las ciudades en busca de otros modos de vida. Pero los que no lograron in­tegrarse, no pudiendo tampoco darle en el contexto marginal ur­bano un uso a sus capacidades y destrezas laborales correspon­dien­tes a esos modos de producción campesinos y artesanales, encontraban sólo en la acción social del sector público sus posibilidades de sobrevivencia y de reinserción. Toda su activación social tendía a expresarse, entonces, en términos reivindicativos y de presión.

     Aquella pobreza y marginación residual (por nombrarla de algún modo), sigue existiendo en la actualidad. Pero el mundo de los pobres es hoy mucho más numeroso, porque ha sido engrosado por una masa de personas que, habiendo anteriormente alcanzado algún grado de participación en el mundo laboral y en el consumo y la vida moderna, han experimentado luego procesos de exclusión: cesantía, pérdida de beneficios sociales, subempleo, etc. Esto, como consecuencia de nuevas transformaciones económicas que se han verificado en las industrias, en el mercado y en el sector público a partir de mediados de la década del setenta del siglo pasado. Lo que ha sucedido es, en síntesis, que el proceso industrial y estatal moderno no sólo no pudo absorber todas las fuerzas de trabajo y las necesidades sociales que crecían junto con la población, sino que incluso comenzó a expeler a una parte de quienes había en algún momento incorporado.

    Esta masa social de personas que han sido excluidas después de haber experimentado algún nivel de participación e integración, ha modificado la conformación cultural, social y eco­nómica del mundo pobre y marginal. Porque quienes han participado en alguna etapa de sus vidas en la organización moderna, aunque haya sido precariamente, son personas que han desarrollado ciertas capacidades, comportamientos y hábitos propios de la mo­dernidad. Puede decirse que, así, el mundo marginal se ha visto enriquecido de conocimientos, destrezas laborales, niveles de con­ciencia, competencias técnicas, capacidades organizativas y otras aptitudes presentes en una masa social numerosa que la so­ciedad "oficial" en un momento integró pero luego ha desechado.

    Se han venido a juntar, así, en el mundo de los pobres, los remanentes de la cultura y habilidades tradicionales con las precarias pero reales capacidades y destrezas adquiridas recientemen­te.

     La economía popular.

      Estas capacidades y competencias del mundo popular, excendentarias respecto a las demandas del mercado y del mundo for­mal, no han permanecido inactivas por el hecho de que las empresas y el Estado no las ocupen. Habiendo sido excluidos tanto de las posibilidades de trabajar como de consumir en la economía for­­mal, quedando enfrentados ante un agudo problema de subsis­tencia, el mundo de los pobres se ha activado económicamente, dando lugar a muy diferentes actividades y organizaciones que configuran la que denominamos "economía popular".

     Dicha economía popular combina recursos y capacidades laborales, tecnológicas, organizativas y comerciales de carácter tradicional con otras de tipo moderno, dando lugar a un increíblemente heterogéneo y variado multiplicarse de actividades orientadas a asegurar la subsistencia y la vida cotidiana. Ella opera y se expande buscando intersticios y oportunidades que encuentra en el mercado, busca aprovechar beneficios y recursos proporcionados por los servicios y subsidios públicos, se inserta en experien­cias promovidas por organizaciones no-gubernamentales, e incluso a veces logra reconstruir relaciones económicas basadas en la reciprocidad y la cooperación que predominaban en formas más tradicionales de organización económica.

     Es notable la variedad de experiencias que conforman la economía popular y no es posible referirse a ella de manera adecuada en función de nuestro propósito de visualizar el camino que conduce desde ella a la economía de solidaridad, si no efectuamos una tipología que distinga sus diversas manifestaciones. En efecto, encontramos en ella al menos las siguientes formas principales:

a) El trabajo por cuenta propia de innumerables trabajadores independientes que producen bienes, prestan servicios o comercializan en pequeña escala, en las casas, calles, plazas, medios de locomoción colectiva, ferias populares y otros lugares de aglomeración humana; una investigación realizada en Chile sobre estos trabajadores por cuenta propia llegó a identificar más de 300 "oficios" distintos ejercidos informalmente.

b) Las microempresas familiares, unipersonales o de dos o tres socios, que elaboran productos o comercializan en pequeña escala, aprovechando como lugar de trabajo y local de operaciones alguna habitación de la vivienda que se habita o adyacente a ella; en los barrios populares de las grandes ciudades de América Latina el fenómeno de la microempresa ha llegado a ser tan extendido que es normal que exista una de ellas cada cuatro o cinco viviendas.

c) Las organizaciones económicas populares, esto es, pequeños grupos o asociaciones de personas y familias que juntan y gestionan en común sus escasos recursos para desarrollar, en términos de cooperación y ayuda mutua, actividades generadoras de ingresos o provisionadoras de bienes y servicios que satisfacen necesidades básicas de trabajo, alimentación, salud, educación, vivienda, etc. Talleres laborales solidarios, comités de vivienda, "comprando juntos", centros de abastecimiento comunitario, "construyendo juntos", huertos familiares, programas comunitarios de desarrollo local, etc., son algunos de los tipos de organizaciones económicas populares más difundidos.

     Causas estructurales de la economía popular.

     Una de las interrogantes que plantea la economía popular con sus variadas manifestaciones apunta a identificar si se trata de un fenómeno coyuntural y pasajero o si estamos frente a una realidad estructural y permanente, destinada a perdurar en el tiempo y que recién estaría emergiendo como la parte visible de un iceberg. Para encontrar una respuesta es preciso profundizar en las causas del fenómeno.

     La primera afirmación que podemos hacer al respecto es que la explicación del fenómeno no se encuentra exclusivamente en procesos internos de cada país, ni se agota en el relevamiento de los efectos de las políticas neo-liberales que se han implementado los últimos años en muchos de ellos. Tratándose de un fenómeno que se extiende por toda latinoamérica y en cierto modo por todo el mundo, debemos reconocer que sus raíces son mucho más hondas, estructurales e internacionales.

     Nuestros países están siendo impactados profundamente por transformaciones y tendencias globales que afectan la eco­no­mía y los mercados mundiales. En los países de industrialización avanzada se vienen extendiendo y acentuando tres grandes procesos que nos impactan sin que podamos hacer mucho por impedirlo.

     El primero es la impresionante concentración de capitales que implica la constitución y desarrollo de las grandes empresas y trusts multinacionales. Estos gigantes empresariales -que operan en las finanzas, la producción y el comercio- han penetrado extensivamente nuestros mercados, de manera que gran parte de los bienes que utilizamos (no sólo bienes de capital sino también de consumo y de fácil producción local) provienen de dichas multina­cionales. La economía mundial tiende a girar en torno a esas empresas, que utilizan los mejores recursos y factores dispo­nibles y que condicionan cada vez más directamente los mercados y las economías locales. A medida que extienden el campo de sus actividades, las posibilidades de competir con ellos se reducen, lo que significa la disminución de las posibilidades de acción económica para cualquier otro tipo de sujetos nacionales (in­cluído el Estado).

     El segundo fenómeno es la competencia económica entre los grandes centros del mundo desarrollado: Estados Unidos, la Comunidad Europea, China y Japón con sus satélites. Está entablada entre tales potencias económicas una lucha por el control de los mercados, que se desenvuelve sin que nuestros países puedan ser otra cosa que territorios de la confrontación. Impulsadas por esa competencia las grandes empresas están obligadas a racionalizar sus operaciones, elevar su productividad, perseguir crecien­tes utilidades y acelerar los retornos de las ganancias obtenidas en nuestros países, para poder efectuar nuevas inversiones que les permitan proseguir en esa competencia exacerbada.

     El tercer fenómeno, vinculado a los anteriores, es el acelerado proceso de innovaciones tecnológicas: la informática, la robótica, la bio-ingeniería, la revolución verde, etc., que en su conjunto constituyen la denominada "revolución científico-tecnológica" que se extiende por todas las ramas de la producción y los servicios modificando los modos de trabajo y disminuyendo, alterando y cambiando los requerimientos de fuerza laboral.

     La combinación de esos tres procesos impacta profundamente las realidades económico-sociales de los países subdesarrollados. Dos son los efectos principales que aquí queremos destacar.

     El primero es el despliegue en nuestros países de un proceso de modernización parcial, que alcanza a sólo algunas ra­mas de la actividad económica y a sólo algunos sectores sociales y laborales. En el afán por participar en la modernización para no quedar "fuera de la historia", nuestras sociedades están haciendo esfuerzos enormes por mantener la vinculación con los mercados internacionales y para asimilar algunos de los progresos habidos en el mundo desarrollado. Entre tales esfuerzos debemos contar los que se hacen para pagar la deuda externa y sostener nuestra "credibilidad", para ampliar y diversificar las exportaciones, para ingresar capitales externos. Ello se traduce en significativas reestructuraciones que reorientan gran parte de la economía hacia afuera, lo que da lugar a especiales énfasis en la racionalización y la pro­ductividad. Aún así, los esfuerzos internos no son suficientes para lograrlo y nuestras economías se abren a la inversión ex­tranjera que viene a reforzar esa orientación hacia afuera. Como resultado de ello en estos países se van introduciendo elementos de modernización incluso avanzada, pero a la cual accede sólo una parte de la sociedad.

     Se trata, pues, de una modernización parcial y dependiente, a todas luces desequilibrada si la juzgamos desde el punto de vista de las necesidades humanas y sociales, y que bene­ficia a sólo un segmento de la población, el de elevados ingre­sos, con algún beneficio limitado para sectores medios que tienen acceso al consumo moderno y para sectores de traba­jadores empleados en operaciones especializadas en las empresas del sector moderno.

     El segundo efecto consiguiente a la reestructuración de los mercados mundiales es la disminución de las capacidades redistributivos del Estado, que se tra­du­ce en una creciente incapacidad de éste para responder a las demandas sociales. Desde hace varias décadas el sector público venía creciendo en tamaño y en funciones y actividades, y por tanto fue creciente la utilización por el mismo de recursos mate­ria­les, financieros y humanos. En la actualidad, los mismos pro­ce­sos de modernización parcial de la sociedad y la economía plan­tean exigencias de modernización del Estado respecto a sus sis­temas administrativos, a los servicios de salud y educación, a sus aparatos y equipamiento militar y policial, etc. y exigen que las empresas que con­trola destinen también crecientes recursos a su modernización tecno­lógica. Se llegó así a una situación de desfinanciamiento del sector público, que condujo a desequilibrios macroeconómicos de consideración. Los fenómenos de inflación que amenazan permanentemente a numerosos países de América Latina son en gran medida resultado de esta crisis. Las consiguientes políticas de ajuste, acompaña­das de procesos de privatización de empresas y servicios tendien­tes a alivianar la carga del sector público y a allegar recursos que permitieran cubrir los déficit fiscales, están significando una rever­sión estructural muy rápida de aquellos procesos de expansión del Estado, que habíamos experimentado por varias décadas.

     La expansión de la pobreza puede entenderse en gran medida como causada por los fenómenos descritos. En efecto, la modernización parcial de la economía implica una reestructuración tecnológica y económica de las empresas, que reducen la demanda de fuerza de trabajo e incluso expulsan trabajadores. Otras empresas son vendidas a capitales extenos, fusionadas con otras, o llevadas a la quiebra en cuanto no logran mantener el ritmo de la modernización ni sostener precios competitivos inter­na­cionalmente, en economías abiertas.

     A esto se agrega que el Estado -debido a su crisis financiera- tampoco está en condiciones de absorber fuerza de trabajo y también reduce sus plantas funcionarias e incluso se enfrenta a la necesidad de reducir su gasto social.

     De ahí el fenómeno que señalamos: la necesidad de los pobres y marginados de encontrar en sí mismos las fuerzas necesarias para subsistir, iniciando actividades por cuenta propia en cualquiera de las formas mencionadas.

 Economía popular y solidaridad.

     La economía popular en sus varias manifestaciones y formas contiene importantes elementos de solidaridad que es importante reconocer y destacar. Hay solidaridad en ella, en primer lugar porque la cultura de los grupos sociales más pobres es naturalmente más solidaria que la de los grupos sociales de mayores ingresos. La experiencia de la pobreza, de la necesidad experimentada como urgencia cotidiana de asegurar la subsistencia, lleva a muchos a vivenciar la importancia de compartir lo poco que se tiene, de formar comunidades y grupos de ayuda mutua y de recíproca protección. El mundo popular, puesto a hacer economía, la hace "a su modo", con sus valores, con sus modos de pensar, de sentir, de relacionarse y de actuar.

     A ello se agrega el hecho de que cada persona o familia, al disponer de tan escasos recursos para realizar sus actividades económicas, necesita de los cercanos que enfrentan igual necesidad para complementar la fuerza de trabajo, los medios materiales y financieros, los conocimientos técnicos, la capacidad de gestión y organización y, en general, la dotación mínima de factores indispensable para crear la pequeña unidad económica que les permita una operación viable. Así, no es difícil encontrar elementos significativos de solidaridad en las ferias populares, entre los artesanos pobres, entre los pequeños negocios y sus clientelas locales.

     Buscando estos elementos de solidaridad, nuestra mirada se vuelve más específica o particularmente sobre uno de los tipos de experiencias de la economía popular: aquellas formas asociativas que se presentan como organizaciones sociales o comunitarias y que denominamos genéricamente organizaciones económicas populares. Las enfocamos de manera especial precisamente porque, en razón de su particular dimensión organizacional, podemos hipotetizar o postular respecto de ellas alguna más definida conformación social, alguna mayor potencialidad de ser sujeto y actor de un proceso de construcción de una economía de solidaridad, y alguna capacidad de ir a la vanguardia y de ser orientadora de un proceso más amplio de organización social de la economía popular.

     Lo que sostiene esta hipótesis es la observación y relevamiento de diez características relevantes compartidas por la mayor parte de estas organizaciones, cuales son:

     1.- Se trata de iniciativas que se desarrollan en los sectores populares, entre los más pobres y marginados.

     2.- Son experiencias asociativas, del tipo "pequeños grupos" o comunidades. No son organizaciones "de masas", sino asociaciones personalizadas cuyos miembros se reconocen en su individuali­dad.

     3.- Son formas de organización en el sentido técnico de la palabra. Tienen objetivos precisos, organizan racionalmente los recursos y medios para lograrlos, programan actividades definidas en el tiempo, establecen procedimientos de adopción de decisiones, etc.

     4.- Son organizaciones de claro contenido económico. Han surgido para enfrentar problemas y necesidades económicas, realizan actividades de producción, consumo, distribución de ingresos, ahorro, etc. Para ello racionalizan la utilización de recursos escasos. Se las puede reconocer como auténticas unidades econó­micas, aunque extienden sus actividades hacia otras dimensiones de la vida social.

     5.- Estas organizaciones buscan satisfacer necesidades y enfrentar los problemas sociales de sus integrantes a través de una acción directa, o sea, mediante el propio esfuerzo y con la utilización de recursos que para tales efectos logran obtener. No tienen, pues, carácter reivindicativo (en el sentido de presionar para que otros se hagan cargo de sus problemas) sino que buscan resolverlos mediante la ayuda mutua y el autodesarrollo.

     6.- Son iniciativas que implican relaciones y valores solidarios, en el sentido de que las personas establecen lazos de colaboración mutua, cooperación en el trabajo, responsabilización solidaria. La solidaridad se constituye como elemento esencial de la vida de las organizaciones, en el sentido de que el logro de los objetivos depende en gran medida del grado de cooperación, confianza y comunidad que alcancen sus integrantes.

     7.- Son organizaciones que quieren ser participativas, democráticas, autogestionarias y autónomas, en el sentido de que el grupo de sus integrantes se considera como el único llamado a tomar decisiones sobre lo que se hace, derecho que deriva del esfuerzo y del trabajo que cada uno y el grupo en su conjunto realizan.

     8.- Estas organizaciones no se limitan a un sólo tipo de actividades, sino que tienden a ser integrales, en el sentido de que combinan sus actividades económicas con otras sociales, educativas, de desarrollo personal y grupal, de solidaridad, y a menudo también de acción política y de pastoral religiosa.

     9.- Son iniciativas en las que se pretende ser distintos y alternativos respecto de las formas organizativas predominantes (definidas como "capitalistas, individualistas, consumistas, auto­ritarias, etc.), y aportar a un cambio social en la perspectiva de una sociedad mejor o más justa. El nexo entre la voluntad transformadora y el ser alternativo es digno de destacarse, en cuanto distingue estas experiencias la intención de adoptar desde ya y en lo pequeño los valores y relaciones que se aspira difundir o implantar a nivel de la sociedad global.

     10.- Son organizaciones que buscan superar la marginación y el aislamiento, conectándose entre ellas de manera horizontal, for­­mando coordinaciones y redes que les permitan proponerse objetivos de mayor envergadura. Del mismo modo, buscan activamente la colaboración de las instituciones no-gubernamentales que ofrecen servicios de capacitación, asistencia técnica y apoyos va­rios, o de instituciones públicas y comunales cuando éstas se abren hacia experiencias comunitarias.

      Identidad y proyecto de la economía popular.

     La presencia de este conjunto de características distintivas lleva a definir en las organizaciones económicas populares una identidad propia, dis­tinta a la de otros tipos de organización popular o a la de otros movimientos sociales. Más precisamente, estas organizaciones económicas parecen ser portadoras de una racionalidad económica especial, de una lógica interna sustentada en un tipo de comportamientos y de prácticas sociales en que la solidaridad ocupa un lugar y una función central.

     Las organizaciones económicas populares son sólo una parte de ese mundo popular y de esa realidad de la pobreza desde la que se abre un camino hacia la economía de solidaridad. Pero es posible observar que desde estas experiencias asociativas y grupales se abre un proceso más amplio que poco a poco puede ir englobando a más sectores de la economía popular en una perspectiva de economía de solidaridad. En efecto, el testimonio de estas organizaciones demuestra y enseña que existen abundantes beneficios que pueden obtenerse mediante la asociación y cooperación entre personas y actividades económicas individuales y pequeñas. Operando juntos es posible desplegar actividades de mayor envergadura: se puede, por ejemplo, acceder a mejores precios en el abastecimiento de insumos, o llegar a complementar actividades productivas reduciendo costos, o sustituir intermediarios mediante la comercialización conjunta, o acceder a créditos mediante avales cruzados, o aprender nuevas técnicas productivas y de gestión a través del intercambio de experiencias, etc.

     Algunas experiencias asociativas más avanzadas muestran que es posible que las organizaciones de la eco­nomía popular lleguen a operar en adecuados niveles de eficien­cia sin perder sus características distintivas. En su crecimiento, es probable que muchas de estas unidades económicas cambien de formas, de modos de organi­zación, de estructura funcional, etc., pero sin afectar por ello el carácter solidario y alternativo que las distingue. La pers­pec­tiva es que lleguen a configurar entre todas ellas -junto a otras formas de empresas alternativas, familiares, autogestiona­rias y cooperativas- un sector de economía solidaria. Un sector quizá pequeño pero dinámico y expansivo, que se inserte activa­men­te en la economía nacional, aportando en ella no sólo el re­sultado concreto de su trabajo, sino además el estímulo renovador de sus valores propios, la fuerza innovadora de la creatividad po­pular, energías gestionarias y empresariales de nuevo tipo.

     La economía popular, en su actual heterogeneidad y dispersión, carece aún de una definida identidad social y de un proyecto común. Hacer de la economía popular una economía solidaria puede llegar a configurar ese proyecto que hace falta para que este sector de actividad se potencia y desarrolle coherentemente, haciendo un aporte sustancial a la superación de la pobreza.

     Tal proyecto es posible porque, como hemos visto, existen en la economía popular gérmenes o embriones de lo que puede ser una economía solidaria fundada en el trabajo. Se despliega en ella una racionalidad económica peculiar, derivada del hecho de que en ella los principales factores económicos son el trabajo y la cooperación. Estos inicios de economía de trabajo y solidaridad pueden ser potenciados y desarrollados, como lo demuestra la experiencia de las organizaciones económicas populares. En este sentido, hay un gran esfuerzo cultural y formativo que realizar. Descubrir el valor del trabajo bien realizado, del "buen trabajo", del "trabajo realizado en amistad". Descubrir y potenciar el sentido de solidaridad, de cooperación, el valor de la organización solidaria, la especial eficiencia del amor y la solidaridad.

     Este es el primer camino hacia la economía de solidaridad, emprendido por muchos desde la realidad de la pobreza y a partir de las experiencias de la economía popular. Del encuentro de estas iniciativas con las que surgen desde otras realidades con motivaciones diferentes adquiere mayor visibilidad la idea de un sector de economía solidaria.

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