ESTACIÓN NOVENTA Y CINCO
EL ISLAM COMO COMUNIDAD PROFÉTICA Y MÍSTICA
Ahí en la octava esfera nos encontramos con una multitud de hombres y mujeres de diferentes naciones, clases, etnias, linajes, tribus, razas y condición social, que formaban una comunidad de individuos que se decían ‘siervos de Al-lâh’, encargados del cuidado de sí mismos y del mundo.
Nos acercamos a uno de los grupos que estaban repartidos en diferentes lugares, algunos en Mezquitas y otros al aire libre, unos orando, otros conversando o escuchando a un orador.
Nos atrajo la dignidad de un anciano de larga y nutrida barba blanca, cubierto por una túnica gris que le llegaba hasta los tobillos, y que llevaba en su cabeza un turbante negro.
Con voz pausada pero enérgica se dirigía a un nutrido grupo de hombres y mujeres que lo circundaban y escuchaban en silencio. Les decía:
“Muhammad, el Profeta, enseñó que todas las criaturas somos una sola familia para Al-lâh, y que Al-lâh ama más a aquellos que son más beneficiosos para su familia”.
“Dijo el Mensajero: “Al-lâh ha establecido las provisiones de los pobres en las haciendas de los ricos. Si existen hambrientos y desnudos, se debe a las transgresiones de los ricos”.
(Abu Bakr al-Asamm)
“Abu Bakr al-Asamm, Hisham al-Fuwati, Abu Bakr ibn Baÿÿa, Ibs Jaldún y tantos otros sabios musulmanes, siguiendo las enseñanzas de Muhammad, han resaltado la cohesión social, la solidaridad y la ayuda mutua, como el modo en que las comunidades islámicas atienden las necesidades de sus integrantes”.
Seguimos caminando y entramos a una Mezquita, donde se encontraban unas cincuenta personas descalzas. El orador predicaba la liberación del hombre mediante el sometimiento a la única Realidad que es Al-lâh, y explicaba que quien está junto a Al-lâh, ya vive liberado.
“Islam es el sometimiento y entrega total a Al-lâh. Sólo y únicamente a Al-lâh. El musulmán no se somete a nada temporal y creado, no acepta como absoluto ningún poder humano, ni instituciones, ni personas. El musulmán no reconoce otro poder que el poder de Al-lâh. No hay fuerza ni poder salvo en Al-lâh.
“Al-lâh es al-Malik, el Rey, el único soberano. Al-lâh es el único Legislador. Al-lâh es el único Propietario. Ni el poder de gobernar, ni de legislar, ni el derecho a la propiedad, pueden ser ejercidos de modo absoluto por ningún ser humano, ni institución creada por los hombres.
“Enseña el Profeta: “Aquel a Quien pertenece la soberanía de los cielos y la tierra, y no ha tomado ningún hijo, ni comparte la soberanía con nadie, es el único que puede subyugar. Sólo Él está por encima de sus siervos.
“Por eso el musulmán se resiste a toda tiranía, política, económica o doctrinaria. Los poderes de este mundo son irreales, están todos destinados a perecer.
“El Profeta Muhammad dijo: ‘Al-lâh os ha prohibido la opresión, así que no os oprimáis los unos a los otros’. Y en el Corán leemos: ‘No cabe coacción en el camino del Islam’. Y también: ‘No oprimáis y no seréis oprimidos’.
“El musulmán se confía en el Todopoderoso, el Misericordioso, el Santísimo, el Omnisciente, el Creador, el Único. Ningún hombre, ni Estado, ni religión, puede atribuirse Su representación en la tierra.
“Al-lâh no puede ser asociado a ningún poder de este mundo, a ninguna doctrina o ciencia humana, a ninguna justicia terrena. Al-lâh es el Evidente. Al-lâh es el Oculto. El musulmán solamente a Él se somete. Y solamente así puede ser verdaderamente libre y sacudirse de toda opresión.
“El ser humano es esclavo de Al-lâh del mismo modo que el girasol es esclavo del sol, por hallarse vinculado a él. El Corán afirma que todas las criaturas son siervas de su Señor, que lo adoran según su naturaleza.
“El volar, el quemar o el mojar, son modos que tienen los pájaros, el fuego y la lluvia, de adorar a Al-lâh, de servirle. ¡Que Al-lâh nos guíe y nos dé luz!
“Ser siervo de Al-lâh no significa una limitación para la criatura, sino un vínculo de unión, interior e íntimo. No tiene ningún significado político ni económico. Es un nexo espiritual, místico.
“Los que han convertido el Islam en una fuerza que domina las conciencias, o en un poder que controla políticamente o militarmente, han tergiversado enteramente la revelación de Muhammad.
“El Islam es una comunidad espiritual, mística y profética, en la cual se participa por adhesión y libre voluntad, no por pertenencia a una nación, a una etnia, raza o territorio. No existe el Estado islámico.
“El Islam no es un proyecto político. El Islam en una invitación a abandonar toda sumisión humana y a dejarse orientar por la naturaleza de la Creación, en unión con el Creador”.
Cuando el orador completó la predicación, los fieles se dirigieron al patio de la Mezquita donde se lavaron la cara, las manos, la cabeza y los pies.
Luego cada uno extendió sobre el piso un trozo de tela, se orientaron en dirección a La Meca, y realizando sucesivas inclinaciones recitaron versículos del Corán.
Cuando nos alejamos unos pasos dije a Sabiduría: – Escuché atentamente a los predicadores, y sus palabras encendidas me erizaron la piel.
– Lo que dijeron me hizo recordar discursos anarquistas y cooperativistas que escuché en el Purgatorio, acompañado por Dante. Pero me surgen dudas y preguntas que desearía me ayudes a resolver.
“¡Pregúntales a ellos!” – me respondió la Dama en un tono que me disgustó por algún motivo que no llegué a entender hasta que agregó: “¿Acaso esperas que resuelva todas tus dudas, y que sea yo quien responda hasta tus preguntas más nimias?”.
El reproche de Sabiduría me hizo sonrojar, luego disculparme, y finalmente explicar el motivo de haberle preguntado a ella y no a quienes en realidad debí hacerlo.
– Esas gentes tan seguras de sí mismas y de convicciones tan fuertes, me atemorizan – dije –. También recuerdo que les atribuyen acciones violentas y mortales atentados.
Como Sabiduría se mantuvo en silencio comprendí que su voluntad era que resolviera mis preguntas del modo en que me había indicado.
Me dirigí a un hombre que por su edad, por su caminar pausado y por la serenidad que expresaba su rostro, me pareció que podría atenderme con mansedumbre. Después de presentarme cortésmente le pregunté sin vacilar:
– He escuchado que en la comunidad mística y profética del Islam no se establece un soberano, ni una casta o grupo de poder, pues todo musulmán es libre y se somete exclusivamente a Al-lâh.
– Sin embargo, en la historia del Islam se constituyeron los califatos omeya, abbasida y otomano, y actualmente varios Estados nacionales se definen como islámicos.
– En todos esos casos se han creado poderes centralizados que dominan y controlan a los fieles musulmanes. ¿Cómo se entiende aquello? ¿No son acaso demasiado contradictorias las prácticas con la teoría?
El hombre me escuchó con atención, y cuando yo esperaba una fuerte defensa del Islamismo en todas sus manifestaciones, respondió de una forma que me sorprendió.
“Son contradictorias, sin duda. Esas formaciones históricas no corresponden a las enseñanzas del Corán. La utilización opresiva de las religiones ha ocurrido siempre. Y clérigos reaccionarios han falsificado también el Islam al convertirlo en una religión de Estado.
“Por tu vestuario y modo de hablar y de caminar, deduzco que eres un occidental, posiblemente latinoamericano. Entonces podrás comprender lo que te explicaré.
“Esos Estados y estructuras falsamente islámicas tienen tan poco que ver con el Corán, como el Imperio de Constantino, el Gobierno de Franco o el de muchos dictadores latinoamericanos tienen que ver con los Evangelios de Jesús, la paz sea con él.”
– Lo entiendo – repliqué –. Sin embargo, a diferencia de Jesús que impidió el uso de las armas enseñando que el que a espada mata, a espada muere, y que si te abofetean conviene poner la otra mejilla, Mohammad enseñó la Yihad, la guerra santa.
“Hay mucha confusión sobre lo que es la Yihad. La Yihad es ‘el esfuerzo de superación en la senda de Al-lâh’, la ‘elevación espiritual de los fieles’, y puede ser individual o también colectiva. El esfuerzo y la lucha son parte de la Creación, y lo son también del desarrollo espiritual del ser humano.
“El llamado a la Yihad puede ser la convocatoria a realizar una gran obra colectiva, vencer un desafío que enfrenta la comunidad. También puede ser una guerra, una acción combativa.
“En el tiempo en que vivió el Profeta, las guerras eran frecuentes, prácticamente inevitables para cualquier tribu o comunidad religiosa o de cualquier otra naturaleza, y solían ser extremadamente crueles.
“Las guerras son, en la historia, eventos de gran ocurrencia, magnitud y violencia, y tienen un enorme impacto sobre la vida de las personas, las familias y los pueblos. Lamentablemente todavía es así.
“De ahí la extraordinaria importancia que tiene la revelación Coránica y las enseñanzas del Profeta sobre la guerra. Un simple llamado a la paz implica no comprender, ni vencer, tan relevante fenómeno social e histórico.
“La guerra es algo que se impone a comunidades y pueblos pacíficos, y estos deben poder defenderse, y saber cómo proceder cuando son agredidos, o cuándo deben participar en ellas.
“La enseñanza del Islam se adapta a los deseos naturales del ser humano, promoviendo la paz de la única manera en que es posible.
“El Islam prohíbe la agresión, pero insta a la lucha cuando, por no dar la pelea se pone en peligro la libertad.
“Si el no defenderse ni combatir implica la aniquilación de la libertad, especialmente la libertad de pensamiento, creencias y culto, entonces es preciso luchar.
“Para construir la paz, conservar la libertad y buscar la verdad, en ocasiones extremas, es preciso hacer la guerra. Pero siempre en forma defensiva, y ejerciendo la misericordia con los enemigos vencidos.
“En La Meca, Mohammad sufría constantes agresiones, pero no las resistía. Cuando, obligado por esas agresiones tuvo que emigrar con la comunidad islámica a Medina, sus enemigos se propusieron el exterminio de la nueva fe. Fue necesario luchar en defensa de la fe y de la libertad.
“Dice la Surah 22: “Se da permiso para combatir a quienes son combatidos, porque han sido dañados, y Al-lâh tiene poder para ayudarles”.
“Este principio es sabio, porque si Al-lâh no rechazara a los crueles con la fuerza de los justos, no existiría libertad en el mundo.
“La guerra se permite cuando un pueblo ha sufrido durante largo tiempo una agresión no provocada. Y será un deber que, al vencer la guerra, el musulmán establezca la libertad de todas las creencias y cultos, y que proteja a todas las personas.
“En la Surah 2 se lee: “Si os atacan, combatid, esa es la retribución para los incrédulos, Pero si desisten, sepan que Al-lâh es el Misericordioso, el Sumo Indulgente”.
“Al-lâh prohíbe la opresión. Al-lâh es liberador. Y el musulmán se resiste a toda tiranía, en el nombre de Al-lâh.
“Pero debes saber que la libertad que pregona el Islam no es la que está bajo la tutela del Estado. El Estado y la libertad son cosas contradictorias. La libertad que reconoce el musulmán no se la concede otro que Al-lâh.
El sabio hombre me indicó que era la hora en que debía atender sus deberes con la comunidad. Pero antes de alejarse alcancé a preguntar:
– ¿Por qué en el Islam las mujeres han de estar sometidas al hombre?
“No es así” – respondió. “El Corán establece la igualdad de las mujeres y los hombres ante Dios, en cuanto a sus deberes religiosos, y coloca a las mujeres al cuidado y protección de los varones”.
“El Corán explica que los hombres y las mujeres son iguales tanto en la Creación como en la vida posterior. ‘Hombres y mujeres han sido creados de una sola alma’ dice la Revelación.
“También dice que una persona no es superior a otra. Una mujer no ha sido creada para servir los propósitos de un hombre, sino los de Al-lâh, igual que el hombre. Y ambos han sido creados para beneficio mutuo”.
Enseguida, apresurándose, se despidió de mí, se inclinó ante Sabiduría, pero volviendo a mirarme exclamó:
“¡Estudia! ¡Investiga! No te dejes engañar por los que han tergiversado el Corán, ni por los enemigos que desde hace siglos nos combaten.
“Unos y otros le temen a la verdad y a la libertad que representamos los verdaderos musulmanes”.
Me quedé reflexionando. Una nueva manera de entender el islamismo se abría en mi mente. Y con ella, la libertad de espíritu adquiría una dimensión enteramente nueva, en la que no había pensado antes.
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Luis Razeto
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