ESTACIÓN OCHENTA Y NUEVE - COMPARTIENDO INQUIETUDES

ESTACIÓN OCHENTA Y NUEVE

COMPARTIENDO INQUIETUDES

 

Teilhard de Chardin regresó, acercándose a mí, y con gesto amable me hizo saber que se ponía a disposición.

Me interesa mucho conversar con usted – le dije –. Recuerdo haber leído una carta que escribió a su prima Marguerite, en que le confiesa su soledad intelectual, que es un sentimiento que a menudo me embarga también.

Pues, sí – comentó Teilhard –, soledad e impotencia, porque junto a tantas luces que llegaba a discernir, no hallaba el modo de hacerlas ver a otros y de propagarlas.

Me he planteado tantas veces, exactamente las mismas preguntas que usted le confiesa a Marguerite: “¿Dónde encontrar las personas que vean? ¿Cómo conseguir que surjan y se agrupen? Hasta ahora, ninguno de mis mejores amigos me comprende a fondo. Debo tener el aspecto absurdo y vanidoso de quien se considera incomprendido. Sin embargo, sin el menor asomo de vanidad, creo que realmente veo algo; yo quisiera que este algo fuese visto. ¡No te imaginas qué deseos tan intensos siento a este respecto, y qué impotencia también!”.

Puede usted decirme, monsieur de Chardin, ¿cómo puede superarse esa tan dolorosa sensación de soledad e impotencia? O ¿cómo lograba, usted mismo, vivir con ella?

Teilhard me miró, comprensivo y dijo: “Me consolaba un pensamiento que era parte de las mismas ‘luces’ que anhelaba difundir, y que si mal no recuerdo, lo escribí también a mi prima:

Lo que me tranquiliza es la confianza absoluta en que, si en mi ‘buena nueva’ hay un rayo de luz, ese rayo de luz brillará de una manera u otra. En el peor de los casos, tengo la convicción de que volverá a nacer en otro corazón, enriquecido, espero, por haber estado fielmente conservado en mí”.

Mi consuelo es similar al suyo – le dije –. Si mis obras son fruto del espíritu, él se encargará de difundirlas y expandirlas cuando sea oportuno. Y si no lo son, poco importa que queden ocultas.

Y, en fin, puesto que el sentido de todas mis obras es la creación de una nueva civilización, me apropio de algo que dijo Antoine de Saint-Exupéry en Ciudadela: “Para hacer nacer un tipo de hombre son necesarias varias generaciones. He lanzado la semilla de una civilización, pero se necesita más de lo que dura un hombre para que eche sus ramas, sus hojas y sus frutos”.

Teilhard meneó la cabeza en un gesto que mostraba que no estaba enteramente de acuerdo conmigo. En efecto, comentó:

El problema que presenta esa convicción que hemos compartido usted y yo, es la urgencia. Puede uno consolarse con razones como las que dijimos, pero no basta el consuelo.

Me inquietaba observar que mis contemporáneos se alejaban de la fe cristiana por causa de la biología y la física, ciencias que revelaban conocimientos nuevos, verdaderos, sobre el universo, sobre la evolución de la vida y sobre el fenómeno de la conciencia.

Conocimientos que contradecían creencias y relatos de la doctrina cristiana. Ello hacía que muchos, especialmente intelectuales y personas cultas, abandonaran la fe.

La fe, como expliqué en la charla, es una experiencia espiritual de Dios; pero siendo los humanos seres racionales y éticos, tenemos el deber de ser consecuentes con lo que nos muestran la ciencia, la conciencia y la razón.

Mis elaboraciones apuntaban a superar esas contradicciones entre la fe y la razón; y me angustiaba no poder explicarlo a mis hermanos, que perdían la fe por ser consecuentes con su conciencia y razón.”

Como yo no dije nada por quedarme pensando en lo que había escuchado, Teilhard se acercó y me dijo en voz baja:

¿Me permite preguntarle si es usted creyente? Y si lo es ¿de cuál religión?”.

La pregunta me pilló de sorpresa, pues en todo el largo viaje fui siempre yo quien hacía las preguntas. Pero ésta merecía respuesta, y era esencial responderla con la verdad para continuar conversando con transparencia.
– Fe en Dios – aseveré –, la tengo y la mantengo, por experiencia espiritual. En cuanto a la religión, puedo decirle que me formé y crecí como cristiano; pero soy de aquellos que piensan que es un deber moral ser consecuentes con la razón y con la propia conciencia. Y percibo que algunas importantes creencias tradicionales del Cristianismo no son compatibles con lo que enseñan las ciencias.

Y, entonces – continuó inquiriendo Teilhard de Chardin –, ¿qué hace usted? ¿Cómo resuelve la contradicción?

Ante el conflicto entre mi experiencia de fe con la voz de la razón y la conciencia, considero mi deber moral buscar respuestas nuevas, que permitan resolver la contradicción aludida. Me considero un buscador independiente de la Verdad.

El sabio hombre hizo un gesto de asentimiento. Tras un momento de silencio en que ambos nos miramos con afecto, dijo:

La Dama Sabiduría, al pedirme que expusiera hoy ante usted, me explicó que todavía vive en la Tierra. Tengo gran interés y curiosidad por saber en qué estado se encuentran hoy la Iglesia y el Cristianismo en el mundo. ¿Podría usted informarme al respecto?”.

Lo hago con gusto, aunque lamento decirle que las cosas no andan muy bien con las Iglesias cristianas, que experimentan una crisis grande. Están viviendo una suerte de agonía lánguida y progresiva, nada heroica ni estimulante, que viene acentuándose desde hace décadas, y que abarca todos los aspectos o dimensiones del Cristianismo.

¿Me puede, por favor, detallar esas dimensiones de la crisis, para formarme una idea más clara?” preguntó Teilhard.

– le dije –. Están en crisis las creencias que enseñan las Iglesias, muchas de ellas incompatibles con los conocimientos científicos y con las elaboraciones filosóficas modernas.

Está en crisis la ética que pregonan las Iglesias, que poco se practica entre los cristianos, y que se manifiesta en un distanciamiento creciente entre las costumbres y valores que predominan en la sociedad, y los enunciados cristianos relativos a la sexualidad, la familia, la economía y la política.

Está en crisis el sentido espiritual de las Iglesias. Los buscadores espirituales buscan inspiración y guía mirando al Oriente, al budismo, el taoísmo, y no en las espiritualidades y místicas cristianas.

Está en crisis la institución eclesial, sus estructuras jerárquicas, pero también sus formas organizativas, sus burocracias, sus jerarquías, el sacerdocio.

Está en crisis la acción de las Iglesias en el mundo. La doctrina social de la Iglesia Católica, y las enseñanzas sobre la economía, el Estado y la política de las Iglesias Protestantes, han dejado de ser referentes para los empresarios y los gobernantes.

Las concepciones cristianas de la vida están cada vez más ausentes en la literatura, el cine y los medios de comunicación. La actividad social que realizaban las Iglesias a través de sus instituciones benéficas, se encuentra cada vez más supeditada al Estado, o ha sido reemplazada por éste.

El rostro de Teilhard se ensombreció. Guardó silencio durante varios minutos, que respeté bajando los ojos. Enseguida me preguntó, entre acongojado y esperanzado:

¿Qué piensa que debiera hacerse para superar esas crisis?”.

Sobre esto yo había escrito un largo ensayo, por lo que no me resultó difícil resumir mi análisis del asunto.

Opino que para superar estas crisis de la Religión Cristiana y salvarse las Iglesias del desastre, indispensable sería la re-elaboración intelectual del mensaje de Jesús y de los Evangelios, a la luz de los nuevos conocimientos científicos y filosóficos.

Los hombres de hoy han madurado, son adultos, necesitan una fe de personas inteligentes y conscientes, que ya no aceptan las creencias infantiles que durante mucho tiempo se predicaron a los pueblos humildes e ignorantes.

Habría que re-pensar las creencias sobre Dios y el mundo, sobre el hombre y el alma humana, sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre la relación entre las creaturas y el Creador, sobre la oración, los milagros y los sacramentos, sobre las llamadas “postrimerías”.

 

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(Caravaggio)

 

Sería también necesario que las Iglesias cristianas renuncien al ejercicio del poder económico, político, institucional y psicológico, dejando caer muchos elementos que a lo largo de siglos han incrustado en la institucionalidad eclesiástica, factores de dominación, enriquecimiento y de vana honorabilidad, que son contradictorios con el Evangelio.

Opino que las Iglesia debieran re-constituirse como comunidades, y como comunidad de comunidades; y reorganizarse horizontalmente, con mínimos niveles de jerarquización, generados desde abajo hacia arriba.

Esperaría, además, que las Iglesias asuman activamente y con entusiasmo la gran tarea histórica del presente, que es la creación de una nueva civilización, basada en el conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad de las personas y las comunidades.

Otro proceso que me parece indispensable para que el Cristianismo recupere y renueve su vigencia sería avanzar decididamente hacia la unión ecuménica de las Iglesias cristianas, así como también desarrollar la comunicación y el diálogo con otras religiones y espiritualidades. Ello con base en el principio de la unidad en la diversidad.

Y, por último, pero en realidad sería lo primero, porque parece ser una condición para que los anteriores procesos puedan realizarse, sería necesario que en las comunidades cristianas surjan hombres y mujeres santos, de profunda, fuerte y consistente vida espiritual.

Santos de verdad, vivos y actuando en el mundo, capaces de generar un profundo y amplio movimiento espiritual. Por cierto, habría que re-formular el sentido en que se entiende la santidad, el significado espiritual de ésta.

Al terminar mi respuesta, Teilhard me interrogó otra vez:

En su opinión, ¿podrán las Iglesias cristianas actuar esos procesos de renovación, y revertir la crisis y decadencia en que se encuentran? ¿Existen las fuerzas espirituales que puedan actuar estos cambios?”

Le respondí: Es altamente improbable que todo eso que considero indispensable para la recuperación del Cristianismo, ocurra por iniciativas de las Iglesias oficiales, de las jerarquías eclesiásticas, pues ello implicaría su propia negación.

Teilhard comentó: “La historia del cristianismo muestra que los procesos de renovación y cambio profundos que han sido necesarios en diferentes épocas, han surgido siempre desde los márgenes de la institución eclesiástica, por personas, grupos y comunidades movidas por el Espíritu”.

Lo que yo temo – comenté –, es que la crisis y decadencia de las Iglesias institucionales continuará. Pero esa misma decadencia tal vez lleve a que se creen las condiciones que hagan posible una revitalización del cristianismo emergiendo desde abajo, desde los márgenes de la institucionalidad religiosa.

Procesos – aseveró Teilhard –, que no ocurrirán sin la voluntad activa de personas que los asuman como proyecto consciente, con la fuerza que sólo proporcionan la fe, la esperanza y el amor”.

Así concluyó la conversación con este sacerdote, científico y filósofo, y con ella el encuentro y conversaciones que tuve con los tres franceses notables que se presentaron en la cuarta esfera del Paraíso.


Luis Razeto

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