ESTACIÓN OCHENTA Y OCHO - ENCUENTRO CON TEILHARD DE CHARDIN

ESTACIÓN OCHENTA Y OCHO

ENCUENTRO CON TEILHARD DE CHARDIN

 

Antes de explicar mi visión del mundo y de la espiritualidad – comenzó diciendo Teilhard de Chardin – debo advertir que todo mi esfuerzo intelectual estuvo dirigido hacia la unificación del saber y, con base en éste, a contribuir a la unificación de la humanidad.

Unificación del conocimiento científico, que en cuanto escindido en variadas disciplinas hace difícil alcanzar una visión del conjunto de las dinámicas de la Materia, de la Vida y de la Conciencia, que forman parte de una única realidad.

 

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Unificación del conocimiento científico y del saber filosófico, siendo este último necesario para identificar el estatuto teórico de la ciencia, y que son complementarios en el conocimiento de la experiencia humana y del sentido de la vida.

Unificación del conocimiento natural con la fe y la espiritualidad que se nutren de una Revelación trascendente, y que hemos de descubrir que no son saberes contradictorios sino complementarios.

En la base de esa unificación cognitiva, está la unidad fundamental de la realidad, que supera el dualismo materia-espíritu. Materia y espíritu no son dos cosas separadas, sino estados de una sola realidad.

La materia es ya espiritual, el espíritu es también material. Son como la exterioridad y la interioridad de una sola y única realidad.

Con estas advertencias preliminares, procedo a exponer, en extrema síntesis, cómo concebí la unificación, lo cual considero que fue mi mejor aporte a la humanidad.

El punto de partida es comprender que, entre lo infinitamente pequeño de las micro-partículas de la materia, y lo infinitamente grande del macro-cosmos, se propaga a contracorriente de la Entropía, una deriva cósmica de la Materia hacia estados de ordenamiento cada vez más complejos, que se despliegan en dirección de un ‘tercer infinito’, el de la Complejidad, tan real como los otros dos.

La propiedad específica, el efecto observable y experimentable de esta Complejidad, llevada a sus valores extremos, es la Conciencia.

 

Cosmogénesis

 

Esta Complejidad-Consciencia se manifiesta y concreta evolutivamente, en una secuencia de puntos críticos ascendentes. El primero, la Vitalización, surge con el primer ser vivo, y acelera la complejidad mediante la reproducción y la evolución de las especies.

El segundo, la Hominización, a partir de los primates antropoides que dan lugar a la reflexión psíquica que con la especie humana genera la Noosfera, es el campo de la mente y del conocimiento intelectivo.

El tercero, la Auto-conciencia y la Co-reflexión, da lugar a la producción y socialización del conocimiento y a la cultura, que se manifiesta como Humanidad.

Proyectando y extrapolando la tendencia general que va de la Materia a la Vida y a la Conciencia, formulé, como hipótesis científica, la probabilidad de un nuevo punto crítico, hacia adelante, de Ultra-reflexión.

Éste sería la convergencia socio-mental de la Humanidad, la cual conduciría la Co-reflexión a un paroxismo de Conciencia que podría definirse como un punto crítico de Ultra-reflexión.

Naturalmente, no podemos describir dicho fenómeno ulterior, que aparentemente implicaría una evasión del Espacio y del Tiempo.

En efecto, algunas condiciones energéticas que tendría que cumplir el acontecimiento previsto, entre los cuales la voluntad y el deseo de vivir y de evolucionar hacia más, llevan a pensar que coincidiría con un acceso definitivo a lo irreversible, que superaría la muerte.

Este término superior de Co-reflexión lo he denominado el Punto Omega, que sería el foco cósmico personalizante de Unificación.

 

Punto Omega

 

Hasta ahí llegan la ciencia y el razonamiento hipotético justificado. Más allá, como creyente cristiano, yo planteé, reflexionando sobre la necesidad de un Omega para apoyar y animar la continuación de la Evolución Hominizante, que se advierte que un Omega puramente conjeturado o calculado sería muy débil para alimentar en el corazón del Hombre una pasión suficiente para hacerle que se hominice hasta el fin.

Sería necesario que el Punto Omega exista realmente. Y que de algún modo se deje sentir como un Yo, a todos los yo humanos. Desde este punto de vista, la antigua y tradicional idea de la ‘Revelación’, reaparece y vuelve a introducirse en el conocimiento.

E igualmente, la Mística y la Espiritualidad cristianas cobran una significación nueva y extraordinaria. El proceso de Complejidad-Consciencia exige de modo absoluto, para realizarse y completarse, una fe intensa y una fuerza espiritual extraordinarias”.

No sé si Teilhard de Chardin se detuvo con el propósito de darme tiempo para pensar, o si daba por concluida su presentación. Temiendo yo que fuera esto último y que se retirara como habían hecho los dos que lo antecedieron, me apresuré a decirle:

Son muy interesantes sus análisis y reflexiones. Pero quisiera entender cómo entiende usted la espiritualidad, y cómo se conecta con la vida natural de cualquier humano. Es una cuestión que hace tiempo me inquieta y sobre la cual no me siento satisfecho.

Tu pregunta es muy pertinente” me dijo. “Precisamente fue sobre ella que, con base en mi propia experiencia espiritual, escribí El Medio Divino, un libro que dediqué ‘a quienes aman el mundo’.

Porque nuestro ser espiritual se alimenta de las energías del mundo físico y biológico. Vivimos en el medio de una red de influencias cósmicas.

Primero, en la acción me adhiero al poder creador de Dios; coincido con él, me convierto no sólo en su instrumento, sino en su prolongación viviente.

Y como en un ser no hay nada más íntimo que su voluntad, en cierta manera me confundo, por mi corazón, con el propio corazón de Dios.

Este contacto es perpetuo, pues actúo siempre; y a la vez, como no sabría hallar límite a la perfección de mi fidelidad, ni al fervor de mi intención, me permite asimilarme indefinidamente a Dios, cada vez más estrechamente.

En esta comunión, el alma no pierde de vista el término material de su acción. ¿Acaso no es un esfuerzo creador el que adopta?

Pero hay dos modos de adherirse al mundo. El Pagano ama la Tierra para gozarla y confinarse en ella; el Cristiano, para hacerla más pura y sacar de ella misma la fuerza de su evasión.

El Pagano trata de unirse a todo lo sensible para apurar su goce: se adhiere al mundo. El Cristiano multiplica sus contactos con el mundo para captar o experimentar las energías que llevará, o que le llevarán, al Paraíso. Se preadhiere a Dios”

No quedé satisfecho con esas distinciones, que me parecieron demasiado abstractas.

Pero ¿cómo es? – le pregunté –. ¿Cómo ocurre, y cuál es el camino de esa experiencia espiritual?

Teilhard de Chardin me miró con ojos que me parecieron conmovidos por mi insistencia. Luego dijo:

Puedo decirte lo que toda persona que haya avanzado bastante en este camino podría referirte. Y que me sucedió también.

 

Doré

 

Empezó con una resonancia particular, singularísima, que acrecentaba cada armonía, por una radiación difusa que aureolaba cada belleza.

Sensaciones, sentimientos, pensamientos, todos los elementos de la vida psicológica iban entrando en el juego unos tras otros.

Cada día estaban más perfumados, más llenos de color, eran más patéticos debido a una Cosa indefinible, siempre la misma Cosa.

Después, la nota, la fragancia, la Luz vaga comenzaron a precisarse.

Y entonces empecé a sentir, contra toda convención y toda verosimilitud, lo que había de inefablemente común en todas las cosas.

La Unidad se me comunicaba, infundiéndome el don de aprehenderla.

En verdad, había adquirido un sentido nuevo, el sentido de una cualidad o de una dimensión nueva.

Todavía más profunda era la transformación que en mí se había operado en la percepción misma del ser.

El ser, a partir de este momento, se había hecho en cierto modo tangible, sabroso.

Dominando sobre todas las cosas con las que se revestía, el propio ser comenzó a atraerme y a embriagarme.”

Teilhard, sin dejar de mirarme a los ojos, agregó:

Pero debo hacerte una advertencia. El gusto ‘natural’ del Ser es sólo la primera aurora de la iluminación divina, el primer pálpito que se percibe del Mundo animado por la Encarnación de Dios.

El sentido de la Omnipresencia de Dios, prolonga, sobrenaturaliza, esa fuerza psicológica. El Medio Divino se descubre a nosotros como una modificación del ser profundo de las cosas.

Eso no puede obtenerse mediante ningún razonamiento ni artificio humano. Igual que la vida, cuya suprema perfección experimenta, es un don.”

Con esa afirmación Teilhard de Chardin dio por concluida su lección. Dando media vuelta partió al encuentro de sus compañeros que lo esperaban en la banca. Pero yo quería hablar con él. Lo llamé:

¡Teilhard! ¡Monsieur!


 

Luis Razeto

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