ESTACIÓN OCHENTA Y CINCO
SOBRE EL TIEMPO: EINSTEIN VERSUS BERGSON
– Doctor Bergson, monsieur – dije –, tengo una inquietud y quisiera preguntarle. ¿Me permite?
“Por supuesto, para eso estoy aquí. Pregunta con confianza lo que quieras y te responderé según mi buen entender; pero puedes simplemente decirme Henri, que aquí donde nos encontramos los títulos y grados no tienen valor alguno”.
– Le agradezco su esclarecedora lección y la gentileza de atender mis preguntas. Quisiera saber cómo valora la controversia que tuvo usted con Albert Einstein, de la cual mucho se ha hablado, y a la que se atribuye que su pensamiento perdiera influencia en el mundo académico e intelectual de su tiempo.
– Y en particular, ¿cómo vivió usted aquella afirmación tajante de Einstein, de que “el tiempo de los filósofos no existe”, formulada en su presencia, en público, en respuesta a las observaciones críticas que usted había hecho a la teoría de la relatividad?
“Fue un episodio lamentable. Una controversia que no debió realizarse de ese modo, porque ni la ciencia ni la filosofía tienen sede apropiada en un debate público en que los asistentes, personas no iniciadas en las complejidades de las disciplinas desde las cuales los ponentes hablan, asumen un cierto rol de jueces que disciernen quién es el que tiene la razón, como si se tratara de un conflicto en el que uno de los contendientes gana y el otro pierde. Ante el público, yo perdí; pero eso nada dice sobre la verdad de los razonamientos y de las intuiciones.
“El tema de aquél debate, la naturaleza del tiempo, es tal vez el más complejo y difícil de todos los que tanto la ciencia como la filosofía nos planteamos. Y, por cierto, no puede ser resuelto en los estrechos marcos de una conferencia.
“Cuando Einstein afirmó que el tiempo de los filósofos no existe, emitió un juicio presuntuoso, que denota una incomprensión de lo que hace el filósofo.
“Por mi parte, cuando sostuve que la concepción del tiempo que aparece en la teoría de la relatividad es una abstracción intelectual que fragmenta y espacializa la duración real, no había comprendido exactamente el nexo espacio-tiempo que concibe Einstein.
“Lo malo fue que de aquella controversia quedó en el aire una especie de conflicto insoluble entre la ciencia y la filosofía, como si la afirmación de una negara a la otra, sin comprenderse que son saberes diferentes y complementarios.
“Albert y yo éramos considerados, en aquél tiempo, como los máximos exponentes de la ciencia y de la filosofía, y la controversia que tuvimos sobre el tiempo fue entendida como el momento en que se resolvía la vieja cuestión de la verdad, o la preminencia, de uno u otro saber.
“Lamentablemente, la aseveración de Einstein de que ‘el tiempo de los filósofos no existe’, dejó en la conciencia intelectual de la época la idea de que las realidades que estudian los filósofos no son verdaderas, mientras que es la ciencia la que accede a la realidad tal como es.
“Einstein debió, tal vez, decir que el tiempo entendido como aquella duración que experimentan los fenómenos en la conciencia, no aparece en el universo material tal como lo estudian los físicos, porque los métodos de la ciencia no permiten conocer lo que no es cuantificable matemáticamente.
(Salvador Dalí)
“Igualmente, yo pudiera haber sostenido que el tiempo al que se refiere Einstein en la teoría de la relatividad, es real aunque no sea el que vivimos en la subjetividad de la conciencia.
“Desafortunadamente, quedó en el público, y de ahí se difundió ampliamente en la cultura, la idea de que solamente la ciencia da cuenta de la realidad tal como es.
“Y la afirmación de que ‘el tiempo de los filósofos no existe’, enunciada por un científico de la talla de Einstein, se prolongó como creencia de que la conciencia no existe, el espíritu no existe, el Ser metafísico no existe.”
– Quisiera preguntarle qué significó para usted que le otorgaran el Premio Nobel.
“No estoy seguro de que ese galardón, no sé si merecido o no, sirvió a una mejor comprensión de mi obra. Sin duda contribuyó grandemente a su difusión; pero cabe preguntarse acaso el hecho de que se tratara del Nobel de Literatura haya acentuado la creencia de que las investigaciones filosóficas son más de ficción que de lo real”.
– Cuánto mejor hubiera sido un diálogo fecundo entre usted y Einstein, y no solamente sobre la naturaleza del tiempo, sino sobre tantas otras grandes cuestiones que interesan vitalmente a la humanidad.
Bergson guardó silencio, concentrado en un pensamiento, que expresó enseguida:
“Todas mis investigaciones filosóficas se nutrían del conocimiento científico más avanzado que había en mi tiempo. Y a lo largo de los años, fui comprendiendo cada vez mejor, creo, la relación entre ambos saberes.
“En las tesis finales de mi libro Las Dos Fuentes de la Moral y de la Religión, dejé constancia de mi convicción en cuanto que el diálogo profundo y riguroso entre el conocimiento científico y el saber filosófico es esencial, pues de él depende en verdad el destino de la humanidad.
“La ciencia y las invenciones técnicas de ella derivadas, han proporcionado inmensos aportes al bienestar del ser humano; sin embargo, la avalancha de invenciones nuevas conlleva el peligro de una mecanización creciente de la vida social, y de un excesivo y dudoso materialismo.
“En ese cuerpo desmesuradamente desarrollado, el alma sigue siendo lo que siempre ha sido, y parece demasiado pequeña para llenarlo, demasiado débil como para dirigirlo.
“El cuerpo crecido necesita y espera un suplemento de alma. El crecimiento de la mecánica hace indispensable una expansión de la mística”.
– Tal vez le sirva saber – comenté, – que con el avance del conocimiento científico, especialmente por la teoría cuántica, y sobre todo por el desarrollo de la epistemología y la filosofía de las ciencias, en la actualidad se está dando en el mundo una fuerte tendencia a reconocer que la conciencia debe ser asumida como configurante de la realidad, y no solamente como receptiva de los fenómenos reales que le serían independientes.
– Así – concluí –, al parecer, la humanidad avanza hacia un reconocimiento de lo que podríamos entender como un universo más bien ‘bergsoniano’ que ‘einsteniano’.
Bergson esbozó una sonrisa. Enseguida me hizo ver que había otros dos pensadores en espera de darme a conocer sus conocimientos, por lo que debía despedirse.
Luis Razeto
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