ESTACIÓN OCHENTA Y DOS - EN LA BIBLIOTECA DE ANSELMO DE CANTERBURY

ESTACIÓN OCHENTA Y DOS

EN LA BIBLIOTECA DE ANSELMO DE CANTERBURY


La puerta estaba entreabierta, por lo que no tuve dificultad para entrar. Era una biblioteca donde los libros no solamente llenaban las estanterías sino también un amplio escritorio y varios baúles antiguos de madera.

Detrás del escritorio estaba un hombre vestido con sotana del color que usaban los monjes benedictinos del siglo XI. Me saludó amablemente, fue a buscar una silla que estaba en un rincón, la trasladó hasta el escritorio y me invitó a sentarme.

 

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¿Qué te trae por acá? Debe ser algo especial, porque es muy extraño que llegue a las esferas celestiales un alma que aún no se ha desprendido de su cuerpo mortal.

Es una larga historia. Soy un hombre del siglo XXI, a quien se le ha permitido un viaje por los mundos de ultratumba. Recientemente una dama singular de nombre Metafísica, me aconsejó que pasara a conversar con usted y con sus vecinos Parménides y Platón.

Con ellos acabo de estar. La Dama aseguró que ustedes tres me prepararían para que yo pudiera alcanzar una experiencia metafísica. ¿Puedo saber tu nombre?

Anselmo de Canterbury. Tal vez pueda indicarte el método o camino para esa experiencia espiritual que buscas; pero quien debe recorrer el camino y hacer la experiencia eres tú mismo. Es algo que sólo depende de ti. Si quieres, puedo prepararte intelectualmente, pero sólo eso”.

Es lo que deseo y espero. Quedaré eternamente agradecido de tus enseñanzas. Puedo anticiparte que estudié el argumento ontológico de la existencia de Dios en tu obra Proslogión.

Me complace saber que todavía se conozca mi libro, habiendo pasado diez siglos desde que lo escribí. ¿Puedes contarme lo que piensan en tu tiempo sobre mi obra?”.

Lamento informarte que la mayoría de los filósofos sostiene que su argumento ontológico no demuestra que Dios exista, porque una idea de Dios es sólo una idea, y desde una idea no puede concluirse que lo pensado, aunque se lo conciba y argumente como existente, exista realmente.

 

Anselmo

 

Vaya – replicó Anselmo –, parece que no se ha comprendido del todo lo que escribí. Pues lo que propuse no fue un ‘argumento’ conceptual para probar la existencia de Dios, sino una vía para alcanzar una ‘experiencia’ intelectual del Existente.

No se trata de tener una idea de Dios, sino una experiencia intelectual del Existente Perfecto.

Mi amiga y maestra Metafísica, quien te aconsejó que vinieras a verme, no habla de un ‘saber’ metafísico que se pudiese enseñar conceptualmente, sino de una ‘experiencia’ metafísica, que es algo muy distinto”.

Lo que me explicas – dije – aclara admirablemente el punto. Pero me surge un interrogante. Cuando hablas de experiencia ‘intelectual’, ¿no se trata acaso de conceptos, juicios y razonamientos, que es lo que hacemos con el intelecto?

Como yo lo entiendo – respondió Anselmo –, de lo que se trata es de llevar el intelecto, mediante su operación cognitiva, hasta el límite de sus capacidades naturales, llegando en tal extremo hasta un umbral, una cima, desde donde se atisba ‘la otra orilla’.

A esta cima se puede acceder por distintas vías, y una de ellas es la del intelecto”.

¡Enséñame, pues, esa vía, que es el mayor de mis anhelos!

Es un proceso largo, que puede durar algunas horas, o acaso días, y a veces incluso la vida entera de un ser humano.

Mas como aquí en las esferas celestes el tiempo no transcurre, te iré orientando de modo que vayas pasando sin tiempos determinados, por las sucesivas etapas del itinerario intelectual necesario. Pero has de ser tú mismo quien realice los ejercicios del intelecto que te iré indicando”.

Estoy pronto, y me siento animado y capaz para hacer lo que me digas.

Comienza, pues, cerrando los ojos, poniéndote interiormente en silencio, y despejando tu mente de toda inquietud, interés y deseo que te apremie. Olvida también, o pon entre paréntesis, tus estudios anteriores.

Y no temas fracasar; pero tampoco tengas miedo a los cambios que se producirán en tu vida si la experiencia que vas a iniciar resulta exitosa”.

Así lo hice, mientras la voz suave y armoniosa de Anselmo me transportaba a lugares amenos que ya conocía.

 

Claude Monet

(Claude Monet)

Es de noche, estás ante la inmensidad del mar, la grandiosidad del firmamento, la fuerza del viento. ¿Sientes surgir en tu conciencia una emoción profunda, sobrecogedora?

Ante la belleza de un paisaje que te maravilla; ante la infinita variedad de plantas, insectos y animales de toda especie; ante la magnificencia de la naturaleza, desde el Cosmos inmenso hasta la estructura infinitesimal de la materia y la infinita multiplicidad de la vida; ante la sonrisa inocente y la vivacidad de un niño; ¿no te sientes interiormente movido a sentir la existencia como un don recibido?

Ante la extensión infinita, la hondura insondable, la variedad interminable, la belleza sublime y la armonía que todo lo unifica, ¿no te sientes obligado a reconocer un misterio que te trasciende?

 

Monet

 (Claude Monet)

Y aún más extraordinario que esa multitud de formas, colores, sonidos, armonías, movimientos y cosas, es el hecho supremamente admirable de que todo ello, ¡existe!, con una existencia que parece inherente a las cosas mismas.

Haz esta experiencia. No sientas, no imagines, no pienses en una cosa u otra. Concéntrate solamente en intuir el hecho de que existen. ¿Captas la existencia, la sola existencia de las cosas, sin sentir, ni imaginar, ni pensar en una u otra cosa o cualidad de ellas?”.

Sí – respondí no sé cuánto tiempo después.

Si captaste la existencia, habrás sentido un gozo inmenso”.

Así fue – respondí.

Entonces abre ya los ojos y escúchame”.

Aquí estoy, como regresando de un paseo por paisajes y emociones singularmente placenteras.

Ahora dime si la razón inteligente no te lleva a pensar que, necesariamente, nada de lo que viste y sentiste es perfecto”.

Así es – respondí –, aunque más no sea porque todo aquello tan maravilloso es sin embargo transitorio, está afectado inevitablemente por el tiempo, y cada cosa tiene un límite en el espacio”.

¿Concibes que la misma existencia de todo aquello, es también precario y transitorio?”.

En efecto, así lo pienso, y no podría concebir como existencia perfecta la de algo que ahora es y luego deja de ser.

Tu conclusión es correcta” – confirmó Anselmo. “La inteligencia te lleva a concluir que la existencia de todo lo que tanto te sorprende y maravilla, es precaria, perecedera, imperfecta”.

Anselmo guardó silencio un largo rato, como dejándome pensar por mi cuenta.

¿Eso es todo lo que me vas a enseñar? – le pregunté cuando me pareció que lo había comprendido todo y que había pasado suficiente tiempo.

Eres demasiado impaciente – me dijo Anselmo –, y eso no es conducente al fin que buscas. Ahora descansa, duerme si quieres, y después continuamos”.

 

Luis Razeto

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