ESTACIÓN SESENTA Y SIETE
APARICIÓN DE FILOSOFÍA
Los recodos y remansos que se sucedían a lo largo del río presentaban paisajes tan idílicos que me distraje de la búsqueda que me había propuesto.
Me parecía que no era necesario alcanzar una respuesta intelectual a mis preguntas existenciales, porque frente a tanta belleza de colores y luces, sonidos y aromas, la existencia entera del Universo adquiría sentido más que suficiente.
En un momento en que me detuve a admirar el concierto de trinos y el jolgorio de los pájaros que revoloteaban entre las flores violetas de un jacarandá, se posó en mi mano una mariposa de color azul intenso.
La mariposa voló, y yo la seguí con la mirada hasta que atravesó el río y comenzó a seguir a una bella joven cuya presencia me sorprendió por ser completamente inesperada.
La mujer vestía una delicada túnica celeste que mantenía graciosamente levantada con sus manos mientras caminaba descalza a orillas del riachuelo.
El agua enteramente transparente le llegaba a las rodillas, por lo que pude apreciar la perfección de su figura y la maravilla de azules que se reflejaban en el agua cristalina.
El primoroso violeta de las flores del jacarandá, el azul intenso de la mariposa, el suave celeste del vestido y muchas piedrecillas de diferentes tonalidades verdes que estaban al fondo del río.
(Vincent Van Gogh)
Y más allá el prado bordado de flores púrpuras, rojas, amarillas y moradas. Nunca he tenido tantos deseos de dominar el arte de la pintura como en ese momento mágico.
– ¡Hola! – le dije.
“¡Hola!” – respondió.
– ¿Cómo te llamas? – le pregunté.
“Filosofía” – contestó, agregando: “Y tú ¿quién eres?”.
Tuve que decirle mi nombre, siendo ésta la única vez que lo hice en todo el viaje. Inmediatamente agregué:
– ¿Puedo preguntarte algo que me interesa saber?
“Parece que es mi destino que todos me hagan preguntas, siempre muy difíciles por cierto; pero con gusto trato de responder, más por dialogar con el que me interroga y aprender junto a él, que por satisfacer la curiosidad del que me pregunta. Adelanta, pues, las dudas que quieras”.
– Lo que busco saber es qué somos, de dónde venimos y cuál es nuestro destino.
“¿Y qué sabes al respecto?” – me contra-preguntó Filosofía.
– Me encontré primero con Sabiduría, que me dio a entender el sentido de la vida humana, personal y social, como vocación a que nos llama el Creador.
– Luego estuve con Ciencia, que me describió el proceso evolutivo del Universo desde sus orígenes hasta que llegamos a ser como somos.
“¿No son para ti suficientes respuestas, sumando una y la otra?”.
– No lo son, pues anhelo y amo conocer la verdad entera, no expresada mitológica y poéticamente, ni reducida a lo que puede observarse y cuantificarse.
– Necesito un conocimiento de naturaleza intelectual, que me permita comprender, explicar y comunicar, en base a conceptos racionales claros y distintos, el ser profundo y el fin último de la existencia del Universo y del ser humano.
“Por las preguntas que inquietan tu espíritu, siento tu alma gemela con la mía.” – me dijo sonriendo, y añadió enseguida cambiando a un tono de voz que no ocultaba el reproche: “Pero tus ojos recorren mi figura no sé si con visión de artista, con ensoñación de poeta, o con triste lascivia de anciano. Las tres son maneras de mirar que te impiden la intelección pura”.
Sentí que mi cara se encendía de vergüenza, por lo que desvié la vista hacia el río.
Filosofía se dio cuenta de mi bochorno pero tuvo la gentileza de sobrevolar sobre ello para no incomodarme más de lo que ya estaba. Se limitó a decir en un tono ecuánime y amable:
“El conocimiento filosófico supone trascender los instintos del cuerpo, las sensaciones de los sentidos, las fantasías de la imaginación y las emociones del corazón, para posicionarse en el exclusivo mundo de las ideas, los conceptos y los argumentos de la razón pura”.
– Eso no es fácil para mí – comenté.
“En realidad – acotó la mujer – son muy pocos los que logran hacerlo. La gran mayoría, incluso los que se llaman filósofos, entremezclan las ideas con las emociones. Más que razonar, senti–piensan.
“El trabajo del concepto es muy duro porque requiere una abstracción de tercer grado: abstraer todo lo particular y sensible, todo lo fantasioso e imaginable, todo lo cuantitativo y formalizable matemáticamente.
“Sólo entonces se puede entrar y moverse con libertad en el ámbito de lo esencial, universal e inteligible de la realidad.
“Es muy difícil, requiere concentración intensa, prologada y reiterada; pero el premio para quienes lo logran es incomparable”.
– Tengo, sin embargo, una duda – repliqué y pregunté: – ¿Es que acaso puede hacerse filosofía sin trabajar sobre los conocimientos que entregan la experiencia, la ciencia y la sabiduría?
“No es lo que digo – contestó la dama –, sino exactamente lo contrario. Es desde lo sensible, desde lo imaginable, desde lo cuantificable, que el intelecto extrae y abstrae lo esencial, universal e inteligible, que está contenido en la realidad particular experimentada y conocida científicamente.
“Ya ves que esto mismo que acabo de afirmar lo entienden solamente quienes hayan accedido al universo esencial”.
– Creo comprenderlo – afirmé.
“Si en verdad lo has comprendido, podemos ahora dialogar filosóficamente en torno a tus interrogantes sobre lo que es y cuál sea el fin de lo que existe”.
La mujer me miró con ojos penetrantes. Intuí que entraba en mi mente. Luego cruzó el río hasta la orilla en que yo me encontraba, se sentó en la arena y me invitó a sentarme a su lado.
“Mi amiga Ciencia – me dijo – analiza la realidad a partir de sus partes, desde las más pequeñas hacia las más grandes. Y explica los procesos siguiendo la línea del tiempo: partiendo desde lo que estaba al comienzo avanza hacia lo que sucede al final.
“Yo, Filosofía, procedo en sentido inverso. Descubro en el todo la explicación de las partes; desde la visión de lo universal interpreto y entiendo lo particular. Y desde lo ya cumplido, o sea desde el final del proceso, descubro el camino que condujo hacia él. ¿Lo comprendes?
– Entiendo perfectamente. La ciencia no puede comprender el Todo, ni tampoco puede conocer el Fin. La ciencia puede describir de qué está hecha la realidad, pero no puede descubrir su sentido, que solamente desde la totalidad puede ser visto.
– La ciencia puede mostrar el camino recorrido, pero no logra identificar la meta, la finalidad hacia donde todo se dirige.
Filosofía me miró y noté que estaba satisfecha de mi comentario. Pero la conversación no terminó ahí.
Luis Razeto
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