ESTACIÓN SESENTA Y SEIS
APARICIÓN DE CIENCIA
Continué caminando a orillas del río con la esperanza de encontrar un puente o un remanso con piedras por donde atravesar al otro lado.
No podía sacarme de la cabeza la belleza, la inteligencia y la bondad de Sabiduría, por lo que anhelaba buscar sus huellas y seguir tras ella.
Yo mantenía la vista siempre hacia la otra orilla por si sus pasos la acercaran nuevamente hasta donde pudiera verla.
Creyendo que era ella, mi corazón dio un brinco cuando entreví entre unos arbustos floridos una figura de persona.
Aguzando la vista me di cuenta de que era una mujer, vestida con una bata blanca como las que se usan en los laboratorios. Noté que caminaba dos o tres pasos y se detenía a observar algo que atraía su atención.
Agité mis brazos en alto para llamar su atención y la llamé con toda la fuerza que pude sacar a mi voz:
– ¡Hey! ¡Mujer! Acércate por favor, que necesito orientación.
La mujer me vio y se acercó con paso armonioso. Noté que tenía en la mano derecha una lupa y en la izquierda un cuaderno de notas. Cuando llegó a la orilla del riachuelo me preguntó con sencillez y amablemente:
“¿Quién eres, y por qué me llamas con tanta insistencia?”
– Soy un hombre que anda en busca de conocimiento y orientación – le respondí, agregando: – Al ver que observabas con tanta atención y cuidado no sé qué cosas que atraían tu mirada en los arbustos, tuve curiosidad por saber lo que buscas en la floresta, y quién eres.
La dama me miró fijamente antes de contestar. Tuve la sensación de que me examinaba como si quisiera descubrir por la forma y el color de mis ojos, cabello y piel, cuál era mi edad, mi origen étnico, mi nacionalidad, mi psicología, y quizás qué más preguntas se hacía. Finalmente respondió:
“Observo los hechos y me interrogo sobre ellos. Investigo, clasifico, analizo, cuantifico, comparo, teorizo. Mi nombre es Ciencia. Mi trabajo es exigente y me falta mucho todavía por conocer.
“No conviene que me distraiga; pero me gustan las personas curiosas que buscan conocimiento, por lo que estoy disponible para que me preguntes lo que quieras saber. Te responderé lo que sé, hasta donde alcancen mis conocimientos”.
Mi pregunta surgió sin necesidad de pensarla, porque era la cuestión principal que me inquietaba desde niño:
– Quiero saber qué somos, de dónde venimos, y cuál es nuestro destino.
La mujer se rio como si le hubiera contado un chiste muy gracioso. Después me explicó:
“Disculpa mi risa, que no pude contener. Es que estoy tratando de entender estos días la causa de una alteración epigenética que fue identificada en un omatidio del ojo de un abejorro del tipo Bombus terrestris. Y tus preguntas, que son tres, me sacan tan lejos.
“Pero ofrecí responderte lo que sé. Sobre la primera pregunta, qué somos, y sobre la tercera, cuál es nuestro destino, no tengo la menor idea. No son preguntas que se plantee la ciencia. ¿De dónde venimos? Sobre eso hay bastante evidencia y puedo resumirte lo que sé, si tienes tiempo para escucharme”.
– ¡Por favor! Me interesa mucho y ya no tengo quien me apure.
“Pues, a mí el tiempo y mis propias ansias de conocer me apremian, por lo que tendré que sintetizar en pocas palabras una muy larga historia.
“El modelo teórico que usamos para entender el origen del Universo es llamado Big–Bang. En el principio de los tiempos toda la energía estaba concentrada en un punto, más pequeño que un átomo, que explosionó hace unos catorce mil millones de años.
“Al expandirse se fue enfriando y transformando en materia, en masa. Por efecto de la gravedad la materia comenzó a acumularse y concentrarse allí donde había mayor densidad, de modo que con el paso de cientos de millones de años se fueron formando agrupamientos de materia y vacíos.
(John Constable)
“Por la presión y la temperatura comenzaron reacciones de fusión, que dieron lugar a las primeras estrellas y galaxias. Nuestra galaxia, llamada Vía Láctea, tiene trece mil millones de años; pero sólo hace cuatro mil seiscientos millones de años se formó nuestro sistema solar, el Sol y sus planetas, entre los cuales la Tierra.
“La vida unicelular apareció en la Tierra recién formada, hace unos tres mil quinientos millones de años; pero pasó mucho tiempo antes de que las primeras células se agruparan dando lugar a formas de vida más complejas.
“La vida evolucionó lentamente, hasta generar los mamíferos, hace unos 250 millones de años. Los humanos son una especie biológica de primates. Hace seiscientos mil años hubo varias especies de Homos; pero sólo sobrevivió la especie Homo Sapiens, seres con inteligencia y conciencia racional, como eres tú que te preguntas por el origen y el destino de la vida. Más detalles puedes encontrarlos en cualquier buena Enciclopedia”.
– Todo eso – le dije – ya lo sé, y es fascinante sin duda. ¿Puedes explicarme cuál es la finalidad de la existencia de todo eso que conocemos por la ciencia?
“La ciencia no reconoce fines, sólo se interroga por las causas de lo que sucede. Si es que hay un fin hacia el cual se dirige lo existente, sería algo que se verá en el futuro, y como el futuro aún no existe, no lo podemos observar ni conocer”.
– ¿Y sobre Dios? – pregunté. – Se dice que es la causa primera de todo.
Me respondió con un dejo de sorna:
“Los instrumentos que poseo me permiten observar partículas, átomos y moléculas; vibraciones, perturbaciones y ondas; fuerzas gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil; reacciones, interacciones y mutaciones físicas, químicas y biológicas; adn, genes, células y órganos; protozoos, virus, bacterias, hongos, insectos y muchas cosas por el estilo.
“A partir de esas observaciones nos formulamos preguntas sobre cada cosa que observamos, y las cuantificamos y calculamos, elaboramos modelos y proyecciones.
“Pero no tengo instrumentos para percibir, ni matemáticas para cuantificar, espíritus ni dioses. Si sigues el camino que vas haciendo, tal vez te encuentres con alguien que te pueda decir algo más. Yo debo ahora regresar a mi investigación. Espero haberte sido útil”.
– Sí, mucho, y te lo agradezco – respondí, bastante frustrado en realidad de este encuentro.
Nos saludamos y yo continué caminando a orillas del río, sin perder la esperanza de encontrar quién pudiera ayudarme con las preguntas que me inquietaban.
Luis Razeto
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