ESTACIÓN CUARENTA Y CINCO
ANARQUISTAS Y COOPERATIVISTAS
Vi que ante nosotros se abrían muchos senderos cuyos destinos no teníamos cómo saber. Después de un momento de vacilación, mi Maestro enfiló por uno de ellos, con tanta decisión que sentí curiosidad por conocer qué lo había decidido. Le pregunté:
– ¿Cómo es que escoges un camino habiendo tantos diferentes en esta encrucijada? ¿Con quiénes vamos a encontrarnos ahora?
“No sé adónde conduce esta vía, pues no he estado nunca aquí. Pero siento una voz interior que mueve mi ánimo, una corazonada, una intuición, no sé bien cómo llamarla; y en ausencia de alguna orientación exterior, la sigo sin dudar, pues de no hacerlo, nos quedaríamos perplejos e indecisos sin avanzar”.
Recordé que yo también hice lo mismo muchas veces en mi vida, frente a alternativas y decisiones importantes, cuando no conté con suficiente información. En tales casos no cabe cavilar demasiado y uno debe confiar en la intuición, que es como una voz espiritual que hay que aprender a escuchar en el silencio.
Fue así que llegamos a un lugar donde el terreno se hacía menos escarpado, cubierto de hierbas floridas de todos colores y fragancias de mil aromas. Decidimos pasar allí la noche.
Desde ahí pude ver a la distancia una cuarta explanada, donde se movía una cantidad de almas que estuvieron ocultas a mis ojos debido a las laderas del monte. Pero ahora aparecieron ante mi vista sobre el césped y las flores.
Observando con atención comprobé que eran dos los grupos que allá estaban, compartiendo un mismo campo, pero separados por al menos cien pasos uno del otro.
A mis oídos llegaron algunos versos del himno anarquista que uno de los grupos entonaba con fuertes voces varoniles.
“Acracia al fin triunfará. / Bello jardín la tierra será./ Todo lo vil a eliminar. / Pueblo viril, ¡Luchar, Luchar! / No más supremacía de dioses y leyes, / no más de tiranos, la vil opresión. / Y vallas, fronteras, gobiernos y leyes / derrúmbense al paso de la rebelión. / Formemos un mundo de paz y armonía / donde libres imperen las Artes y Amor. / Viviendo la libre Anarquía / Natura nos brinda en su rica labor.”
Apenas terminó este canto, el otro grupo comenzó a entonar el himno internacional del cooperativismo, predominando ahora las voces femeninas, mientras que en el grupo anterior las mujeres eran menos.
Escuchar este himno que yo mismo he cantado tantas veces, en muchas asambleas cooperativas, entonado ahora con inmenso fervor, me conmovió profundamente.
“Marchamos todos unidos, hacia la Vida y la Patria / escoltados por el sol, el trabajo y la esperanza. / Nuestra luz cooperativa ilumina nuestra marcha, / los senderos de la tierra y los caminos del alma. / Nos alimenta el pasado y el presente nos levanta / y el porvenir nos espera en el tiempo y la distancia. /Marchamos todos unidos … / Congregados por el pan y agrupados por el alba / luchamos por la blancura de la paloma más blanca, / somos pueblo que conquista la libertad con el arma / del trabajo que redime y saluda nuestra causa. / Marchamos todos unidos …”.
Yo quise ir de inmediato al encuentro de esas gentes, pero mi guía me detuvo.
“No me pidas que te guíe hasta ellos – dijo –, porque antes de que pudiéramos llegar la oscuridad sería total y podríamos perdernos. Mientras tanto, desde esta loma puedes observar sus movimientos y semblantes”.
Agucé la vista y pude ver que, concluidos los cantos, de cada grupo se separaron tres sombras, que caminaron hacia una pequeña colina, en cuya cima se encontraron y saludaron afablemente unos con otros. Pronto dejé de verlos porque nos envolvió la oscuridad de la noche.
“¿Quiénes son?” – me preguntó el Maestro dándose cuenta de que los había reconocido.
– Por los himnos y por las actitudes, entiendo que el grupo que mantuvo la mano empuñada en alto es de anarquistas. El grupo de los que mantuvieron la mano derecha en el corazón, es de cooperativistas.
“Dos grupos que desconozco” – observó Dante. “De madrugada iremos a ellos y veremos qué nos pueden enseñar. Ahora te aconsejo que te recojas, pues te noto ansioso, y es preciso que descanses”.
Me costó mucho quedarme dormido por lo que, cuando mi guía me despertó al alba, tuve la sensación de que había pasado la noche en vela. Pero era hora de partir, y así lo hicimos.
Nos dirigimos directamente a la colina que estaba al centro de la explanada, donde se habían saludado la noche anterior las seis almas que se distanciaron de los grupos.
Las encontramos sentadas en un escenario, una al lado de otra formando un semi–círculo. Frente a ellos había dos sillas, que entendimos enseguida que esperaban por nosotros.
Del cuello de cada uno de esos espíritus pendía un letrero que informaba sus nombres, su país de origen y los años en que vivieron.
Así pude saber, sin mayor preámbulo ni perder tiempo preguntando, que estábamos ante William Godwin, inglés, 1756 – 1836; Charles Fourier, francés, 1772 – 1837; Robert Owen, británico, 1771 – 1858; Mijaíl Bakunin, ruso, 1814 – 1876; Piotr Kropotkin ruso, 1842 – 1921; Errico Malatesta. italiano, 1853 – 1932.
Apenas nos sentamos tuve una sorpresa que me hizo alzar de un salto. Por un costado apareció mi querido y recordado Gonzalo Pérez Valencia, quien me saludó sonriente e hizo señas de que esperara hasta el término del evento para abrazarnos.
Enseguida mi amigo hizo las presentaciones formales de los ilustres intelectuales que estaban en la testera, y explicó el procedimiento del que sería un muy extraordinario debate entre ellos.
“Cada uno de ustedes – dijo Gonzalo dirigiéndose a los ponentes – tendrá cinco minutos para explicar cuál es la principal causa del éxito, y cuál la del fracaso, en las experiencias económicas alternativas al capitalismo y al estatismo, pudiendo cada uno escoger si referirse a las de tipo anarquista o cooperativista. Después habrá una segunda vuelta en que dispondrán de dos minutos para rebatir o comentar lo que deseen”.
Luis Razeto
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