ESTACIÓN CUARENTA Y CUATRO - UNA UTOPÍA CRISTIANA Y LA ‘TIERRA SIN MAL’ GUARANÍ

ESTACIÓN CUARENTA Y CUATRO

UNA UTOPÍA CRISTIANA Y LA ‘TIERRA SIN MAL’ GUARANÍ

 

Al acercarnos, el hombre en la plaza se levantó con soltura de modo que pudimos apreciar su presencia física, tan diferente a la mucho más humilde que mostraban las sombras de los que habíamos visto hasta ese momento recorriendo el pueblo, incluidos los curas del monasterio.

Soy Diego de Torres” – se presentó extendiéndonos la mano, y al darle la mía tuve, una vez más, la extraña experiencia de no encontrar nada que estrechar con mis dedos.

¡Diego de Torres! – exclamé entusiasmado. – ¿El jesuita filólogo y estudioso de las lenguas indígenas, autor de El arte de la lengua Quichua, y Arte y vocabulario de la lengua Aymara, que tan importantes han sido para el conocimiento y rescate de esos idiomas nativos?

Noté que Dante, que tanto valor dio en su vida a la elocuencia de las lenguas llamadas vulgares, mostraba un especial interés por ese hombre. Pero éste reaccionó de inmediato:

No, no. No soy el Diego de Torres Rubio, que misionó entre los Aymaras y los Quechuas, sino Diego de Torres Bollo, que lo hice entre los Guaraníes”.

Me disculpo por haberlo confundido. La señora que nos acompañó y nos mostró todo el pueblo, nos recomendó que nos dirigiésemos a usted. Dice que nos puede ilustrar sobre este lugar y su historia.

 

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¿Qué les ha parecido lo que han visto?” – nos interrogó.

Miré a mi Maestro esperando que fuera él quien respondiera; pero Dante me indicó con un gesto que era yo quien debía responder.

Es todo muy interesante – afirmé. – Yo estudié bastante sobre las reducciones jesuíticas guaraníes; pero es distinto conocerlas por los libros que tener la experiencia directa. Son conocidas como los más grandes y notables experimentos de sociedades utópicas que han existido, y compruebo que tienen mucho de eso.

No sabía de tal reconocimiento” – dijo la sombra de Diego de Torres sonriendo. “Y me alegra infinitamente escucharlo, pues en verdad mi intención, al fundar estos pueblos, fue crear aquí sociedades justas y buenas, aplicando principios y conocimientos que había leído en un librito de un tal Thomas Moro que llegó casualmente a mis manos, y que se aproximaran lo más posible a los ideales que enseñan los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas de Pablo de Tarso”.

Le dije, entusiasmado: – Lo que nos cuentas me interesa mucho más de lo que puedas imaginar. Pues mi sueño no es otro que contribuir en mi país y en Latinoamérica a la creación de una nueva civilización, donde los humanos, viviendo en sociedades organizadas con sabiduría, puedan llegar libremente a ser hombres y mujeres de conocimiento, creativos, autónomos y solidarios. He sido conducido hasta aquí para aprender las enseñanzas de la historia, que son indispensables.

Diego de Torres se sentó en la banca y nos invitó a tomar asiento a su lado. Enseguida comenzó un relato del que recuerdo lo esencial, porque la memoria que tengo sobre el largo periplo que realicé por los círculos de ultratumba es tenue y se disuelve con el tiempo, igual como sucede con los sueños.

Cuando el Superior de la Compañía me nombró a cargo de la Provincia Jesuítica del Paraguay, creada el año 1604, que abarcaba las Gobernaciones del Paraguay y del Río de la Plata, llegué lleno de entusiasmo y de pasión misionera.

A poco andar comprendí que lo que había imaginado como mi obra misionera, debía repensarla enteramente.

Ante todo, comprobé que la situación en que los conquistadores mantenían a los indios era inaceptable, porque no es justo oprimir a todo un pueblo, ni por motivos económicos o políticos, ni por deseos de evangelización y salvación de las almas.

Aprendí rápidamente el hermoso y riquísimo idioma guaraní, y me conecté con la gente recorriendo las Encomiendas.

Me di cuenta de que los habitantes originarios de la región eran hombres y mujeres sencillos, inteligentes, de hermosa sensibilidad, confiados e inocentes, y que sus creencias naturales eran en todo compatibles con las enseñanzas de Jesús.

Ellos soñaban con lo que llamaban la Tierra sin Mal. La buscaban y trataban de crearla entre ellos. No sé si lo aprendí de los guaraníes o si fue una iluminación del Espíritu Santo. Lo cierto es que comprendí que la evangelización, o sea, nuestra Misión, no podía limitarse, y ni siquiera centrarse, en la predicación y enseñanza de la doctrina cristiana.

 

Evangelización de los guaraníes

 

La realización del mandato y del proyecto de Jesús consiste en anunciar y en realizar la Buena Nueva, esto es, la liberación de los cautivos y la llegada del Reino de Dios, que es una comunidad de personas que viven en fraternidad, y que buscan la verdad que nos hace libres”.

La sombra de Diego de Torres se alzó, dio varios pasos al frente y regresó a ponerse frente a nosotros, que continuamos sentados. Noté un cambio en el tono de su voz, que me pareció ahora, por decirlo de algún modo, combativo.

Tuve que denunciar lo que sucedía en las Encomiendas indígenas, y poniendo en juego todo el poder que tenía por mi cargo y todas mis capacidades de persuasión, obtuve la autorización de las autoridades coloniales para crear las que yo llamé al comienzo Misiones jesuíticas, y que se conocieron después como Reducciones jesuíticas guaraníes.

Fundamos treinta pequeñas aldeas como ésta en cuyo reflejo nos encontramos ahora. Fue fácil atraer a los indígenas de la selva mediante la persuasión, con la idea de crear la Tierra sin Mal, y aún más fácil convocar a los indígenas de las crueles Encomiendas, pues era evidente que aquí se los trataba de un modo digno y humano.

La difusión de nuestro proyecto motivó el recelo y la oposición del poder civil, pero resistimos, porque en las Reducciones los guaraníes mantenían el poder mediante los Cabildos formados por los caciques y presidido por el Parakaitara que ellos mismos elegían.

Desarrollamos una cultura del trabajo, con formas justas de organización. Y la educación la realizamos en lengua guaraní y respetando las ancestrales creencias del pueblo.

La instrucción que di a los padres a cargo de las misiones, fue que crearan escuelas donde, además de la enseñanza del Evangelio, se enseñara a leer y a escribir, a contar y calcular, y a difundir entre los niños y niñas la vocación por el canto y la música.

También los adiestramos en la fabricación de sus propios instrumentos de percusión, y de violines, arpas y guitarras, incentivando la vocación musical que los caracteriza”.

 

música guaraní

 

 

Algunos objetan – dije cuando Diego de Torres tomó un respiro – que los jesuitas y la Iglesia mantenían el control, la propiedad y el poder, y que en consecuencia se ejercía allí una forma sutil de dominación.

En parte es verdad – respondió cariacontecido –, pero no porque nosotros lo deseáramos, sino por las exigencias e imposiciones que nos hacía el poder colonial y la misma jerarquía de la Iglesia.

También es cierto que al principio encontramos oposición de muchos chamanes; pero no porque atacáramos sus creencias. Nos acusaban, según el testimonio de ellos mismos, de que “los alejábamos del modo de vivir de sus antepasados, los que tuvieron muchas mujeres, muchas criadas y libertad para escogerlas a su gusto, y ahora quieren que nos atemos a una mujer solamente”.

La vida habitual de los guaraníes no era una Tierra sin Mal, y ellos lo sabían y reconocían. Pero la prueba de que los guaraníes de las Reducciones eran libres, es que los jesuitas aprovechamos nuestra influencia en la Corte para conseguir un permiso especial para dotar con armas de fuego a los indígenas, lo que estaba completamente prohibido por la Corona, por razones obvias.

Les entregamos armas y ellos mismos se organizaron para enfrentar a los Bandeirantes lusitanos que eran bandidos que atacaban tanto a las encomiendas como a las reducciones; y en las reducciones nuestras no habían soldados españoles”.

En ese momento el Maestro me hizo ver que ya el Sol se había escondido detrás de la montaña, que habíamos estado allí un día entero, y que debíamos continuar nuestro viaje. Pero antes de partir preguntó al padre Diego:

¿Cuál ha sido el destino de estas sorprendentes Reducciones Guaraníes? ¿Acaso todavía existen y han florecido, o se encuentran extinguidas?”

 

misión jesuitica

 

La respuesta del jesuita fue tajante: “Cuando por orden de la monarquía absoluta los jesuitas fuimos expulsados de España y de América, las aldeas guaraníes continuaron, aunque debilitadas porque no contaron más con la protección que les otorgaba el poder de la Compañía”.

Yo completé la respuesta:

Su definitiva desarticulación fue obra de los nuevos Estados nacionales, que se formaron en Latinoamérica con los procesos de Independencia. Esos Estados no solamente fraccionaron el territorio del pueblo guaraní formando países que pronto entraron en conflictos y guerras fratricidas, sino que se opusieron a las autonomías de los pueblos originarios, los sometieron y subordinaron a los intereses de los mismos Estados nacionales y de las oligarquías y aristocracias que los gobernaron. Después, el industrialismo y el capitalismo completaron la tarea destructora.

Al decir esto noté que el rostro del Diego de Torres se ensombreció y que sus ojos se opacaron de dolor. Respetando su silencio no quisimos preguntarle nada más.

Al despedirnos le encargamos que saludara de parte nuestra al Parakaitara y a su esposa. Nosotros continuamos ascendiendo la montaña.


Luis Razeto

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