ESTACIÓN VEINTIOCHO - ENCUENTRO CON SCHOPENHAUER

ESTACIÓN VEINTIOCHO

ENCUENTRO CON SCHOPENHAUER


Después de mucho caminar llegamos a la orilla de un río caudaloso, que lo atravesaba un amplio y elevado puente con forma de arco.

Me instalé en el punto más alto y desde allí observé en las dos direcciones, aquella desde donde provenía el agua, que era una cordillera nevada resplandeciente, y aquella hacia donde el agua escurría, que era un mar oscuro inmenso.

Me dispuse a mirar el fluir del río con las manos apoyadas en la baranda, y observando atentamente el agua me di cuenta de que borboteaba. Aguzando la vista noté que en lo profundo del cauce se movían luces, como pequeñas llamas de fuego.

 

Peregrinación 28 Ríot albert Bierstad

 

El Maestro, adelantándose a la pregunta que surgía en mi mente explicó:

Dentro de cada una de esas llamas de fuego arde el alma de un pensador iluminado que intentó esclarecer cómo es que la realidad existe en vez de no existir, cuestión que parece insoluble una vez que se niega que el universo sea el fruto del amor expansivo de un Dios Creador.

Forzando la razón y llevándola al límite de sus capacidades intelectivas, esos filósofos iluminan a la humanidad al poner en evidencia que, negándose a Dios, las respuestas que pueda proponer la razón humana no logran dar una explicación convincente de la existencia, ni proponer un sentido razonable a la vida humana”.

Cómo podía Dante saber todo aquello, es para mí un misterio. Me quedé reflexionando mientras miraba fascinado el espectáculo de luces, chispas y burbujas en el agua del río. Finalmente pregunté al Maestro:

Si es como dices, estos filósofos serían más bien benefactores de la humanidad, y no debieran encontrarse aquí en el infierno, ¿no te parece?

Sentí en el alma la mirada dulce y comprensiva del Poeta, lo que facilitó que sus palabras penetraran hondamente en mi conciencia:

No puedo responder tu pregunta, porque no nos corresponde a mí ni a ti juzgar, ni cuestionar los designios de quien distingue con sabiduría superior lo bueno y lo malo, y que dictamina con justicia el destino eterno de los espíritus.

 

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Sólo te recuerdo que estamos ahora en un lugar que no es el infierno propiamente tal, sino un pre-infierno del que tal vez pueda ascenderse al purgatorio, o bajar definitivamente al abismo de los dolores tremendos.

Y sospecho que uno u otro destino no depende de los mismos que aquí se encuentran, sino de los que aún están vivos en la tierra, según lo que realicen a partir de lo que estos les han legado”.

Esas palabras de Dante me sorprendieron sobremanera, y en mi mente comenzaba a formularse la pregunta para pedirle mayores explicaciones; pero en ese momento me distrajeron dos luces más grandes de entre aquellas que se movían en lo hondo del cauce, las cuales se acercaban a nosotros de modo que su tamaño se iba rápidamente acrecentando. La pregunta que planteé a mi guía fue:

¿Quiénes son esos espíritus iluminados que vienen hacia nosotros, y que al avanzar se unen y se dividen y vuelven a unirse y dividirse, como si fueran dos llamas que surgen de una misma pira?

Puedo suponer que son los espíritus de los dos más grandes filósofos ateos que hayan existido, pues no veo ningún fuego mayor que los de ellos”.

Maestro – le dije –, si a estos iluminados les es permitido hablar desde el fuego que los abrasa, te ruego que me permitas esperarlos, pues tengo gran curiosidad por lo que puedan enseñarme.

 

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Tu deseo me complace – respondió, – pues todo lo que en este viaje llegues a aprender y experimentar será de gran provecho no solamente para ti, sino para todos los que puedas ilustrar una vez que regreses, recargado, a tu mundo. Pero has de tener cuidado y someter a tu propio análisis lo que ellos expongan”.

Apenas llegaron las dos luminarias frente a nosotros, quedaron inmóviles, como en espera de que aconteciera algo que las pusiera otra vez en movimiento. Me dirigí a ellas con estas palabras:

Si les está consentido hablar con sus lenguas de fuego, díganme quiénes son y por qué se encuentran en este lugar.

Una de las lenguas de fuego comenzó a agitarse y le escuché decir:

Hemos venido a recibirlos e informarles sobre lo que está permitido y lo que está vedado en este círculo, a fin de mitigar los sufrimientos a que serán sometidos. Corresponde que se presenten ustedes primero”.

Mi guía les explicó, sin darles nuestros nombres, que no éramos almas en pena y que nuestro viaje tenía por único fin mi aprendizaje, que al regresar al mundo pondría al servicio de la humanidad.

Si es así, me inclino ante ustedes y nos ponemos a su servicio”. Fue el más anciano de ellos quién emitió esas palabras corteses, añadiendo: “Soy el espíritu de Arthur Schopenhauer, y quien está conmigo fue conocido como Friedrich Nietzsche”.

Al escuchar esos nombres me emocioné y no pude reprimir mi entusiasmo:

Estoy feliz de conocerlos personalmente, ya que he leído sus obras con mucho interés.

¿Feliz? La felicidad no existe – replicó Schopenhauer – ni en el mundo del que vienes ni en este en que nos encontramos, como expliqué claramente en mis libros”.

 

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No importa, pues no es la felicidad lo que busco sino la verdad, con la intención de ponerla al servicio de la humanidad – repliqué.

Me complace mucho lo que dices; pero no te hagas muchas ilusiones – dijo Schopenhauer muy serio –, pues como dejé dicho en mi obra El Mundo como Voluntad y Representación, la aspiración a la verdad es demasiado elevada y excéntrica como para que se pudiera esperar que todos, que muchos, o que simplemente unos pocos, tengan un interés sincero en ella.

Por eso, no a los contemporáneos, no a los compatriotas, sino a la humanidad dejé mi obra terminada, en la confianza de que no carecerá de valor para ella, aunque tarde en ser reconocida, según es la suerte de todo lo bueno.

Pues solo por la humanidad, y no para la generación que pasa corriendo ocupada con su ilusión transitoria, podía mi mente, casi en contra de mi voluntad, dedicarse sin descanso a su trabajo durante una larga vida.

Porque constantemente vi que lo falso, lo malo, y al final lo absurdo y sin sentido, son objeto de general admiración y respeto.

Y pensé que, si los que son capaces de conocer lo auténtico y lo justo no fueran tan infrecuentes que se los puede buscar en vano por más de veinte años, los muy pocos que son capaces de producirlo, constituyen una excepción al carácter efímero de las cosas terrenales.

Si uno no creyera que alguno existe, se perdería la reconfortante perspectiva de la posteridad, que necesita para fortalecerse, todo el que está empeñado en un alto fin como es la búsqueda de la verdad”.

Le haces honor a tu fama de filósofo del pesimismo – acoté, sin pensar si había o no verdad en sus palabras.

El pesimismo y el optimismo, el honor y la fama, carecen de sentido para el que busca la verdad”. Replicó Schopenhauer, agregando: Quien toma en serio y se dedica a un asunto que no le trae ventajas materiales, no puede contar con el interés de sus contemporáneos.

 

Schopenhauer

 

Pues hay que dedicarse al asunto por él mismo: si no, no puede salir bien, porque siempre la intención del reconocimiento social supone un peligro para el conocimiento.

En consecuencia, como atestigua la historia de la literatura, todo lo valioso ha necesitado mucho tiempo para obtener vigencia, sobre todo cuando se trata de un género que instruye y no divierte: y mientras tanto, resplandece lo falso.

Esa es precisamente la maldición de este mundo de necesidad y miseria: que todo ha de servir y contentar a éstas. Un afán noble y elevado como es la búsqueda de la luz y la verdad, no puede desarrollarse sin trabas y conforme a su propia existencia.

Incluso cuando haya podido una vez hacerse valer y se han introducido sus ideas, los intereses materiales y los fines personales se apoderan de ella para convertirla en su instrumento o en su máscara.

Esto ni siquiera puede extrañarnos, pues la gran mayoría de los hombres no es capaz de ir más allá de sus intereses materiales, y ni siquiera puede concebir otros fines.

Por consiguiente, a pesar de todos los gestos y aseveraciones solemnes que suelen proclamarse, persiguen exclusivamente fines reales y no ideales; en concreto, son intereses personales, oficiales, eclesiales o estatales, en suma, materiales, los que se tiene en miras.

Y por lo tanto, son fines partidistas los que ponen en agitado movimiento los múltiples resortes de presuntas visiones del mundo; mientras que la verdad es, con certeza, lo último en lo que piensan.

Ella no encuentra partidarios: antes bien, en medio del barullo de las disputas, puede recorrer su camino tan tranquila e inadvertida como en medio de la noche invernal; y ser acaso transmitida a unos pocos que se interesen, o bien confiada en exclusiva al pergamino, para ser tal vez descubierta en el futuro”.

Al escuchar esas palabras melancólicas quise asegurar a esas luminarias que yo estaba genuinamente interesado en buscar y encontrar la verdad, pero la llama de Schopenhauer, agitándose violentamente, exclamó:

La verdad no es una prostituta que se lance al cuello de los que no la desean: antes bien, es una belleza tan frágil que ni siquiera el que lo sacrifica todo por ella puede estar seguro de su favor”.

Y añadió enseguida: “Si tuviese la seguridad de estar frente a uno de los pocos privilegiados que buscan el ser y la verdad, continuaría conversando aquí contigo. Pero no me basta tu afirmación, pues lo debes demostrar.

Si realmente deseas mayor profundidad en el conocimiento, deberás seguirnos, a Nietzsche y a mí, hacia un espacio que se encuentra más cerca del Sol, al que no es tan fácil llegar”.

Yo miré a mi guía temiendo que pudiera negarme el permiso de seguir a esas luces de fuego; pero vi que asentía con un movimiento de la cabeza, y entusiasmado dije:

¡Vamos, pues, y veamos hasta dónde nos conducen!

Los espíritus emprendieron el vuelo y nosotros abordamos una pequeña nave que bajaba por el río. Apenas nos acomodamos, sus remos se convirtieron en alas y partimos tras los dos filósofos, navegando siempre hacia la izquierda de modo que por las noches veíamos las estrellas salir por el polo opuesto.

Cinco veces se había iluminado y otras tantas oscurecido la luz de la luna, desde que nos internamos hacia lo alto por encima del mar hasta que llegamos a una alta montaña, más alta que ninguna que hubiera conocido en la Tierra. Allí las llamas se detuvieron, y nos dispusimos a escucharlas.

 

Luis Razeto

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