ESTACIÓN SIETE
REGRESO AL INFIERNO Y ENCUENTRO CON LOS POLÍTICOS
Continuamos viaje, descendiendo mientras la oscuridad y las tinieblas se hacían cada vez más densas. Estaba extenuado después de las fuertes experiencias de ese día, hasta que no pudiendo continuar, caí vencido como cae un cuerpo muerto, y entré en profundo sueño.
Parece que Dante me tomó en sus brazos mientras yo dormía, pues al despertar estábamos entrando en un vasto territorio circular, tenebroso y horrible, donde gritaban, discutían, se agitaban y se enfrentaban en interminables conflictos, una enorme cantidad de sombras vivientes perdidas.
Vi que por sobre nuestras cabezas pasaban por los aires, tanto por la izquierda como por la derecha, bandadas de sombras grises que, como grullas emitiendo graznidos y en largas formaciones, llegaban a engrosar la multitud de los dolientes de este círculo.
– ¿Dónde estamos? – pregunté a mi guía, temeroso de entrar en ese lugar donde todo era gris y ceniciento.
“En este lugar padecen culpas los políticos de todos los tiempos” – me ilustró Dante. – “Ellos fueron cogidos por la ambición del poder, y para obtenerlo no trepidaron en crear conflictos y alterar la paz de los pueblos.
“Hicieron que las naciones, las clases sociales, las categorías profesionales, las corrientes intelectuales, y cualquier otro grupo de interés o movimiento ciudadano que surgiera, se enfrentaran unos a otros como facciones opuestas e irreconciliables.
“Ellos, los políticos, movidos por su ambición de escalar, buscaban ponerse a la cabeza de alguno de esos bandos, y los incitaban a enfrentarse mutuamente, intentando siempre dividir para reinar.
“Debes saber que todos los espíritus sombríos que encontraremos en esta cavidad infernal, pasaron sus vidas terrestres levantando proclamas, repartiendo privilegios entre sus seguidores; incitando al odio, la envidia y la venganza, con la intención de ascender ellos en la escala del poder. Merecen el duro castigo al que se encuentran sometidos.”
Nos acercábamos ya a los primeros grupos de condenados cuando un espíritu poderoso que llevaba en la frente una corona nos detuvo, y dirigiéndose a mí me advirtió severamente:
“¡Eh! Tú que te introduces en este recinto de almas enfermas. Mira bien por donde camines y no confíes en nadie de los que aquí encuentres. No te dejes engañar, porque en engañar todos aquí son grandes expertos”.
– ¿Quién es éste que pretende impedirnos el paso? – pregunté a mi Maestro.
“Es el Rey Minos, quien según la leyenda presidió y gobernó la civilización de Creta, llamada Minoica en su honor. Fue la primera civilización que existió en Europa y la que más tiempo haya durado en la historia de la humanidad, desde el siglo XX al siglo II antes de Cristo.
“Fueron mil ochocientos años de paz y prosperidad, porque en aquella isla no hubo actividad política que los dividiera y debilitara. Tal vez por eso, para demostrar que puede existir una civilización sin facciones políticas, y porque Minos supo mantenerlas a raya tanto tiempo, mereció ser puesto a cargo de este espacio para juzgar con severidad a los que llegan.
“Según supe cuando crucé este círculo en mi anterior periplo, hace siete siglos, cada vez que llega a este lugar un pecador, Minos lo obliga a que analice su propio comportamiento y que confiese sus faltas, y como es un gran conocedor de las almas, dictamina con justicia el castigo que a cada cual le corresponde.”
Ya pasando adelante y descendiendo por un sendero que bajaba en espiral, encontramos una serie interminable de grupos que, como pude reconocer a muchos de ellos por sus rostros inconfundibles y por sus modos de hablar y de vestir, comprendí que estaban agrupados por países.
En este primer círculo casi todos eran dirigentes de partidos políticos que habían ejercido el poder en regímenes representativo-burocráticos, mal llamados democráticos.
Era muy curioso lo que ocurría en estos grupos. Los individuos se encontraban de pie, subidos en un entramado de escalas dispuestas unas sobre otras en un número que podía ser de diez, veinte o hasta cincuenta peldaños, según el tamaño del grupo.
En esas estructuras en forma de pirámide, los peldaños más bajos eran grandes y espaciosos, de modo que sobre ellos podían pararse numerosos individuos. Pero a medida que se escalaba en la estructura, los peldaños iban siendo cada vez más pequeños, permitiendo que una menor cantidad de individuos se mantuviera en ellos. En la cima de la estructura había finalmente un pequeño estrado, donde cabía un único personaje, que dominaba hacia abajo a todo el resto.
Lo notable era que ninguno de esos individuos se encontraba en calma, satisfecho con el lugar alcanzado, estando todos en agitado y ansioso movimiento, tratando cada uno de subir al nivel superior al que se encontraba.
Para lograr el ascenso, los que se encontraban en cualquier lugar intermedio se hacían empujar desde abajo hacia arriba por sus adeptos, lo que les permitía mantenerse en el lugar alcanzado y tomar impulso para intentar subir al peldaño superior.
Pero no les era fácil subir, pues el peldaño de arriba era más pequeño y permitía menos individuos, de modo que desde cualquier lugar en que los políticos estuvieran, trataban de hacer caer a alguno de los que estaban arriba, con la intención de que se liberara un puesto, para lo cual lo agarraban de las piernas, de la chaqueta o de cualquier parte que pudieran, y lo jalaban hacia abajo hasta botarlo.
Sin embargo, hacer caer a uno de arriba no garantizaba que subiera el que logró botarlo, pues todos los de su nivel, al ver la existencia de un puesto vacante, intentaban ocuparlo, por lo cual se entablaba también entre los de un mismo nivel, una lucha feroz de unos con otros, a codazos y golpes bajos, ayudados a menudo por los adeptos de abajo que jalaban a los de arriba en cadena.
Apenas uno subía hasta ocupar un puesto superior vacante, se desencadenaba sobre él la misma batalla por hacerlo caer, y como el mismo recién ascendido no se conformaba con el lugar obtenido, continuaba luchando de igual modo para seguir ascendiendo.
Por eso, los que ocupaban cualquier puesto en un nivel superior, estaban siempre atentos para impedir que alguno de abajo se aprestara a ascender.
Así, todos luchaban contra todos, los de abajo empujando a los de arriba de su facción, y jalando a los de facciones contrarias para hacerlos caer, y todos compitiendo con los del mismo nivel para ocupar los puestos de arriba aun antes de que quedaran vacantes.
“Observa – me dijo Dante – cómo cada uno de ellos lucha contra los de más arriba, contra los que están a sus lados, y contra los que tienen abajo. Y según se van dando las relaciones de fuerzas entre unos y otros grupos, se desplazan a veces hacia la izquierda, otras a la derecha, dan uno o dos pasos adelante, y luego uno o dos pasos atrás, todo ello según les parezca por donde les sea más fácil ascender.
“De este modo nunca el entramado político alcanza orden y estabilidad. Y a todos los que suben les llega el momento en que son forzados a caer, dándose una lucha política interminable de todos contra todos, y de cada uno por subir y hacer caer a otros en la escala del poder”.
– Sí, los conozco bien – comenté –. En esas luchas políticas de cada uno contra todos y de todos contra cada uno, se hacen promesas que no se cumplen, firman pactos a escondidas que después no respetan, y emplean las más bajas estrategias, tácticas y artimañas.
Estuvimos largo rato mirando, porque era entretenido ver a los políticos luchando unos con otros de ese modo; pero el juego se repetía siempre parecido, por lo que terminamos aburriéndonos y preferimos continuar nuestro camino.
Mientras descendíamos por el sendero en espiral el ambiente se tornaba cada vez más tenebroso, y si bien las luchas políticas mantenían similar estructura, el comportamiento y las acciones de los combatientes se tornaban cada vez más rudas.
Vimos rodar cabezas cortadas por horrendas guillotinas, grupos enteros atravesados por bayonetas, dictadores que imponían el terror torturando a los de abajo y haciendo desaparecer a los que pudieran amenazarlos. Así lograban mantenerse más tiempo en el poder, hasta que caían igualmente asesinados por sus enemigos.
La diversidad de casos que observamos fue tan grande que no me detengo a describirlos porque sería demasiado extenso. Y además, de sólo recordar lo que conocí en ese lugar donde residen las sombras de los políticos, me vienen arcadas y deseos de vomitar.
Luis Razeto
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