de Victoriano Crémer
¿Cómo no amar la rosa? Pero falta
descubrirla entre tanta incertidumbre,
entre tanta apariencia. ¿Quién no ama
la música si acierta a despojarse
del grito, rebotado por la sangre...?
Conozco su existencia, la sostengo
inevitablemente, como el peso
tranquilo de la luz, belleza ausente
pero cierta, que al hombre corresponde
si busca su caricia en la esperanza.
Esperamos, con hierros, más feroces
que los hambrientos tigres, y tan densos
como dormidas aguas de pantano.
Esperamos: vivimos esperando
el reino de la tierra libertada.
De la tierra evidente, sudorosa
en su preñez de muertos y metales;
fecunda y triste tierra inacabable,
que el hombre enreja, hasta cavar en ella
una profunda cárcel sin estrellas.
Encerrados vivimos. La costumbre
levanta muros, aprisiona cielos,
esparce sones, crucifica rosas,
limita los caminos y reduce
el verbo a pensamiento atormentado.
¡Pensar! ¡Oh triste sino de lo humano!
La altiva fuente de energía se hace
pozo seco de horror, sima del odio;
Porque sin viento, la agresiva nave
se pudre, quieta, sobre el mar inmenso.
Mar de sargazo, omnipotente calma
que en prisiones azules nos retiene,
en tanto el alto cielo transparece
y una paloma bíblica, en el pico
transporta del olivo su mensaje.
¿Cómo no amar la rosa...? Pero falta
descubrirla entre tanta incertidumbre.