de Leopoldo Lugones
Cuando te hablen del luto más amargo,
de las desolaciones más amargas,
de la amargura de las negras hieles,
de la negra agresión de las nostalgias,
de las almas más tristes y más torvas,
de las frentes más torvas y más pálidas,
de los ojos más turbios y más secos,
de las noches más turbias y más largas,
de las fiebres más bravas y más rojas,
de las iras más sordas y más bravas:
acuérdate del tétrico enlutado,
de la lira siniestra y enlutada
envuelta en negros paños, como un féretro,
llena de sones y de voces vagas,
cual si gimiera un alma tenebrosa
en el hueco sonoro de su caja.
¡Qué noche! Palideces de cadáver
tenían los fulgores de mi lámpara
y como una grande ave prisionera
latía el corazón, allá en la estancia,
que estaba fría y negra, triste y negra:
negra con la presencia de mi alma!
De un rincón donde había mucha noche,
como un inmenso horror surgió un fantasma.
Acuérdate del ojo más opaco,
de la frente más lívida y más calva,
del presagio más triste de tus sueños,
de un miedo estrangulante como garra,
de la angustia de intensa pesadilla
que se siente caer como una lápida,
de la noche del Viernes doloroso...
y piensa luego en mí: ¡yo era el fantasma!
¡Ah, cuando oigas hablar de esos tormentos
cuyo amargor anega las gargantas,
que aprietan los sollozos delirantes
como filosos garfios de tenaza.
¡Ah, cuando oigas hablar de esos delirios
que atormentan las vidas desoladas,
como los vientos nubios que atormentan
la desolada arena del Sahara.
¡Ah, cuando oigas hablar de esas pasiones
que vuelca el corazón como la lava
candente sangre de las hondas vetas
que vuelca la erupción como honda náusea.
¡Ah, cuando oigas hablar de esas angustias
que obscuros huecos en los pechos cavan,
cual la enorme espiral de remolinos
que perfora en los golfos la resaca:
diles que existe un lóbrego paraje
en la infinita latitud de mi alma,
con silenciosas noches de seis meses
cual la triste península Kamchatka.
Que allí vive la musa de los Ayes,
mi concubina desolante y pálida,
en cuyas carnes hostilmente frías
se quiebra la Intención como una espada
Que allí existe una cumbre siempre muerta
bajo el aire polar, y que se llama
Monte de las Tristezas, y que moran
familias de cipreses en sus faldas.
Que allí flotan lamentos de suicidas,
que allí humea una estéril solfatara,
donde están, capitales del Orgullo,
-numerosas Pompeyas enterradas.
Que allí ruge una mar de ondas acerbas
que enturbian los asfaltos y las naftas,
y que en ella las almas desembocan
los tristes sedimentos de sus llagas.
Que allí brama la fiera que está oculta
tras el perfil de la frontera atávica,
que allí ladran los dogos formidables,
que allí retoña en su raíz la garra,
que allí recobra la siniestra célula
todos los cienos de su obscura infancia!
¡Ah cuando oigas hablar de esos errantes
cuya leprosa piel quema y contagia,
cuando entres a esos lúgubres talleres
donde baten los hierros de las armas,
cuando sueñes que un sapo te acaricia
con su beso de almizcles y de babas,
cuando recuerdes a Luzbel llorando
un llanto cruel como collar de brasas:
acuérdate del tétrico enlutado,
de la lira siniestra y enlutada,
que vibra como un féretro sonoro
que mantuviese prisionera un alma;
de los sonoros féretros que vibran
cual las liras siniestras y enlutadas,
del pálido siniestro que te besa,
del beso de huracán que hay en tu alma,
del huracán que pone con un beso
sus negros labios en tu frente pálida,
de la estrella y la noche:
de tu alma
y de mi alma.