de Ismael Enrique Arciniegas
Llegaron mis amigos de colegio
y absortos vieron mi cadaver frío.
“Pobre”, exclamaron y salieron todos:
ninguno de ellos un adiós me dijo.
Todos me abandonaron. En silencio
fui conducido al último recinto;
ninguno dio un suspiro al que partía,
ninguno al cementerio fue conmigo.
Cerró el sepulturero mi sepulcro;
me quejé, tuve miedo y sentí frío,
y gritar quise en mi cruel angustia,
pero en los labios expiró mi grito.
El aire me faltaba, y luché en vano
por destrozar mi féretro sombrío,
y en tanto..., los gusanos devoraban,
cual suntuoso festín, mis miembros rígidos.
"Oh, mi amor, dije al fin, ¿y me abandonas?
Pero al llegar su voz a mis oidos
sentí latir el corazón de nuevo,
y volví al triste mundo de los vivos.
Me alcé y abrí los ojos. ¡Como hervían
las copas de licor sobre los libros!
El cuarto daba vueltas, y dichosos
bebían y cantaban mis amigos.