de Carlos Acuña
“Un ramo de albahacas llevaba a mi niña,
mi encanto, mi bien,
la tarde caía, balaba el ganado,
cantaba el pidén.
Allá, junto al rancho, la ropa tendida
cimbraba el cordel,
y los maceteros de su ventanita,
moviendo sus flores, decíanme: ¡Ven!
Crucé por la huerta cantando un requiebro,
llegué hasta el dintel:
no estaba como antes, abierto el postigo,
ni oí de sus labios el dulce: ¿Quién es?
Golpeé; respondieron; abrióse la puerta,
y un pálido rostro angustiado miré:
su madre me echaba los brazos al cuello,
y oí que decía llorando: ¡se fue con otro…!
-¿Con otro?
-Ya sabes… con él….
Sentí que se me iba la vida del cuerpo,
como que la tierra faltaba a mis pies,
y huí de la casa, llevando en el pecho
clavado un cuchillo sangriento y cruel.
Allá junto al rancho, la ropa tendida,
cimbraba el cordel,
y los maceteros de su ventanita
moviendo sus flores, no decían: ¡Ven!
Porque en la tristeza del atardecer
Todas esas cosas decían: ¡Se fue!
Decía la tarde, balaba el ganado,
cantaba el pidén…”