de Juan Carlos Dávalos
Vienen de la Puna donde nunca llueve,
donde por enero brota en los eriales el blanco amancay,
cruzaron inmensas estepas de sal y de nieve
hollaron las vegas heladas al pie del Acay.
Coquena las guía, dios de los rebaños,
por la antigua ruta que el Inca trazó;
por donde vinieron, hará dos mil años
los hombres pequeños de junto al Poopó.
Del alba al ocaso,
los gráciles cuellos erguidos, el porte marcial,
caminan llevando por carga, con rítmico paso
cada una dos panes de sal.
Sus ojos serenos y oscuros, de enormes pupilas,
miran a la gente como turbadores ojos de mujer
como si sus almas de bestias tranquilas,
del hombre quisieran los sueños eternos saber.
Sigue de la tropa las trilladas huellas
un collita, que,
como avergonzado de verlas tan bellas,
camina de a pie.
Irán a la aldea del valle sonriente,
traerán de retorno maíz,
y por la quebrada, costeando el torrente,
volverán a su helado país.