EX-CURSOS
Un ex-curso es un texto que, puesto al final de una obra, se aparta de su temática principal pero aborda cuestiones que se conectan o enlazan más o menos íntimamente con ella. El propósito de los dos ex-cursos que siguen, es proponer algunas reflexiones finales (pero provisorias) sobre dos temas que, a la luz de las proposiciones expuestas en el cuerpo de este libro, adquieren nuevas perspectivas y soluciones teóricas.
El primer excurso se refiere a la cuestión epistemológica de la verdad, o del grado o nivel de confianza que pueden proporcionar nuestras facultades cognitivas, y específicamente la experiencia, la intuición interior y la razón, en cuanto fuentes de conocimiento de la realidad.
El segundo excurso aborda la relación entre el conocimiento racional, las búsquedas espirituales y las creencias religiosas, que son experiencias humanas y formas de conciencia que pueden adquirir una nueva comprensión a partir de las proposiciones expuestas en esta obra.
Posteriormente añadí un Tercer ex-curso, en que expongo una idea alucinante, pero improbable y no justificada sobre el Cosmos y la Creación.
Primer ex-curso:
¿SOBRE QUÉ BASES PODEMOS CREER QUE ALCANZAMOS CONOCIMIENTOS VERDADEROS SOBRE LA REALIDAD?
Descartes dio inicio a la filosofía moderna al formular la ‘duda metódica’ respecto a la posibilidad de adquirir conocimientos verdaderos en base a lo que nos enseñan los sentidos, esto es, la experiencia empirica de la realidad corpórea, así como en base a lo que nos indica la razón argumentativa, esto es, la experiencia racional. Desde el momento que ambas fuentes de conocimiento nos engañan y a menudo nos conducen al error, no parece que podamos confiar en ellas como fundamentos de algún conocimiento verdadero.
Descartes, sin embargo, no se queda detenido en la duda sino que busca un fundamento que garantice el acceso a la verdad del conocimiento. Lo encuentra en la intuición interior de la conciencia, en cuanto – sostiene - no se puede dudar de aquello que clara y distintamente intuimos como seguro y cierto: que pienso, y que si pienso, existo. El fundamento último del conocimiento verdadero sería, pues, aquella experiencia cognitiva que hemos denominado experiencia fenomenológica, la que realiza la propia conciencia autoconsciente al interior de sí misma.
Habiendo encontrado esa verdad primera indudable e indiscutible, parte Descartes al rescate de las otras fuentes del conocimiento. Así, encuentra en su propia conciencia la idea de Dios, e intuyendo ‘clara y distintamente’ que no puede dudar de la existencia de un ser perfecto porque la propia idea de perfección implica el existir (siendo el no existir una imperfección), concluye que Dios también existe.
Sobre esta base Descartes termina recuperando las capacidades de los sentidos y de la razón como fuentes de conocimiento verdadero. La respuesta estaría en Dios. En efecto, puesto que es Dios quien nos ha creado provistos de los sentidos y de la razón como medios de conocimiento, y siendo Dios perfecto y bueno, no cabe pensar que nos haya predispuesto cognitivamente para engañarnos siempre y permanentemente. Sería la bondad y perfección de Dios el fundamento de que podamos creer que los sentidos y la razón no nos engañan constantemente y que, si procedemos a conocer con cuidado y con el método apropiado, nos conducen a conocimientos verdaderos.
Ahora bien, esta respuesta es claramente insatisfactoria por la sencilla razón de que la duda sobre las experiencias empírica y racional es extensible también a la experiencia fenomenológica, esto es, a la intuición interior de la conciencia autoconsciente. Si pueden engañarnos los sentidos y la razón ¿por qué no puede engañarnos y conducirnos a error también nuestra conciencia subjetiva y nuestras intuiciones interiores personales?
Es así que la pregunta y la duda cartesiana no han sido abandonadas ni resueltas a lo largo de toda la filosofía moderna y hasta hoy. En efecto, la pregunta inicial de Descartes que interroga sobre qué bases podemos creer en la posibilidad de alcanzar conocimientos verdaderos, y que conduce a la duda sobre el valor de los sentidos, de la conciencia y de la razón como fuentes de verdades, es insoslayable, y no ha sido abandonada ni resuelta a lo largo de toda la filosofía moderna.
La epistemología (teoría del conocimiento) moderna ha buscado respuestas al problema abandonando la radicalidad del cuestionamiento inicial de Descartes sobre la posibilidad del conocimiento verdadero, dejando de perseguir algún tipo de conocimiento que pueda considerarse absoluto, y preguntándose más bien sobre qué bases podemos concluir que nuestras creencias y opiniones sobre la realidad puedan ser ‘justificadas’ y/o podamos considerar que alcanzamos conocimientos ‘confiables’.
Esta opción y camino seguido por la epistemología moderna parece ser el correcto y adecuado para las efectivas pretensiones cognitivas que tienen las ciencias y el conocimiento humano, y toda vez que la formulación cartesiana del problema enraizaba en una pretensión inusitada que surgió en la filosofía medieval, cual era la de contar con un ‘primer principio’, axioma o verdad fundante sobre la cual y desde la cual debieran desprenderse lógicamente todas las otras verdades. En realidad, esa formulación del problema filosófico deriva de una infundada pretensión que tenía la filosofía escolástica que, sobre la base de la lógica silogística que indica que sólo pueden extraerse conclusiones verdaderas si la premisa mayor del razonamiento lo es, buscaba que la filosofía construyera un saber metafísico absoluto e indiscutible sobre el ser en general (sobre todo lo que existe), en razón de lo cual se hacía necesaria alguna premisa inicial indiscutible sobre la cual pudiera levantarse toda la construcción lógica y metafísica.
Si abandonamos dicha soberbia pretensión, el verdadero ‘problema del conocimiento’ consiste en saber sobre qué fundamentos podamos creer que nuestras ideas, creencias y afirmaciones sobre la realidad sean ‘razonablemente verdaderas’, esto es, se encuentren justificadas y sean confiables para nosotros. Y así planteado el problema, las respuestas no pueden ser otras que buscar la justificación, confiabilidad y garantía de nuestros conocimientos, en las misms experiencias cognitivas que los generan, a saber, en los sentidos (la experiencia empírica), en la intuición interior de la conciencia autoconsciente (la experiencia fenomenológica), y en la razón lógica y matemática (la experiencia racional), y ello sin desconocer las posibilidades cognitivas que pueda proporcionar aún otro tipo de experiencia cognitivas cual pudiera ser la experiencia espiritual. La epistemología o ciencia del conocimiento consiste, así, en identificar las condiciones y los métodos que permiten corregir, afinar, dar rigurosidad y perfeccionar todas estas experiencias cognitivas a fin de que no nos conduzcan a errores y engaños.
Está bien, es lo que corresponde a nuestra humana condición, pues no somos dioses que podamos alcanzar el conocimiento absoluto de la totalidad de lo real. Sin embargo la cuestión levantada por Descartes, una vez formulada, permanece abierta, en este muy preciso sentido: ¿sobre qué fundamentos podemos creer que, en su funcionamiento normal - no afectado por el sueño, por alucinaciones, por estados mentales psicóticos, o por deficiencias lógicas y metodológicas susceptibles de ser identificadas – los sentidos, la intuición interior y la razón lógica y matemática no nos engañan e inducen sistemáticamente a error y a falsas creencias sobre la realidad? O dicho de otros modos ¿hay alguna razón por la que podamos confiar en nuestras experiencias cognitivas? ¿Por qué podemos justificar nuestras ideas y creencias en lo que nos dicen nuestras experiencias empírica, fenomenológica, racional y (tal vez) espiritual?
Podemos quizá sustituir la respuesta cartesiana, que fundaba la verdad de nuestros conocimientos en que Dios no puede engañar sistemáticamente a los hombres, por una respuesta menos teológica y más científica, basada en la concepción que hemos expuesto en el cuerpo central de este libro, y particularmente en las proposiciones que muestran que es la realidad evolucionante universal la que busca conocerse a sí misma, para lo cual genera evolutivamente los órganos necesarios para dicho conocimiento. Si es así, las experiencias cognitivas empírica, fenomenológica, racional y (tal vez) espiritual, generadas sucesivamente por la misma realidad que es objeto de nuestros conocimientos, son constitutivas de la realidad que va generando sucesivamente, en un proceso de progresivo perfeccionamiento y universalización del conocimiento, órganos que habrían de ser crecientemente confiables. Pues, ¿por qué la realidad se engañaría sistemáticamente a sí misma en su proceso de autoconocimiento? No se trata de que Dios no nos engaña porque es bueno, como pensaba Descartes, sino que carece de sentido creer que el cosmos noético que avanza en su propio conocimiento se engañe sistemáticamente a sí mismo.
La evolución biológica, en tal sentido, es ilustrativa y genera evidencias convincentes. Si los animales superiores tuvieran experiencias cognitivas sistemáticamente erróneas (por ejemplo, si su vista identificara erróneamente la ubicación de los objetos y el tipo de aquellos que sirven a su nutricion) no podrían sobrevivir. Si el intelecto racional condujera sistemáticamente a sacar conclusiones lógicas y matemáticas falsas, los humanos no podríamos habernos multiplicado y construido los ambientes necesarios para vivir. Asi, la selección natural de que nos informa la biología parece ser un mecanismo por el cual se garantiza que el fitness o probabilidad de éxito evolutivo de las especies mejor dotadas para el conocimiento verdadero, sean las que sobreviven, prosperan y se expanden.
Es ésta una buena razón para aceptar las experiencias empírica, fenomenológica y racional como fuentes de confiabilidad y validación del conocimiento. Ello, naturalmente,entendiendo que se trata de un proceso de perfeccionamiento progresivo, de paulatina superación de órganos cognitivos imperfector e incompletos, y de generación de otros mejores. Ha sido así que el ser humano, mejor y mayormente cognitivo que las especies inferiores o anteriores, despliega capacidades cognitivas notabilisimas, que lo hacen dominar y expandirse más allá de todas las otras especies menos dotadas cognitivamente.
El ‘orden’ de la realidad física o material resulta conocido por órganos de conocimiento igualmente físicos o corporales. El ‘orden’ de la realidad fenomenológica es conocido por la conciencia autoconsciente, un órgano cognitivo capaz de trascender lo estrictamente material. El ‘orden’ racional, esto es, la estructura racional de la realidad, buscando conocerse a sí misma, habría generado sujetos cognoscentes dotados de un intelecto racional, capaz de conocimiento sintéticos y analíticos, y de estructuras lógicas, matemáticas, geométricas y simbólicas capaces de generar conocimientos formales universales que captan las estructuras racionales de la realidad. Algo similar habría que decir, si fuera el caso, de las experiencias cognitivas espirituales.
Y es interesante observar que a medida que se avanza en el conocimiento hacia un 'orden' superior, la confianza y convicción que ponemos en la verdad de nuestros conocimientos aumenta. En efecto, el sujeto consciente puede dudar del conocimiento que proporcionan los sentidos, siendo capaz de juzgar si los sentidos pueden estar distorsionados por el sueño o por alguna alucinación u otra causa de distorsión. A su vez, la razón puede dudar del conocimiento subjetivo de la conciencia y juzgar de su corrección, sometiéndolo al juicio crítico racional, lógico y matemático. Del mismo modo podría hipotetizarse que la experiencia espiritual supraconsciente pudiera juzgar la potencialidad limitada de la razón, en cuanto comprenda que ella es incapaz de acceder al conocimiento de las realidades que trascienden el 'orden' racional.
Porque es la realidad en su proceso de autoconocimiento la que genera el conocimiento en nosotros, y no al revés, como suponen las concepciones idealistas y subjetivistas del conocimiento. Pues, aunque pueda parecer que el sujeto es el que crea al objeto, en la realidad primero está el objeto, la realidad antes que el conocimiento; y una vez generado éste, comienza una interacción causal recíproca y recurrente, pero no circular viciosa, sino progresiva y perfeccionante al mismo tiempo del conocimiento y de la realidad que resulta modificada por el propio conocimiento.
El pensar que somos el sujeto que conoce al objeto como realidad exterior, es consecuencia de que ponemos nuestro yo subjetivo al centro y a la realidad 'que nos circunda' en nuestra periferia, ilusión que a su vez se origina en el hecho que observamos y pensamos desde nosotros, y que tomamos conciencia de lo que conocemos en nuestra propia e íntima conciencia. Pero basta hacer la revolución copernicana de darnos cuenta de que somos nosotros que giramos alrededor de la realidad y no al revés, o sea que no es que la realidad esté fuera de nuestra conciencia sino que nuestra conciencia está dentro de la realidad, para comprender la errónea perspectiva en que solemos poner el problema del conocimiento y de las relaciones entre el sujeto y el objeto del mismo.
En síntesis. Podemos confiar en las experiencias que nos proporcionan los sentidos, la intuición interior de la conciencia, y la razón, como fuentes de conocimientos progresivamente verdaderos, porque son experiencias cognitivas inherentes a la realidad, generadas evolutivamente por la misma realidad, y no actividades cognitivas de un sujeto externo a ella que trata de apropiarse cognitivamente de algo que está fuera de sí misma. La experiencia cognitiva es realidad en sí misma, en proceso, en progreso, en evolución. No hay distancia ontológica entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido, como suponía Kant.
La experiencia empírica conoce la realidad en cuanto empírica, la fenomenológica en cuanto consciente, la racional en cuanto racional, la espiritual en cuanto espiritual. El fundamento de todo conocimiento es la experiencia, entendiendo que la experiencia es en sí misma la actividad cognoscente y, en definitiva, el conocimiento. Buscando finalístamente perfeccionar el conocimiento, el hombre ha ido elaborando metodologías y procedimientos que no sólo amplían, profundizan y perfeccionan el conocimiento, sino que refuerzan en él la convicción y seguridad con que puede creer que son verdaderos, que concuerdan con lo que sucede en la realidad. Así, la validación estadística, la validación por la práctica y la experimentación, la validación intersubjetiva, e incluso la validación testimonial, son formas de justificar con mayor o menor vigor las creencias que nos formamos sobre la realidad de la que somos parte, y parte cognoscente.
Luis Razeto
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