Sabemos hoy que en nuestro pequeño planeta, que gira en torno a una estrella enana al borde de uno de los brazos de estrellas que forman una de las tantas galaxias que hay en el Cosmos, emergió la vida, la sensibilidad, la conciencia autoconsciente, el intelecto racional y parece que también el espíritu supraconsciente. En el proceso de unificación del conocimiento empezamos a tomar conciencia del Cosmos Noético.
No sabemos aún con certeza si en algún otro lugar del universo se hayan verificado las particularísimas condiciones que en la tierra hicieron posible que anidaran el conocimiento, las artes y el amor. Lo que sí sabemos es que, habiendo llegado a ser sujetos autónomos, conscientes y libres, que se guían en su acción por sus propias capacidades cognitivas, que se ponen libremente anhelos y fines, y crean los medios necesarios para realizarlos, los humanos tenemos con el Universo entero, con el Cosmos Noético que nos dió la vida, la conciencia, la razón y (tal vez) el espíritu, una responsabilidad tan inmensa y trascendente que nos cuesta comprenderla y asumirla en toda su dimensión y en su profundo significado.
Ante todo, somos responsables de nuestro planeta, de la vida en la exuberancia de su diversidad y en la armonía y equilibrio de su ecología. Nuestra especie ha poblado la tierra y en su afán de subsistir y progresar ha empleado energías y recursos naturales que pueden agotarse si continuamos a emplearlos desaprensivamente. En la civilización moderna, la del industrialismo y el estatismo, hemos deteriorado la estratósfera (la capa de ozono), la atmósfera (polución y contaminación, cambio climático), la geósfera (desertificación, erosión), la hidrósfera (contaminación de los mares, ríos, lluvia ácida, pérdida de las napas), la biósfera (extinción de especies, desequilibrios ecológicos, deforestación), y ahora hemos ya comenzado a dañar el subsuelo (fracking). Es necesario cambiar radicalmente nuestros modos de relacionarnos con la naturaleza y de actuar en ella, siendo de nuestra responsabilidad permitir que muchas futuras generaciones puedan habitar felizmente nuestro mundo.
Somos igualmente responsables de extender y profundizar el conocimiento de las realidades física, biológica, cognoscente y espiritual, y de aplicarlo para preservarlas, desarrollarlas y perfeccionarlas. En ese sentido tenemos la tarea que nos ha planteado el universo al generarnos - después de 13.600.000.000 de años de evolución de la materia - como órganos capaces de conocerlo.
Somos responsables de nosotros mismos, de cada uno de los hombres y mujeres provistos de tan magníficas potencialidades, y de la sociedad que formamos entre todos y que necesitamos organizar de los modos más justos y solidarios para que podamos desplegar nuestras experiencias y búsquedas, nuestros sueños y creaciones, en armonía y en paz. Los modos en que hemos organizado hasta ahora la sociedad mantienen a demasiados seres humanos en condiciones tales que apenas logran sobrevivir, impidiéndoles desplegar sus potencialidades creativas y aspirar a la felicidad.
Cuando empezamos a comprender el lugar que ocupamos en el Universo y alcanzamos la que podemos denominar Conciencia Noética, nos percatamos de estar llamados, o internamente motivados, a evolucionar y realizar un cambio cualitativo en nuestros modos de vivir y de sentir, de pensar y de conocer, de relacionarnos con la naturaleza y entre nosotros, de comunicarnos y de actuar.
Comprendemos que lo que hemos realizado los humanos hasta ahora no ha sido sino una laboriosa preparación hacia algo que vislumbramos como decididamente superior a lo que hemos experimentado y conocido.
Como humanidad hemos realizado obras notables. Un logro magnífico, reciente, es el domino de aquellas energías y ondas electromagnéticas que nos permiten comunicarnos trascendiendo los límites del espacio y del tiempo que nos tuvieron por siglos limitados en nuestras capacidades de coordinarnos a nivel planetario. Sobre las bases de la conciencia planetaria, del conocimiento científico, de las nuevas formas de comunicación, de la solidaridad humana y de las energías morales y espirituales que hemos desarrollado y que podemos expandir y perfeccionar, tenemos la posibilidad de crear una nueva y superior civilización.
Está abierta la opción de que se manifieste en nosotros el espíritu. Está a nuestro alcance desplegar una vida interior y un conocimiento espiritual. Podemos hacer que nazca y se desarrolle el espíritu supraconsciente en cada uno de nosotros, realizando el paso evolutivo que nos instale en el emergente nuevo ‘orden’ de la realidad evolucionante.
Nuestras responsabilidades son tan grandes como nuestras potencialidades, y ambas constituyen la que podemos entender como la misión que nos incumbe, asumiendo que somos, en la tierra y quizás si en el universo, lo más reciente y nuevo, lo último que ha generado el Cosmos Noético, la más avanzada realidad que ha surgido en el proceso evolutivo universal.
Si lo comprendemos, asumiremos que nuestra misión evolutiva y nuestra tarea histórica es hacer surgir en cada uno de nosotros el espíritu, desde el cual y con el cual podremos realizar todo lo demás: salvaguardar la ecología y el planeta, reorganizar la sociedad, crear una civilización superior que facilite el más pleno desarrollo humano, desplegar el conocimiento, las artes y el amor en todas sus formas y manifestaciones.
Luis Razeto
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