ESTACIÓN OCHENTA Y SEIS - ENCUENTRO CON ALICIA EN WONDERLAND

ESTACIÓN OCHENTA Y SEIS

ENCUENTRO CON ALICIA EN WONDERLAND


Estaba muy cansado después de haberme esforzado por comprender tan profundos pensamientos. Tal vez cerré los ojos, no lo recuerdo; pero si lo hice, habrá sido por pocos segundos, porque creo que nadie se dio cuenta de mi distracción.

Sin embargo sucedió algo enteramente inesperado y sorprendente, que no puedo dejar sin relatar por más que muchos lectores piensen que no fue real. Y si fue un sueño, pues, no por eso debo mantenerlo en secreto.

El hecho es que apenas se alejó Bergson sentí una vocecita muy suave y dulce que provenía de abajo.

No son dos. Son muchos más”.

Me giré en todas las direcciones para ver quién era, pero no divisé a nadie. Entonces oí un suspiro, y ví una pequeña cabellera rubia, como de una muñequita, emergiendo de lo que me pareció pudiera ser la madriguera de un conejo.

Dando un pequeño brinco, la pequeñita comenzó a crecer hasta alcanzar el tamaño de una niña de unos siete u ocho años, que se puso frente a mí dándole la espalda a Bergson que se alejaba. Enseguida repitió:

No son dos. Son muchos más”.

¿Cómo te llamas? – le pregunté.

Alicia”.

Es un nombre muy bonito – comenté. –Pero, dime, ¿de dónde vienes?

Alicia miró hacia un lado y otro, y después de cavilar un momento dijo:

Me perdí, y ahora no sé si estoy de éste lado del espejo o del otro. ¿Podrías decirme de qué lado estamos?”.

La pregunta me desconcertó y no sabía qué responder, pero como la niña esperaba que algo dijera afirmé con convicción:

Seguramente estamos a este lado.

¿Cómo lo sabes? – preguntó nuevamente.

Pues, porque siempre he estado a este lado, y no conozco ningún otro.

La niña entrelazó los dedos de sus manos y moviendo la cabeza, entre suspicaz y divertida, dijo:

Si has estado siempre en este lado, no puedes saber si es uno o el otro. Sospecho que ni siquiera sabes que hay más de un lado”.

Recién entonces comprendí que quién había aparecido era Alicia, la del País de las Maravillas. Pensé en comentarle cuán raras eran las cosas que sucedían en el Paraíso, pero no me dio tiempo porque, después de mirarme detenidamente de arriba a abajo, dijo:

Eres viejito, lo veo por la barba blanca y larga que llevas”. Y enseguida, quizás temiendo que pudiera haberme molestado agregó: “Pero no te preocupes, porque son muchos más que dos”.

¿Qué cosas son más que dos? – inquirí, porque algo tenía que decir.

Los tiempos. ¿No es sobre eso que estabas conversando con el señor Bergson? Y te digo que a mí, el tal Einstein, por muy inteligente que sea, me gusta bien poco, porque, decir que no existe algo que puede existir pero que él no conoce, demuestra demasiada soberbia.”

Ahora entiendo – comenté. – Te refieres al tiempo de los físicos y al tiempo de los filósofos.

Te dije que son muchos, y muchos significa más de tres, más de cinco, y quizás cuántos más, porque todavía no los conozco a todos” – replicó Alicia algo molesta, añadiendo: ¿De verdad quieres saber cuántos son los tiempos que conozco?

Respondí que sí con un gesto de la cabeza. Entonces la niña me mostró cosas que yo nunca había entendido del todo, aunque las había leído cuando niño en los dos libros que relatan sus sorprendentes aventuras.

Tengo un amigo –comenzó –, Lewis Carroll se llama. El me creó, creo que porque quería ser mi amigo. Era muy solitario el pobre.

 

Lewis Carrol

 

Era matemático igual que el tal Einstein, pero con muuuuucha más imaginación, y muuuuucho más visionario que él.

Era tan inteligente y tan bueno, que me enseñó el nexo espacio-tiempo; y la relatividad de los espacio-tiempos del universo inmenso; y la indeterminación ‘cuántica’ que llaman, de los espacio-tiempos infinitamente pequeños; y los tiempos múltiples de los multiversos paralelos; y los tiempos encogidos de los sueños; y mucho más.

Todo eso me lo mostró Lewis varios años antes de que el tal Einstein empezara recién a descubrir algunos de ellos”.

Debo haber puesto cara de incredulidad, porque Alicia me miró frunciendo el ceño. Y creciendo ante mí de tal modo que tenía que mirarla levantando la cabeza hacia el cielo, me tomó de la mano y sin que me atreviera a protestar dijo:

Si te lo muestro tendrás que creerlo, aunque debiera bastarte mi palabra porque yo casi nunca miento”.

Entonces vi un conejo blanco de ojos rosados, que se sacó un reloj del bolsillo de la chaqueta, lo miró y echó a correr. Inmediatamente Alicia empezó a perseguirlo, y como me tenía tomado de la mano también partí tras él.

El conejo se metió en una madriguera que estaba al pie de un arbusto, y un momento después Alicia y yo, no sé cómo, pudimos también entrar aunque éramos más grandes que el boquete.

Después de avanzar un tramo en línea recta como por un túnel, nos encontramos cayendo por lo que parecía un pozo oscuro muy profundo.

O el pozo era en verdad profundo, o caíamos muy despacio, porque mientras descendíamos, tuvimos tiempo sobrado para observar las paredes del agujero, que estaban cubiertas de estantes de libros, mapas y cuadros colgados de clavos.

Cuando llegamos al fondo Alicia me preguntó: “¿Cuántas millas crees que descendimos, y cuánto tiempo nos demoramos?”.

 

Espacio tiempo

 

Imaginé que sería fácil encontrar la respuesta; pero pronto me di cuenta de que era imposible hacer los cálculos con base en la extraña experiencia recién vivida.

Entonces caí en la cuenta del nexo que une al espacio y al tiempo; ese que Lewis Carroll hizo experimentar a Alicia igual como lo capté ahora yo al caer por el agujero negro, persiguiendo al conejo que partió corriendo después de mirar su reloj de bolsillo.

¡El tiempo es todo un personaje! – explicó Alicia – Cambiante y malgenio. ¿Sabes que mantiene al sombrerero siempre a las seis de la tarde, porque se enojó creyendo que él quería matar el tiempo en vez de aprovecharlo?

Alicia comenzó a girar alrededor de una mesa en la que había una minúscula llave. Luego, indicando con el índice una puertecita que se veía apenas, en un rincón, me dijo: “Ahora debemos entrar por ahí, hacia el jardín más maravilloso que puedas imaginar”.

Ya sé que tú puedes achicarte y crecer– dije –; pero yo no podré pasar, porque estoy todavía en mi cuerpo, como puedes ver.

La niña cogió una botellita que apareció sorpresivamente en la mesa. Bebió y me invitó a hacer lo mismo. Entonces empezamos a encogernos y a encogernos, siempre más y más, hasta llegar a ser más pequeños que un par de puntos, si es que se puede ser menor que un punto sin desaparecer.

Debo confesarte – me dijo Alicia al llegar al final del empequeñecimiento – que Lewis nunca supo que volví a beber de esa botella, y que cerca de aquí me encontré con un señor de lentes que dijo llamarse Erwin Schrödinger. Estaba jugando con Dina, mi gatita. ¡Vamos a verlo!”.

Yo la seguí porque no tenía una opción mejor, y me tranquilizaba la posibilidad de encontrar otros seres vivos en ese inframundo tan loco.

 

(Erwin Schrödinger)

 

Y efectivamente, ahí estaba un señor de lentes, muy atareado y concentrado, frente a una caja cerrada y opaca. Nos dijo que tenía dentro a una gata, junto a una botella de gas venenoso, con un dispositivo que contenía un electrón radiactivo.

Nos explicó que esa partícula atómica tenía un 50 % de probabilidades de estar dentro del dispositivo y un 50 % de estar afuera. Y que si salía, el frasco con el veneno se rompía, y la gata moría.

El asunto – dijo el hombre – es que, según los principios de la mecánica cuántica, los electrones pueden estar en distintos lugares al mismo tiempo, dentro y fuera del dispositivo, de manera que el gato debiera encontrarse tanto muerto como vivo, al mismo tiempo. Es una paradoja”.

Gato de Schrodinger

 

Con gran sorpresa para mí, y también para el científico, Alicia sin vacilar un segundo abrió la caja y cogió a la gatita como si fuera un bebé.

¡Está viva y coleando!” – dijo con atrevimiento mostrando en alto su tesoro.

Como tenía que decir algo, comenté: – Que la gata esté viva y no muerta, es lógico, porque una cosa no puede ser y no ser, estar o no estar, al mismo tiempo”.

Alicia me miró desdeñosa y dijo displicente: “Eso lo crees porque todavía no entiendes que los tiempos y los espacios son muchos más que dos”.

Miré al señor esperando explicación. “Sucede – dijo – que en el universo cuántico la superposición, o desplazamiento instantáneo de las partículas entre un lugar y otro, se interrumpe por el solo hecho de que un sujeto las observe. O sea, el conocimiento cambia el estado de la materia, lo cual es muy sorprendente y misterioso”.

También Dina se comporta muy diferente cuando la estoy observando” – acotó Alicia.

Pero eso es distinto, porque tu gata está viva y es normal que reaccione cuando la miras. El mundo de las partículas atómicas y subatómicas, en cambio, es inerte” comentó, desdeñoso, Schrödinger.

¿Cómo sabes que la materia no está viva? ¿Cómo lo sabes? ¿Ah?” – inquirió Alicia.

Pues, porque no reacciona como los seres vivos” – respondió, muy seguro de sí, el científico.

Pero si tú mismo dijiste que los electrones reaccionan igual que Dina mi gatita, cambiando su comportamiento cuando se los mira” – sostuvo Alicia.

La vida no puede existir en la materia, que no está viva antes de que aparezcan los primeros organismos” – insistió el científico. A lo cual replicó Alicia:

Si dices que algo no puede existir porque no lo conoces, eres demasiado soberbio, y eso debieras corregirlo”, concluyó la niña mientras se alejaba con Dina en los brazos.

Yo tenía que escoger si quedarme con el científico o seguir a la niña. Me decidí por lo segundo, porque supuse que solamente ella podría hacerme recuperar mi tamaño normal.

En ese momento apareció ante nosotros un hombre que dijo llamarse Max Planck.

Pregúntale a él” – me aconsejó Schrödinger; pero antes de que se me ocurriera qué preguntar, el recién llegado sentenció:

 

Max Planck

 

Cuando el tiempo se vuelve cuántico, igual que el espacio, ya no es continuo sino discreto, discurriendo a través de pequeños saltos o intervalos. Lo que a nivel macroscópico se observa como una continuidad, a nivel cuántico no manifiesta continuidad temporal ni espacial, de modo que sólo puede medirse en cronones, que son las más pequeñas unidades discretas que se han podido detectar.

En el espacio-tiempo cuántico – agregó – la forma de los cuerpos no es constante, y sus relaciones con su entorno son cambiantes e indeterminadas”.

Eso ya lo sé. Ven, te mostraré cómo es.” – sentenció Alicia tomándome otra vez de la mano.

No supe de dónde sacó unos pastelillos. Se sirvió uno y me dio otro, que devoré porque ya me había dado apetito y estaba delicioso.

Imitando a Alicia puse la palma de mi mano en la cabeza, pero no sentí que sucediera cambio alguno. En cambio, cuando bajé la vista siguiendo su mirada, comprobé que mis pies se alejaban y alejaban, tanto que pensé que ya no podría sacarme los zapatos.

¡Qué cosas tan extrañas suceden!” dijo Alicia mirándome a los ojos. “Con todos estos cambios, me pregunto si soy la misma que era ayer. Puedo recordar que me sentía un poco distinta. Pero si no soy la misma, la siguiente pregunta es ¿quién demonios soy? ¡Ah, éste es el gran enigma!”.

Recordando la conversación con Bergson se me ocurrió una respuesta:

Si el tiempo y el espacio son discontinuos, como dicen Einstein, Schrödinger y Planck, es obvio que no somos los mismos ; pero si es como sostiene Bergson, sí lo somos.

¿Siempre piensas así?” – inquirió Alicia

¿A qué te refieres?

¿A que las cosas son o sí o no, sin más posibilidades? ¿No pueden ser las dos, o aún más de dos, igual que los tiempos, que son muchos?”.

¿Como el gato muerto y el gato vivo, dices?

¿Y por qué no? ¿Sabes? Yo acostumbro discutir conmigo misma como si fuera dos personas a la vez; unas veces argumento en un sentido, y otras llevándome la contraria. Y siempre tengo razón; incluso, a menudo tengo razón en un sentido y en el otro”.

Recién, entonces, se me iluminó la mente.

Tienes razón, Alicia. Como materia y cuerpo físico, no somos los mismos. Como conciencia, en cambio, somos una secuencia, un proceso que mantiene continuidad mientras cambia.

Bien. Pero no es todo. ¡Hay más! Sígueme, que tengo otras cosas que mostrarte. Tendremos que pasar a través del espejo”.

Yo estaba tan entretenido con las aventuras y conversaciones con la niña que no tuve objeción y me dispuse a seguirla.

Cruzar al otro lado fue fácil. Bastaba ponerse cerquita del espejo y esperar que se empañara, con lo que el cristal se disolvía, deshaciéndose entre las manos de Alicia como si fuera una bruma plateada y brillante.

Me costó habituarme, pues al otro lado estaba todo dispuesto al revés. Después de varias vueltas, idas y venidas, ya no confundía el lado derecho con el izquierdo, facilitado en parte porque, en cambio, el lado de arriba y el de abajo se mantenían igual que siempre.

Pero lo más sorprendente de todo lo que sucedió al otro lado del espejo, fue la experiencia del tiempo al revés.

Encontramos el Rey, al Unicornio y al León, que al ver a Alicia quisieron agasajarla con un pastel de frutas. El león lo sacó de un saco y se lo pasó a Alicia para que lo tuviera, mientras buscaba una fuente y un cuchillo de trinchar.

Alicia se sentó al borde de un pequeño arroyo con la gran fuente sobre las rodillas y trabajaba diligentemente con el cuchillo.

¡Pero qué fastidio! – dijo. “Ya he cortado varios trozos, ¡pero todos se vuelven a unir otra vez!”.

Es que no sabes cómo hacerlo con pasteles del espejo” – dijo el unicornio. “Reparte los trozos primero y córtalos después”.

Alicia obedeció. Fue pasando la fuente para que los comensales se sirvieran, y después dividió el pastel en las partes que había repartido.

¡Eso no tiene sentido! – comenté. – El tiempo no puede correr hacia atrás, porque comenzó en el Big-Bang y se fue estirando siempre más, junto con la expansión del espacio.

¿¡Ah, no!? Y si si espacio, después de expandirse, comenzara a encogerse, ¿no correría el tiempo en dirección contraria? – respondió Alicia.

Como me pareció que lo que decía la niña tenía sentido, me cuidé bien de no replicar. Sabía que ella tenía argumentos para todo.

De hecho, para confirmarlo, me contó que estaba presente cuando la Reina Blanca dio un grito de dolor, enseguida le salió sangre, y después se pinchó el dedo con una aguja.

¿Sabes – me preguntó después – que en el mundo de la Reina Roja los días no llegan de uno a la vez, lo que es una forma pobre y flaca de hacer las cosas? Ahí la mayoría de las veces tienen días y noches de a dos o de a tres a la vez, e incluso a veces en invierno les pasan hasta cinco noches juntas?”.

Nunca había escuchado cosa tan loca; pero al oírla me recordé de la teoría de los multiversos, o universos paralelos, que físicos de gran renombre están afirmando que hay evidencias de ello.

 

Arruga del espacio

 

¿Sabías – me dijo Alicia finalmente – que el espacio se arruga cuando lo ocupa un cuerpo muy grande? Eso no me lo puedes discutir, pues me sucedió y lo vi personalmente”.

¿Cómo podía saber la niña, en los tiempos en que Lewis Carroll escribió sus aventuras, que la gravedad curvaba el espacio?

Iba yo a pedirle que me contara cómo había sido aquello; pero en ese momento un pájaro pasó raudamente sobre mi cabeza y abrí los ojos. Vi que Bergson y el hombre que venía a mi encuentro se saludaban afectuosamente.

Así comprendí que todo lo que viví con Alicia lo había soñado. Pero, entonces, me dije, hay un tiempo onírico, que transcurre a gran velocidad, pues en él suceden tantas cosas en pocos segundos.

Más tarde interrogué a Sabiduría al respecto. Me explicó que aquello era porque los sueños, igual que la literatura de ficción, son actividades del espíritu que vive en un tiempo prácticamente eterno.

Y que eso mismo hacía posible que personas dotadas de un espíritu particularmente intuitivo, como fue el caso de Lewis Carroll y de otros muchos literatos y profetas, fueran capaces de anticiparse al futuro.

 

Luis Razeto

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