Lectura complementaria Nº 7

LECTURA COMPLEMENTARIA DE LA SÉPTIMA UNIDAD DEL CURSO 'ECONOMÍAS Y EMPRESAS ALTERNATIVAS'.

(El texto es de Luis Razeto, y corresponde a un fragmento del Capítulo 9 del libro Empresas de Trabajadores y Economía de Mercado.)


EL PROBLEMA DEL EQUILIBRIO ECONÓMICO EN LAS EMPRESAS COMUNITARIAS.

Comencemos, pues, considerando el caso de las empresas comunitarias.

Las empresas comunitarias son aquellas organizadas por la Comunidad, y operan de modo que los distintos factores necesarios son aportados por los diferentes integrantes del grupo, sin establecer respecto de ellos una valoración monetaria ni esperar por su utilización una rentabilidad individual. Los miembros de la comunidad que se configura como unidad productiva colaboran entre sí con lo que tienen, de modo que el sujeto comunitario como tal, integrado por todos sus miembros cada uno colaborando con sus aportaciones personales, se constituye al mismo tiempo como unidad de trabajo integrado y como unidad organizadora y decisional. La unidad económica así conformada persigue el desarrollo de la comunidad y/o la satisfacción de las necesidades individuales y sociales del grupo: lo que podría expresarse como el bienestar (o calidad de vida) comunitario.

Para comprender la lógica de estas empresas es importante considerar que ellas generalmente no operan con factores externos, contratados en el mercado por tiempos definidos: no ocupan trabajo asalariado, no financian las inversiones con créditos conseguidos en el mercado de capitales, ni contratan gerentes externos. La dotación de factores que utilizan se limita a las aportaciones que efectúen los diferentes miembros de la comunidad o asociación que las crea, a lo cual se adicionan las adquisiciones que hagan utilizando los dineros que aporten los socios o que la misma empresa haya ganado, que deben entenderse obviamente como financiamientos propios; a menudo se proveen de factores también a través de la recepción de donaciones, que en cuanto recibidas se suman a la dotación de factores propios disponibles. Las empresas comunitarias tienden, en este sentido, a la autonomía o autosuficiencia de factores. Precisamente su carácter de “comunitarias” las califica en esta dirección, pues a la base de su creación se encuentra la comunidad, que es en esencia la interrelación de los sujetos más o menos diferenciados en cuanto a provisión de factores, que forman un agrupamiento humano. Al aportar sus factores no valorizan y negocian cada uno su particular aportación y retribución, lo que los haría constituirse como un mercado; al formar la unidad económica se constituyen, en cambio, como una comunidad, porque aportan e integran todos con algo de lo que tienen. Dicho en términos quizás más abstractos pero iluminantes, superan la división social (factorial) del trabajo mediante la integración comunitaria y no mediante la organización mercantil.

Dicho esto, no deberá extremarse la autosuficiencia que alcancen estas unidades económicas. En efecto, nada impide que ocasionalmente recurran a factores externos cuando la dotación de los factores propios les resulta insuficiente. Pueden contratar trabajo por tiempos definidos, recurrir a servicios técnicos y administrativos externos, arrendar local, equipamiento y maquinaria. Pero el hacerlo no responde a una manifestación de su propia racionalidad sino a una limitación en cuanto a los medios disponibles y, lo que es aún más significativo, no persiguen la obtención de ganancias por la vía de dicha contratación de factores externos: en la lógica peculiar de las empresas comunitarias está el remunerar a los factores externos a lo menos por el equivalente de lo que éstos aportan. Lejos de cualquier relación de explotación de otros, la intención es más bien la de beneficiar a las personas con que se relacionan o que están en el entorno en que operan, hasta buscar incluso, en la medida que les sea económicamente posible, integrarlas a la propia organización.

Por otra parte, las empresas comunitarias tenderán a producir preferentemente para satisfacer las necesidades y mejorar la calidad de vida de los propios integrantes y de la comunidad misma. Ello no impide, sin embargo, sino que a menudo requiere y exige que establezcan relaciones comerciales en el mercado: compra de materias primas e insumos, venta de productos terminados. Mediante la obtención de excedentes operacionales por tales operaciones los integrantes de la unidad económica podrán acceder al consumo de aquellos bienes y servicios indispensables que no producen por sí mismos.

El análisis de las empresas comunitarias que haremos tiene utilidad teórica también para las microempresas unipersonales (trabajadores por cuenta propia) y familiares y para los talleres asociativos de autosubsistencia.

En efecto, las pequeñas empresas familiares o asociativas de autosubsistencia se asemejan y en cierto modo son una forma particular de empresas comunitarias, porque se trata de unidades económicas que han sido organizadas asociativamente por sus integrantes, que aportan medios de trabajo, pequeñas cuotas de financiamiento, capacidades gestionarias, informaciones y capacidades técnicas, espíritu solidario, y sobre todo sus propias fuerzas de trabajo, para enfrentar en conjunto el problema de la subsistencia. Habitualmente completan los factores necesarios a través de donaciones que obtienen también solidariamente. Las denominamos de “autosubsistencia” porque su operación está orientada a la satisfacción de las necesidades de sus miembros con sus familias más que a la afirmación y crecimiento de la empresa en el mercado.

El modelo de la lógica operacional de las empresas comunitarias sirve para comprender también la de estos talleres porque en ellos el elemento asociativo es determinante de la formación de la unidad económica y de su lógica operacional, al mismo tiempo que el propósito de la autosubsistencia de sus integrantes planteado como objetivo asociativo (de la unidad económica) se aproxima y en cierta medida viene a coincidir con el objetivo racional de las empresas comunitarias que buscan la afirmación y el bienestar de los integrantes de la comunidad. Son, en alguna medida, empresas organizadas por la categoría comunitaria. En cuanto al hecho de operar con factores propios, es sabido que los pequeños talleres de autosubsistencia difícilmente están en condiciones de recurrir al mercado de capitales o al mercado de factores para proveerse de financiamientos y de fuerza laboral; en cambio, a menudo recurren a los circuitos de donaciones para obtener los factores que les faltan.

La razón de que el mismo modelo analítico sea aprovechable también para el caso de las microempresas unipersonales reside en que en éstas el sujeto organizador es una empresa que reúne en sí la aportación de un conjunto de factores integrados (no escindidos socialmente por la división social del trabajo), lo que le determina un modo de operación similar al de las empresas comunitarias (caracterizadas precisamente por la integración o recomposición social del trabajo).

Además, en el análisis de todos estos tipos de unidades económicas pueden aplicarse sin perder realismo y valor teórico los mismos supuestos que haremos para las empresas comunitarias. Naturalmente, el “modelo teórico” que aquí formularemos deberá aplicarse a estos diferentes tipos de unidades económicas teniendo en cuenta sus peculiaridades y rasgos propios.

Las empresas comunitarias (y las asociativas de autosubsistencia) no proceden a un cálculo de ganancias en el sentido en que lo hacen las empresas de capital, como proporción de plusvalor generado en el proceso de trabajo sobre el valor de los medios de producción invertidos. La razón está, obviamente, en el mismo hecho de que operan con factores propios no contratados ni valorizados en el mercado. Sin embargo, y como toda empresa económica, estos tipos de unidades también persiguen la maximización de beneficios. El beneficio perseguido también puede ser medido y evaluado, pues si bien los factores utilizados son propios y no han sido contratados a precios definidos en el mercado, su disposición y uso implica indudablemente costos y sacrificios para las personas que los aportan y para la empresa como tal. Veamos, pues, cómo se verifica esta búsqueda del beneficio máximo y cómo es evaluado su grado de cumplimiento.

Como es obvio, la maximización de beneficios es correspondiente al cumplimiento óptimo del objetivo económico racional del tipo de empresas en cuestión. En este caso, su operacionalización en términos económicos requiere considerar dos aspectos o variables fundamentales.

Por un lado está el producto neto que los trabajadores asociados obtienen como resultado de su trabajo; producto en base al cual lograrán satisfacer sus necesidades y perfeccionar su bienestar. No importa tanto si ese producto útil para satisfacer las necesidades son directamente los bienes y servicios elaborados o si se trata de ingresos monetarios obtenidos con la venta de lo producido, o bien una combinación de ambos.

Por otro lado, lo que los trabajadores y la comunidad invierten en la unidad económica es, básicamente, su propio esfuerzo, que corresponde al ejercicio de todas las capacidades y calificaciones que utilizan en la actividad empresarial; fuerzas y capacidades que utilizan en un determinado nivel de intensidad. Dicho exactamente, lo que los trabajadores y la comunidad invierten y utilizan es el sacrificio de un conjunto de valores propios, entre los que se cuentan principalmente los factores humanos propios (fuerza de trabajo, capacidades administrativas, conocimientos tecnológicos, “factor C”), más algunos factores objetivados (financieros y materiales) que han sido formados por acumulación comunitaria o social del propio trabajo anterior.

En las empresas así constituidas los factores materiales u objetivados en general, están estrictamente delimitados por las disponibilidades existentes. En el modelo analítico pueden ser considerados como un dato (se hablará, pues, de factores “dados”), porque su incremento no depende mucho de las decisiones empresariales. (Más adelante levantaremos este supuesto y examinaremos como inciden sobre la lógica de estas empresas las modificaciones en la disposición y uso de factores objetivados).

Tenemos entonces que los integrantes de estas unidades económicas controlan dos variables principales, que denominaremos producto y esfuerzo, para simplificar. Como “producto” consideramos todos los beneficios obtenidos por los miembros de la empresa, se trate de bienes que puedan consumir directamente o de valores monetarios que queden a su disposición. Como “esfuerzo” consideraremos todos los aportes de factores humanos propios, incluido el trabajo directo, la participación en la gestión, la creatividad movilizada, el “factor C” incorporado a las actividades, las informaciones proporcionadas por los asociados, etc.

Lo teóricamente importante de indicar es que son ellos, los propios integrantes de la empresa comunitaria, quienes deciden en qué nivel de producto se quedan y cuánto esfuerzo ejecutan. Evidentemente, no lo hacen de manera arbitraria, pues deben operar limitados por la provisión de factores que disponen y dentro de los condicionamientos dados del mercado.

Ahora bien, ambas variables esenciales se encuentran relacionadas, en cuanto si mayor es el esfuerzo mayor será el producto y la satisfacción; pero el incentivo a generar el mayor producto posible (para satisfacer en mayor plenitud sus necesidades) se ve limitado por el hecho de que mientras mayor sea el tiempo y la intensidad del esfuerzo realizado, junto con aumentar el producto, se incrementa también el sacrificio y la fatiga que experimentan los integrantes de la unidad económica, lo cual hace disminuir el bienestar.

Así pues, también en las empresas comunitarias sus variables relevantes buscan el equilibrio; dicho más exactamente, los agentes económicos buscan una razón de equilibrio entre las variables que están bajo su control, tal que sus beneficios totales sean máximos. En cuanto funcionan con las dos variables principales del producto y del esfuerzo, el equilibrio en las empresas comunitarias (y asociativas de autosubsistencia) estará dado por el volumen de operación en que consideren obtener el máximo de bienestar o felicidad posible balanceando la satisfacción de necesidades mediante el producto generado y el sacrificio implicado por el uso y desgaste de los factores propios aportados (especialmente el trabajo y el ejercicio de la gestión).

Ambos elementos de la relación pueden ser medidos y cuantificados: con algunas simplificaciones son reductibles, en efecto, a producción neta y a tiempo de trabajo. Pero la determinación de las cantidades o volúmenes aceptables de ambos elementos es fruto de un criterio de evaluación eminentemente subjetivo: lo que los trabajadores o la comunidad consideran como un nivel suficiente o apropiado de satisfacción de sus necesidades está culturalmente definido, habitualmente (aunque no necesariamente) teniendo en cuenta la situación que tienen los trabajadores que realizan trabajos equivalentes en empresas externas, las aspiraciones de ellos mismos, el número de componentes de la familia, etc.; lo que consideran como tiempo e intensidad de esfuerzo adecuado está definido también subjetivamente, teniendo en cuenta el tiempo de trabajo normal de un obrero, la edad de un trabajador, su salud y capacidad de trabajo, la concepción del trabajo que tengan, etc.

El equilibrio en las empresas comunitarias, en los trabajadores por cuenta propia (que pueden ser considerados como empresas individuales) y en los talleres de autosubsistencia, es pues un balance entre dos variables que los propios trabajadores regulan y combinan, lo que es posible dado que ellos tienen el control de los medios de producción y del proceso de trabajo en su conjunto. En lo que ellos no inciden es en las condiciones del mercado en que deben operar, lo que los hace estar a menudo fuertemente condicionados y limitados en un doble sentido: por un lado, restringiendo sus necesidades y aspiraciones de producto y consumo; por el otro, presionando hacia una mayor autoexplotación de sus fuerzas de trabajo.

Teniendo en cuenta estos condicionamientos, el punto de equilibrio quedará empíricamente dado por la situación en que los trabajadores decidan dejar de trabajar en cuanto consideran que un grado mayor de intensidad de su esfuerzo sólo les permite la satisfacción de necesidades que definen como prescindibles, o que no compensan subjetivamente el mayor tiempo de trabajo (20).

Naturalmente, puede suceder que la unidad económica opere en niveles más o menos próximos al equilibrio, e incluso que los condicionamientos del mercado y sus niveles de productividad no le permitan alcanzar el nivel de ingresos considerado como el mínimo indispensable, mediante un grado de intensidad del trabajo considerado como el máximo posible o que esos trabajadores estén dispuestos a realizar. En este caso las dos variables no llegan a encontrarse, a cruzarse en un punto, por lo que esa unidad económica no es viable.