LA ÚLTIMA CENA

LA ÚLTIMA CENA

 

ANTE LA CIUDAD.

 

Amanece. Jesús se despierta, se lava, se viste y sube a la terraza.

 

Ve a un grupo de jóvenes salir de una discoteca, vacilantes, que hablan en voz alta. Uno de ellos se detiene y vomita.

 

Un mendigo se asegura el mejor puesto al lado del portón de una iglesia todavía cerrada.

 

Dos autos se persiguen sin prestar atención a los semáforos.

 

Un camión de la basura agarra y levanta un bidón. A lo largo de la calle hay muchos bidones repletos de basura.

 

Lejana, la sirena de una ambulancia, se mezcla con la de una patrulla de la policía.

 

Un camión contenedor entra en el estacionamiento de un supermercado.

 

Jesús cierra los ojos, permanece largo rato en silencio, experimenta una sensación de vértigo y se apoya en la baranda.

 

Llora. Mirando estas escenas ha visto el futuro.

 

Habla consigo mismo, con palabras interrumpidas, con frases breves.

 

jóvenes sin esperanza, la sociedad no necesita su trabajo, beben hasta borrarse, se imaginan que escapan del sistema y en cambio hacen lo que quiere el poder, debilitarse, desanimarse. Desviar su propia rabia y dirigirla contra ellos mismos...

 

se convertirán en mendigos, como ese que se asegura el puesto delante a la iglesia ...

 

... una sociedad de mendigos … piden educación gratuita, servicios de salud gratuitos, espectáculos gratuitos, que el Estado se haga cargo de las necesidades de cada uno … reivindican como derechos adquiridos y como conquistas irrenunciables lo que quieren obtener, participando en manifestaciones de masas, presentando formularios y solicitudes en las oficinas de la administración pública, protestando para atraer la atención de las cámaras de televisión ...

 

sus peticiones son acogidas, pero lo que obtienen es de escasa calidad, migajas … los poderosos, concediendo siempre menos de lo que quieren, los mantienen en la condición de tener siempre necesidad y de continuar siempre pidiendo, haciéndolos también pelear entre ellos por la repartición de lo que les han ofrecido … las masas creen estarse rebelando contra el sistema y en cambio realizan precisamente lo que el poder quiere que hagan, que continúen siendo dependientes, que tengan siempre necesidad del Estado ...

 

la energía de las luchas sociales es desviada y golpea a los propios participantes...

 

los poderosos se reservan lo mejor, los cuidados médicos más avanzados, las educaciones más refinadas, las diversiones más sofisticadas, las mercaderías más valiosas...

 

los camiones contenedores llenan los supermercados de productos estandarizados, de baja calidad, programados para durar poco, para satisfacer mal...

 

los chillidos de las sirenas difunden la sensación de que la situación pública está bajo control y que alguien garantiza la seguridad de los ciudadanos...

 

Llega María Magdalena y Jesús se vuelve hacia ella.

 

María Magdalena: ¡Has llorado! Jesús, ¿por qué lloras?

 

Jesús, continúa pensando en voz alta:

 

la crisis ... es un río que desborda … nadie logra detenerla … todos arrastrados como botellas de plástico … vendrán días en que los poderosos derribarán a esta generación y a sus hijos, los apretarán por todos los lados y de todos los modos … si hubieran comprendido nuestro proyecto de una vida nueva, la travesía necesaria … pero no han comprendido, no han querido entender...

 

María Magdalena se acerca a Jesús y le toma una mano entre las suyas, conmovida.

 

Después de un largo silencio, mirando nuevamente hacia la ciudad que ahora está ya en pleno movimiento, María Magdalena dice a Jesús, en voz baja:

 

- Roguemos a Dios que nos salve … Él puede salvarnos, si oramos mucho, ¿verdad?

 

Jesús: No, María, la salvación no cae del cielo, somos nosotros los que podemos salvarnos. La potencia divina está dentro de nosotros, pero tenemos que despertarla.

 

Otro silencio, interrumpido por María Magdalena que ha quedado pensativa:

 

- Te he visto hacer cosas extrañas en estos días … La entrada en la ciudad, el otro día... quisiste el más bello traje de lino, te cuidaste el cabello y la barba, ¡cómo estabas hermoso! Entraste como un rey que regresa victorioso de una gran conquista, provocaste los aplausos y las aclamaciones de la multitud … en cambio hasta ahora te habíamos visto huir de los elogios, no querías que se hablase de tus milagros, amabas esconderte, buscabas la soledad... Y después, ¡arrojaste a los mercaderes del Templo! Los latigazos, la ira, la violencia … Explícame todo esto, porque no lo entiendo. ¿Qué estás preparando?

 

Jesús: - Es una estrategia...

 

María Magdalena: ¿Qué es una estrategia?

 

Jesús: - Una estrategia es cuando se quiere lograr un objetivo difícil, y entonces se organizan ciertas acciones, en un orden bien calculado, para provocar la reacción de otros y de este modo lograr que se produzca una nueva situación, favorable a lo que se quiere alcanzar.

 

Se acerca Judas que ha subido a la terraza y que ha escuchado las últimas palabras de Jesús.

 

Judas: ¡Eso! Ahora lo entendí todo. Has decidido finalmente pasar de las palabras a los hechos. Entrar en acción, en el momento justo. ¡Eres verdaderamente el Mesías!

 

Jesús frunce el ceño, preocupado por el desarrollo del diálogo. Hace un gesto como de querer interrumpirlo, pero después decide agregar algo.

 

Jesús: - Amigos, no puedo explicarles completamente cual es la estrategia, porque ustedes me impedirían realizarla. Es difícil de comprender, y también de aceptar. Tendrán que confiar en mí.

 

Judas: ¡Yo confío en ti! Cualquier cosa que digas y que hagas, nosotros te seguiremos, te apoyaremos!

 

María Magdalena: - Sabes bien que confiamos completamente en ti. Pero dinos todavía una palabra...

 

Jesús, después de mirar a los ojos a ella y a él:

 

- Amiga, amigo, se habrán dado cuenta de que entrando triunfalmente en la ciudad, rodeado por la multitud que me aclamaba, he desafiado a los poderosos, a los opresores, a quienes se han apropiado del poder religioso y del poder político y dominan al pueblo. Y después, con lo que hice en el Templo, se sentirán amenazados, porque han visto que podemos movilizar a las masas y actuar con decisión incluso en el terreno en que se sienten más seguros, en los palacios del poder. Tienen miedo de una rebelión popular, y esto los pone furiosos...

 

Judas lo interrumpe: - Sí. ¡Los hemos desafiado en grande, y ahora los enfrentaremos y los venceremos!

 

Jesús, levantando una mano para calmarlo:

 

- No te dejes arrastrar por lo que sueñas. Después de esas acciones nuestras, los poderosos, temiéndonos y odiándonos, considerándonos enemigos peligrosos, querrán asesinarme, y poner fin a nuestra comunidad y a nuestro movimiento. Estoy seguro de que estarán ya organizándose para hacerlo.

 

Judas: - Sí, pero los enfrentaremos, y tú los vencerás, con nuestra ayuda. ¡Vayamos a proveernos de armas!

 

María Magdalena: - ¿Qué debemos hacer, Jesús?

 

Jesús mira a Judas, mira a María Magdalena, reflexiona un poco y después les dice:

 

- El próximo paso, una nueva fiesta. Organicemos una cena, con todos los amigos, con algo rico que comer, buen vino, buena música para bailar … la más hermosa cena de todas las que hemos hecho hasta hoy. Algo que sea memorable.

 

Judas: - ¿Ahora, una fiesta?

 

Jesús: - Sí, una última cena... Vamos a hablar con los demás, bajemos.

 

LA INVITACIÓN.

 

En la cocina de la casa Jesús, María Magdalena y Judas encuentran a Pedro, Simón el Zelota, Felipe, y Marta que está preparando el café.

 

María Magdalena, dirigiéndose a todos:

 

- Jesús tiene una hermosa idea: preparar una fiesta para esta noche.

 

Pedro: - Estoy de acuerdo.También yo estaba pensando que es necesario un encuentro entre dirigentes para analizar la situación en que estamos. Por ello propongo una cena en que participemos los Doce.

 

Judas: - ¡Pero no! Lo que hay que hacer es una reunión abierta, grande. Es el momento de organizarse, debemos ampliar el círculo a todos los que estén dispuestos a la lucha, y sobre todo a los jóvenes, fuertes y decididos.

 

Pedro: - No estoy de acuerdo. Primero tenemos que decidir bien qué hacer, y sólo después, con las ideas claras, integrar a los demás.

 

María Magdalena (mirando a Marta):

 

- ¡Cómo, Pedro! ¿Nos quieres dejar fuera a las mujeres? Yo ya fui invitada por Jesús...

 

Marta, que sigue preparando el desayuno, no dice nada.

 

Jesús: - Si pensamos en una fiesta alegre, entre amigos, con cantos y bailes ¿quienes deberían estar?

 

Felipe: - Un encuentro entre pocos hombres, que se ponen a discutir sobre problemas fastidiosos o que se quedan callados y amurrados, y sin mujeres, no es una fiesta sino un consejo de administración.

 

Marta: - Yo podría participar, pero sirviendo en la cocina...

 

María Margalena: - Yo en la fiesta estaré. Y pienso que debemos invitar a muchos jóvenes, y (mirando a Pedro) no sólo a quienes bailan como oso.

 

Jesús: - La fiesta es para todos. Tengo en mente invitar también a David, que está en la silla de ruedas, y a Víctor y Susana con sus dos hijas, y a Verónica...

 

Pedro: - Pero … ¿también a los niños? Harán mucho ruido y crearán desorden.

 

Judas: - Jesús, ten en cuenta que David en esta fase será solo una molestia...

 

Jesús, a Judas: - Estás fijado con el enfrentamiento y la lucha. Escuchen: la idea que tengo es una fiesta, abierta a todos, hombres y mujeres, niños y jóvenes y ancianos, heterosexuales y homosexuales, ricos y pobres... Piensen que puede ser la última en que yo participe...

 

Pedro: - Una fiesta así costará demasiado. ¿Cuánto tenemos en caja, Judas?

 

Jesús: - Amigos, lo bueno será que cada uno colabore con lo que tiene, y haciendo lo que sabe hacer. Todos debemos participar. Yo compraré dos botellas de buen vino, ustedes saben que entiendo de esto...

 

Felipe: - Necesitamos una casa grande para tanta gente. Si están de acuerdo puedo ir donde los padres de Marcos a decirles que nos encontraremos en su casa esta tarde. Tienen esa sala grande en el segundo piso, y el jardín.

 

María Magdalena, entusiasta:

 

- Vamos, pues, a invitar a los amigos. Deja el sillón Pedro, vamos juntos. La fiesta ya está empezando.

 

Ha terminado el desayuno. Cada uno dice los nombres de los amigos que piensa invitar, se dan cita en la casa de los padres de Marcos después de almuerzo, y parten.

 

Invitan a muchos, pero muchos se excusan de participar en la nueva fiesta.

 

Judas y Simón van a encontrar a los jóvenes que conocen, comprometidos en actividades políticas. Uno de ellos les dice que esa tarde debe ir a una reunión de partido. Otro prefiere no participar en la fiesta porque ha escuchado que el grupo de Jesús es vigilado por la policía, y no quiere verse implicado. Un tercero promete que tratará de ir, pero ellos se dan cuenta de que ya ha decidido no hacerlo. Un cuarto dice que la práctica de la fiesta es burguesa y que termina siempre en puras palabras, y que lo que él quiere es hacer cosas concretas, actuar. ¡Que vuelvan a buscarlo en el momento de la lucha!

 

Pedro y María Magdalena van a invitar a unos amigos que viven en un barrio acomodado. Uno dice que hay unos clientes que le deben dinero y que irán a pagarle esa misma tarde; ruega que lo disculpen porque no podrá participar en la cena. Otro explica que ha comprado una casa y debe ausentarse para tomar posesión: esa tarde estará fuera. Una tercera cuenta que un amigo de ella y de su marido se casa, y están invitados a esa fiesta. Un cuarto se justifica explicando que tiene necesidad de dinero y no puede cerrar su negocio.

 

Felipe, cuando tuvo la confirmación de los padres de Marcos de que la fiesta se puede realizar en su casa, parte con Marcos a invitar a otros amigos. Uno no quiere ir a la fiesta porque está saliendo de una depresión, y tiene miedo de excitarse y recaer después en una depresión mayor. Un segundo, profesor, rehúsa porque considera que las reuniones de convivencia tienen mucho de frívolo, y que no se saca nada consistente de provecho. Una mujer dice que ya decidió ir al cine y que ella, cuando toma una decisión, no hay modo de convencerla de que haga otra cosa. Un cuarto está muy ocupado escribiendo una comunicación para un evento y no le alcanza el tiempo para otra cosa.

 

Jesús fue a comprar el vino, lo llevó a la casa donde se encontró con Juan y con Santiago. Con ambos parte a hacer invitaciones. Un joven no acepta porque tiene una cita con una hermosa muchacha. Jesús lo invita a llevarla también, pero el joven le explica que prefieren tener sexo esa noche. Una pareja les dice que están invitados a una sesión de marihuana. Un joven prefiere asistir a un partido de fútbol en el estadio. Una madre no perdería por nada en el mundo el capítulo de la serial de la televisión.

 

Varios otros no aceptan la invitación porque no es gratuita y se debe contribuir; algunos se están alejando del grupo porque piensan que exige demasiado y el beneficio es poco.

 

Pero no obstante todo, esa tarde se encuentran setenta y dos entre mujeres y hombres, sin contar unos veinte niños y adolescentes.

 

LA ACOGIDA.

 

En la tarde comienzan a llegar a la casa de Marcos los invitados a la nueva fiesta.

 

El primer grupo en llegar está formado por María y Marta, Pedro y Jesús. Se saludan con Marcos y sus padres Francisco y Rosanna.

 

Francisco: - Siéntanse como en su casa. Pueden usar todo lo que encuentren.

 

Pedro y Jesús se lo agradecen. Toman una mesa grande que está plegada en una esquina y la abren bajo el parrón que une la casa con el jardín. Jesús pone al centro de la mesa sus botellas de vino, y Pedro dos grandes unidades de pan casero. Marta apoya un canastillo de tomates, y María una botella de aceite de oliva.

 

A medida que llegan los demás, la mesa se va llenando de todo lo que es útil en una fiesta: quesos, cerveza, más vino, huevos, carne, pollos y pescado para cocinar a las brasas, y fruta y verduras y postres.

 

Marcos, sentado junto a Jesús bajo el nogal, le conversa:

 

- ¡Cómo están alegres, todos!

 

Jesús: - Sí. ¡Y mira como sonríen en el momento en que colocan sobre la mesa sus aportes! Es la alegría que se siente cuando damos lo mejor de nosotros mismos.

 

Marcos: Es hermoso verlos como se abrazan...

 

Jesús: - Observa también cómo están vestidos, de manera sencilla pero cuidada. Cada uno quiere presentarse ante los otros de la manera más amistosa. Natural, sin descuido, que nos hace inferiores a nosotros mismos, y sin ostentación, que tiende a impresionar y a humillar a los demás.

 

Jesús reconoce a un muchacho que recién llega a la fiesta y lo llama con un gesto.

 

Jesús: - ¡Yo te conozco, Feliciano! ¿Recuerdas que jugamos al gato?

 

Feliciano: - Claro que sí. Te gané un partido. Y me explicaste el significado de mi nombre. Tú eres alguien que lee y sabe mucho...

 

Jesús: - Estudio y leo, pero no demasiado. Escojo con cuidado los libros. Y cuando los leo me detengo en las palabras, en las frases, tratando de que ellas me lleven a la realidad y a las experiencias que expresan, y a comprender exactamente lo que quiere decir el autor. Tal vez tú llegues a ser un escritor.

 

Feliciano: - ¿Has escrito libros?

 

Jesús: - No, y tal vez ha sido un error de mi parte. De todos modos ahora es tarde...

 

Feliciano, escuchando a Jesús ve a otro adolescente, apartado, que camina lentamente con la cabeza gacha al fondo del jardín.

 

Jesús se dirige a Feliciano y a Marcos:

 

- ¿Vamos a hablar con él? Cuando alguien se aisla, pone de manifiesto un sufrimiento personal, pero es también un síntoma de enfermedad que incluye al grupo, a la comunidad. Quizá le faltó la acogida, que es un momento necesario en toda fiesta.

 

Se ponen de pie y van donde el joven, que al ver que se acercan a él, se le ilumina la cara y sonríe.

 

Jesús, al llegar al lado del joven:

 

- ¡Hola! ¿Sabes encender el fuego?

 

El joven: - Sí. Vivo en el campo...

 

Jesús: - Entonces, ven a darnos una mano. ¿Cómo te llamas?

 

El joven: - Gennariello.

 

Marcos: - Yo me llamo Marcos, este es Feliciano, y él es mi amigo Jesús.

 

LA PREPARACIÓN.

 

Todos están ocupados en algo para la fiesta. Los niños y muchachos juegan, se esconden y se persiguen y esparcen en el aire sus gritos alegres y excitados.

 

En la cocina los hornillos están todos encendidos. Rosanna y Felipe están ocupados cocinando la pasta y el arroz. Marta está concentrada en la preparación de las salsas. Tomás y Andrés lavan y aliñan las ensaladas.

 

Jesús va a dar una mirada a la cocina y observa admirado los movimientos de las manos de Marta y su experto trabajo con los aliños.

 

Marta, sorprendida: - ¡Maestro!

 

Jesús: - Tú eres la maestra y yo soy un discípulo tuyo, estoy aprendiendo de ti los secretos de las salsas. Y ahora voy a aprender algo del maestro de la guitarra, que ya se escucha...

 

Juan toca la guitarra, María Magdalena la pandereta, y un círculo de jóvenes canta canciones de amor y de protesta.

 

Gennariello alimenta y vigila el fuego, Marcos y Jesús praparan la carne y el pescado para el asado. Jesús, sintiendo la voz de María Magdalena, la busca con la mirada, la encuentra entre los jóvenes que cantan, y se detiene a admirar su belleza.

 

Un grupo de mujeres se está ocupando de la disposición de los platos, servicios y vasos en las mesas. Pedro pasa entre ellos, se da cuenta de lo que están haciendo y dice a Salomé, la madre de Juan y de Santiago, que bajo el pórtico hay que preparar la mesa principal, una mesa grande, al centro de la cual tendrá que sentarse Jesús.

 

Mientras Pedro llama a dos de los jóvenes que cantan para encargarles lo que tiene en la mente, Salomé se separa de las otras mujeres y va donde Jesús.

 

Jesús, que conoce cómo es ella, viéndola llegar e imaginando que le pedirá un favor:

 

- ¿Qué quieres?

 

Salomé: - Te agradezco por haberme invitado con mis hijos a esta hermosa fiesta. Santiago y Juan hablan siempre de ti, me cuentan tus acciones, me hablan de tu extraordinaria generosidad, y he pensado en pedirte que los distingas haciendo que se sienten a tu lado, una a tu derecha y el otro a tu izquierda.

 

Jesús: - Pero ¿a quién corresponde decidir los puestos en las mesas?

 

Mateo, Bartolomé, Judas y Pedro, que escucharon la petición de Salomé se inquietan y se acercan rápidamente.

 

Judas: - Juan no está preparado para la lucha, es débil. Le gusta más cantar que organizar.

 

Pedro: - Santiago es demasiado impulsivo, no se controla.

 

Jesús, dirigiéndose primero a Salomé: - No me corresponde a mí decidir los puestos en las mesas.

 

Jesús, dirigiéndose ahora a Pedro y a Judas: - Ustedes están pensando en el poder, en dominarse unos a otros, como los dirigentes de las naciones, como los jefes políticos. No debe ser así entre nosotros. Nosotros debemos servirnos y ayudarnos los unos con los otros. Yo no quiero una mesa especial donde se sienten los que se consideran a sí mismos como dirigentes.

 

Pedro, después de un momento de embarazo: - De todos modos tenemos que preparar las mesas … Vamos...

 

Pedro, Judas y Salomé se alejan, discuten. Si Jesús no quiere tomar la decisión tendrán que hacerlo ellos. Llegan a un pacto: Pedro obtiene que exista una mesa principal, Salomé consigue para Juan uno de los puestos al lado de Jesús, y Judas el otro lado.

 

LOS AGRADECIMIENTOS.

 

Comienza a anochecer. Las mesas están preparadas y Marta anuncia que la cena está lista. Víctor invita a todos los amigos y amigas a tomar su puesto.

 

Jesús se está dirigiendo hacia una mesa donde se han instalado dos familias con niños, pero Pedro, que estaba atento a lo que haría Jesús, se le acerca rápidamente, lo toma del brazo y lo lleva a la mesa bajo el portal, donde lo esperan Juan, Judas, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, el otro Santiago, Simón y Matías.

 

Pedro, a Jesús: - A ti corresponde el puesto de cabecera, y yo me pondré al otro lado, al pie.

 

Jesús se da cuenta de que a los lados de la cabecera están esperándolo Juan y Judas, y en cambio va a sentarse a un costado, al centro de la mesa. Juan y Judas se desplazan y se instalan a su lado, uno a su izquierda y el otro a su derecha.

 

Jesús: - La mesa es bien grande y hay puesto para otros - dice, y llama a Marcos y a Feliciano, a María Magdalena y a María. Luego agrega:

 

- Traigan también una silla para Marta.

 

Cuando todos están ya sentados, Pedro se levanta y llamando la atención de todos los invitados golpeando el vaso con un cuchillo, dice en voz alta:

 

- La primera cosa es agradecer a Dios...

 

Jesús, interrumpiendo la oración que Pedro se preparaba a hacer, dice:

 

- Bien. Empecemos agradeciendo al panadero, que ha elaborado este pan perfumado, y al molinero que produjo la harina, y a los campesinos que sembraron y cosecharon el trigo. Y - dirigiéndose a todos – agreguen ustedes a quiénes más debemos agradecer...

 

Feliciano: - A los pescadores que pescaron los peces.

 

Marcos: - Y a Nicolás el vendedor de pescado, que los escogió y nos los vendió a buen precio.

 

Marta: - Agradezcamos a Francisco y a Rosanna que nos han ofrecido este magnífico lugar para que estemos juntos.

 

Judas: - Agradezcamos a todos los que han participado en la organización de este evento: Pedro, Susana y Marta, Felipe, Tomás y Andrés, Simón, Bartolomé, Mateo y Santiago... y a todos los aquí presentes que han contribuido con alguna cosa y que han realizado algún trabajo útil.

 

María Magdalena: - Agradecemos la luz del sol, las flores de este jardín, y la sombra de los árboles.

 

Matías: - Y agradecemos a Jesús y a los que aportaron el vino.

 

Juan: - Propongo que comencemos esta fiesta con un brindis.

 

Jesús, poniéndose de pie y levantando el vaso:

 

- Sí. Llenen sus vasos. Brindemos por los que no han podido venir, por los que nos han dejado y que recordamos con amor, y por tantos que se sumarán en el futuro, y por aquellos que aún no han nacido y que esperaremos con alegría.

 

Todos levantan sus vasos, los hacen sonar golpeándolos unos con otros, beben un sorbo, ríen, hablan.

 

Pedro pone fin a este momento de desahogo haciendo sonar enérgicamente el vaso con el cuchillo:

 

- Nos hemos olvidado de agradecer a Dios. ¿Por qué no lo haces tú, Jesús?

 

Jesús: - Lo acabamos de hacer, Pedro, dando gracias por los dones que nos han regalado las personas y la naturaleza. Dios no tiene necesidad de nuestras palabras, y nosotros no tenemos que alabarlo para que sea bueno con nosotros, ni rogarle para obtener como un favor lo que debemos producir y compartir nosotros mismos.

 

LA CONCIENCIA.

 

La cena se desenvuelve tranquilamente, en la alegría de estar todos juntos. Poco a poco se hace tarde, se encienden las primeras luces que iluminan las mesas. Suena la campanilla. Víctor va a abrir y encuentra a los familiares de Jesús, los invita a entrar pero le dicen que han venido sólo a darle un mensaje a Jesús.

 

Víctor va donde Jesús y le dice que su madre y sus hermanos quieren hablar con él.

 

Jesús, haciendo girar la mirada hacia los que le rodean:

 

- Estos son mi madre y mis hermanos. Invítalos a entrar y a estar en la fiesta con nosotros.

 

Víctor regresa donde los familiares de Jesús, pero estos le piden que le informen que han sabido, por una amiga pariente de una autoridad religiosa, que la policía lo está buscando para detenerlo y llevarlo a la prisión, y que ellos han preparado un lugar seguro donde esconderlo por algún tiempo, para después hacerlo regresar a su provincia.

 

Jesús, al conocer lo que quieren sus parientes, responde:

 

- No pienso en absoluto en esconderme o huir. Yo debo continuar y seguir adelante.

 

María Magdalena: - Pero ¿no vas a saludar a tu madre y a tus hermanos?

 

Jesús: - Mi madre y mis hermanos son los que escuchan a su propia conciencia y actúan en consecuencia.

 

Judas: - ¡Muy bien dicho! ¡Bravo, Jesús! Nosotros estamos dispuestos a luchar, y es el momento de golpear a los adversarios, sin atemorizarse.

 

Jesús: - También tú deberás hacer lo que te dicta tu conciencia.

 

Víctor vuelve donde los familiares de Jesús y les da su respuesta.

 

Antes de alejarse, un hermano de Jesús ruega a Víctor con estas palabras: - Díle a ese loco que realmente está en peligro de muerte.

 

Víctor, a Jesús, en voz alta de manera que todos escuchen: - Tu hermano te manda decir que estás en peligro de muerte.

 

Los invitados, alarmados, callan. Sólo los niños, que no se han dado cuenta de la situación, continúan hablando, riendo, jugando.

 

LA VIDA Y LA MUERTE.

 

Todos se concentran en Jesús, esperando que diga algo.

 

Jesús se pone de pie, los mira a todos, y dice con voz segura y con toda calma:

 

- Lo sé, y lo sé desde hace tiempo, que mi vida está en peligro, que quieren asesinarme. Lo preveía ya cuando dejamos la provincia y nos pusimos en camino hacia la ciudad.

 

- Quizá ustedes no se dieron cuenta de que aquella entrada triunfal con la multitud que me aclamaba, fue una provocación consciente dirigida al poder político, y que la expulsión de los mercaderes y cambistas del Templo fue una provocación a los jefes religiosos y al poder económico. A acciones tan fuertes y públicas y frontales por mi parte no podía no seguir una reacción por parte de ellos, que quieren que sea decisiva, definitiva y ejemplar.

 

María Magdalena con la voz temblorosa:

 

- ¿Piensas que te matarán? ¿Y no tienes miedo de morir?

 

Jesús, con calma: - Yo no temo la muerte.

 

Judas, excitado: - Yo tampoco temo la muerte. Estoy dispuesto a morir por la causa. El que tenga miedo de morir no es un buen soldado, es un cobarde, un peligro para sus compañeros.

 

Jesús: - No es esto lo que he dicho, Judas. No hablo de valentía o cobardía, que son rasgos del carácter de cada uno, o al máximo una cuestión moral.

 

Gennariello: - Yo no soy un cobarde, pero no quiero morir.

 

Salomé: - Yo tengo miedo a las enfermedades, a los dolores, a los sufrimientos físicos ...

 

Jesús: - Yo no temo la muerte, pero sí al dolor, al sufrimiento, a la tortura, a las heridas... No admiro a los que van temerariamente al encuentro de la muerte.

 

- Considero que la vida del hombre es más importante que la bandera que levanta.

 

- Hay quienes creen que sufrir sea por sí mismo un mérito. Yo pienso en cambio que es necesario procurar para sí y para los demás, la salud y una buena vida.

 

- El no temer a la muerte nace en mí de la conciencia de que en realidad la muerte como término de la existencia no existe. Se termina de vivir, pero no de existir.

 

(Toma un pedazo de pan y lo levanta para que todos lo vean).

 

- Miren este pan. El trigo, que estaba vivo en el campo, y que era buen alimento sólo para las aves, muerto, o sea transformado en harina, ha llegado a ser alimento para nosotros.

 

- Del mismo modo yo, mi cuerpo, como el cuerpo de este pan, me convertiré en tierra y seré pan, seré comido por otros seres, por la vida que continúa, de la que somos un eslabón de una cadena interminable. Volveremos a ser tierra, trigo, harina, pan, cuerpo de mujer y de hombre.

 

- Cuando en el futuro alguien coma pan, estará también comiendo una parte de mi cuerpo.

 

(Deja el pan, toma y levanta un vaso de vino).

 

- Y miren este vino. La uva de los racimos de las parras vivientes en la viña, ha debido morir para transformarse en vino, y ahora alimenta y se convierte en nuestra sangre.

 

- Cuando en el futuro alguien beba vivo, estará bebiendo una parte de mi sangre.

 

(Se sienta).

 

Juan: - Verdaderamente yo había entendido otra cosa. Que la muerte existe. Y que al final de los tiempos Dios nos hará resucitar.

 

Jesús: - Amigos, ¿qué le sucede a una estrella cuando muere? Gran parte de su masa se convierte en polvo, que un viento transporta muy lejos, y va a formar otras estrellas, nuevos planetas. Nuestra tierra nació de ese modo, y las plantas, y los animales, y todos nosotros hemos nacido en este proceso. La estrella ha abandonado una forma y ha adquirido otras. Frente a estos procesos, la alegría de la aparición de lo nuevo supera al dolor de la desaparición de lo viejo. La vida vence a la muerte.

 

Salomé: - Pero yo quiero que mi alma continúe viviendo después de la muerte de mi cuerpo, y después, al final, quiero recuperar mi proprio cuerpo. Yo quiero continuar siendo yo.

 

Jesús: - Entonces, tú quisieras permanecer tú y siempre para ti. ¿Cada uno para sí mismo y Dios para todos? Salomé, piensa un poco en esto. Lo que tú llamas 'yo', no es más que una construcción mental. Nuestra verdadera realidad, nuestro verdadero ser, no es el yo que creemos ser, y que es solamente una representación de lo que realmente somos, que no termina jamás, que no muere, que no desaparece en la nada.

 

Tomás: - No entiendo lo que quieres decir.

 

Jesús: - El espíritu no muere, porque es la vida; es la vida que anima al cuerpo, los cuerpos, pero no como un alma llegada desde fuera, sino como algo que nosotros hacemos emerger desde nuestro interior. El que hace surgir este espíritu no muere. El cuerpo se disuelve en el universo viviente y el espíritu del individuo deviene parte del espíritu universal. Pero el que no hace emerger desde sí mismo el espíritu, desaparece.

 

- La superación del tiempo y la entrada en la eternidad es una experiencia que podemos realizar. La eternidad no consiste en una sucesión de momentos que se despliegan en un tiempo interminable. Es en cambio la plenitud y la perfección que se alcanzan cuando se entra en el espacio infinito de la verdad, de la belleza, del amor, del ser, que no tiene principio ni final, que no es tampoco un espacio.

 

- No es fácil, Tomás, comprender todo esto. No se puede expresar completamente con palabras. Hay que tener la experiencia de la existencia, que está más allá del horizonte de las experiencias cotidianas que vivimos en nuestra mente.

 

Gennariello: - Yo tuve una experiencia como la que dices, fumando marihuana... tuve la sensación de que mi yo desaparecía y de que mi cuerpo se fundía con el universo...

 

Jesús: - Gennariello, estoy hablando de algo más profundo, si bien la experiencia que tuviste te ayuda a comprender.

 

(Dirigiéndose a todos):

 

- Si quieren, podemos profundizar este tema con dos lecturas, una poesía y un trozo de una novela escrita por un filósofo, que nos presentan esta experiencia espiritual de modos diferentes, con dos lenguajes distintos.

 

María la hermana de Marta:

 

- ¡Seguro! Leer juntos es una cosa hermosa en una fiesta, como lo es el cantar y el bailar.

 

LAS LECTURAS.

 

Jesús: - Bien, primero el poeta. Les leo algunos versos del Canto a mí mismo de Walt Whitman... , en esta antología que encontré ahí, en la sala de estar.

 

Canto a mí mismo y me celebro

y lo que asumo yo lo debéis asumir vosotros.

Porque cada átomo de mi cuerpo

pertenece también al vuestro...

mi lengua, cada átomo de mi sangre,

hechos de esta tierra, de este aire.

Nací aquí de padres nacidos aquí

y así también los padres de ellos

y los padres de sus padres...

Credos y escuela permanezcan afuera,

estoy cansado de lo que son, pero no los olvido...

y acojo el bien y el mal.

Dejo que hable al azar y sin trabas

la energía originaria de la naturaleza...

 

Jesús, a todos: - ¿Qué les parece? ¿Qué pensamientos les traen a la mente estos versos?

 

Un largo silencio, hasta que Bartolomé rompe el hielo:

 

- Me parece que el poeta nos muestra que todas las cosas están vinculadas...

 

Marcos: - Sí, me recuerda mucho lo que dijiste antes sobre las estrellas y el polvo de estrellas... con el que se forman otras estrellas … y del cual estamos hechos cada uno de nosotros...

 

Francisco: - Yo nací aquí, en esta casa, mis padres también nacieron aquí, y también mis abuelos... y Marcos nació aquí … exactamente como dicen los versos...

 

Jesús: - En efecto. Recuerden que mi Padre está en mí y yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo estoy en ustedes... Y así también cada uno.

 

Pedro: - Disculpa, entendí mal ¿o el poeta afirma que las escuelas y las creencias religiosas hay que dejarlas afuera? Si es así, esto me molesta. ¿Qué piensas tú, Jesús?

 

Jesús: - El poeta no está formulando una teoría, sino expresando una experiencia íntima. Los suyos no son conceptos que haya que asimilar, que haya que aprender como verdades objetivas, y en las cuales hay que creer... Él describe lo que ha entrevisto en lo profundo de sí mismo... El poeta ha dejado hablar, como lo dice en el último verso, “al azar y sin trabas, la energía originaria de la naturaleza”, que ha reconocido en sí mismo y que canta en su corazón.

 

María la hermana de Marta pide a Jesús el libro, lee en silencio y después en voz alta:

 

- “y lo que asumo yo lo debéis asumir vosotros. Porque cada átomo de mi cuerpo pertenece también al vuestro”...En resumen, no somos cada uno un yo, sino un nosotros...

 

Juan: - Sí, pero no sólo los humanos, si comprendí bien, sino nosotros el universo entero...

 

Pedro: - Pero yo tengo necesidad de distinciones, de ideas claras y de conocimientos precisos, y de saber en qué creer.

 

Jesús: - Entiende, Pedro, que el poeta habla de una experiencia que está más allá de los conocimientos y de las creencias; pero no niega a estos; en efecto escribe: “Credos y escuelas permanezcan afuera... pero no los olvido”.

 

- Ahora leamos al filósofo. María, dame el libro, pues vi antes un trozo que se refiere precisamente a esto, y que es bueno que leamos y que comentemos juntos.

 

Estaba yo en la plaza pública. Las raíces del castaño se hundían en la tierra, exactamente bajo mi banca. No recordaba ya que era una raíz. Las palabras habían desaparecido, y con ellas, el significado de las cosas, las maneras de usarlas, los débiles signos de reconocimiento que los hombres hemos trazado superficialmente. Estaba sentado, algo inclinado, cabeza gacha, solo, frente a esa masa negra y nudosa... y entonces tuve un relámpago de iluminación. Suspendí el aliento. Nunca antes de estos días, había presentido lo que quiere decir 'existir'. Era yo como los demás... decía igual que ellos 'el mar es verde'; 'aquél punto blanco, allá, es una gaviota', pero no sentía que ello existía, que la gaviota era una 'gaviota-existente'; habitualmente la existencia se esconde. Está ahí, a nuestro alrededor, en nosotros, no se pueden decir dos palabras sin hablar de ella, pero no se la toca. Cuando creía pensar en ella no pensaba en nada, tenía la cabeza vacía, o solamente una palabra en la cabeza, la palabra 'ser'...”

 

- Es un trozo de un libro de Jean-Paul Sartre, titulado La náusea.

 

Marcos: - Yo lo conocía. Lo estamos estudiando en el colegio... La experiencia descrita en este trozo sucede después de que el personaje ha experimentado un sentido de vacío, de angustia y náusea, frente a una realidad que le parece inconsistente, blanda, absurda; pero después, sentado en aquella banca, tiene la experiencia del ser, que lo ilumina, y se apercibe de la existencia plena, más allá de todas las cosas particulares...

 

En ese momento llegan Marta y Rosanna trayendo los postres, que reparten sobre las mesas. El ambiente se relaja.

 

María le dice a Marta: - Te has perdido la mejor parte.

 

Marta: - ¡Eh no! La parte mejor son estos postres, como verán.

 

LA ENTRETENCIÓN.

 

Se sirven los postres y la fruta, se toman el café, beben los licores que llevaron algunos amigos.

 

Tomás, viendo a Gennariello que está fumando se le acerca y le pide que le haga un cigarrillo.

 

Un amigo ya mayor de nombre Hugo, se levanta y canta a capella O sole mio. Hacia el final de la canción varios lo acompañan en coro. Todos aplauden, y los jóvenes que se habían asociado al canto entonan ahora Gracias a la Vida, acompañándose con la guitarra.

 

Siguen cantando, y se pasa a canciones para bailar. Se abren paso jóvenes y parejas, y también niños, y bailan.

 

Jesús también baila, primero con la dueña de casa, después con María Magdalena, y después también con Marta.

 

Los niños corren y se ríen. Algunos de los más pequeños se duermen en los brazos de sus madres.

 

Pedro, que también ha bailado, va a sentarse, pero un muchacho que pasa de carrera persiguiendo a otro mueve la silla y Pedro cae estrepitosamente. Molestia de Pedro, carcajadas de muchos.

 

A un cierto punto muchos comienzan a cansarse y vuelven a las mesas.

 

Jesús toma también su puesto y poco a poco se reagrupan a su alrededor sus amigos más cercanos.

 

Se le acerca María la hermana de Marta y le pregunta:

 

- Pero tú, cómo imaginas la vida en el Paraíso al final de los tiempos?

 

Jesús: - Mira un momento, María, lo que está sucediendo esta noche, lo que estamos haciendo aquí nosotros. Se canta, se lee, se conversa, se razona, se baila, se juega, se come y se bebe en amistad. El Reino de los cielos está ya entre nosotros.

 

- En el mundo hay tantas cosas, y es preciso verlas todas, conocerlas y amarlas. Está lo malo y está lo bueno. Y entre tantos valores y riquezas que existen, se esconden algunos de tipo superior, de nivel excepcional.

 

- Les cuento una parábola. Había una persona que tenía un tesoro escondido en su campo, pero no lo sabía. Cuando murió lo dejó a su hijo. El hijo no lo sabía tampoco. Se convirtió en propietario del campo, y lo vendió. El comprador lo aró y descubrió el tesoro.

 

- Pues bien, ¿quién de nosotros descubrirá el tesoro escondido en la tierra? El que la cultive. ¿Quién encontrará la verdad? El que la profundice como un pozo. ¿Quién descubrirá los tesoros que lleva dentro de sí? El que entre en sí mismo, se libere de las escorias y se ofrezca a los demás.

 

Se acercaron todavía más amigos, viendo a Jesús que hablaba con algunos discípulos, y se formó a su alrededor un gran círculo. Comenzó entonces a hacer algunas confidencias.

 

LAS ESTRATEGIAS.

 

Jesús: - Amigas, amigos, ha llegado el momento de hablar, de confiarles lo que pienso sobre el futuro. Esta será probablemente la última ocasión en que beberé el fruto de la vid junto a ustedes. Ustedes escucharon que me han advertido: quieren matarme. Y esto deriva simplemente de lo que he hecho, de lo que somos, de nuestro modo de pensar y de vivir. Lo preveía, y voy al encuentro de este final con plena conciencia. No sólo, sino que además pienso que el modo en que moriré será la afirmación, el cumplimiento de la vida que he hecho, y de la vida nueva que buscamos construir.

 

Todos escuchan con el corazón en la garganta estas palabras de Jesús, y ninguno se atreve a decir palabra.

 

Jesús: - La situación es dramática. La crisis está en su fase terminal, se está pasando a la disolución, a la descomposición, y vendrán tiempos peores, de pobreza, de carestía, de conflictos, de opresión. Frente a esto algunos se encerrarán asustados en sus casas, otros se convertirán en delincuentes y se defenderán de la crisis robando y agrediendo, otros tratarán de gozar la vida a través de pequeños desesperanzados placeres que los consumen y los enferman y los suicidan, otros en fin cierran los ojos y continúan viviendo como si nada ocurriera, repitiendo y rigidizando sus propios hábitos. Los poderosos se fortifican.

 

- Si me persiguen a mí, es previsible que los perseguirán también a ustedes. Si será así ¿qué se puede hacer? Estoy por dejarlos. Si yo falto ¿qué harán ustedes?

 

Judas, casi gritando: - La crisis ha puesto el sistema al borde del precipicio, y basta darle un último empujón y caerá como un palitroque. Y seremos nosotros los que lo empujaremos, contigo a la cabeza, contigo como Mesías. Las masas están cansadas de estar sometidas, y están dispuestas a rebelarse, pero necesitan un jefe, y tú eres el único que lo puede hacer. ¡Cuántas veces en estos años has enfrentado situaciones de peligro, y saliste siempre victorioso! ¡Tu presencia física y tu energía mental! ¡Tu capacidad de despertar, controlar y guiar a las masas! Precisamente en estos últimos días has dado lo mejor de ti, en el Templo, en la entrada a la ciudad. ¡Nada de dejarse matar! ¡Te llevaremos al triunfo! Y si tú no quieres hacerlo, yo y mis compañeros te obligaremos a luchar. Tenemos las armas para hacerlo...

 

Jesús, sereno: - Escucha Judas, si piensas que eso es lo que debes hacer, si tu conciencia te dicta eso que dices, anda a hacerlo pronto.

 

Ninguno de los comensales comprende por qué le dice esto.

 

Pedro: - Jesús, yo estoy dispuesto a dar la vida por ti. Y me comprometo a continuar tu camino llevando adelante esta comunidad. Si tú llegas a faltar me comprometo a darle forma orgánica e institucional al grupo, de modo que no pueda ser destruido. Mantendré la unidad entre los doce discípulos, y difundiremos tus doctrinas y tus enseñanzas. Prepararemos los ritos que nos ayudarán a conservar la identidad alrededor de tu nombre, como una verdadera iglesia.

 

Jesús: - Dices que darás la vida por mí y que continuarás mi obra, pero ya me estás negando, no una sino tres veces, porque la creación de un grupo dirigente no es coherente con mi proyecto, y no es una doctrina lo que yo enseño, y no es una iglesia lo que me propongo. Mi único mandamiento es que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, así ámense ustedes los unos a los otros. Sólo por esto los deben reconocer.

 

Pedro y Judas se miran con recelo, y avanzan un paso uno contra el otro, pero se detienen ante la mirada de Jesús.

 

Marcos, que ha escuchado y visto todo, se acerca a Feliciano y le susurra: - Deberé recordar todo esto y escribirlo, escribir esta historia...

 

Se produce un silencio. Jesús se levanta, camina hacia el fondo del jardín alejándose de todos. Alza la vista y mira el cielo lleno de estrellas.

 

LA MEMORIA.

 

Un rato después, Feliciano va en busca de Jesús con paso decidido. Ha tenido una idea y siente la necesidad de darle una forma precisa.

 

Jesús lo siente llegar, se vuelve y le pregunta:

 

- ¿Quieres decirme algo?

 

Feliciano: - Sí. Me estoy haciendo preguntas, que sólo tú puedes responderme. He comprendido que estás seguro de que vas a morir pronto, y me pregunto qué piensas que será de nosotros, de la comunidad, cuando tú no estés. ¿Seremos verdaderamente perseguidos y eliminados también nosotros?

 

Jesús: - Mira, Feliciano, he actuado de manera que se concentre sobre mí todo el odio de los poderosos, y serán tan crueles que se avergonzarán de lo que habrán hecho, y por esto no los atacarán a ustedes. ¿Has visto lo que ocurre cuando los pequeños mirlos recién salidos del nido son observados por un cuervo que se prepara para matarlos y baja hacia ellos? El mirlo padre avanza y se pone delante, entre el cuervo y los mirlitos, y grita, y golpea las alas, y provoca al cuervo, para desviar su asalto y hacer de este modo que los mirlitos se salven.

 

Feliciano: - De esta manera nos estás salvando de la muerte...

 

Jesús: - No es sólo esto. Los religiosos y políticos poderosos parecen personas sanas, civiles, que se preocupan por el pueblo, y en cambio son mentirosos, viles, injustos. Cuando me juzguen, me condenen y me asesinen, a mí que soy una persona pacífica, que no he hecho mal a nadie, actuarán de modo tan mentiroso, vil, cruel e injusto, que su mentira, su maldad, su injusticia y su crueldad quedarán a la vista y serán evidentes para todos. Y no solamente para los de esta generación, sino también para las generaciones futuras. Me destruirán de manera memorable, y yo espero que este pueblo simple, viéndolo, comprenda la verdadera naturaleza del poder político y religioso.

 

Feliciano: - Entiendo. Lo que hay que hacer es tomar conciencia de que el poder nos oprime, de que las estructuras son injustas...

 

Jesús: - No es suficiente. El poder de los poderosos es más ilusorio de lo que se cree. Los poderosos no dominan directamente a las personas, sino que lo hacen mediante la imagen del poder que se ha introducido en la mente de cada uno. Los poderosos obtienen su fuerza utilizando la fuerza de los mismos dominados, o sea, de aquellos que les temen porque los han representado en sus mentes como poderosos. Las personas, en síntesis, se temen a sí mismas, y se temen unos a los otros. La liberación es posible solamente cuando muchas personas, las mayorías, eliminen en su propia mente la imagen ficticia del poder que temen. La liberación consiste en no tener miedo. Por tanto ¡no tengas miedo! Feliciano.

 

Feliciano: - ¿Y nosotros? ¿Qué debemos hacer, sin tí? ¿Nos disolveremos como grupo? ¿Que cada uno vuelva a su casa? ¿Organizaremos una iglesia, como quiere Pedro? ¿Enfrentaremos al poder, como quiere Judas?

 

Jesús: - Espero que no decidan nada de eso, que no sigan ninguno de esos caminos. Quisiera en cambio que continúen, unidos en amistad, y que hagan otras fiestas y cenas como esta, cuando sientan la necesidad o el deseo de realizarlas. Y que esta vida nueva que hemos empezado a experimentar entre nosotros se difunda y se extienda por el mundo entero.

 

Feliciano: - ¿Cómo quisieras tú ser recordado por nosotros? ¿Y cómo debemos hacer para que no se pierda tu memoria en el futuro?

 

Jesús: - Escucha, atento, a lo que quiero decirte, y te lo digo a ti porque eres joven y tienes los oídos abiertos y quieres entender bien.

 

- Ante todo, no quiero que ustedes se conviertan en mis seguidores, ni que organicen en mi nombre un movimiento de liberación política, como piensa Judas.

 

- Tampoco quiero que se conviertan en discípulos que organizan una iglesia, una organización religiosa, con estructuras, sacerdotes y fieles, sacrificios y ritos, como piensa Pedro.

 

- Porque la organización política y la organización religiosa, si triunfan, terminan creando un poder que subyuga y que oprime. Me habrás escuchado decir tantas veces que no hay que ser como los jefes de las naciones ni como los jefes de las religiones.

 

Feliciano: - ¿Y entonces?

 

Jesús: - Mi proyecto es que las personas, movidas por sus propias búsquedas y por su propia experiencia interior, lleguen a ser cada vez más creativas, autónomas y solidarias. Y que se unan en comunidades abiertas y fraternales, de trabajo y de compartición, de búsqueda del conocimiento y de la belleza. Que se ayuden los unos a los otros para vivir mejor, más felices. Personas y comunidades que construyan y que habiten una nueva civilización.

 

Feliciano: - Pero no me has dicho aún cómo quieres ser recordado tú.

 

Jesús: - A mí, me importa mucho la memoria, el ser recordado, no sólo por ustedes, sino también por otros, a lo largo del tiempo. Y quisiera que recuerden y difundan mis acciones y mis palabras. Que mis acciones sean recordadas tal como las he realizado, y que mis pensamientos sean conocidos tal como los he expresado. Quisiera que no fueran deformados, como sucede a menudo, porque los discípulos, queriendo afirmarse a sí mismos, convierten a aquél al que siguen en un dios, en un ser milagroso y por encima de la naturaleza humana. Y falsifican los pensamientos de sus maestros, construyendo en base a ellos una doctrina cristalizada, un sistema teórico completo, del cual no se puede ir más allá porque contiene ya en sí mismo toda la verdad y todo el conocimiento.

 

Jesús continúa por largo tiempo conversando con Feliciano, confesándole sus más íntimos pensamientos, contándole aspectos particulares de su vida. Hasta que llega Marcos.

 

Jesús, dirigiéndose a ambos:

 

- Volvamos a estar con los demás, que nos esperan, y de los cuales quiero despedirme exhortándolos a recordar esta fiesta y esta cena, e invitarlos a que fiestas y cenas como ésta sean el modo en que la comunidad se recrea continuamente y se perfecciona.

 

Caminando, Jesús nota detrás de un árbol a un joven y una joven que se besan. Sonríe. Y más adelante ven a una pareja de ancianos que duermen abrazados. Jesús, Marcos y Feliciano se intercambian miradas. Sonríen.

 

Luis Razeto y Pasquale Misuraca

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