LA RELIGIÓN
Una tarde de un día transcurrido en alegre soledad caminando a lo largo de la orilla del lago, Jesús vuelve a casa llevando un canastillo de frutillas que compró en un mesón en la calle. Acercándose, escucha el murmullo de los amigos reunidos, y asomándose al umbral, ve a doce de ellos agrupados alrededor de tres mesas, cuatro en cada una, empeñados en algo que parece muy serio.
Después de un largo minuto de observación respetuosa, Juan es el primero en darse cuenta de la presencia de Jesús. Instantáneamente advierte a los demás que él ha llegado. Se produce un silencio, alguno recoge y ordena los papeles donde está tomando apuntes, otro sonríe embarazado, hasta que Pedro toma la palabra y dirigiéndose a Jesús explica:
- Maestro, hemos formado tres comisiones, porque queremos proponerte algunas ideas organizativas sobre nuestra comunidad. Evaluamos que ha llegado el momento de ser más precisos, más incisivos.
Jesús se sienta al lado de Juan y se dispone a escuchar.
De nuevo Pedro (indicando a Nataniel):
- Expone un poco tú, los resultados del trabajo.
Nataniel (poniéndose de pie y tomando un par de papeles):
- Ehm... Nuestra comisión se aboca a precisar la doctrina, las ideas, las creencias que guíen a nuestro movimiento. Pensamos que debemos tener un documento que exponga claramente aquello que es preciso creer para ser uno de los nuestros. Puede ser un manifiesto, o un catecismo, o un manual de lecciones elementales, que permita a cada uno reconocer las verdades a las que es necesario adherir.
Jesús: - ¡Interesante! Y ¿cuáles serían estas verdades?
Nataniel: - Beh, nosotros tenemos algunas ideas, pero naturalmente que esperamos de ti la última palabra. Por ejemplo, así desordenadamente, que el alma después de la muerte será premiada o castigada, conforme a… (mostrando un momento de incertidumbre) algunos dicen que en base a la fe, otros que según las obras. O esta otra verdad: hay un Dios, único y solo, por encima de toda realidad, que se hace conocer mediante los Profetas… o (indicando con la mirada a los que lo piensan de otro modo), hay un Dios que se personifica e interviene constantemente en lo que acontece. También ésta: los Libros Sagrados, en cuanto revelados directamente por Dios, deben ser tomados a la letra; si bien hay aquí alguno que considera que deben ser interpretados teniendo en cuenta la cultura de la época en que fueron escritos. Y escucha esta otra cuestión que nos ha exigido mucho trabajo: la justicia social ¿se construye alrededor de la idea de igualdad, porque todos somos hijos de Dios, o bien alrededor de la idea de libertad, en cuanto somos todos imágenes de Dios?
Pedro: - ¿Ves, Jesús? Hay una necesidad absoluta de dirimir cuál es la doctrina justa, ¡las verdades en las que creer y que debemos defender todos juntos!
Se produce un silencio electrizante. Algunos se acomodan en la silla, y todos penden de los labios de Jesús.
Jesús: - El conocimiento… (toma de la cesta una frutilla, la palpa, la huele, la mira, la saborea) es una experiencia. Una experiencia de lo que está a nuestro alrededor, y de lo que está en nuestro interior. Prueben estas frutillas, digo, con todos los sentidos, y considérenlas como expresiones y productos de la naturaleza entera, en el espacio y en el tiempo, que manifiesta su propia belleza, su propia bondad, su propia verdad.
Todos toman una frutilla y hacen lo que vieron hacer a Jesús. Larga pausa.
Jesús: - Ahora presten atención a esa telaraña (indicando una esquina del techo): es la obra de una arañita - ¡hela ahí! ¿La ven? Temprano en la mañana, al primer rayo del sol, sale de su escondite y se lo goza un rato. Después arregla la tela y se prepara para capturar a los insectos que caigan en ella por no haberse dado cuenta de su belleza invisible. El conocimiento es darse cuenta de la belleza, de la bondad, de la verdad, presentes en las cosas pero invisibles para aquellos que no tienen ojos para ver.
- Ahora, cierren los ojos… escuchen el silencio… dejen de razonar… sientan lo que les sucede dentro…
Algunos de los amigos alcanzan de este modo un conocimiento de sí mismos, hacen una experiencia interior de una realidad desconocida. Otros permanecen en el umbral, hasta que Tomás suelta:
- ¿Pero al menos se puede afirmar que Dios existe?
Jesús: - Mira, Tomás, la cuestión no es afirmar o negar una creencia. La respuesta a tu pregunta la debes encontrar en ti mismo, la debe encontrar cada uno, como una experiencia cognitiva. Profundizando en el conocimiento de lo que nos rodea y de lo que tenemos dentro. Como escribió Antoine de Saint Exupéry, “la verdad se cava como un pozo”.
Nataniel se sienta, doblando los papeles que tiene en la mano. Un amigo que está a su lado esconde discretamente sus apuntes.
Pedro, sin el menor signo de turbación, indicando a Tadeo: - Expone ahora tú el resultado de esa comisión de trabajo.
Tadeo se levanta a su vez, mira a todos y se dirige a Jesús:
- Maestro, tuvimos esta idea de participar activamente en la construcción de nuestro proyecto. Nuestra comisión se está ocupando de la cuestión moral. Hemos pensado que es necesario indicar sin equívocos y con mucha fuerza cuáles sean los comportamientos que hay que asumir y cuáles hay que condenar. Por lo tanto, se trata de formular un código de conducta, una ley, un conjunto de reglas, que debemos compartir entre nosotros e imponer a los seguidores, exigiéndoles el respeto y la observancia.
Jesús: ¡Ah! Bien. ¿Qué han comenzado a pensar al respecto?
Tadeo: - Por de pronto, hemos pensado en dividir el campo: por una parte las acciones pecaminosas, de las que hay que huir y condenar, y por otra las obligaciones morales, que hay que respetar y cumplir. He aquí una larga lista (poniendo ante sí los apuntes), de la que te leo los primeros items: no hacer sexo entre personas no casadas, o del mismo género, no sólo por placer y menos aún por dinero; por tanto, queda condenada la lujuria y la prostitución. No desear ser superiores a los otros, despreciándolos; por tanto, es condenada la soberbia y el orgullo. No robar, no desear los bienes de los demás, no acumular sólo para sí riquezas sobre riquezas; por tanto son condenados el hurto, la envidia, la avaricia. No crear corrientes y círculos sectarios tendientes a la conquista de la dirección del movimiento y que atenten a su unidad; por tanto es condenado el fraccionalismo y la ambición de poder.
Después Tadeo toma la lista de las obligaciones morales, y con gran seguridad comienza a explicar las ideas que han elaborado, referentes a la castidad, a la humildad, a la obediencia, a la disciplina, a la modestia, a la pobreza, a la obligación de pagar los impuestos y la cuota de inscripción en el movimiento, la de dar limosna, el espíritu de servicio, y así en adelante.
Pedro, casi interrumpiendo a Tadeo y visiblemente complacido por el trabajo de la comisión moral, dice:
- ¿Qué te parece, Jesús? ¿Hemos hecho o no una cosa útil?
Jesús (dirigiéndose a Tadeo, que había permanecido de pie):
- Siéntate y razonemos un poco sobre todo esto. (Dirigiéndose ahora a todos): La moral no consiste en la elaboración de normas, mandamientos y reglas externas a las personas, impuestas por una autoridad que exige y controla, que premia y castiga, como un código formal, como un formulario mecánico de los actos permitidos y prohibidos. Nadie puede imponer a otros una moral.
Pedro, acomodándose en la silla:
- Entonces ¿cada uno hace lo que quiere?
Jesús: - “Escúchenme todos y entiendan bien: no hay nada fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga”.
Los amigos de Jesús permanecen inciertos e intercambian miradas interrogativas, hasta que Juan le pide que explique mejor, quizás con algún ejemplo, lo que quiere decir.
Jesús: - “¿Así que también ustedes están sin inteligencia? ¿No comprenden que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón?”. Pero demos todavía otro paso: así como no hay nada que entrando en el hombre desde fuera pueda contaminarlo, no hay nada que viniendo desde fuera pueda salvarlo. Ninguna conducta impuesta o inducida autoritariamente a alguno lo convierte en un hombre o una mujer mejores.
- Consideren las drogas, tan en boga hoy en día. Tantos jóvenes y no tan jóvenes creen que introduciendo en sus cuerpos ciertas sustancias químicas pueden liberarse de los condicionamientos sociales y ser más felices. En verdad les digo que ese camino conduce a la mutilación progresiva, al embotamiento de las propias facultades, a la dependencia y a la degradación.
- Las virtudes, el crecimiento personal, el buen vivir, nacen al interior de cada uno. Así como la verdad se conquista cavando en la propia interioridad, la virtud se conquista elevándose desde lo que se es, liberándose de los condicionamientos del sistema, tendiendo no a adecuarse a las leyes de un código sino moviéndose hacia la perfección de nuestro Padre celestial.
- A propósito de la obligación de dar limosnas, mientras venía para acá con gran deseo de encontrarlos, se me acercó una mujer mendigando, moviendo los pies y las manos de una manera extraña, con la evidente intención de despertar mi piedad y pidiéndome dinero con lamentos. Me tiraba la túnica rogándome e insistiendo en su danza macabra. Pero yo me había dado cuenta de que aquellos movimientos artificiosos fingían una enfermedad que no existe. Y ustedes ¿se han dado cuenta que muchos mendigos se empequeñecen a sí mismos para obtener las limosnas? Pues bien, ¿saben qué hice? Le dije a quemarropa a la mujer: “Esta enfermedad tuya no existe”. Ella, como si hubiera obtenido un milagro, se alejó caminando expeditamente.
- El camino hacia el bien no puede consistir en una moral de pequeñas virtudes que tornan a las personas temerosas, sometidas, culpabilizadas, blandas. Es, en cambio, un itinerario de crecimiento, de superación, de completamiento y de realización.
Todos callan, tratando de comprender lo mejor que pueden, las nuevas palabras de Jesús, el cual se levanta y ofrece nuevamente las frutillas a los amigos. Al fin, se dirige a Pedro, que se había quedado enmudecido y pensativo.
Jesús: - Y la tercera comisión, Pedro, ¿sobre qué se ha interesado?
Pedro (poniéndose de pie):
- Sí. La hemos llamado comisión organizativa. Nos hemos ocupado de la cuestión del poder decisional, de la jerarquía entre los niveles organizativos, del organigrama funcional, de los rituales y de las liturgias correspondientes a cada actividad colectiva. Por ejemplo, hemos discutido sobre las estructuras de gobierno de nuestro movimiento. Yo pienso que debemos tener un solo jefe, un gran jefe, que naturalmente eres tú, Jesús, pero que en cierto momento podrás decidir traspasar el poder a uno de nosotros, que será como un continuador tuyo, un representante de ti. Hay alguno entre nosotros que piensa en cambio en un colegio, o en un comité central, un colectivo de dirección en síntesis, que concentre todo el poder. Y está incluso uno que se imagina una asamblea permanente en que todos participen, pero esto me parece verdaderamente ¡impracticable!
- Otra gran cuestión organizativa se refiere a cómo hacer entrar a los nuevos integrantes en nuestra organización, qué rituales de iniciación son necesarios, cuáles requisitos de pertenencia deben poseer los aspirantes. Tenemos una serie de propuestas que hacerte: por ejemplo, una ceremonia de purificación, un bautismo, un curso breve de formación, digamos de alrededor de veinte horas de catequesis, la entrega de un carnet que certifique la militancia.
- Otra importantísima cuestión organizativa se refiere a los procedimientos a través de los cuales se constituyen los grados jerárquicos indispensables entre el jefe y la base. Pensamos, por ejemplo, que cada uno de nosotros doce, que constituimos el círculo originario, tendrá la capacidad, el poder de individuar entre los tantos que forman la base, a aquellos que se muestren más inteligentes, más dóciles, más agradables, más carismáticos, y una vez elegidos, formarlos en la doctrina y en la ética de nuestro movimiento… digamos, una escuela de cuadros.
Pedro se detiene, llena un vaso de agua, lo bebe, y retoma la palabra:
- Estos cuadros intermedios que seleccionamos y cooptamos, podrán subir en la escala jerárquica, en la pirámide de la organización, adquiriendo méritos, disciplinadamente. A ellos nosotros le concederemos poderes y les atribuiremos cargos que serán puestos de manifiesto ante todos mediante ceremonias públicas, liturgias espectaculares, ritos memorables. De este modo la organización quedará sacralizada, y se mantendrá como un todo jerárquicamente estructurado, desde el vértice a la base y desde la base al vértice, por medio de peldaños bien encadenados: diáconos, sacerdotes, obispos, cardenales; o bien, secretario de célula, dirigente seccional, jefe de departamento, miembros del consejo central, secretario general.
Satisfecho de su propia exposición, con un gesto comprensivo de las manos y una mirada panorámica, Pedro se acomoda en la silla y enciende una vela.
Jesús (como hablando a sí mismo):
- ¿Cómo hago para explicarme?
Se levanta, pensativo, y sale fuera de la sala. Poco después vuelve sobre sus pasos y retoma su puesto.
Jesús: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el siervo de todos. Ustedes saben que quienes son considerados jefes de las naciones las dominan, y que sus poderosos ejercitan sobre ellos el poder. Pero entre nosotros no es así”. Se están imaginando a nuestra comunidad tomando como ejemplo el Imperio, o como copia de un ejército, de un Estado, de un partido, de una mafia, con estructuras burocráticas y jerárquicas. Estructuras de poder que tienden a conformar las personas a un orden establecido.
- De dicho orden ustedes mismos se eligen como jefes y, para asegurarse de que nadie ponga en discusión a la organización, sacralizan las estructuras y los procedimientos.
- Pero ¿cómo? En vez de construir algo que nos acerque a todos un poco a nuestro Padre celestial, una religión del conocimiento, de la fraternidad y de la libertad, en la que florezcan y crezcan mujeres y hombres creativos, autónomos y solidarios, ustedes se inventan una religión de creencias, de normas y de ritos, que produce adeptos, dóciles y practicantes?
Un largo silencio desciende sobre la sala. Los doce están incómodos y desilusionados: habían trabajado con el convencimiento de contribuir al proyecto de Jesús y en cambio lo ven irritado.
Finalmente Andrés, el hermano de Pedro, señala un problema y se atreve a plantear una pregunta:
- Pero ¿debe haber al menos un modo de definir nuestra identidad? ¿Debemos identificar un lugar físico, un centro de irradiación hacia el mundo, al cual todos hagan referencia?
Jesús: - Pero nosotros somos un movimiento itinerante, que no tiene un puesto fijo, que no se pone en un castillo sobre una montaña desde la cual mirar al mundo desde arriba hacia abajo. Son años que estamos en movimiento, y debemos continuar caminando junto a los demás.
- Y en cuanto a la identidad, esta no se construye alrededor de un centro, de una institución, sino que se despliega y articula como una red en la cual cada participante es un centro, cada pequeño grupo es un nudo. Cada uno se presenta a los demás con palabras y acciones, contando lo que siente, lo que piensa, lo que hace. E invita a los otros a mostrarse. Y las personas y los grupos, conociéndose y reconociéndose, establecerán relaciones libres, emprenderán iniciativas compartidas, crecerán enriqueciéndose recíprocamente.
A medida que la reunión iba desarrollándose avanzaba la tarde y se entraba en la noche oscura. Poniendo fin a los discursos y a los diálogos, todos, uno tras otro, salen al patio y quedan fascinados por la luz acariciante de una enorme luna llena que les alegra el corazón.
Antes de salir de la sala Pedro se acerca a Feliciano y le dice:
- Recoge los apuntes de las tres comisiones y tráemelos.
Luis Razeto y Pasquale Misuraca
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