EL TRABAJO
El sábado de una semana en que habían realizado diversas iniciativas sociales y culturales, unos setenta participantes en estas actividades, que habían citado en una plaza de la periferia de la ciudad, comienzan a sentir hambre y sed, y pronto se dan cuenta de que nadie ha pensado en organizar las comidas de ese día.
Pedro se acerca a Marta y le pregunta: - Tú que vives por aquí cerca, ¿nos puedes ayudar en esta ocasión?
Marta: - ¡Seguro! Tengo en mi casa dos sacos de papas que guardaba para el invierno.
Pedro: - Bien... Yo puedo pedirle a mi hermano Andrés, que creo ha ahorrado algo de dinero. Vamos a hablar con él.
Se acercan a Andrés, le presentan la situación, y Pedro le pregunta: - Mira, Marta ofrece generosamente las papas y su cocina. ¿Puedes tú donar el dinero que se necesita para comprar, digamos, seis o siete pollos?
Andrés: - Beh, tengo algo de dinero guardado, que he ahorrado con la intención de comprar una nueva red para pescar. Pero... dada la situación, no puedo negarme. Voy yo mismo al mercado a comprar esos pollos y los llevo a la casa de Marta.
Judas, que se había acercado al observar los movimientos de Pedro y Marta, viendo la generosidad de Andrés, interviene:
- Yo tengo buenos amigos por estos lados. Estoy seguro que si les expongo la situación nos regalarán el vino.
Pedro: - Óptimo. Con esto tenemos todo lo que nos sirve. Que cada uno haga lo que hemos establecido. Yo informo a los demás y les digo que vayan a medio día a la casa de Marta. Yo iré en seguida y les ayudo en la cocina.
En efecto, a medio día estaba todo listo, y comieron y bebieron alegremente. Pedro se pone de pie y golpeando una cuchara en la copa de vino reclama la atención de todos:
- ¡Amigas y amigos! Debemos agradecer la gran generosidad de nuestros queridos compañeros Marta, Andrés, y Judas, que han preparado para todos nosotros este magnífico almuerzo. Marta aportó las papas, Andrés compró los pollos, Judas se consiguió el vino… y yo contribuí pelando las papas. ¡Agradezcámosles con un aplauso!
Resuena un gran aplauso, muchos se ponen de pie y brindan a la salud de los cuatro. Un grupito levanta a Judas, otro a Andrés, y los llevan en andas de paseo, festejándolos.
Cuando vuelve la calma, Jesús, que había permanecido tranquilo a un costado y que había participado aplaudiendo a los cuatro amigos, toma la palabra:
- Estamos contentos porque también hoy hemos comido en alegría y amistad, y nos hemos beneficiado de la prodigalidad de Marta, Judas, Andrés y Pedro. Pero debemos reflexionar bien sobre lo que ha sucedido.
Se aplaca el murmullo y todos se predisponen a escucharlo.
Jesús, dirigiéndose a Marta: - Marta ¿es verdad que tenías reservadas esas papas para alimentar a tu familia el próximo invierno?
Marta confirma, inclinando la cabeza.
Jesús, dirigiéndose a Andrés: - Y tú, Andrés, tenías este dinero para comprar la red que necesitas, ¿no?
Andrés: - Es verdad.
Jesús, a Judas: - Este vino lo has pedido a tus amigos, ¿no es así?
Judas: - Sí. Formo parte de una pequeña asociación de compañeros.
Jesús, a Pedro: - Y tu, Pedro, ¡estarás muy satisfecho por haber resuelto el problema que teníamos, contando con la generosidad de ellos!
Pedro: - Cierto. ¡Estos tres se comportaron de manera ejemplar!
Desde el fondo llega una voz entusiasta: - ¡Ha sido tal como tú nos has enseñado!
Jesús: - Un momento, amigo. ¡No es esto lo que pienso!
Otra voz, femenina, que habla siempre desde el fondo del grupo:
- Es la Providencia divina ¿verdad? Recuerdo cuando nos hiciste ver que los pájaros y las plantas son alimentadas y vestidas por Dios sin que deban trabajar…
Jesús: - Me doy cuenta ahora, escuchando lo que dicen y observando lo que han hecho, que debo explicarme mejor. Para empezar, ¿están seguros de que hemos hecho bien al encontrarnos hoy tantos, sin haber previsto y sin habernos organizado en lo que a la comida se refiere?
Y les cuenta a ellos:
- “El reino de los cielos es semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. Como tardase en venir el esposo les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó vocear: ¡Ya está aquí el esposo! ¡Salgan a su encuentro! Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: dennos de su aceite porque nuestras lámparas se apagan. Pero las prudentes les respondieron: Mejor es que vayan a quienes lo venden y compren, no sea que no alcance para ustedes y nosotras. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras vírgenes diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les respondió: En verdad les digo que no las conozco.”
Jesús continúa diciendo:
- Hemos sido necios, pero tampoco Pedro, Marta, Andrés y Judas se han comportado como las vírgenes sabias. Marta tendrá problemas este invierno para dar de comer a los suyos. Andrés pescará mal sin una red nueva. Judas ha quedado comprometido con sus compañeros y nos ha hecho un poco dependientes de ellos. Y tú, Pedro, ¿te das cuenta de que, ocupándote de pelar las papas, dejaste a todo el grupo vagabundear alrededor de la plaza, sin guiarnos en el trabajo que habíamos pensado realizar esta mañana? Si sacas la cuenta: somos setenta y dos, cuatro horas cada uno, suman doscientos ochenta y ocho horas, o sea, treinta y seis días de trabajo perdidos.
- Y en cuanto a las aves del cielo y a las flores del campo, tengo un amigo, ustedes no lo conocen porque no es de nuestro grupo, Antoine de Saint-Exupéry se llama, que me ha enseñado esto: “Se vive sólo de aquello que se transforma. Vivir, para el árbol significa sacar de la tierra y transformarla en flores”. Las flores son producto del trabajo de las plantas, que extraen de la tierra los materiales para su construcción. Los mismos pájaros son el producto de un secular proceso de transformaciones sucesivas, de trabajo creativo. El universo entero está siempre trabajando, y siempre en transformación, produciendo hermosísimas novedades. Surgen nuevas galaxias, nuevos paisajes, nuevas especies vegetales y animales. Y nosotros, los seres humanos, que somos el producto más refinado de este laboratorio universal, y que formamos parte de este universo, llevamos adelante, tornándolo siempre más creativo, este proceso de crianza de la vida. Esto es el trabajo. Con nuestro trabajo podemos crear realidades más bellas que las flores y volar más alto que los pájaros.
- El trabajo humano no debe estar dirigido a amontonar riquezas, ni debemos angustiarnos por las necesidades futuras, porque, si cumplimos el trabajo de cada día, todo aquello que necesitaremos lo tendremos por añadidura. Si no trabajas debes preocuparte por el futuro, pero si te ocupas en el presente, si trabajas cada día, tendrás siempre lo que necesites. Bástele a cada día su afán.
- Nosotros, en cambio, ¿qué acabamos de hacer? Para resolver el problema de hoy, no habiendo trabajado ayer, hemos comprometido el mañana.
-Pedro: - ¡Lo entendí! (arremangándose la camisa). Pongámonos de inmediato a trabajar. Y el trabajo de hoy consistirá precisamente en aclararnos las ideas y organizar nuestras actividades económicas, de modo que en los próximos días sabremos bien qué hacer y cómo proveernos de lo necesario para sustentarnos y para actuar, llevando adelante nuestro proceso. Tomemos las sillas y dispongámonos en círculo bajo el parrón.
Se forma un doble círculo concéntrico, y se desata una verdadera lluvia de ideas: está el que se propone ir a ofrecer su trabajo a una fábrica de ladrillos, el que dice que ha tenido conocimiento de que en la aldea cercana hay una oferta de diez trabajos estacionales, otro revela que desde hace algún tiempo está pensando en levantar un punto de ventas de alimentos y que podrá contratar a dos obreros dependientes, dos expertos pescadores se plantean organizar un negocio comprando a los pescadores a bajo precio y vendiendo a los de la ciudad con una buena ganancia, algunas mujeres están dispuestas a ponerse al servicio en las casas de personas pudientes que les darán de comer y algo de dinero además.
Jesús ha escuchado tranquilamente estas ideas, y se muestra satisfecho de la voluntad de trabajo de sus amigos. Cuando comprende que ya no hay más ideas nuevas, toma la palabra.
Jesús: - Muy bien, amigos, veo que estamos todos orientados a trabajar, y ésta es ya gran cosa. Pero hay otro modo de hacerlo, otro modo de trabajar, que me parece que ustedes no conocen.
Todos se predisponen a escuchar, curiosos. A partir de ese momento, con la participación de todos y la guía de Jesús, se desarrolla en la comunidad una actividad que constituye para cada uno una experiencia nueva, en la que se van involucrando uno tras otro.
Jesús comienza con este discurso:
- Puesto que el trabajo debe ser para cada uno un proceso de crecimiento y de realización personal, placentero y no un doloroso sacrificio, partiremos de lo que cada uno de nosotros es, de lo que cada uno sabe, y de lo que a cada uno le gusta hacer. Por ejemplo tú, Marta, cuéntanos qué cosas has realizado en tu vida, cuáles son los trabajos que has hecho, y cuáles de ellos te han gustado más.
De este modo, uno después de otro son todos invitados por Jesús a presentarse ante los demás, contando sus propias experiencias laborales, sus propios deseos respecto al trabajo que quisieran realizar, sus propias vocaciones.
De todo ello surge una conciencia colectiva sobre la notable diversidad de las experiencias, las características y los deseos de los participantes en el grupo.
Feliciano, que está tomando apuntes, escribe y subraya: Partir de lo que se es, de lo que se sabe y de lo que gusta.
Jesús: - Nos hemos conocido, sabemos lo que cada uno sabe hacer y lo que quisiera hacer, y por lo tanto podemos pasar a una segunda actividad, la de formar grupos de trabajo.
- ¿Por qué debemos formar grupos? En base a lo que hemos escuchado en las anteriores presentaciones personales, tanto quienes se disponían a trabajar contratados por otros, como los que se mostraban listos para ser patrones, enfrentaban un problema real: el de no lograr por sí solos realizar una actividad productiva completa. Pero resolver este problema de esas maneras implica establecer relaciones de subordinación de unos respecto a otros.
- En el modo autónomo y solidario que les propongo, no se romperá la fraternidad entre nosotros. Entonces, hagamos esto: cada uno encuentre a otros que tengan competencias y experiencias complementarias, que les guste hacer cosas parecidas, y establezca relaciones con ellos pensando en trabajar juntos. Es mejor si en cada grupo hay mujeres y hombres, jóvenes y mayores.
Dos horas después se habían constituido unos diez grupos que, distribuidos en el parrón, conversaban animadamente.
Feliciano anota en su cuaderno: Complementariedad – afinidad – colaboración – variedad de géneros y de generaciones.
Jesús (reclamando la atención de todos): - Ahora, ocupémonos al interior de cada grupo, de individuar al menos una idea sobre un producto que hacer o un servicio que prestar, tal que pueda implicar la actividad del grupo. Debe ser alguna cosa precisa y de utilidad, sea para satisfacer las necesidades de la comunidad, las de los vecinos, o las de otras poblaciones.
Cada grupo presenta a los otros en la asamblea las ideas que ha elaborado.
Feliciano toma otro apunte: Productos y servicios útiles a nosotros y a los demás. Después levanta la mano.
Jesús: - Dinos, Feliciano, dinos lo que piensas.
Feliciano: - Veo un problema. Aunque logremos producir todo lo que nos propongamos, no produciremos todo lo que necesitamos. Estaremos obligados a intercambiar con otros. A menos que, para conservar nuestra autosuficiencia, nos contentemos con muy poco…
Magdalena se pone de pie y se dirige a Jesús:
- También yo tengo un problema que plantear. En nuestro grupo, que quisiera producir vestidos para mujeres y niños, nos faltan los materiales y algunas herramientas necesarias para realizar el trabajo. ¿Cómo las procuraremos?
María la hermana de Marta:
- Pero, Jesús, está surgiendo aquí que comenzaremos a comprar y a vender, a gestionar dinero y a frecuentar los mercados. ¿No nos ensuciaremos las manos? ¿No es que debemos más bien orientarnos a la oración, la misericordia con los enfermos y los pobres, y ello con perfecta pureza de alma?
Jesús: - Importantes cuestiones han planteado. Pero como ven se ha hecho tarde. A cada día basta su trabajo. Continuaremos mañana.
La reunión se disuelve lentamente, porque muchos se retrasan intercambiando impresiones, excitados por los acontecimientos y por las discusiones del día.
*
El día siguiente, temprano en la mañana se reúnen rápidamente y de buen ánimo. Imaginando una reunión como la del día anterior, toma cada uno su lugar recomponiendo los grupos. Jesús en cambio propone que los diferentes grupos se desplieguen por la ciudad, observando a la gente, informándose de lo que hacen, conversando con todos, y que se reencuentren después en la tarde.
Algo desconcertados, los grupos comienzan a dejar el patio. También Judas obedece, pero reclamando:
- ¿Y el trabajo? ¿No lo terminaremos?
Jesús se le acerca:
- Te acompaño. Me agrego a tu grupo.
En la tarde, lentamente, uno tras otro, los grupos regresan, y retomando sus puestos comentan las diversas experiencias que tuvieron. Jesús pide que cada grupo escoja y relate a todos, una de las experiencias que han tenido. Así, se presentan tantos personajes y situaciones.
El grupo de Marta conoció, en el mercado del barrio, a Mauricio el verdulero, un hombrón entretenido que vende dando informaciones sobre el origen de los productos, sobre la manera de presentarlos en los canastos evitando que las hortalizas amargas como las alcachofas queden al lado de las verduras dulces como los hinojos, e incluso contando generosamente sobre sí mismo y sus familiares.
El grupo de Judas se encontró con Ernesto, que vende tomates desde hace cuarenta años. Ernesto está atento a todo y a todos, incluso mirando de perfil, como algunas gallinas. Jesús lo ve sonreír bajo los bigotes, observando a un tipo que se desplaza alrededor de su negocio, y cuando éste se alejó le pregunta la razón:
- A parte de los pobrecitos y de los que sin dignidad se meten alguna cosa en los bolsillos – los he visto de todos los tipos en tantos años, y siempre aprendo algo nuevo -, están los que se acercan al puesto mirando los bolsillos de los compradores; si miran los bolsillos, no están ciertamente interesados en los tomates, ¿no?
Jesús: - Y tú ¿qué haces? ¿Le adviertes a los clientes?
Ernesto: - No directamente, nosotros estamos expuestos, aquí, pues debemos trabajar todos los días. Yo, cuando los veo acercarse con la mirada torcida, los enfoco, a los aspirantes a ladrones, me adelanto y les grito: “¿Qué necesitas?” Habitualmente entienden al vuelo y cambian de negocio, cambian de zona”.
El grupo de Nataniel había entrado al negocio de óptica de Daniel, que se encuentra en una calle central de la ciudad. Lo observan mientras está aconsejando el par de anteojos justos a una mujer de cierta edad, con una calma misericordiosa, escuchándola simpáticamente con sus ojos negros de hurón sin miedo y sin pecado. Sale la cliente, y mientras Nataniel se hace medir la vista, Daniel revela espontáneamente que la razón profunda por la que se dedica a óptico es que cuando niño pensaba que los ojos son la ventana del cerebro.
En el mercado techado, en el sector de pescados, exactamente al centro, el grupo de Marta se entretuvo ante el negocio de Nicolás. A pedido de uno del grupo, Nicolás les explica la mejor manera de cocinar el pescado que compraron. Llega una mujer bien vestida, acompañada por la doméstica, y compra calamares. Poco después entra un hombre y compra tótanos. Marta se da cuenta que no obstante los calamares y los tótanos se parezcan mucho, los calamares cuestan el doble que los tótanos, y le pregunta a Nicolás si es muy grande la diferencia de calidad entre ellos. No, dice Nicolás, son casi iguales. A mi, agrega, me gusta más el tótano. Marta piensa que volverá a comprar a ese puesto, porque encontrará ahí siempre óptimo pescado a precios honestos.
El grupo de Pedro había entrado al almacén de alimentos de Vicente y sus dos hijos, que es también una rosticería. Observan que la carne es trabajada en el taller artesanal que está detrás del negocio, desde donde llegan en oleadas, salame coralino, jamón de montaña, arrollado de campo. El negocio incluye además una gran mesa para la gastronomía, con los platos tradicionales de la zona, desde la pierna de cerdo a las salchichas a la parrilla. Y no sólo eso. Andrés hace ver a los otros la inteligencia de esta familia emprendedora, que ofrece alimentos esenciales de buena calidad a precios justos – aceite, vino, pan, queso, y todo lo demás. Con la sabia combinación de la calidad de los productos y la honestidad de los precios, logran competir con el gigante supermercado cercano.
El grupo de Juan recuerda la experiencia de Sandro, padre, y Rafael su hijo, propietarios de la mayor carnicería de la ciudad. “Cuando comencé – les cuenta Sandro mientras sigue trabajando - era un muchacho. Empecé a trabajar y no fui más a la escuela. A mí, me permitían hacer solamente dos cosas, al principio, mirar, me pasaba semanas viendo trabajar la carne a los maestros carniceros, y lo segundo era preparar el papel. En aquellos años se preparaba el papel para envolver la carne a los clientes – era entonces papel de paja - y se ponía una hoja encima de otra en el gancho, de manera que cuando se tiraba uno el siguiente quedaba listo para ser sacado. Además, el papel para los huevos, que era papel de diario. Se preparaba primero, con calma y sin desperdiciar nada, media hoja para los huevos grandes, un cuarto para los chicos”.
Juan se da cuenta de que cuando los clientes pagan, Rafael, que se ocupa de la caja, no retira de inmediato el dinero, sino que lo desplaza y continúa con el cliente que sigue. Intuye en este gesto de Rafael que está mas interesado en las personas que en el dinero.
Cuando todos los grupos terminaron de exponer sus experiencias, Jesús toma la palabra:
- Como han visto y vivido hoy, el mercado son los otros, y también nosotros somos el mercado. El mercado es lugar de encuentro, de intercambio, de conocimiento, de relaciones humanas y sociales. El mercado existe porque nos necesitamos unos a otros y porque trabajamos unos para otros. El mercado no es la fuente del mal, el mercado es malo si los hombres son malos, y es bueno si los hombres son buenos.
- Así, pues, los grupos constituidos, las empresas que organizaremos, trabajarán en el mercado y para el mercado de la manera buena y justa, creativa, autónoma y solidaria. Y las ganancias resultantes de nuestra producción y del intercambio, servirán para acrecentar nuestras capacidades de producción, para garantizarnos el futuro, y serán compartidas en conformidad con el trabajo y las necesidades de cada uno.
- Pero antes, es preciso adquirir independencia, liberarnos de las deudas: y reintegrar las papas de Marta, restituir el vino de Judas, comprar la red para Andrés.
En los meses siguientes la comunidad continúa desenvolviendo las actividades de aprendizaje, comunicación y expansión molecular, combinándolas con las actividades económicas y solidarias.
Luis Razeto y Pasquale Misuraca
SI QUIERES EL LIBRO IMPRESO EN PAPEL O EN DIGITAL LO ENCUENTRAS AQUÍ:
https://www.amazon.com/-/es/gp/product/B076DJVWYB/ref=dbs_a_def_rwt_hsch_vapi_tkin_p3_i11