LA RESURRECCIÓN
Los acontecimientos se precipitan. Los hombres del poder y de la ciencia no pueden tolerar y no saben comprender a este hombre grande y libre. Lo cercan, lo capturan, lo torturan, y finalmente lo matan. Los amigos se dispersan. Judas se suicida, Pedro lo reniega. Sólo algunas amigas se atreven a presenciar la tragedia, y se hacen cargo de su sepultura. Van al sepulcro y lo encuentran vacío.
*
Saulo de Tarso galopa a caballo en el camino a Damasco. Es un joven que no ha cumplido aún los treinta años. Obsesionado por el ansia de defender la pureza de su fe, el Templo y la Ley, va persiguiendo a todos aquellos que se muestran fascinados e influenciados por la figura misteriosa de Jesús, aquél coetáneo suyo que no conoció, y que predicó fuera del Templo, y que quiso reemplazar las prescripciones de los Libros Sagrados con la simple exhortación al amor de todos con todos.
Es de noche. El camino es interminable y desierto. El cielo está cubierto de nubes y ninguna luz de aldea o ciudad llega hasta él. Llegado a una encrucijada detiene el caballo, inseguro sobre la dirección a seguir, y escucha una voz a su espalda:
- Saulo, ¿por qué me persigues?
Saulo se gira, ve a un hombre y le pregunta:
- ¿Quién eres?
Jesús: - Soy Jesús.
Saulo se sobresalta, el caballo se encabrita y el jinete cae a tierra. El caballo escapa. Saulo y Jesús están solos, uno frente al otro. Saulo se levanta, observa largamente a Jesús, y le dice:
- No eres tú. Jesús murió.
Jesús: - Sí, morí. Y estoy vivo.
Saulo: - O estás muerto, o estás vivo. Cuando hay muerte, ya no hay vida, y cuando hay vida, no hay aún muerte.
Jesús: - Pero, tú eres un fariseo y crees en la resurrección.
Saulo: - Cierto, pero al final de los tiempos, cuando todos hayamos muerto.
Jesús: - Muere el cuerpo, que es corruptible. Pero el hombre no es sólo un cuerpo que se deteriora. “No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Así también es la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción, se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza, se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual”.
Saulo reflexiona, y luego afirma:
- Yo creo en lo que está escrito: el que cumple la Ley tendrá la vida eterna.
Jesús: - “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es la Ley”.
Saulo: - ¿Qué dices? Al contrario, la Ley es lo que impide a los hombres pecar. Los hombres y las mujeres que cumplen todas las leyes y observan todos los reglamentos, esos son mujeres y hombres virtuosos, y los que en cambio no se conforman deben ser vigilados y castigados.
Jesús: - Los torturadores de todas las dictaduras se justifican diciendo que no tienen culpa porque cumplen las leyes y las órdenes. Y los burócratas de todos los estados democráticos se justifican diciendo que observan los reglamentos cuando obligan a los ciudadanos a esperar interminablemente su turno, y cuando obstaculizan sus iniciativas hasta que no se deciden a poner el timbre decisivo sobre el conjunto de los certificados. Y los especuladores de todos los mercados se justifican de la pobreza que producen a su alrededor y de la destrucción de la naturaleza, diciendo que se limitan a seguir las leyes del mercado. Y cuando se han cumplido todas las leyes y todos los reglamentos, muchísimos hombres y mujeres han sido mutilados y asesinados, la mayor parte de los ciudadanos han dejado de participar activamente en la construcción de sus propias vidas o se han acostumbrado a una existencia sometida, y los consumidores se contentan de sustitutos o se resignan a los desechos. Y los torturadores, los burócratas, los especuladores y todos los otros, creen estar cercanos a Dios y ganarse el cielo porque cumplen puntualmente los rituales de las religiones de las que se declaran fieles.
Saulo queda sacudido por estas palabras, que le revelan el tremendo error que está cometiendo cuando, en nombre del cumplimiento de la ley, él mismo se ha convertido en un feroz perseguidor de seres humanos. Se pone las manos en la cabeza:
- Dios mío, ¡qué estoy haciendo!
Mira a Jesús y le pregunta:
- Pero ¿entonces? Si los hombres dejan de cumplir las leyes y de respetar las tradiciones, se dejarán llevar por sus propios instintos y actuarán como animales. Ya no habrá padres e hijos, gobernantes y gobernados, cada uno luchará por su propia afirmación y el hombre se convertirá en lobo para el hombre. ¿Y cómo se combate entonces el mal, el pecado?
Jesús: - Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. Y la respuesta debe venir desde dentro del hombre. Hay que actuar, pues, a partir del hombre, de su espíritu.
Mira lo que sucedió al comunismo. Nació para construir una sociedad de hombres iguales, libres y justos, sin clases, sin explotación, sin egoísmos. Impuso sobre un vasto imperio una nueva ley que obligaba a todos a la solidaridad, a la cooperación. Y he ahí, pasan una, dos, tres generaciones que viven conforme a esta ley, y de golpe, cuando el imperio cae, los hombres vuelven a despedazarse los unos a los otros. ¿Y por qué? Porque el orden había sido construido exteriormente, políticamente, jurídicamente, sin haber echado raíces en el corazón y en el espíritu de los hombres.
Así como el mal nace desde el corazón de los hombres, así el bien debe florecer de su corazón, y sin ello no hay ley que valga.
Saulo, todavía no completamente convencido, replica:
- Es justo lo que dices. Pero, hasta que todos los hombres no se hayan transformado por dentro, y hayan llegado a ser responsables, autónomos y justos, las leyes son necesarias. Porque habrá que controlar a los que oprimen a los demás, a los que matan, que roban, que plagian. ¿No nace la civilización humana precisamente de la creación y aceptación de las leyes?
Jesús: - Tienes razón, en efecto yo no digo que haya que abolir las leyes, sino que no esperemos de ellas el logro de la vida buena, creativa, libre y fraternal. En cada fase histórica los hombres se dan las leyes que corresponden a las necesidades sociales de su tiempo, al grado de desarrollo de la conciencia colectiva. Por otro lado, las leyes no dicen lo que hay que hacer sino lo que no debe hacerse, estableciendo la base mínima de las relaciones civiles, no alcanzando la cual el individuo es antisocial, y esto no es permitido porque daña a todos. Y en fin, las leyes no son eternas, fijas y rígidas, y van siendo superadas, mejoradas, reemplazadas a medida del desarrollo humano. Por eso, cuando digo que no hay que vivir sometidos a las leyes establecidas de vez en vez, digo que hay que vivir más allá de las leyes, y actuar según principios más elevados, conforme a niveles de civilización superiores a los existentes.
Saulo: - ¿Pero basta con ser interiormente puros para salvarse? ¿Bastan las buenas intenciones del corazón? ¿Nos debemos entonces separar del mundo e invitar a los otros a alejarse de sus tentaciones para vivir en la pureza de la fe?
Jesús: - Escucha, Pablo.
Saulo: - ¿Cómo Pablo?
Jesús: - Te llamo Pablo, porque te invito a actuar en el mundo entero. A llevar adelante lo que yo comencé. El buen corazón sin las obras es un corazón mezquino. Los hombres realizan las obras, y obrando crecen. Y cuando digo obras hablo de cultivar campos fecundos, construir casas acogedoras, guiar naves seguras y veloces, educar hijos virtuosos, curar a los enfermos, construir comunidades de hombres libres, descifrar el libro de la naturaleza, escribir con las palabras y con la luz ciencias y artes, buscar la verdad y el ser. Haciendo así, cada uno, aquello que puede y que sabe, según lo que le apasiona y según las necesidades del mundo, pero llevando potencias, conocimientos, pasiones y necesidades a los más altos niveles de realización humana, de modo que Dios se refleje en nosotros y nosotros en Dios.
El Padre nuestro celestial está inquieto, porque ha creado a los hombres queriendo que llegasen a ser libres, dueños de sí, creativos, hermanos, en armonía con la naturaleza; pero poquísimos llegan a ser lo que son, y los más se empeñan en ser inferiores a sí mismos. Dios no reencontrará la alegría hasta que los hombres vuelvan a ser personificaciones vivas de la divinidad.
- ¿Y yo podré hacer todo esto? - dice Pablo alzando los ojos al cielo.
Cuando los baja está solo. Escucha un trote y ve al caballo que vuelve. Monta, se suelta la espada, la deja caer a tierra, y parte al galope decidido a transformar el mundo.
Luis Razeto y Pasquale Misuraca
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