LA MULTIPLICACIÓN
El resultado de todo este trabajo es un movimiento multitudinario de personas que desean conocer directamente a Jesús, escuchar su palabra, comprobar directamente las obras que sus amigos difunden con entusiasmo, hacerse sanar, tocarlo. Llegan familias y grupos y caravanas de diferentes lugares, que acampan cerca del campamento de los compañeros de Jesús, en los alrededores de una ciudad situada entre la montaña y el mar.
Frente a este asedio, la primera reacción de Jesús es la de huir, alejarse, y se esconde en la ciudad. Vagando de noche por sus calles piensa intensamente.
¡La multitud! No me gusta la multitud, una masa de personas anónimas, que actúa instintivamente, sin pensamiento crítico, a merced del que grita más fuerte y del que gesticula de manera más teatral, que es arrastrada por los demagogos, un magma que se inflama con cualquier consigna y se disuelve a la primera dificultad, y que es capaz de las acciones más atroces. Una aglomeración en la que los individuos pierden su identidad y se convierten en hombre-masa. Y esta masa ahora está detrás de mí, persiguiéndome como a un divo, un mago, un salvador.
Y sin embargo, esta gente ha venido a encontrarme, a escucharme, están desorientados, tienen necesidad de ayuda, de consuelo, dirección, y esperan encontrarlo en mí, que sea yo que les indique el camino. Por otro lado, soy yo que los he atraído, mis amigos fueron a encontrarlos en las casas, en las plazas, hablándoles de lo que estamos haciendo, y han venido a conocer nuestra experiencia. No puedo esconderme, debo ofrecer también a ellos el mensaje de Dios. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hablar a una masa en la que no distingo los rostros, y en la cual se amontonan niños, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, enfermos y sanos, presuntuosos y humildes, curiosos e interesados?
La palabra. La palabra pura y simple, no inflada y modulada artificiosamente como hacen los actores, sino dicha de la manera en que los verdaderos poetas recitan sus poesías, haciendo que sean las palabras mismas las que expresen su significado y no la inflexión de la voz ni el espectáculo de los gestos. Una palabra que los lleve a pensar, no a la acción inmediata. Pero palabras que dejen su huella en la conciencia, en la memoria, en el corazón. Palabras que terminadas de decirse no susciten el aplauso de las manos ni el tamboreo de los pies, sino que resuenen adentro y por largo tiempo en cada uno de ellos, después, cuando silenciosos vuelvan a sus casas y retomen sus vidas. El anuncio de la vida nueva no ha de ser gritado como un manifiesto político sino pronunciado como un poema, un canto de palabras.
Sí ¿pero dónde? ¿En una plaza? ¿Subiré sobre una tarima y hablaré desde arriba hacia abajo, delante de una multitud amontonada y hormigueante? No, la ciudad no favorece la atención, es una maquinaria para distraer, para traficar. Debo encontrar un lugar natural lejano del ajetreo habitual, bajo el cielo de los pastores y de los navegantes, donde se pueda oír en silencio. Sobre la montaña, frente al mar.
Hablaré. Diré lo que pienso. Sí, y haciendo pensar a cada uno con su propia cabeza, la masa informe se descompondrá y se convertirá en un concierto de personas individuales. ¡Esperemos! Pero, ¿qué harán entonces? ¿Volverán a sus casas sólo con mis palabras en la memoria? No basta. Es preciso hacerles tener una experiencia comunitaria fuerte, es preciso que estas personas - disuelta la masa - retengan en la memoria la posibilidad de nuevos tipos de relaciones sociales, la experiencia de organizarse comunitariamente para resolver los problemas prácticos de la vida. Pensaré en ello mañana, estoy cansado.
A la mañana siguiente Jesús vuelve a juntarse con sus amigos que habían acampado al margen de la ciudad, y se ponen en camino hacia la montaña. La noticia se difunde como el viento y en breve tiempo el grupo es seguido por una gran multitud. Dos horas de camino por senderos cada vez más solitarios, hasta que llegan a los pies de la montaña. Suben por sus pendientes y Jesús finalmente encuentra un escenario apropiado para hablar a la muchedumbre, en la base de una quebrada que recuerda la forma de un anfiteatro griego.
Con un amplio gesto del brazo indica a todos que se instalen en abanico a su alrededor, en alto para que lo vean y lo escuchen bien. Luego se sienta y dirige su mirada a todos.
Ve en una lenta y articulada panorámica la compañía de los amigos que se le instalan alrededor, a Judas y Simón que van a sentarse junto a un grupo compacto de militantes, a la multitud de familias y grupos que toman sus puestos preparándose para escuchar, y entre los cuales ve a varios enfermos.
Su mirada se detiene en una pequeña familia cercana: el padre tiene en el antebrazo un pajarito sin plumas que pía y abre el pico todavía tierno. El muchachito se asusta y se esconde en el regazo de la madre. Jesús sonríe, y luego, atraído por un griterío festivo, vuelve la mirada hacia un grupito de niños que juegan a la guerra. Uno de estos niños, matado en juego por los otros, está obligado a fingirse muerto. Permanece inmóvil, tendido en la tierra, pero entreabre los ojos y observa y escucha a Jesús, que comienza a hablar:
- ¿Qué cosa han venido a ver? ¿Una gran luz, que desde esta montaña ilumine al mundo?
¡Ustedes son la luz del mundo!
Pero si la luz se apaga en ustedes, ¿quién podrá volver a encenderla?
¿Piensan encontrar aquí una sal que dé sabor y vigor a sus vidas?
¡Ustedes son la sal de la tierra!
Pero si la sal se vuelve insípida, ¿quién le devolverá el sabor?
¿Vinieron a buscar a un curandero que los libre de sus enfermedades?
¡Ustedes son los curanderos de ustedes mismos!
¿Vinieron a presenciar milagros?
Los que yo hago, y los que hacen mis compañeros, los pueden realizar ustedes mismos, ¡y aún más grandes! Y sepan que a menudo ni mis compañeros ni yo mismo lo logramos, porque no siempre el que desea nuestra ayuda participa en la acción. Si tienen fe, grande apenas como un grano de mostaza, pueden desplazar esta montaña hacia el mar, si quieren, si todos quieren intensamente y todos participan activamente.
Desconcertada, la gente calla. Desde el fondo se alza la voz de un Doctor de la Ley:
- ¿Qué dices? ¡En cuál de los Libros Sagrados encontraste estas afirmaciones!
Jesús: - Está escrito “Respeten la Ley”, pero yo les digo: si la justicia de ustedes no supera la de los Doctores de la Ley, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Está escrito “Cumplan todos los mandamientos”, pero yo les doy un mandamiento nuevo: ámense unos a otros, como yo los amo.
Está escrito “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, porque son hijos del Padre vuestro celestial, que hace surgir el sol sobre los malos y sobre los buenos, y hace caer la lluvia sobre los justos y sobre los injustos.
Sean, pues, perfectos como perfecto es el Padre nuestro del cielo.
Dicho esto, Jesús calla.
Desde la multitud, un joven:
- Pero, no se puede ser perfectos en medio de este mundo corrupto. El único modo sería irse, solo, o con un pequeñísimo grupo, y dedicarse exclusivamente a una vida religiosa pura, liberada de todas las preocupaciones prácticas, desvinculada de las relaciones sociales, de la necesidad de comprar y de vender, lejos de toda tentación de fama, honor y riqueza. Si es esto lo que debo hacer, ¡yo estoy dispuesto a hacerlo!
Jesús: - La perfección no se alcanza huyendo del mundo y reduciendo la riqueza de la vida humana a una secuencia obsesiva de prácticas religiosas. La perfección consiste en hacer cada cosa empleándose con todas las propias capacidades. ¿Quieres ser cerrajero, carpintero, poeta? Entonces, observa, aprende, ensaya, vuelve a ensayar, hasta que tu arado, tu barca, tu poema alcancen la forma perfecta, para arar en profundidad y con precisión los campos, para surcar con velocidad y livianos el mar, para conmover y elevar las almas. En suma, llega a ser lo que eres potencialmente, y serás perfecto como el Padre nuestro que está en los cielos.
*
Empieza a atardecer. Todos los que han escuchado las palabras de Jesús están en silencio, sintiendo cada uno en su interior el eco de las nuevas ideas. Ninguno se mueve, cada uno está tratando de entender hasta el fondo. Después nacen los primeros diálogos entre vecinos, que se intercambian preguntas y comentarios. Los más ancianos comienzan a evidenciar sufrimiento, están cansados, tienen hambre. Los niños retoman sus juegos.
Jesús se ha sentado algo aparte y observa el desarrollo de la situación.
Un grupito de sus compañeros se le acerca.
Pedro: - ¿Qué debemos hacer con toda esta gente?
Jesús: - Examinemos juntos la situación. Siéntense. Hagamos una rápida consulta.
El grupo forma un círculo bien visible a todos. La gente, que ha continuado a observar a Jesús, se apercibe del despliegue del grupo de los compañeros y trata de comprender qué hacen y de oír lo que dicen.
Toma la palabra Susana:
- Este lugar es solitario, y es ya tarde. Despidámoslos pues, de modo que, yendo por los campos y aldeas cercanas, puedan comprarse qué comer.
Jesús: - Siento compasión por esta muchedumbre, porque hace más de un día que me siguen, y muchos tienen poco que comer. Si los mando de vuelta en ayunas a sus casas desmayarán en el camino, y algunos vienen de muy lejos.
Interviene Mateo:
- Han venido para verte y escucharte. Te han visto, les has hablado, han oído tu magnífico discurso; terminada la música, terminada la fiesta: es el momento de mandarlos a sus casas.
Jesús responde:
- Han venido porque nosotros los hemos traído hasta aquí, somos responsables, no podemos abandonarlos. No es como cuando la gente asiste a un espectáculo, al término del cual cada uno a su casa. Aquí hoy estamos compartiendo con ellos, como amigos y hermanos, una experiencia de vida. ¡Lejos de despedirlos, Susana, lejos de mandarlos a casa, Mateo, denle ustedes de comer!
Santiago: - ¿A todos ellos? Pero... - mirando a los otros - deberemos gastar todo lo que tenemos para alimentarlos sólo con pan.
Pedro: - ¿Debemos ir nosotros a comprar doscientos denarios de pan y darles de comer a ellos?
Felipe aumenta la cuota:
- Doscientos denarios de pan alcanzan apenas para que cada uno reciba un pedacito.
Jesús, a Felipe:
- La situación es esta: es claro que no tenemos dinero suficiente; y aún si lo tuviéramos, ¿dónde podríamos comprar el pan para darles a todos? Sin embargo debemos encontrar una solución.
“Se lo decía para probarlos, porque él sabía lo que iba a hacer.”
Los compañeros se miran y miran a su alrededor y miran hacia arriba, como esperando maná del cielo.
Jesús se levanta. Todos están pendientes de sus labios.
- ¿Cuánto pan y cuántos pescados tenemos para nosotros?
Judas y Simón van a ver, vuelven y cuentan:
- Siete panes y dos pescados.
- Bien, nos bastan, tráiganlos aquí, al centro, para que todos vean lo que hacemos habitualmente entre nosotros. Entonces, lo primero, ayudémosles a organizarse todos. Vayan y júntenlos en grupos no demasiado grandes, y háganlos sentarse en círculos como nosotros. Después vuelvan aquí.
Los amigos no entienden qué cosa intenta hacer Jesús, pero después de algunos segundos de vacilación, ejecutan su orden, el primero de todos Judas seguido por el grupo de los militantes, que muestran ser los más activos.
Jesús espera que los amigos vuelvan y tomen su lugar a su alrededor. Entonces se levanta, se acerca a María Magdalena, toma el canasto vacío que ella tiene a su lado y lo pone a la vista.
Jesús, en voz alta:
- Veamos qué tenemos para comer. Pónganlo todo en el canasto.
Los compañeros ponen en la canasta lo que tienen: siete formas de pan y dos grandes pescados ahumados.
Jesús alza los ojos al cielo y extendiendo los brazos pronuncia con gran voz, cadenciando las palabras:
- Padre nuestro que estás en los cielos. Te agradecemos por este pan y por estos pescados, y por nuestra amistad que nos lleva a compartirlos en paz y alegría.
Después, toma el canasto, lo levanta mostrándolo a todos, y comienza a repartir los panes y los pescados entre todos los que forman parte de su grupo, dando a cada uno según sus necesidades, más a los más jóvenes y a las mujeres encintas, y a los ancianos el pan más blando.
Jesús, dirigiéndose finalmente a todos los otros grupos:
- ¡Hagan como nosotros!
Los grupos que han escuchado y observado cuanto han hecho Jesús y sus amigos, comienzan a hacer lo mismo: cada uno saca lo que guardaba para sí y lo pone al centro de su grupo, y cuando se ha colectado todo comen juntos con alegría.
Terminados de comer Jesús toma la palabra y dice a todos los grupos:
- Recojan todo lo que les ha sobrado, de manera que ni siquiera una brizna se pierda. Les servirá en el viaje de regreso.
Luis Razeto y Pasquale Misuraca
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