EL CONOCIMIENTO COMO ‘VALOR CREADOR DE VALOR’ Y EL TRÁNSITO A LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO - Luis Razeto

EL CONOCIMIENTO COMO ‘VALOR CREADOR DE VALOR’ Y EL TRÁNSITO A LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

 

¿Qué podemos entender por ‘sociedad del conocimiento’?

 

Cuando se habla de ‘la sociedad del conocimiento’, lo que se quiere habitualmente destacar es básicamente que el ‘valor’ y la productividad de las empresas, de los trabajadores, de los técnicos, de los administradores, de las comunidades, etc. está dado principalmente, y cada vez más, por la capacidad que tengan de aprender, de generar y de desplegar conocimientos, de difundirlos y distribuirlos, y de aplicar esos conocimientos a la solución de problemas reales y actuales, innovando, perfeccionando y transformando las actividades, procesos, estructuras y sistemas. Pero el cambio que está implicando actualmente el desarrollo del conocimiento, sus nuevas estructuras y sus inéditas formas de difusión, es más profundo y más importante que esto.

 

En efecto, la sociedad de conocimiento constituye un cambio muy radical en el modo en que se organizan las relaciones humanas y sociales, y en que se coordinan las diferentes actividades y funciones. La sociedad de conocimiento es una realidad que está surgiendo, y es también un proyecto de transformación social que se está impulsando desde diferentes ámbitos. Un proyecto orientado a establecer un tipo de organización de la vida humana en la cual las relaciones sociales ya no estarán tan determinadas por las cuestione que marcaron los conflictos y las dinámicas de la civilización moderna, a saber, la propiedad de los medios materiales de producción, o el ejercicio del poder político por tales o cuales partidos, o en última instancia la confrontación de los intereses individuales, corporativos o de clases, sino que se están configurando principalmente, en base a los saberes, las informaciones y los conocimientos que las personas y los diversos y variados grupos humanos posean y que sean capaces de emplear en sus actividades. En tal sentido podríamos decir que hay un profundo desplazamiento de lo que las personas y las sociedades ‘valoran’, de lo que consideran que vale y que por tanto merece ser buscado, creado, desarrollado.

 

Es efectivo que el aprendizaje, el desarrollo y la difusión de conocimientos dan lugar, en cualquier persona y en toda empresa, a un incremento de su ‘valor’ y de su productividad, eficiencia y creatividad. En realidad, lo que hace el conocimiento es potenciar el valor y la creatividad de todos los factores económicos: fuerzas de trabajo, medios materiales de producción, tecnologías, aptitudes de gestión, capacidades de obtener crédito, energías unificadoras de conciencias, voluntades y emociones tras objetivos compartidos (el Factor C). Cada una de estos seis factores incrementa su productividad y su ‘valor’ en cuanto contenga en sí una mayor y mejor provisión de informaciones y conocimientos útiles.

 

Un trabajador con más conocimientos ‘vale’ y produce más que uno que sepa menos; un medio material en cuya estructura estén integrados más conocimientos, tiene una productividad superior. Un tecnólogo más informado y conocedor de los conocimientos pertinentes a su tecnología, encuentra mejores soluciones y tiene mayor capacidad innovadora que si tuviera menos información y conocimiento. Lo mismo vale para un gerente, administrador o ejecutivo. Sin duda, también el mayor y mejor conocimiento que se adquiere, se crea y se reparte en un grupo social, permite desplegar más ampliamente todas las energías sociales del grupo.

 

Todo esto lo hemos explicado y desarrollado detalladamente en nuestra teoría de los ‘recursos, factores y categorías económicas’. (Ver Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva, Primera sección, Capítulos II y III).

 

El conocimiento como ‘valor’ creador de ‘valor’. 

 

Ahora bien, es importante darse cuenta de que el ‘valor’ que crea y potencia el conocimiento, no se manifiesta sólo en las empresas y en las actividades productivas directas. El conocimiento que se expande en un individuo, lo hace crecer, lo perfecciona, lo hace ‘ser’ y ‘valer’ más, en las distintas áreas de la actividad humana. El conocimiento que se desarrolla y difunde en una sociedad, aumenta el ‘valor’ (en el más amplio sentido) de esa sociedad. El conocimiento que crece y se despliega en una comunidad, en una organización política, en una entidad deportiva, en un movimiento social, o en cualquier tipo de organización, potencia a dicha organización, la hace más capaz, más fuerte, más creadora.

 

Por todo eso, en la disputa y el conflicto cultural, social y económico que se da entre los distintos tipos de economía y entre los diferentes ‘sectores’ que compiten en el mercado, y también entre las diferentes racionalidades y opciones políticas y entre los diversos proyectos de sociedad, un factor decisivo del resultado será cada vez más, la capacidad y la aplicación que manifiesten sus respectivos participantes, en las actividades y procesos, de aprender, desarrollar, difundir y distribuir el conocimiento. Así, por ejemplo, la expansión y el perfeccionamiento de la economía solidaria dependerá, en gran medida y principalmente, del conocimiento pertinente que aprendan, difundan y apliquen las personas interesadas y comprometidas en su desarrollo. La viabilidad de un proyecto político de transformación histórica será proporcional al nivel y a la calidad de los conocimientos que en su realización desplieguen sus impulsores.

 

Pensar en este sentido el conocimiento como ‘valor’ creador de ‘valor’, nos lleva a postular que la economía del futuro, la política del futuro, y la sociedad del futuro, serán construidas en gran medida y fundamentalmente, desde el conocimiento. Por consiguiente, la economía, la política y la sociedad del futuro asumirán – podrán asumir - formas y contenidos diferentes y diversos, según cuáles sean las formas y contenidos del conocimiento que será desplegado, y de los modos que asuma su producción y difusión.

 

En realidad, esto que afirmamos es algo que viene ocurriendo desde hace tiempo en la historia. El paso de la civilización medieval a la civilización moderna, fue presidido por el surgimiento de aquellas nuevas formas del conocimiento – el empirismo, el positivismo, las ciencias sociales, las ciencias exactas de la naturaleza -, que vinieron a reemplazar al conocimiento religioso, ético y filosófico que predominaban hasta entonces. En particular el conocimiento de las ciencias positivas, interesado en desentrañar el cómo de los fenómenos empíricos en vistas de instrumentalizarlo en provecho de la producción, dio lugar al impresionante desarrollo tecnológico, que hoy caracteriza toda la economía y la vida social.

Pero el impacto del conocimiento y de sus formas sobre los modos de organizarse y realizarse de la economía, la política y la sociedad está aumentando de manera impresionante, pues ya no hay actividad humana que no se encuentre sujeta a una enorme cantidad y variedad de conocimientos que la condicionan, y sin los cuales pueda realizarse con éxito. Podemos afirmar que, como nunca antes en la historia de la humanidad, el desarrollo del conocimiento es una necesidad, del cual depende no solamente el progreso sino la sobrevivencia misma de la sociedad. Es este hecho, que hemos comenzado a reconocer, lo que ha llevado a afirmar que estamos pasando desde la sociedad industrial y estatal, a la que conoceremos como la ‘sociedad del conocimiento’. Pero ¿en qué consiste exactamente el cambio, y cuál es en este sentido la real novedad de la situación presente?

 

Al respecto, me parece que podemos sostener que la novedad y el cambio son tan profundos que implican un cambio de época, la apertura de una nueva época histórica que comporta nada menos que el surgimiento de una nueva civilización. Lo que nos lleva a afirmarlo es que estamos ante un cambio radical en la función que cumple el conocimiento en la sociedad y para los individuos. Para comprenderlo es preciso hacer, aunque sea brevemente, unas importantes referencias históricas.

 

Las formas del conocimiento en la civilización medieval.

 

En la civilización medieval el conocimiento proporcionaba las certezas que los individuos requerían para orientarse en la vida, y que las sociedades necesitaban para establecer y garantizar el orden social. Dicho conocimiento estaba constituido por creencias religiosas, normas éticas, y destrezas propias de cada oficio o actividad laboral. Dichas creencias religiosas, normativas éticas y saberes prácticos se presentaban ante todos como ‘dados’, incluso como ‘revelados’ y en todo caso como indiscutibles, aunque en realidad hubiesen sido elaborados por muy pocos individuos en posiciones de poder y autoridad. Esos conocimientos necesarios, eran trasmitidos de sacerdotes a fieles, de padres a hijos y de maestros a aprendices, constituyendo un saber aceptado por fe y tradición. Aceptados por las multitudes y también por los dirigentes, eran suficientes para proporcionar aquellas certezas necesarias para que cada uno desempeñara las funciones, ejecutara las actividades y se comportara socialmente, conforme a lo que se esperaba de cada sujeto.

Las fuentes del conocimiento estaban encriptadas, escritas y difundidas en una lengua conocida como ‘culta’ (el caso del latín en Europa occidental), de modo que solamente unos pocos iniciados tenían acceso a ellas y podían generar y difundir algún tipo de conocimientos nuevos. Incluso los saberes prácticos propios de los oficios se reservaban para pequeños grupos ‘agremiados’ y organizados, que defendían el monopolio de sus competencias. La relación entre los ‘cultos’ y los ‘simples’, entre los dirigentes y los dirigidos, entre los maestros y los aprendices, se establecía en base a vínculos de autoridad y obediencia.

 

Estas formas del conocimiento entraron en crisis cuando los conocimientos empezaron a difundirse mediante su publicación en lenguas vernáculas o ‘vulgares’ Así ocurrió con la Biblia, con algunos escritos filosóficos, y con los estudios sobre la mecánica, la astronomía, la botánica y la zoología, que en seguida dieron lugar a la física y la biología como nuevas disciplinas científicas. Primero fue el movimiento de Reforma religiosa que puso la Biblia al alcance de muchos y que desacralizó diferentes aspectos de la vida religiosa. Luego Descartes fijó el inicio de una nueva forma de conocimiento cuando formuló su famosa ‘duda metódica’, según la cual no podía darse por seguro ningún conocimiento adquirido por tradición. Los empiristas y el positivismo establecieron las bases del conocimiento emergente cuando afirmaron que la única autoridad que podía aceptarse en el conocimiento eran los datos empíricos sobre las realidades ‘objetivas’ que cada individuo pudiera verificar con los sentidos y la experiencia. De ahí el cuestionamiento del saber tradicional y la emergencia de las nuevas formas del conocimiento, que alcanzaron el dominio de la ética, de la política y de las instituciones, con el positivismo jurídico y la teoría del ‘pacto social’(Rousseau) como fundamento del orden político.

 

Las formas del conocimiento en la civilización moderna.

 

Surgió y se estableció, así, la moderna civilización de las ciencias positivas, de la industria y del Estado. La Industria y el Estado en sus formas modernas, eran resultado de la aplicación de las nuevas formas del conocimiento, a la economía y a la política, a la producción y al orden social. El conocimiento adquirió nuevas formas, que reemplazaron la autoridad por la verificación empírica, al mismo tiempo que se multiplicaron los sujetos productores de conocimientos. Los científicos, los intelectuales y los ideólogos fueron puestos al servicio de la industria y del Estado, y el conocimiento y las informaciones se desarrollaron como saberes instrumentales, como herramientas útiles para establecer y hacer crecer la economía y la vida política.

 

En esa civilización moderna de la industria y del Estado, el conocimiento se institucionalizó y se profesionalizó, adquiriendo las características disciplinarias y burocráticas que caracterizan toda aquella civilización. Como escribió Max Weber, la ciencia se organizó como profesión, del mismo modo y al mismo tiempo que la política se constituía como profesión. Era el conocimiento organizado en disciplinas (la mecánica, la óptica, la biología, la sociología, la economía, etc.), fraccionado en función de campos y temas específicos dependientes de los diferentes rubros de producción y de las distintas problemáticas de la vida social. Un conocimiento fraccionado disciplinariamente, que se difundía y reproducía a través de las ‘profesiones’ que se formaban en las universidades modernas. La Universidad se convirtió en un instrumento esencial del fraccionamiento disciplinario de las ciencias y de la formación de profesionales especializados, tal como eran requeridos por la civilización industrialista y estatista. Ellas fueron las promotoras y ejecutoras de aquellas estructuras que asumieron – en los albores de la época moderna - la racionalidad instrumental, el conocimiento disciplinario y la multiplicación de las profesiones, todo orientado preferentemente a encontrar aplicaciones tecnológicas y políticas del saber. Es el conocimiento puesto al servicio de la industria en todas sus ramas, y del Estado en sus variadas problemáticas. En ese contexto, las relaciones entre dirigentes y dirigidos se basan en una combinación de criterios de competencia técnica y de control burocrático, según los cuales se distinguen los competentes que deciden y controlan los procesos, y los subordinados que ejecutan las decisiones y cumplen las instrucciones que reciben.

 

Nuevas condiciones para la generación y la difusión de nuevas formas del conocimiento.

 

Lo que está comenzando a surgir es algo completamente distinto y nuevo. Los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales, han cambiado completamente la relación de los individuos con las informaciones y el conocimiento. Tres son las novedades y transformaciones más significativas.

 

La primera es que prácticamente todos los individuos tienen ahora la posibilidad de acceder a todo tipo de informaciones, ideas y conocimientos, provenientes de cualquier parte del mundo. Este es un cambio de enorme trascendencia. En efecto, hasta hace poco las personas adquirían su acerbo de conocimientos en base a lo que les trasmitían la propia familia, la escuela, el Estado, los partidos políticos, las iglesias y los medios de prensa masivos. Las informaciones y conocimientos que recibían estaban organizadas, estructuradas y programadas por los emisores. Ahora, en cambio, cada uno es receptor y público de todos los discursos, de todos los emisores, teniendo la posibilidad e incluso la necesidad de seleccionar por sí mismo lo que recibe y asimila, escogiendo entre la multitud inmensa de informaciones y conocimientos, aquellos que les interesan y que desean asumir. De este modo se han expandido enormemente los espacios de libertad e independencia de cada uno, y al mismo tiempo se ha debilitado el poder que anteriormente ejercían sobre las conciencias, sobre las ideas y los modos de pensar y de sentir de las multitudes, los pocos sujetos que decidían lo que debía ser conocido y aprendido. Esta expansión de la libertad respecto al conocimiento conlleva al mismo tiempo un aumento de la responsabilidad de cada uno, pues al decidir cada uno lo que conoce y escoger sus fuentes de información, cada individuo es responsable de los efectos que dichos conocimientos tendrán sobre sí mismo y sobre la sociedad.

 

La segunda novedad importante es que cada individuo se convierte en emisor potencial de informaciones y conocimientos. Las personas que hasta ahora eran solamente público, receptores pasivos de las informaciones y conocimientos organizados por otros, tienen ahora la posibilidad de ser productores y emisores de informaciones, creadores de nuevos conocimientos, que pueden fácilmente poner en circulación y por tanto hacerlos accesibles a todos quienes se interesen en ellos. Esta es la adquisición de una libertad nueva, o mejor dicho, la generalización a todos los individuos, de aquella libertad de pensamiento que en la sociedad moderna ha sido prerrogativa efectiva de pocos. Esta libertad expendida conlleva también una nueva responsabilidad que han de asumir los individuos; pero sobre todo, implica el establecimiento de relaciones horizontales entre sujetos que son todos ellos, al menos potencialmente, emisores y receptores de informaciones y conocimientos.

 

La tercera novedad aportada por las nuevas tecnologías informáticas es el establecimiento de redes de comunicación, libremente formadas por las personas, y con prácticamente plena libertad tanto de entrada como de salida respecto a las redes que se constituyen. Lo que está implicado en la conformación de las redes sociales, es un hecho de la máxima trascendencia, que viene a modificar y reestructurar completamente la organización social y las relaciones entre los individuos y entre los grupos. Es el hecho que cada uno está en condiciones de seleccionar y escoger con quienes se relaciona y a qué grupos y comunidades pertenece. Se transita desde una situación en que el ámbito de las relaciones sociales se encontraba determinado por la familia y el lugar en que se nace y crece, por las relaciones dadas por el barrio, la escuela, la Iglesia y el trabajo, a una situación inédita en que cada uno puede escoger libremente con quienes se conecta y comunica, a qué grupos, organizaciones y comunidades pertenece, en que iniciativas culturales, sociales, políticas y económicas participa. Se trata, nuevamente, de una expansión inmensa de los espacios de libertad de las personas, que conlleva a su vez la correspondiente expansión de las responsabilidades de cada uno.

 

Podemos afirmar, en síntesis, que el tránsito a la sociedad del conocimiento nos da la oportunidad de ser más libres, de autodeterminarnos en cuanto a nuestra conciencia y a nuestras relaciones sociales, así como a desplegar nuestras propias iniciativas sociales, económicas, políticas y culturales, no debiendo ya limitarnos a escoger participar o no participar en aquellas existentes. La sociedad y la historia podrán en el futuro ser construidas desde los individuos y desde las redes y comunidades que libremente vayamos conformando, con los contenidos intelectuales y morales que pongamos en tales iniciativas. Como hemos dicho, junto con expandir enormemente los espacios de libertad, se incrementan correspondientemente las responsabilidades de cada uno, de modo que ya no podremos justificar nuestras limitaciones y comportamientos atribuyéndolas a las condiciones, estructuras y contextos sociales y culturales en que nos ha tocado vivir.

 

¿Cómo orientarnos en este nuevo contexto del conocimiento, o cómo medir el valor de los conocimientos?

 

Ahora bien, en este nuevo contexto de libertades y responsabilidades expandidas, se nos presenta un problema nuevo, cual es el de orientarnos en el mare magnum de informaciones y conocimientos que están a nuestro alcance, y en la prácticamente infinita cantidad y variedad de sujetos individuales y colectivos con los cuales podemos establecer relaciones e interactuar. ¿Cómo, con qué criterios, con cuáles informaciones podemos orientarnos para tomar las decisiones, en el marco de las nuevas libertades y responsabilidades adquiridas?

 

Un concepto importante del que podemos servirnos en este sentido es el de ‘valor’, con el que comenzamos este análisis. Dijimos que el conocimiento es ‘valor’ creador de ‘valor’, En la moderna economía capitalista y en la sociedad de la industria y del Estado, las principales opciones que tomamos las personas pasan por el mercado, donde los bienes y servicios, los satisfactores de la mayor parte de nuestras necesidades adquieren un ‘valor de cambio’, un precio. El valor de las mercancías se expresa principalmente en los precios, y son éstos los que orientan a los individuos y a las organizaciones en gran parte de sus decisiones. Pero en la sociedad del conocimiento y de las redes, si bien muchas informaciones y conocimientos se procesan aún en el mercado donde adquieren un valor monetario, existe una cantidad enorme de informaciones y conocimientos que están disponibles gratuitamente, y/o que circulan fuera del mercado, no adoptando por tanto un valor de cambio, un precio. En la sociedad del conocimiento y de las redes, sirven otros criterios de medición del valor, no monetarios, o al menos, no directamente expresables en unidades monetarias.

 

El valor de las informaciones y conocimientos, y el valor de las relaciones y de las redes de comunicación e interacción, debe encontrar nuevos modos de evaluación y medición. Porque, obviamente, no podemos tener una experiencia directa de todos los conocimientos disponibles ni de todas las relaciones y redes a las que podemos acceder. Estamos enfrentados a la necesidad de decidir y de optar entre una enorme cantidad y variedad de posibilidades, contando con una información limitada e insuficiente. ¿Qué sistemas de información, equivalentes a los del sistema de precios en la sociedad del mercado, pueden estar disponibles, o pueden implementarse y desarrollarse, para orientarnos en la sociedad del conocimiento? ¿Existen formas de medir y de informarnos sobre el valor que los conocimientos y las relaciones sociales pueden tener para nosotros?

 

Cuando hablamos en este sentido del ‘valor’ del conocimiento y del ‘valor’ de las relaciones estamos indicando la utilidad que puedan aportarnos esos conocimientos y esas relaciones en orden a la satisfacción de nuestras necesidades, aspiraciones y deseos, y más ampliamente, en función de la realización de nuestros propósitos, objetivos y fines. Podemos expresarlo de otro modo a partir de la fórmula “ valor creador de valor”. ¿Cuál es el ‘valor’ (realización y potenciamiento de nuestras capacidades, creatividad, eficiencia, productividad, etc.) que puede crear en nosotros –como individuos, como grupo, como comunidad, como empresa o como organización- un determinado conocimiento o proceso cognitivo, o en el caso, una determinada relación o pertenencia y participación en una comunidad o red social?

 

En la actualidad, careciendo de otros criterios mejores y realmente calificantes del valor de las opciones disponibles, se da la tendencia a operar con el criterio simple de seguir las opciones de los demás, de las mayorías, de los grandes números. Es el llamado ‘efecto manada’, según el cual tendemos a optar conforme vemos que optan los demás. Detrás de esta forma de decidir y evaluar las opciones está implícita la idea que, puesto que no conocemos las distintas opciones estamos inciertos sin poder decidir, y puesto que vemos que otros han decidido, suponemos que lo hayan hecho en base a algún conocimiento que ellos disponen y del cual nosotros carecemos.

 

Pero el criterio de los grandes números es engañoso y decididamente poco confiable, especialmente cuando se trata de ejercer realmente la libertad y responsabilidad recientemente adquiridas, y de generar iniciativas nuevas orientadas hacia nuestra propia realización y el logro de nuestros objetivos. En efecto, actualmente las mayorías, o más exactamente los ‘grandes números’, están decidiendo conforme a los criterios de la sociedad que decae y perece, todavía como público subordinado y sumiso, que adopta los criterios que les fijan externamente el Estado, la industria, las modas, las convenciones sociales. Las mayorías aún no ejercitan efectivamente los espacios de libertad que corresponden a las nuevas condiciones creadas por las transformaciones y novedades que aporta la transición a la sociedad del conocimiento. En tal sentido, incluso podríamos sostener, o al menor argumentar con seriedad, que los ‘grandes números’, en la actual sociedad de masas y de consumismo exacerbado, deciden y se comportan conforme a la sociedad del mercado, evidenciando con ello que no se ha accedido a las libertades propias de la sociedad del conocimiento. Habría entonces que, en vez de seguir a los ‘grandes números’, más bien desconfiar de sus decisiones y distanciarse de ellas.

 

La medición del ‘valor’ del conocimiento en la investigación académico-científica.

 

En el ámbito del conocimiento académico y científico hay interesantes experiencias que es oportuno considerar. Desde hace algún tiempo se vienen implementando algunos modos de evaluación del ‘valor’ de los conocimientos e informaciones que producen y comunican los investigadores y los centros de investigación, con criterios selectivos generados desde los ‘pares’, esto es, desde otros productores de  conocimientos cuya calidad se estima garantizada. Por ejemplo, el ‘valor’ cognitivo de un paper que comunica los resultados de una investigación científica, queda determinado por la revista en que se publica y por la cantidad de veces que dicho escrito es citado por otros investigadores en sus respectivas investigaciones. Las revistas que recogen y difunden estudios e investigaciones sobre determinados temas, son evaluadas en base a las opciones de publicar en ellas, que hacen los investigadores cuyo ‘valor’ es reconocido por las revistas donde se publican papers sobre temas similares. Los centros de investigación son evaluados y ‘ranqueados’ por la cantidad de citaciones que obtienen sus investigadores, reconocidos de este modo por sus ‘pares’ y divulgados por las revistas de mayor nivel.

 

En todos estos casos, se trata de sistemas de indexación y acreditación de la calidad científica, generados desde los mismos productores de ciencia, de modo que resultan decididamente más confiables que el simple criterio de los ‘grandes números’. Sin embargo, también estos sistemas tienen evidentes limitaciones, toda vez que al ‘medir’ la calidad por la acumulación previa de citaciones y referencias, resultan sub-evaluados los innovadores, los creadores de nuevos enfoques, los aportadores de ‘rupturas’ epistemológicas, y en general todos aquellos que contribuyen precisamente a generar los conocimientos nuevos que se necesitan para hacer frente a los grandes y complejos problemas que enfrenta la humanidad. Esto ocurre no solamente por efecto de la simple acumulación cuantitativa que resulta de estar más años escribiendo y publicando y siendo citado, sino también por efectos del propio sistema de indexación y acreditación. En efecto, el sistema tiende a reproducir y retroalimentar la cantidad de publicaciones y de citaciones que obtienen los autores previamente prestigiados, pues las revistas tienen en cuenta al seleccionar los papers que publican, la cantidad de papers que haya publicado anteriormente el investigador, en qué revistas ha sido publicado, y en qué centros de investigación trabaja. Y quienes quieran publicar en una revista, deberán estar atentos a citar abundantemente a los escritos y autores que hayan aparecido en la revista en cuestión.

 

El sistema de indexación y certificación al que nos referimos presenta otros dos problemas muy serios, cuando se trata en particular de aquello que aquí más nos interesa, esto es, de la generación y difusión de conocimientos nuevos, del acceso a nuevas ideas y enfoques teóricos, de la innovación y transformación cultural, intelectual y moral, orientados hacia una nueva civilización. Lo que se requiere es conocimientos que transgredan, por decirlo de algún modo, o dicho más exactamente, que superen las ideas y conocimientos dados, aquellos provistos por las disciplinas y las instituciones académicas enmarcadas en la civilización que perece, esto es, fragmentados disciplinariamente, funcionalizados a los requerimientos de la industria y del Estado, subordinados a razones y lógicas económicas y a políticas convencionales.

 

El primer problema es que los mecanismos de indexación y certificación prevalecientes tienden a reproducir las orientaciones teóricas y científicas consolidadas. Quienes seleccionan lo que ha de publicarse en las revistas indexadas son generalmente investigadores de trayectoria reconocida, que han alcanzado prestigio en las disciplinas que practican, por sus aportes a las disciplinas académicas formalizadas, y es normal que ellos privilegien aquellas contribuciones que aporten al desarrollo de sus propias líneas de investigación y sus ideas en ellas. Pocos se atreven a seleccionar una contribución que se presente como ‘alternativa’ o que parezca ‘revolucionaria’ en un campo del conocimiento consolidado. Es así que el problema que antes indicamos que afecta a los ‘grandes números’, se reproduce al nivel de los ‘números’ que se generan en las escalas propias de las disciplinas científicas.

 

El otro problema es que la lógica de la indexación tiende inevitablemente a favorecer la fragmentación del conocimiento y la creciente especialización en temas y asuntos cada vez más reducidos. Ello por dos razones diferentes. Por un lado, la necesidad de publicar papers por parte de los investigadores académicos, da lugar a una verdadera proliferación de revistas, las que para abrirse espacios y validarse académicamente requieren diferenciarse, lo que hacen adoptando temáticas cada vez más especializadas y particulares. Y obviamente, la existencia de las revistas fomenta la elaboración de papers correspondientes a dichas temáticas particularísimas. Por otro lado, los propios investigadores, presionados por la necesidad de publicar cantidades de papers, tienden a dividir los resultados de sus estudios en un mayor número de artículos, en vez de unificar sus aportes en una sola obra que integre todas las ideas y resultados obtenidos por la investigación, permitiendo tener sobre ella una visión de conjunto.

 

Así, los actuales modos de cuantificar el ‘valor’ de los conocimientos científicos, dificulta en vez de favorecer la generación y el acceso a los tipos de conocimientos necesarios para avanzar hacia la sociedad del conocimiento. En efecto, lo que se requiere son enfoques teóricos nuevos, y teorías comprensivas, y aún más, nuevas estructuras del conocimiento, capaces de asumir la complejidad de los problemas y realidades presentes y de orientar las soluciones y respuestas en la dirección de una nueva y superior civilización. Pero este es un asunto que hemos examinado en otras ocasiones, y no es el caso de abordarlo aquí.

 

La valoración del conocimiento como ‘valor creador de valor’.

 

La cuestión de la evaluación del ‘valor’ de los conocimientos y de las comunidades y redes que en base a ellos se establecen, a los efectos de orientarnos en el contexto de las nuevas y cambiadas condiciones en que se despliega la vida humana, permanece abierta. Por ahora nos limitaremos a formular algunas ideas preliminares, partiendo de nuestro concepto del conocimiento como ‘valor creador de valor’.

 

Lo que hacen los sistemas de indexación y certificación en el ámbito de las investigaciones científicas, es un intento serio de evaluar el valor de cada investigación, de cada investigador, de cada revista y de cada centro de investigación. Se intenta medir el ‘valor’, entendido como algo intrínseco a la investigación misma, o al investigador, la revista o el centro de investigación. Dicho ‘valor’ es lo que se intenta objetivar y medir. Cuando en cambio nosotros hablamos de ‘valor creador de valor’, estamos indicando que el ‘valor’ de un determinado conocimiento, revista, investigador, no es algo inherente al mismo, sino que incluye y se refiere principalmente a la ‘creación de valor’ que potencialmente adquieren quienes leen y asimilan el conocimiento en cuestión. Lo que importa es la productividad del conocimiento en cuanto inserto en el trabajo cognitivo del cognoscente. Pero si es así, será solamente éste el que estará en condiciones de valorar cuanto le sirve el conocimiento recibido desde otro, para realizar sus propios fines y objetivos cognitivos.

 

La pregunta que cada sujeto ha de hacerse, entonces, no es cuanto ‘valor’ tiene en sí la investigación que me llega, sino cuánto ‘valor puedo crear’ a partir de ese conocimiento e investigación. De este modo, cada uno tendrá que aprender a valorar (a evaluar el valor) de los conocimientos.

 

En la metodología de indexación, el que mide el valor del conocimiento es siempre otro, que no puede considerarlo como valor creador de valor, sino solamente como el valor supuestamente objetivo del conocimiento dado. Los conocimientos son valorados antes de ser comunicados a todos quienes podrían extraer y crear valor con ellos. Así, quedan fuera numerosos emisores de conocimientos, y muchos conocimientos generados no llegan a difundirse. La valoración es externa y extraña al proceso en que los conocimientos crean valor.

 

Cuando pensamos en el conocimiento como ‘valor creador de valor’, el creador de valor es el único que puede valorar el valor del conocimiento dado, en cuanto es solamente él mismo el que puede crear valor con el conocimiento que recibe.

 

Al decir esto, no se nos escapa el hecho que en este modo de valoración no se resuelve el problema de cómo orientarnos en la multitud de conocimientos disponibles que circulan sobreabundantemente en los medios de comunicación y en todas las fuentes que los emiten actualmente. Frente a este problema, tenemos solamente una respuesta provisoria, que por cierto no es completa ni suficiente, pero es la que tenemos. Se trata de las redes, esto es, de la conformación de redes y de la participación en ellas; de redes que tienen la capacidad de comunicar a otros, y de recibir de ellos, las valoraciones que cada uno y todos van haciendo sobre las informaciones y conocimientos que circulan. De este modo, si bien cada sujeto ha de valorar cada conocimiento que recibe por el valor que puede crear a partir de aquél, las redes de sujetos cognoscentes que se orientan al logro de fines y objetivos similares, pueden multiplicar la información disponible para todos los participantes en la red, sobre el valor de numerosos conocimientos, autores, revistas y centros de investigación, en la medida que todos comuniquen a los demás integrantes de la red sus propias valoraciones de lo que estudian y leen. Hay en este sentido la posibilidad de un gran potenciamiento del proceso de valoración subjetiva, al convertirla en ‘intersubjetiva’.

 

Las redes informáticas tienen otra ventaja importante respecto a los sistemas de indexación y valoración basado en la opinión de los ‘pares’ autorizados, y es la consistente disminución del tiempo que transcurre entre la elaboración y la difusión del conocimiento, y entre la difusión y la valoración del mismo. Incluso la Internet hace posible que la difusión se realice en el acto mismo de la elaboración, no siendo indispensable el largo proceso que media entre la elaboración y su publicación, mediado por la evaluación de terceros. Y a través de las redes, el investigador puede obtener rápidamente una retroalimentación sobre el valor de lo que ha creado, del conocimiento que ha producido, en cuanto otros le dirán si han creado nuevo valor con el conocimiento en cuestión.

 

Como hemos dicho, el tema queda abierto a nuevas elaboraciones. Y lo que hemos expuesto aquí, queda sujeto a la valoración que cualquiera que lo lea pueda hacerle, y ojalá comunicarnos.

 

Luis Razeto

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