CAPITULO VI. LA ECONOMIA POPULAR DE SOLIDARIDAD EN UNA PERSPECTIVA DE DESARROLLO ALTERNATIVO
1. Es necesario un desarrollo alternativo, en términos de calidad de vida.
En estrecha conexión con la cuestión que acabamos de plantear se presenta otro interrogante crucial, que puede expresarse así: ¿pueden las OEP y otras formas cooperativas y autogestionarias de economía popular solidaria, trascender su propio origen como estrategias de subsistencia y como formas de acción para enfrentar problemas inmediatos de carácter local, y alcanzar el nivel en que puedan ser reconocidas como un aporte real a una estrategia alternativa de desarrollo?
También para abordar esta cuestión es preciso definir y redefinir los términos implicados en la pregunta. Por cierto, no es ésta la ocasión para penetrar en profundidad ni para entrar en los detalles de un tema tan vasto como el del desarrollo; nos interesa solamente sugerir un cambio de enfoque, para asumir una actitud intelectual con que se pueda comprender adecuadamente el problema y el tipo de respuesta que buscamos.
Que sea necesaria una estrategia alternativa de desarrollo resulta evidente dado el fracaso de las estrategias conocidas y aplicadas; lo que precisa alguna mayor aclaración, es la necesidad de que lo alternativo sea no sólo la estrategia, sino también el desarrollo perseguido. Ambas cosas, en realidad, están unidas, pues si se quiere un desarrollo distinto en sus contenidos y en sus formas no pueden seguirse las vías tradicionales, del mismo modo que la aplicación de una estrategia nueva no puede conducir a los mismos resultados conocidos, sino a un tipo de desarrollo distinto.
Según la concepción convencional más difundida, el desarrollo consistiría básicamente en un proceso de industrialización, que supone y a la vez implica una sustancial acumulación de capital, y cuyas fuerzas impulsoras serían una clase empresarial o el Estado (o alguna combinación de ambos sujetos), entendidos como agentes organizadores de las actividades productivas principales y más dinámicas. En su realidad concreta (la que se ve en los países desarrollados), el desarrollo es más que eso, y distinto que eso; pero así puede sintetizarse lo que suele entenderse como desarrollo, especialmente en los países que no lo tienen y que aspiran a alcanzarlo.
Para no entrar en una complicada disquisición terminológica y conceptual sobre lo que es y lo que no es el desarrollo -que nos llevaría al mismo resultado por un cambio más largo- pensemos más bien en lo que deseamos como meta e ideal de sociedad desde el punto de vista de su potencial económico, y a eso démosle el nombre de desarrollo. Probablemente imaginamos una sociedad en que las necesidades básicas de todos se hayan adecuadamente satisfechas; en que otras necesidades y aspiraciones más refinadas pueden también ser satisfechas, diferenciadamente en función de las distintas motivaciones y gustos personales; en que no hay desempleo forzado, sino una utilización plena y eficiente de los recursos humanos y materiales, y en que las personas se han liberado de las formas de trabajo más pesadas; en que hay relaciones sociales integradoras y no existe la explotación de unos sobre otros; en que hay elevados niveles de educación, la mejor salud, un ambiente culto, un excelente sistema de comunicaciones sociales, el más logrado equilibrio ecológico social, y una superior calidad de vida. (16)
Aún si prescindimos de la acuciante duda respecto al grado en que tales metas se hayan alcanzando en las sociedades industriales, hay que preguntarse acaso en los países subdesarrollados podamos aproximarnos a su realización mediante la destinación prioritaria de los recursos disponibles hacia la aceleración de un proceso de industrialización. Porque sólo en tal caso podríamos mantener, para nuestras sociedades, la asociación entre el proceso de desarrollo y el de industrialización.
Pero no es difícil percibir que priorizar la industrialización nos aleja más que nos acerca al desarrollo, tal como lo hemos concebido. Es fácil verlo en relación a cada una de las características que dejamos anotadas. En efecto, las direcciones principales del industrialismo no se hayan orientadas a la satisfacción de necesidades básicas sino de aquellas más sofisticadas que requieren artefactos de mayor elaboración y complejidad. Una política orientada a la satisfacción de necesidad básicas debiera priorizar otras ramas de la economía, como la agricultura, la ganadería, la construcción y los servicios, para satisfacer las necesidades de alimentación, vivienda, salud, educación y comunicaciones de toda la población. El industrialismo tiene sentido una vez que estas necesidades básicas de la población se encuentran razonablemente satisfechas. Tal es la experiencia de las sociedades industriales más equilibradas. Si el objetivo es un pueblo bien alimentado, con buena salud, culto, bien comunicado, que viva en viviendas dignas, hay que orientar la producción y la actividad económica directamente hacia tales objetivos y no esperar que ellos resulten de un efecto de “chorreo” que tenga el desarrollo industrial, después de que para acelerarlo hayan tenido que ser transferidos recursos desde el campo a la ciudad y desde los demás sectores hacia la industria. Agreguemos de paso, que mediante la producción en serie y estandarizada propia de la industria difícilmente se obtiene aquella variedad de productos capaces de satisfacer motivaciones y gustos personales diferenciados; mucho mejor puede lograr tal objetivo una artesanía bien implementada tecnológicamente.
Tampoco la industrialización es un camino eficiente para crear empleos y conducir a la ocupación plena de factores. De todos los sectores, es la industria uno de los que ocupa menor proporción de fuerza de trabajo por unidad de capital; y a partir de cierto nivel de industrialización básica, mientras más modernizada es la industria, menor tiende a ser la proporción de los ocupados en la industria sobre el total de la población económica activa. Son, por el contrario, aquellos mismos sectores que se orientan más directamente a la satisfacción de las necesidades básicas, los más intensivos en el empleo de trabajo humano.
En sociedades donde escasea el capital y es abundante la fuerza laboral, priorizar actividades intensivas en capital y que ocupan poca mano de obra es evidentemente darle al conjunto de los recursos un uso ineficiente, que no maximiza ciertamente el desarrollo
Similares conclusiones podemos obtener analizando los otros elementos del desarrollo deseado. La experiencia enseña que la industria no es fuente de integración social sino de conflictos, que la industrialización no elimina la explotación de los trabajadores, y que las sociedades industriales se distinguen por graves y crecientes desequilibrios ecológicos, demográficos y sociales. En general, no hay razones suficientes para asociar el desarrollo de la educación, la salud, la cultura, las comunicaciones y la mejor calidad de vida, con la industrialización moderna. Desde nuestras situaciones de subdesarrollo, parece que pueden desenvolverse mejor las potencialidades económicas desincentivando ciertos tipos de industria (mediante impuestos especiales, restricciones crediticias, etc.), fomentando la producción en los sectores primario y terciario, y reservando a la pequeña industria y al artesano aquellos rubros de producción en que puedan elaborar productos de calidad a precios no excesivamente superiores a los sustitutos industriales.
Esto no nos llevaría a una sociedad más arcaica y atrasada -como quieren sostener los que se oponen al desarrollo alternativo-, sino que podría llevarnos incluso a niveles de vida avanzadísimos, si se los evalúa con los parámetros de la calidad de vida. Pensemos a modo de hipótesis, en las situaciones siguientes: a) un desarrollo consistente y cualitativo de las comunidades, realizado transfiriendo recursos desde, por ejemplo, la industria automotriz, podría llevarnos a una situación en que excelentes medios de comunicación disponibles hagan innecesarios el uso de muchísimos automóviles y medios de transporte; b) un desarrollo cualitativo y cuantitativo del sector educación, realizado transfiriendo recursos financieros ocupados en la industria de armamentos o en una serie de industrias que producen baratijas, llevaría a una sociedad de hombres más cultos en que la demanda de baratijas disminuiría, y donde el uso de las metralletas y armas sería muy bajo; c) la liberación de recursos para el sector salud, desde una serie de industrias químicas, podría implicar construir una sociedad de personas más saludables que demandarían menos productos químicos y farmacéuticos. Por cierto, estos ejemplos no deben tomarse al pie de la letra, sino como anticipaciones dialécticas frente a una contraargumentación previsible.
2. Desarrollo no es acumulación de capital, sino incremento del saber práctico.
Junto con disociar el desarrollo de la industrialización, es preciso distinguirlo también del proceso de acumulación de capitales, con el que también se acostumbra identificarlo. En realidad, tal identificación no es sino una consecuencia del haber previamente considerado el desarrollo como industrialización, ya que es éste el proceso que requiere consistentes niveles de acumulación y concentración de capitales, sea en manos de los empresarios privados o del Estado.
En el limitado espacio de esta exposición, no podemos detenernos en la argumentación analítica necesaria para precisar exactamente la relación existente entre desarrollo y capitalización. Nos limitamos a sostener que una sociedad no es desarrollada porque disponga de abundantes capitales sino porque ha logrado expandir las potencialidades de los sujetos económicos que la conforman, ampliando el campo de sus actividades productivas, comerciales, tecnológicas, científicas, etc. Ello requiere bienes económicos concretos y una adecuada dotación de recursos materiales y financieros; pero más importante que ellos son el desarrollo de las capacidades humanas, el aprendizaje de los modos de hacer las cosas, los conocimientos científicos y tecnológicos disponibles y su grado de difusión en la sociedad, la acumulación de informaciones crecientemente complejas, la organización eficiente de las actividades, por parte de los sujetos que han de utilizar los recursos sociales disponibles.
Una sociedad puede estar transitoriamente provista de abundantes recursos de capital (como sucedió en nuestro país en el período de los créditos extranjeros fáciles que abultaron enormemente nuestra deuda externa), y sin embargo no experimentar un desarrollo sino un real empobrecimiento en el mismo período y en los sucesivos, si tales recursos no son utilizados con la suficiente inteligencia, racionalidad y eficiencia. Más que capitales el desarrollo requiere la formación de nuevos comportamientos, de determinados hábitos de conducta, de grados crecientes de organización social, requeridos por la multiplicación de las informaciones y la complejidad de las estructuras que caracterizan la sociedad moderna.
Son esclarecedoras las siguientes proposiciones de K. E. Boulding: “Por muy difícil que sea definir el desarrollo como una cantidad existe un amplio consenso acerca de que el proceso de desarrollo puede ser reconocido y que consiste en un incremento del saber del conocimiento práctico y del capital, que conlleva un aumento de la complejidad de las estructuras de la sociedad (...) En este proceso la acumulación de capital físico no humano desempeña una función importante, pero mucho más importante es la acumulación de capital dentro del sistema nervioso humano; esto es, el proceso de aprendizaje. El desarrollo es un proceso de aprendizaje y poco más. No consiste meramente en la acumulación de todo tipo de bienes, en la acumulación de capital en su sentido más simple. Consiste en desarrollar existencias de nuevos tipos de bienes, y lo más importante, consiste en desarrollar conocimientos prácticos y saber en el sistema nervioso humano que antes no existían. No es de ningún modo absurdo considerar todo el proceso de acumulación de capital esencialmente como un proceso de aprendizaje, no sólo en el sentido de que el aprendizaje humano es crucial, sino también en el sentido de que incluso el capital físico está formado realmente por conocimiento humano impuesto sobre el mundo físico” (17).
3. Los sectores populares como sujeto principal del desarrollo.
Una vez disociado el desarrollo del proceso de industrialización y de acumulación de capitales, puede también comprenderse que sus agentes promotores pueden ser sujetos distintos de los empresarios capitalistas o la burocracia estatal, o al menos que no son éstos los únicos involucrados en la tarea. La experiencia histórica de las naciones desarrolladas permite comprender que sólo puede hablarse de verdadero desarrollo allí donde la sociedad en su conjunto -todos sus grupos y categorías sociales- participan de los beneficios del desarrollo al mismo tiempo que contribuyen de algún modo a generarlo; en otras palabras, que el real agente impulsor del desarrollo no es otro que el pueblo, en su variedad de categorías y grupos funcionales.
En realidad, ha sido un intento de “acelerar el desarrollo” en los países subdesarrollados o en “vías de desarrollo”, saltándose ciertas etapas que en los desarrollos anteriores habían creado las premisas culturales y social del crecimiento, lo que ha llevado a creer que hay ciertos agentes privilegiados portadores del desarrollo, en la esperanza de que apoyando a esos grupos más modernos y dinámicos se promovería el desarrollo general. Pero el resultado de tales políticas ha sido que una parte reducida de cada nación subdesarrollada se ha modernizado, mientras otra parte más grande ha permanecido estancada o incluso experimentando procesos de regresión. Así, se ha venido acentuando la separación entre “dos mundos” al interior de nuestras sociedades; el mundo de los integrados, que tiene acceso a los bienes y servicios de la vida moderna, y el mundo de los excluidos y marginados cuya segregación tiende a ser cada vez más global abarcando lo económico, lo político, lo cultural y lo territorial.
Precisamente, tal segregación social es una de las características más relevantes del subdesarrollo de una sociedad. Dada la existencia de los mencionados “dos mundos” tan desiguales y separados, cada vez es más evidente que ningún índice ni parámetro que promedie entre ambas situaciones (tales como el conocido “ingreso per cápita”) puede considerarse como indicador del desarrollo, ni siquiera lejanamente aproximado; menos aún podría serlo alguna variable interna al sector modernizado (como sería, por ejemplo, la cantidad de computadoras utilizadas, o el volumen del comercio exterior). Por el contrario, el principal indicador del subdesarrollo de un país no es otro que la amplitud (como porcentaje de la población afectada y como grado de su pobreza) que hayan alcanzado en él la exclusión y marginación social, económica, política y cultural.
Llegamos así a una conclusión decisiva: que la condición fundamental para iniciar un proceso de desarrollo no es proveer de capitales a una clase empresarial o a un organismo estatal, sino reducir el espacio de la marginalidad y la exclusión. Y, si es por allí que donde debe y puede comenzar el desarrollo (cuyo carácter alternativo a estas alturas de la exposición es evidente), se concluye que en esta fase los principales agentes del desarrollo no serán otros que los mismos excluidos y marginados; los habitantes de las poblaciones periféricas, los campesinos, los obreros, los técnicos y profesionales que constituyen la fuerza de trabajo de un país.
Si unimos ahora esta conclusión a la anterior relativa a la naturaleza del desarrollo, podemos comprender que tal proceso consistirá, al menos en sus fases iniciales y por un período que puede preverse prolongado, en la ampliación de las capacidades humanas, del saber práctico, de las informaciones, de las capacidades de gestión de actividades económicas racionalmente organizadas, por parte de los distintos sectores y grupos sociales que conforman el mundo actualmente subordinado.
4. La economía popular solidaria como agente del desarrollo alternativo.
Desde esta perspectiva de un nuevo y distinto desarrollo, es posible comprender el papel que pueden cumplir en el proceso las OEP, el cooperativismo, las empresas autogestionadas de trabajadores y la economía solidaria en general. Al plantear el tema, es preciso aclarar de partida que nadie piensa que estas organizaciones sean el único y ni siquiera el más decisivo factor del desarrollo; porque, como anotamos, el desarrollo es un proceso que para ser verdadero debe involucrar al conjunto de la sociedad, y ello sólo es posible si todos los sectores participan, ante todo, desarrollándose a sí mismos y contribuyendo al desenvolvimiento general. El de las OEP y otras formas de economía solidaria será considerado, pues, como un aporte sustancial e indispensable, tan sustantivo y necesario como ha de serlo el de los trabajadores asalariados a través del mejoramiento de su productividad, capacidades y organización social y sindical, o como el de los profesionales y técnicos mediante la ampliación de sus capacidades de crear, implementar y difundir nuevas tecnologías, informaciones y conocimientos.
Veamos, pues, cual contribución pueden hacer al desarrollo estas organizaciones populares y de trabajadores. Si el primer elemento del desarrollo consiste en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, no cabe sino destacar tal contribución como importante, toda vez que esas organizaciones apuntan directamente a tal objetivo, mediante el despliegue de las capacidades y recursos de los mismos grupos que enfrentan serios problemas de subsistencia.
Se ha hecho habitual pensar las OEP y otras formas de economía popular de solidaridad como actividades de subsistencia, y por eso mismo postular su precariedad y escasa aportación al crecimiento económico y a la transformación social. Cabe, sin embargo, observar, que asegurar la subsistencia en las condiciones actuales de exclusión y extrema pobreza es una meta aún por alcanzar, que lograrla significaría de por sí un avance cualitativo y significativo de nuestra sociedad. Por otro lado, el sólo hecho de que varios miles de familias alcancen la autosubsistencia desde la situación marginal en que se encuentran, y que lo hagan sin tener que recurrir a la acción asistencial del Estado o al sometimiento a las condiciones que les exige el capital (en otras palabras, sin depender de algún patrón), sería un logro formidable desde el punto de vista de crear las condiciones o premisas de un proceso de desarrollo autosostenido. Desgraciadamente, aún no es posible afirmar que las OEP permitan realmente la autosubsistencia de sus integrantes, aunque contribuyen, en muchos casos en forma significativa, a su logro. Lo que queremos destacar es que la autosubsistencia implica un elevado nivel de desarrollo de las propias capacidades de trabajo y de autogestión, y que es un error minimizarlo y, más aún, contraponerlo a lo que serían las actividades de desarrollo.
Otro elemento del desarrollo al cual las OEP y otras formas cooperativas y autogestionadas pueden contribuir significativamente, se refiere al incremento de la disponibilidad general de recursos, y en particular, al logro de crecientes niveles de empleo de la fuerza de trabajo. La organización y puesta en actividad de tales recursos pone a la economía popular de solidaridad operante en torno a un punto nodal de cualquier estrategia de desarrollo; porque -como afirma A. O. Hirschman- “el desarrollo no depende tanto de saber encontrar las combinaciones óptimas de recursos y factores dados, como de conseguir, para propósitos de desarrollo, aquellos recursos y capacidades que se encuentran ocultos, diseminados o mal utilizados” (18).
Una de las características relevantes de las organizaciones solidarias y autogestionadas desde el punto de vista económico consiste, precisamente, en que ellas movilizan recursos económicos anteriormente inactivos; estas organizaciones están a menudo en condiciones de aprovechar recursos, que por su menor productividad en términos físicos o de dinero, son descartados por las empresas capitalistas. Ello es particularmente válido con respecto a la fuerza de trabajo: en las organizaciones solidarias pueden encontrar ocupación trabajadores menos calificados o de menor productividad, la llamada fuerza de trabajo secundaria, y también es posible el empleo de tiempos parciales o discontinuos que difícilmente pueden ser utilizados en otros sectores de la economía. Esto es económicamente viable porque las organizaciones solidarias operan con menores costos de factores, y porque sus integrantes pueden aportar y obtener valores y beneficios de otro tipo, servicios de capacitación, cultura, salud, etc., que forman parte del beneficio global, y que en otros tipos de empresa no interesan. Además de esto, está la más importante posibilidad que crean, de que una parte al menos de los trabajadores desocupados, que a menudo poseen niveles de calificación considerables, puedan desempeñar funciones productivas y de servicio, socialmente útiles.
Algo similar sucede con respecto a otro tipo de recursos: uso de equipos y herramientas de menor productividad, utilización de tecnologías tradicionales, formas de gestión que desde una perspectiva capitalista serían consideradas ineficientes, etc. En general, hay en la economía popular solidaria una capacidad de realizar actividad económica con recursos marginales, y este mismo hecho ayuda a mantener bajos los costos de operación.
Pero quizás lo más significativo sea, en este sentido, el hecho que las organizaciones económicas populares, cooperativas y autogestionarias ponen en actividad capacidades creativas, organizativas y de gestión que se encuentran socialmente diseminadas y que no han sido nunca económicamente aprovechadas. Si ellas lograran despertar y desplegar lo que podría denominarse “empresarialidad popular”, su contribución al desarrollo sería notable, pues el factor empresarial es considerado como uno de los más escasos y decisivos.
Otro aspecto importante para comprender el aporte que puedan hacer estas formas económicas a una estrategia de desarrollo, se refiere al nivel de eficiencia con que ellas emplean los recursos que movilizan. En efecto, es habitual el enunciado de quejas sobre ineficiencia; sin embargo, al hacerse comparaciones con otros tipos de empresas, es preciso no olvidar que a menudo estas unidades económicas utilizan recursos que aquéllas han descartado o que simplemente no están en condiciones de emplear; en este sentido, resulta evidente que están ocupando esos recursos humanos y materiales en forma más eficiente de cuanto lo hacen otras formas de organización económica... que simplemente no los consideran. Además de eso, es necesario comprender que el concepto de eficiencia y el modo de evaluarla es, en estas organizaciones, distinto al de otras, pues responde a su específica y peculiar racionalidad económica, como vimos anteriormente. Lo que observamos a nivel de aquél análisis microeconómico debe ser aquí recordado y tenido en cuenta.
Algo avanzamos también con relación a otra cuestión que se discute en la perspectiva de precisar el aporte que pueden hacer al desarrollo estas organizaciones: la de sus capacidades de acumulación. Se sostiene, efecto, que el desarrollo implica producción de excedentes sobre el consumo, que puedan ser invertidos en términos productivos. Pasando por alto la imprecisión conceptual de esta afirmación, y aceptándola provisoriamente como válida, cabe observar lo siguiente.
En la medida que estas unidades económicas establecen con terceros relaciones de mercado, ellas tiene la posibilidad de acumular los excedentes no consumidos, formar un capital de reservas, hacer inversiones productivas en la misma unidad, etc. Sin duda este tipo de acumulación es muy poco significativo en la actual situación de las formas económicas populares, aún cuando no sería de extrañar que en términos proporcionales el coeficiente de inversión sea en algunas unidades populares, y en las cooperativas y empresas autogestionadas, más alto que el que muestran las empresas de otro tipo y la economía nacional en su conjunto.
Pero, además de esto, hay que considerar que el tipo principal de acumulación en la economía popular solidaria consiste en el desarrollo de valores, capacidades y energías creadoras por parte de los sujetos que participan en ellas. Tal potenciamiento de las capacidades y recursos humanos: de la fuerza de trabajo a través de la capacitación y el ejercicio laboral, de las fuerzas tecnológicas a través de los distintos mecanismos de información y comunicación que estas organizaciones crean, de las capacidades organizativas, empresariales y de gestión, a través de la participación y la autogestión, puede ser entendido como un proceso permanente de inversión productiva, propio de este tipo de economía popular y solidaria.
Volvemos así al punto que destacamos a nivel del problema macroeconómico del desarrollo, que es igualmente válido para cada unidad productiva: es preciso superar la creencia de que la única inversión es la que se efectúa con recursos financieros y de capital. Aún cuando no se verifique una mediación monetaria, es preciso reconocer verdadera acumulación y verdadera inversión allí donde existe algún potenciamiento de las capacidades productivas, un incremento cuantitativo o cualitativo de factores económicos, que se traduzcan en un incremento de la productividad en términos de bienestar humano. Tal es, como vimos, la esencia del desarrollo.
A modo de conclusión de este breve y esquemático análisis del significado de la economía popular solidaria en el despliegue de un desarrollo alternativo, volvemos a sugerir una actitud intelectual y metodológica nueva. Más que preguntarse si son o no organizaciones estables y dinámicas, o si pueden o no hacer contribuciones al desarrollo, hay que centrarse en el descubrimiento de potencialidades en vistas de identificar los modos para hacerlas operantes y más reales. Transformar, entonces, los interrogantes que han dominado el debate sobre las OEP, las cooperativas y la autogestión, en estos nuevos términos: ¿de qué modo es posible desplegar las potencialidades transformadoras que tienen estas formas de organización económica popular?; ¿cómo potenciar el crecimiento de los nuevos modos de pensar, de sentir, de actuar y de realizarse, que están en germen en este proceso organizativo?; ¿qué hacer para transformar una estrategia de subsistencia en una eficiente alternativa de desarrollo?
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(16) “El desarrollo puede definirse como un cambio cualquiera en el estado o condición total de una sociedad que aumenta su producción en términos de bienestar humano” (K. E. Boulding). Con esta definición, se expresa sintéticamente los distintos elementos con que hemos caracterizado el desarrollo deseado, pueden estar de acuerdo la mayoría de los economistas. Las dificultades comienzan cuando se quiere disponer de indicadores cuantitativos del bienestar humano, especialmente si se opta por algunos tan burdos como el de “renta nacional real por habitante”.
(17) K.E. Boulding, La economía del amor y del temor, Alianza editorial, 1973, pág. 122-123.
(18) A. D. Hirschman, La estrategia del desarrollo económico, F.C.E. 1961, pág. 17.
Luis Razeto
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