CAPITULO III. RACIONALIDAD ECONÓMICA Y LÓGICA OPERACIONAL DE LA ECONOMÍA POPULAR DE SOLIDARIDAD
1. Elementos de la racionalidad y del modo de acumulación propios de las unidades económicas solidarias.
La racionalidad especial de los diferentes tipos de unidades económicas deriva de un conjunto de elementos, a saber, de los sujetos que las organizan con sus particularidades, objetivos e intereses, de los tipos de relaciones que se establecen entre los integrantes de la organización, de las relaciones de ésta con el exterior y en particular en los distintos circuitos de distribución y asignación de recursos, y de las formas de propiedad que se establezcan en ellas.
Siendo así, y dada la diversidad de situaciones en cada uno de estos aspectos, no es posible identificar una sola lógica operacional para todas estas organizaciones, sino que también a este nivel se manifiesta su acentuada heterogeneidad. Sin embargo, sobre la base de un conjunto de elementos comunes asociados especialmente al carácter popular y solidario de estas unidades y actividades económicas, es posible considerar la existencia de una cierta racionalidad especial que comparten (con mayor o menor grado de identificación, según los casos). De ella podemos señalar algunos elementos claves.
Un primer elemento de esta racionalidad consiste en que el objetivo de estas organizaciones es enfrentar unidamente un conjunto de necesidades humanas, individuales y sociales: necesidades de subsistencia fisiológica, de convivencia y relación con los demás, de capacitación y desarrollo cultural, de crecimiento personal y de identidad social, de autonomía y de integración crítica a la sociedad. En este sentido, se trata de organizaciones económicas, pero no economicistas.
La participación de las personas en ellas implica no solamente trabajar, producir, vender y comprar, sino todo un modo de vida, una práctica social y grupal compleja que tiende a ser integral; más que de “estrategias de subsistencia” habría que hablar de estrategias de vida.
Un segundo elemento de esta racionalidad económica consiste en un vínculo estrecho que en ellas se establece entre producción, distribución y consumo. En la economía solidaria existe alguna división del trabajo, relaciones comerciales con terceros, y procesos monetarios de distribución; pero lo más característico que tienen en sus relaciones internas y con otras organizaciones similares, es que en ellas se comparte y se coopera a fin de que las mediaciones monetarias entre la producción y el consumo sean las menores posibles. No todo trabajo tiene un precio o remuneración, y no siempre lo que cada uno recibe corresponde a un aporte de valor equivalente.
El tercer elemento, derivado de los anteriores, se refiere al concepto de eficiencia que es propio de estas unidades económicas. En ellas, la relación entre los objetivos y los medios, y entre los beneficios y los costos, trasciende un cálculo estrictamente cuantitativo. Objetivos y medios se encuentran altamente entrelazados; así, el cumplimiento de determinados objetivos (por ejemplo, la satisfacción de ciertas necesidades básicas) puede ser un medio para la satisfacción de necesidades relacionales y de convivencia, y a la inversa. El uso del tiempo puede presentarse a la vez como un costo y como el logro de ciertos objetivos. De este modo, no siempre es posible medir la eficiencia cuantitativamente, porque los beneficios y los costos pueden no tener expresión monetaria, ni son completamente separables.
Como resultado de ello, la evaluación de la eficiencia suele ser un proceso de apreciación que los integrantes de la unidad hacen sobre el logro de sus objetivos complejos y el uso de los medios disponibles; apreciación que incluye aspectos cuantitativos y cualitativos, elementos objetivos y subjetivos.
Las unidades económicas populares ofrecen a sus integrantes un conjunto de beneficios y satisfacciones extraeconómicas que se suman a la cuenta o apreciación global que cada miembro realiza. Cuando se mide el producto generado por estas organizaciones, se ha de considerar no solamente la producción física sino también un conjunto de servicios que, si no hubieran sido generados en la misma organización, las personas habrían tenido que adquirir en el mercado.
También por el lado de los costos, la operación implica un conjunto de ahorros importantes: la gestión colectiva basada en el trabajo adicional, la ausencia de costos de información y comunicación, el autocontrol del trabajo, la gratuidad de numerosas prestaciones, el empleo de tiempos parciales y discontinuos o de fuerza de trabajo secundaria que no tiene ocupación en otros tipos de empresas, el aporte de la creatividad social, el uso de medios de trabajo de bajo costo, etc., constituyen un conjunto de aspectos que redundan en el hecho que las unidades económicas solidarias operen con menores costos de factores.
Por todo lo anterior, estas organizaciones muchas veces están en condiciones de ofrecer su producción de bienes y servicios a precios competitivos incluso de la oferta equivalente de empresas que operan con altas economías de escala y tecnologías modernas.
Teniendo en cuenta esto, se puede comprender también que no es posible aplicar a estas actividades económicas, a sus formas de gestión, a sus procedimientos tecnológicos, a sus factores humanos y materiales, los mismos criterios de eficiencia que valen en otros tipos de empresas que operan con rigurosos criterios de maximización de las ganancias monetarias.
Esto no excusa de otras fuentes de ineficiencia que son propias de estas formas económicas. Muchas de ellas manifiestan en su operación ineficiencias significativas, que podrían ser superadas sin dejar de funcionar en los términos de la racionalidad solidaria. Encontramos ineficiencia, por ejemplo, cuando la multiplicación de actividades grupales dificulta la continuidad de las operaciones productivas y comerciales; cuando la combinación de factores no respeta los requerimientos de proporcionalidad técnica (por ejemplo, la situación en que la fuerza laboral es sobreabundante en relación a la dotación de medios de trabajo); cuando la gestión se encuentra dificultada por procedimientos demasiado complicados, o por la interferencia de conflictos originados en motivos extraeconómicos; cuando la fuerza de trabajo autogestionada cede a la tendencia de ahorrar esfuerzos sin cuidar suficientemente las exigencias de calidad y cantidad de la producción, necesarias para alcanzar un funcionamiento de equilibrio; etc.
Un último elemento importante de la racionalidad de estas organizaciones, que aquí alcanzamos solamente a mencionar, se refiere al modo de acumulación que les es propio. En la medida que éstas unidades económicas establecen con terceros relaciones de mercado, ellas tienen la posibilidad de acumular los excedentes no consumidos, formar un capital de reservas y hacer inversiones productivas en la misma unidad. Sin embargo, el tipo principal de acumulación consiste en el desarrollo de valores, capacidades y energías creadoras por parte de los sujetos que participan en ella.
Puede decirse que en estas organizaciones se busca asegurar el futuro no sólo por la posesión de activos materiales, sino sobre todo por la riqueza de las relaciones sociales, y por el potenciamiento de las capacidades y recursos humanos que una vez adquiridos estarán siempre disponibles para enfrentar necesidades crecientes, recurrentes y nuevas (11).
2. La lógica operacional particular de los talleres laborales de autosubsistencia.
Los anteriores elementos de la racionalidad especial de las organizaciones económicas populares constituyen -como señalamos- aquellos aspectos comunes, compartidos por una gama heterogénea de unidades económicas solidarias de distinto tipo. Procederemos ahora, brevemente, a exponer la lógica operacional particular de los talleres que producen bienes y servicios en forma autogestionada y con objetivos de autosubsistencia de sus miembros.
Se trata de uno de los tipos de organización económica popular, cuyas características pueden ser expresadas así: unidades económicas pequeñas, que operan con una reducida dotación de capitales y equipos, y con tecnologías simples que implican utilización intensiva de fuerza de trabajo generalmente poco calificada, que han sido organizadas asociativamente por trabajadores que no encuentran ocupación en otro tipo de empresas, y que cooperan entre ellos en base a la puesta en común de sus capacidades de trabajo, para enfrentar solidariamente el problema de la subsistencia.
Antes de entrar en el asunto, es conveniente recordar que al hablar de “lógica operacional” nos colocamos en un nivel de abstracción que expresa relaciones esenciales, muchas veces implícitas en la operación concreta de la unidad económica, y no en un plano descriptivo de los comportamientos y modos de pensar explicitados por las personas; y que en tal abstracción, se procede a una simplificación de la realidad, de manera que no se expresa conceptualmente lo que sucede en la práctica, sino que se proporciona un instrumento de análisis y comprensión de esa práctica.
En este tipo de unidades económicas, el objetivo principal de todas las operaciones y transacciones económicas es la subsistencia de sus miembros con sus familias, es decir, la satisfacción de sus necesidades fundamentales. Siendo así, el cálculo de ganancia monetaria y la acumulación de excedentes no son determinantes.
El elemento económico fundamental es simplemente el ingreso neto que los trabajadores obtienen como resultado de su trabajo, que puede ser directamente en bienes y servicios producidos o en ingresos monetarios obtenidos con la venta de la producción. Tal ingreso es medido o apreciado desde el punto de vista de las necesidades de consumo que permita satisfacer, pudiendo ser escaso, suficiente o abundante.
Lo que los trabajadores invierten en la unidad económica es su propia fuerza de trabajo y su tiempo, ocupados en distintos grados posibles de intensidad y duración. Tal inversión es medida o apreciada desde el punto de vista de la fatiga y/o satisfacción que proporcione a los trabajadores, que puede ser excesiva, adecuada o reducida.
En cuanto se funciona con estas dos variables principales (ingreso neto y tiempo de trabajo), el equilibrio en este tipo de empresas de subsistencia estará dado por el nivel de producción en que se establezca un balance entre lo que los trabajadores consideran como un adecuado nivel de satisfacción de las necesidades de consumo, y lo que consideran como un adecuado nivel de intensidad del trabajo que realizan. (Con la advertencia de que el término “adecuado” expresa, en ambos casos, lo que a los miembros de la organización les es finalmente aceptable, dadas las condiciones restrictivas de la situación económica y de sus propios niveles de vida).
Para que los talleres funciones y permanezcan en actividad, es preciso, entonces, que en ellos se establezca un balance subjetivo entre sus aspiraciones respecto a beneficios y sus disposiciones respecto a esfuerzo y dedicación al trabajo, en el concreto aquí y ahora de su operación. Si los integrantes de la organización consideran que los beneficios que obtienen son demasiado pocos para el trabajo y esfuerzo que realizan, dejarán la organización; y lo harán también en el momento que consideren que el esfuerzo que deben realizar para obtener ingresos suficientes, les resulta excesivo.
Por esto, el punto de equilibrio quedará empíricamente dado por la situación en que los trabajadores decidan no aumentar el trabajo y el tiempo de dedicación, por considerar que esa intensificación del trabajo sólo les permitiría la satisfacción de algunas necesidades suplementarias de las que pueden prescindir, o que no compensan subjetivamente el mayor tiempo de trabajo.
Estamos, pues, ante un mecanismo de apreciación subjetiva del equilibrio similar al de las unidades económicas campesinas, estudiado por A. V. Chayanov (12). Hay sin embargo una diferencia importante, que deriva del hecho que los talleres asociativos de subsistencia pueden incrementar su fuerza de trabajo incorporando otros trabajadores en condiciones de igualdad; y pueden también incrementar su dotación de recursos materiales reduciendo transitoriamente el consumo para destinar parte de los ingresos a la inversión necesaria. En otras palabras, ellos pueden modificar tanto la variable trabajo como la variable consumo, adoptando las decisiones correspondientes. En ambos casos, el punto de equilibrio de la empresa se modifica, en la expectativa de que el resultado sea favorable, pero pudiendo también implicar el riesgo de hacer inviable la continuación de la operación.
El análisis de estas variaciones es bastante complejo, y queda fuera de las pretensiones de esta presentación. Nos limitamos a hacer notar que la incorporación de un nuevo trabajador al taller trae consigo:
a) un aumento de la producción y de los ingresos totales, que sin embargo implica en algunos casos una disminución de los ingresos medios de cada integrante, pues el ingreso total deberá distribuirse entre más trabajadores;
b) un aumento del trabajo conjunto y del tiempo total de actividad, que sin embargo puede significar que el trabajo y el tiempo de dedicación de cada integrante disminuya;
c) un cambio en la misma apreciación o criterio de juicio sobre el nivel adecuado de ingresos y de intensidad del trabajo, porque el nuevo integrante puede aportar ideas y valores, cualidades y defectos, opiniones y experiencias diferentes;
d) un cambio en la combinación de factores, toda vez que el ingreso del nuevo trabajador no implica correspondientes inversiones en medios de producción, o bien toda vez que implique su aportación de conocimientos técnicos y de sus capacidades de gestión, de un tipo o grado distinto (mayor o menor) que el de los socios anteriores.
En cuanto a la formación de un capital de excedentes ahorrados para invertirlo en nuevos medios de trabajo o recursos técnicos, cabe señalar que ello implica:
a) una disminución del consumo y satisfacción de necesidades durante el período del ahorro;
b) un probable incremento futuro del consumo y de la satisfacción de necesidades, que se puede obtener con el uso de los factores adquiridos con el ahorro;
c) una probable disminución de la intensidad del trabajo necesario, pues la nueva inversión probablemente significará reemplazo de energía y trabajo humano por instrumentos de mayor productividad que los anteriores;
d) en consecuencia, un período de restricción, en que el taller corre el riesgo de salirse de su nivel de equilibrio, y una perspectiva futura más holgada, en que se alcance un nivel de equilibrio más ventajoso para la organización y sus integrantes.
3. Sobre la viabilidad económica de los talleres laborales.
Considerando estos distintos aspectos pueden analizarse con rigor las condiciones de la viabilidad de estas organizaciones. Simplificando tal análisis, podemos advertir lo siguiente:
a) Este tipo de unidades productivas puede cumplir su objetivo fundamental que es la satisfacción de las necesidades básicas de sus miembros, mediante su esfuerzo autónomo.
b) Estos talleres pueden mantenerse en operación y funcionar establemente, mientras no cambie el juicio subjetivo de sus miembros sobre la intensidad del trabajo y las necesidades de consumo por satisfacer, y siempre que se preocupen por reponer sus medios de trabajo.
c) Si el taller se limita a reponer sus medios de trabajo a medida que se deterioran, sin mejorar e incrementar los demás factores, es altamente probable que no tengan una vida prolongada, porque es natural (también por razones biológicas) que a medida que pasa el tiempo la apreciación subjetiva de la fatiga del trabajo necesario para obtener un determinado nivel de ingresos sea creciente; y tienden a ser igualmente crecientes las necesidades de consumo por satisfacer, dadas las influencias culturales provenientes del mercado externo, y también en ocasiones por razones naturales: crecimiento del grupo familiar, enfermedades asociadas al paso de los años, etc. Por todo ello, al taller le resultara siempre mas difícil operar en condiciones de equilibrio.
d) La consolidación y crecimiento de los talleres supone el desarrollo sistemático de una política de perfeccionamiento tecnológico, aprendizaje practico e incremento de la productividad del trabajo, mejoramiento de las capacidades de gestión mediante la capacitación y la experiencia, y ampliación de los medios de trabajo en base al esfuerzo interno de ahorro y capitalización.
En estos casos en que tales procesos logren verificarse, es probable que el taller de subsistencia se convierta progresivamente en una empresa autogestionada o cooperativa de trabajadores con mayores perspectivas de crecimiento. De lo contrario, su mantención y pervivencia dependerá de la regularidad con que puedan obtener las ayudas y donaciones necesarias. La alternativa es, entonces, mantenerse en la subsistencia en condiciones de dependencia, o alcanzar la autonomía desarrollándose y adquiriendo las características de la empresa de trabajadores (13).
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(11) Un análisis más profundo y riguroso de la racionalidad especial de la economía de solidaridad puede leerse en L. Razeto, Economía de solidaridad y mercado democrático, Libro primero, Ediciones PET, Santiago 1985; especialmente los capítulos VI a IX.
(12) Ver A. V. Chayanov, La organización de la unidad económica campesina, Ediciones Nueva Visión SAIC, Buenos Aires, 1974. Hemos utilizado libre y ampliamente las elaboraciones de Chayanov en esta presentación de la lógica operacional de los talleres laborales de subsistencia.
(13) Para un análisis más amplio y detallado de la lógica operacional de los talleres laborales de autosubsistencia, ver L. Razeto, Empresa de trabajadores y economía de mercado, Ediciones PET, Santiago 1982, capítulo 9. En los capítulos 10 y 11 se analizan las lógicas particulares de las cooperativas tradicionales y de un modelo renovado de empresa de trabajadores. Sobre las lógicas propias de otros tipos de unidades económicas alternativas, ver también L. Razeto, Las Empresas Alternativas, Ediciones PET, Santiago 1986.
Luis Razeto
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