ESTACIÓN CUATRO
UN DESVÍO EN EL CAMINO Y ENCUENTRO CON LOS POETAS
Después de unos veinte minutos de caminar en subida, un vago recuerdo se despertó en mi mente, poniendo en mis labios una pregunta que formulé sin dejar de seguir al Maestro:
– ¿Por qué ascendemos? Si mal no recuerdo el relato de tu anterior aventura, la que narraste en La Comedia, si nos encaminamos al mundo oscuro y tenebroso de los culpables debiéramos estar descendiendo, en vez de tomar esta ruta empinada.
Dante se detuvo, me sonrió con un gesto que me hizo pensar en una niña que, sorprendida en falta, intenta evitar la reprimenda conquistando el favor de su padre con una tierna y simpática expresión.
"Tienes razón, querido amigo. Nos desviamos del antiguo camino, lo que será por poco tiempo. Es que he visto que te conmueves fácilmente ante el dolor ajeno, y como hemos de recorrer lugares realmente tenebrosos, es conveniente que te fortalezcas espiritualmente.
“Yo aprovecho también la ocasión, y me dejo llevar por mis propios sentimientos, hacia un lugar tranquilo y ameno donde se encuentra una residencia que comparto con antiguos poetas, filósofos y sabios, cuya compañía me está haciendo falta.
“Si no te incomoda este desvío, te presentaré y podrás platicar con algunos de ellos. Espero que en esos encuentros sientas aumentar la fortaleza de tu intelecto, de tu voluntad y de tu imaginación, que te ayudarán para, después, enfrentar a los que habitan en los espacios oscuros de la inteligencia moderna."
– ¡Encantado! – respondí con entusiasmo, agregando: – Nada podría hacerme más feliz que conocer personalmente y escuchar de viva voz, a aquellos hombres y mujeres insignes que, con sus obras que tuve el privilegio de leer cuando era estudiante, elevaron mi alma hacia las alturas más sublimes de la poesía y el pensamiento.
"Tal vez te interese saber – comentó Dante – que cuando realicé hace siglos mi propio periplo acompañado por Virgilio, los personajes que visitaremos allí arriba se encontraban abajo, en un lugar de suspiros y lamentos. Lo llamaban el Limbo, y estaban ahí porque no habían sido bautizados.
“Pero fueron rescatados por los méritos del amor que en sus vidas terrenales desplegaron produciendo obras de sublime belleza, bondad y sabiduría.
“Tan sorprendente y multitudinaria mudanza sucedió hace no mucho tiempo, cuando la institución que había recibido las llaves que controlaban las puertas del Reino celeste, abandonó antiguas e inflexibles convicciones dogmáticas.
“Las llaves de los espacios celestiales e infernales están ahora en manos de hombres y mujeres que en sus vidas terrenales fueron escogidos por el pueblo humilde. Ellos mismos se las arrebataron a las jerarquías que las habían controlado durante siglos."
Esta explicación del Dante me hizo recordar el poder que en un momento de entusiasmo imprudente otorgó Jesús a Simón Pedro cuando le dijo “A ti te daré las llaves del Reino. Y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo”. Lo comenté a mi guía, quien replicó enseguida:
“Poder que los sucesores de Pedro emplearon tantas veces con despiadada vileza para dominar a los pueblos”.
Continuamos caminando. De pronto percibí un resplandor que vencía a las tinieblas, y aunque todavía estábamos lejos de aquella fuente de luz, pude distinguir un conjunto de almas que formaban un ruedo. Entonces oí una voz que exclamaba: “¡Honremos al insigne poeta que se había ausentado y que ya regresa!”.
Avanzamos hacia el grupo, y pude distinguir que en él destacaban Catulo y Lucrecio, junto a Horacio, Ovidio y Virgilio. Éste último, que era el que había anunciado nuestra llegada, se adelantó a recibirnos, saludó con cariño a Dante y nos invitó a integrarnos al grupo.
Al estar más cerca pude distinguir muchos grandes poetas cuyas obras conocía. Estaban allí Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer y Antonio Machado; Rubén Darío, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda; Gabriela Mistral, Violeta Parra y Víctor Jara; William Shakespeare, Edgar Allan Poe y Walt Whitman; Paul Verlaine, Charles Baudelaire y Paul Claudel; Petrarca, Bocaccio y Giacomo Leopardi.
Al acercarse mi Maestro, todos ellos se inclinaron con respeto sumo. Algo más lejos se veían otros grupos, en los que reconocí a unos pocos, pues eran muchos más los que desconocía.
“Este hombre que me acompaña, aún vive en la Tierra – explicó el Maestro –, pero debe recorrer las cavidades del infierno, no por estar condenado sino para su aprendizaje sobre las condiciones en que se encuentran los humanos que no han sabido desarrollar su espíritu.
“Pero ya al pasar por donde se encuentran multitudes de hombres y mujeres dolientes, lo he visto conmoverse en tal forma, que llegué a temer que su sensibilidad piadosa, si bien humanamente sana, pueda desviarse y devenir debilidad, como sucede a tantos que llevados por la compasión realizan actividades caritativas mal orientadas, que terminan dañando a quienes quieren beneficiar.
“Espero que, aprendiendo de los poetas, los filósofos y los sabios, este hombre fortalezca su intelecto, su voluntad y su imaginación, de modo que el amor que despliegue después en el mundo no se extravíe”.
Apenas Dante terminó de explicar mi presencia, se alzó del fondo de la congregación de poetas una voz fuerte y clara que leyó un texto que todos escuchamos en completo silencio:
“Pues he visto extraviarse la piedad con demasiada frecuencia. Pero nosotros, que gobernamos a los hombres, hemos aprendido a sondar su corazón para otorgar nuestra solicitud sólo al objeto digno de atención.
“Pero niego esa piedad a las heridas ostentosas que atormentan el corazón de las mujeres, así como a los moribundos, y también a los muertos. Y sé por qué.
“Hubo un tiempo en mi juventud en que tuve piedad de los mendigos y de sus úlceras. Contrataba curanderos para ellos y les compraba bálsamos. Las caravanas me traían de una isla ungüentos regios que recosían la piel sobre la carne.
“Así obré hasta el día en que comprendí que consideraban un lujo raro su pestilencia, al sorprenderlos rascándose y humectándose con estiércol como quien prepara la tierra para extraerle la flor purpurea.
(Murillo)
“Se mostraban uno a otro su podredumbre con orgullo, envaneciéndose de los regalos recibidos; pues quien ganaba más, se igualaba ante sí mismo al gran sacerdote que expone el ídolo más bello.
“Si consentían en consultar a mi médico, era con la esperanza de que su chancro le sorprendiera por su pestilencia y amplitud. Y agitaban sus muñones para tener un lugar en el mundo.
“Aceptaban los cuidados como un homenaje, ofreciendo sus miembros a las abluciones que los halagaban; pero apenas el mal se había borrado, se descubrían sin ninguna importancia, no nutriendo ya nada de sí, como inútiles, y se ocupaban en adelante de resucitar la úlcera que vivía de ellos.
“Y bien arropados nuevamente en su mal, gloriosos y vanos, volvían a tomar, escudilla en mano, la ruta de las caravanas y, en nombre de sus dioses sucios, exigían la limosna de los viajeros”.
Reconocí el texto. Era el inicio de Ciudadela, libro de Antoine de Saint-Exupéry que leí en mi juventud más de una vez.
Enseguida, unos tras otros, sin seguir algún orden prefijado sino por espontánea voluntad de cada uno, los vates pasaron al centro y recitaron poemas que habían compuesto en vida, mereciendo los aplausos y alabanzas de quienes a su alrededor formaban círculos concéntricos.
Después de escuchar a unos veinte, Dante anunció que debíamos continuar nuestro camino pues teníamos una misión que cumplir. Entonces en coro los poetas le pidieron que no los dejara sin antes recitar al menos uno de sus cánticos, a lo que Dante accedió pasando adelante. Cantó dirigiéndose a mí:
«O animal grazioso e benigno
che visitando vai per l'aere perso
noi che tignemmo il mondo di sanguigno,
se fosse amico il re de l'universo,
noi pregheremmo lui de la tua pace,
poi c'hai pietà del nostro mal perverso.
Di quel che udire e che parlar vi piace,
noi udiremo e parleremo a voi,
mentre che 'l vento, come fa, ci tace.
Siede la terra dove nata fui
su la marina dove 'l Po discende
per aver pace co' seguaci sui.
Amor, ch'al cor gentil ratto s'apprende,
prese costui de la bella persona
che mi fu tolta; e 'l modo ancor m'offende.
Amor, ch'a nullo amato amar perdona,
mi prese del costui piacer sì forte,
che, come vedi, ancor non m'abbandona.
Amor condusse noi ad una morte.
Caina attende chi a vita ci spense».
[“Oh animal gracioso y benigno / que vas visitando por el aire, perdido, / a nosotros que teñimos el mundo de colores. / Si el rey del Universo nos es amigo / nosotros le pedimos que te conceda paz / puesto que te apiadas de nuestras maldades. / De aquello que os gusta oír y hablar / oiremos y hablaremos, / mientras el viento, como sucede a veces, no nos silencie. / La tierra donde nací se asienta / a orillas del mar donde desemboca el río Po / que pacifica a sus habitantes. / Allí el Amor, que al corazón gentil atrapa con fuerza, / cogió a éste de la bella persona / que me fue arrebatada de un modo que aún me ofende. / El Amor, que a ningún amado, amar perdona , / me agarró con un placer tan intenso / que, como ves, aún no me abandona. / El Amor nos acompaña hasta la muerte. / Caín espera al que en vida lo apague.”]
Dante saludó a sus amigos que le insistían para que continuara, pero les explicó que teníamos un largo camino que recorrer y nuestro viaje estaba apenas comenzando. Y así los dejamos, yo lamentando no continuar escuchando a tan insignes poetas.
Luis Razeto
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