ÚLTIMA ESTACIÓN - ENCUENTRO CON FE Y LOS DIVINOS EDUCADORES DE LA HUMANIDAD

ÚLTIMA ESTACIÓN

ENCUENTRO CON FE Y LOS DIVINOS EDUCADORES DE LA HUMANIDAD

 

Ahora te dejamos en las manos de Fe, que es la única que conoce el camino definitivo” – me dijeron Sabiduría, Filosofía y Ciencia antes de desaparecer por la izquierda, al tiempo que a mi derecha se presentó una mujer morena, dulce y sencilla, vestida humildemente pero inundada de gloria.

¡Vamos! ¡Sígueme! Se te ha otorgado la gracia de asistir al Encuentro Sublime” – me dijo Fe. – “Y no te detengas aunque no veas el camino y te parezca todo improbable y oscuro. Sólo sígueme, sin perderme de vista, porque por tus propias luces nunca llegarías al lugar donde debo llevarte”.

No logré darme cuenta de cuán largo o corto fue el camino, pues en cierto sentido me pareció que recorrimos la historia entera de la humanidad, mientras que en otro sentido me pareció que fue un vuelo de solo un instante.

Lo cierto es que llegamos a un lugar del que solamente puedo describir como un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva.

Allí se encontraban nueve grandes Hombres que estaban muy activos sembrando amorosamente semillas de Conocimientos, las que crecían rápidamente deviniendo enormes Árboles de la Ciencia del Bien y del Mal.

Ellos son – me dijo Fe – los Grandes Educadores de la Humanidad, de los cuales puede decirse que, siendo humanos, están íntimamente unidos a Dios, de modo que lo reflejan, lo manifiestan y lo revelan en su propio ser”.

Estaban allí Abraham y Moisés, reveladores y fundadores del Judaísmo; Zoroastro, profeta persa que fundó el Mazdeísmo; Krishna, considerado Avatar del Dios llamado Visnú en la India; Buda Gautama, fundador del Budismo; Jesucristo, Hijo de Dios y Mesías del Cristianismo; Muhammad, el Profeta del Islamismo; el Bab y Baha‘u‘llah, las Manifestaciones de Dios en la Fe Bahai.

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Cada uno de ellos estaba rodeado de multitudes de discípulos y de fieles, y hacia ellos continuaban llegando hombres y mujeres desde todas partes del mundo, poniendo en evidencia que todas eran, unas más extendidas que otras, grandes religiones milenarias que continúan vivas.

Yo estaba perplejo al comprobar que religiones tan diferentes, que en la historia más de una vez se habían enfrentado en guerras fratricidas, compartían en completa paz y armonía, y todas contribuyendo con sus propios y diversos carismas al Cielo Nuevo y la Tierra Nueva que estaban construyendo.

Fe comprendió las vacilaciones de mi alma frente a lo que estaba viendo, que me parecía un sueño, y atendiendo a mis ojos que la interrogaban sin palabras me dijo:

Estos Maestros de la Humanidad, estos Fundadores de Religiones, todos ellos, atraen y llevan hasta la presencia de Dios, a los niños y adolescentes que aún no han desarrollado las facultades que los capacitan para una búsqueda autónoma de la verdad; y a los hombres y mujeres que por sus tareas y obligaciones familiares y laborales, y por las exigencias de la subsistencia, no están en condiciones de dedicar el tiempo que es necesario para desarrollar el arte, la ciencia, la filosofía, la metafísica y la espiritualidad en grado suficiente como para alcanzar la felicidad.

A todas estas personas, amadas predilectas de Dios, las religiones les muestran mediante sencillos relatos, en parábolas, en historias, en mitos y en leyendas, alegorías y silogismos, los misterios profundos de la existencia del mundo, les enseñan el sentido de la vida, y los conducen al destino superior al que están llamados los humanos.

Por esos medios simples, las religiones los educan en las virtudes y los abren al conocimiento de Dios, predisponiéndolos a la recepción de la Gracia y de los dones espirituales.

Pero no te equivoques pensando que se trata de engaños piadosos. Al contrario, son enseñanzas de sabiduría divina, expresadas en lenguajes simbólicos cuya justa comprensión requiere acercarse a ellas con la pureza de espíritu de los niños, la paciencia de los pobres, el hambre y la sed de justicia de los oprimidos, la misericordia de los que tienen el corazón bien puesto, la paz interior de los benignos y generosos, la ternura de los que saben amar”.

Lo entiendo – le dije después de pensarlo un momento –. Pero tengo todavía dudas que quisiera me puedas clarificar.

Exprésalas con toda confianza” – me dijo Fe – “pues nada me hace más feliz que poner fe donde hay dudas, e iluminar donde hay oscuridad”.

Una primera duda – le dije – me surge al ver que las creencias que enseñan las distintas religiones son tan diferentes unas de otras, que no me parece que pueden ser todas verdaderas, según el principio de no contradicción que me indica la razón. Y entonces ¿cómo puedo discernir cuál de las religiones sea la verdadera, si es que alguna ha de serlo?

Tu pregunta es muy pertinente y te agradezco que la formules. Ante todo es importante que veas que todas las religiones comparten las mismas creencias esenciales, a saber.

Que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.

Que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.

Que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.

Que el destino de los hombres en la tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.

Que toda persona puede ser mejor de lo que es, y que la naturaleza humana puede tener un desarrollo y evolución personal que implican un camino de creciente perfección.

Que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento y el amor al prójimo.

Todas estas creencias son mensajes esperanzadores, que tal vez todo el mundo quisiera creer, porque se trata de 'buenas noticias'. Pero, como trascienden la experiencia cotidiana y el alcance de la percepción y la razón, para aceptarlas se requiere Fe.

Pero has de entender que no hay contradicción racional entre ellas. Las diferencias entre unas religiones y otras derivan de las distintas épocas y de las diferentes culturas en las que las diversas revelaciones se formularon”.

La otra duda, que me inquieta aún más que la primera, se refiere al hecho histórico indiscutible de que las religiones, sin desmerecer las cosas buenas que han realizado en unos u otros lugares y épocas, han sido también causantes de horribles guerras entre naciones, y han servido para oprimir y someter a pueblos enteros, hasta el punto de que han merecido ser catalogadas como 'opio del pueblo'. ¿Qué me dices sobre eso?

Sentí la mirada comprensiva de Fe, y le escuché decirme con expresión que denotaba una convicción indesmentible:

Si estudias bien el origen de las religiones, te darás cuenta de que sus fundadores han sido siempre críticos del orden social existente. Ellos siempre han expresado, en sus predicaciones y enseñanzas, un mensaje que recoge el clamor de los oprimidos que se eleva hacia Dios, y que levanta el deseo y la esperanza de ser liberados de la miseria y de la humillación en que se encuentran.

Los profetas manifiestan al pueblo que ese clamor libertario ha sido escuchado por el Omnisciente, que les promete salvación. Una salvación que no ha de caer del cielo como un regalo inmerecido, sino que debe resultar de la búsqueda de la justicia y la libertad por parte de los mismos oprimidos que se congreguen en comunidades amorosas, y de la conversión del corazón de los opresores cuando constatan la grandeza de alma de quienes han acogido el mensaje de amor, justicia y libertad.

Los profetas no levantan al pueblo contra sus opresores, no los convocan a la acción violenta. Ellos saben que cuando el pueblo se levanta y ataca a los poderosos, estos se defienden y contraatacan con mayor fuerza, de modo que el sufrimiento de los oprimidos se acentúa.

La invitación de los profetas es a separarse del sistema opresor, actuar con independencia y libertad, y desarrollar creativamente un modo nuevo de vivir, libre, justo, solidario, pacífico. ‘Nacer de nuevo’, esto es, comenzar una nueva vida.

Pero como el corazón de los poderosos y de los ricos es duro, sienten este alejamiento de los súbditos y dependientes como una amenaza, al darse cuenta de que han perdido el poder que ejercían sobre esas personas del pueblo, y que ya no pueden extraerles su fuerzas y capacidades de producirles riqueza.

Para defender sus riquezas y su poder, o sea, el orden económico y político que les garantiza continuar acrecentándolos, los poderosos no pueden atacar y eliminar por la fuerza y las armas a esas comunidades de creyentes que se separan y liberan de ellos haciéndose autónomos.

No los pueden atacar por la fuerza, porque aquellos no se les enfrentan, sino que, en paz, se limitan a invitarlos a la conversión del corazón y a cambiar sus conductas. Además, comprueban que si los persiguen y atacan, esos hombres y mujeres libres se hacen aún más fuertes en su fe.

¿Qué hacen entonces los poderosos, que no aceptan ser ellos los vencidos? Despliegan una estrategia mejor, cual es la de integrarse a las iglesias, influir en ellas desde adentro, copar sus estructuras jerárquicas, reemplazar sus mensajes libertarios por otros que llaman al pueblo a sacrificarse y soportar las desdichas como el mejor camino para llegar a la felicidad, en la otra vida.

Y así van introduciendo en las instituciones religiosas sus propias estructuras económicas, sus propias diferencias de clases, sus propias preferencias políticas, sus propias ansias de poder, sus propias ambiciones bélicas.

Pero la fe verdadera, la de los fieles religiosos auténticos, siempre perdura y se renueva en comunidades de conocimiento y de amor verdadero”.

 

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Cuando Fe terminó de responder mis dudas, y viendo yo la alegría que se repartía entre las comunidades de los fieles que acompañaban a los diferentes Educadores de la Humanidad, sentí un deseo intenso de acercarme a ellos.

Pero Fe me contuvo diciendo: “A estos Hombres Divinos no te puedes acercar en esta esfera celeste, donde conviven con las almas de los escogidos”.

Pero has de saber – agregó – que Ellos se encuentran vivos en la Tierra, actuando siempre en medio de los humanos que se abren a sus llamados. Es allá donde tendrás que buscarlos si deseas estar con ellos”.

Así, sin más, concluyó el largo viaje que comencé bajando por las cavidades del Infierno, continué recorriendo las explanadas del Purgatorio, y concluí ascendiendo por las esferas del Paraíso.


 

Y ahora, ¡heme aquí en la Tierra! De cuerpo y alma presentes, completando el relato de tan singulares experiencias, que espero, lector amigo, te hayan entretenido y enseñado.

Tengo conmigo las pruebas de mi periplo. El trozo de carbón que recogí en el Infierno, la campanita que me dio Raúl en el Purgatorio, la arpillera que troqué por una charla, y el planetésimo que me regaló el Principito. El que quiera comprobar que estos relatos son verdaderos, puede venir a verlos cuando lo desee.


 

Luis Razeto

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