ESTACIÓN NOVENTA Y CUATRO - ENCUENTRO CON TERESA DE ÁVILA Y JUAN DE LA CRUZ

ESTACIÓN NOVENTA Y CUATRO

ENCUENTRO CON TERESA DE ÁVILA Y JUAN DE LA CRUZ

 

Buenaventura dio un paso atrás y Teresa dio un paso al frente. Sentí su mirada, que era penetrante y de gran ternura al mismo tiempo, cruzarse con la mía expectante. Y con voz al mismo tiempo fuerte y dulce, dijo:

 

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A Dios debes encontrarlo en lo más hondo de tu alma, por lo que es preciso que entres en ella y descubras poco a poco las riquezas que se encuentran allí escondidas. El alma del justo es como un paraíso donde Él tiene deleites que anhela darte.

Es una bestialidad no conocerse a sí mismo y mantenerse con la mente centrada en el cuerpo y en las cosas que nos rodean. Es preciso entrar en el interior de uno mismo para descubrir nuestros valores y desarrollar nuestras capacidades.

Entra en tu alma, que es como un castillo, todo de un diamante muy fino y un cristal muy claro, donde hay muchas moradas, unas en lo alto, otras abajo, otras a los lados. Y en el centro y en la mitad y en lo más profundo, está el aposento principal, que es donde pasan cosas muy secretas entre Dios y el alma.

La puerta para entrar al castillo es la oración, no de palabra sino mental y de pensamiento, porque solamente vocal no es verdadera oración.

El ingreso al que se accede es el recogimiento, que consiste en dejar toda consideración de la realidad exterior, e incluso la actividad mental, para recogerse y quedar absorto en la intimidad del alma.

Se entra enseguida en la morada de la oración de unión. Allí Dios imprime en el alma la sabiduría, que ni ve, ni oye, ni entiende durante el tiempo en que está así, que siempre es breve, y que al alma misma le parece siempre que fuera aún más breve de lo que es en realidad.

Ahí Dios se fija tan firmemente en el alma que cuando ésta vuelve en sí, ya no duda de que estuvo en Dios, y Dios en ella. Y queda tan grabada esta verdad, que aunque pasen años sin que vuelva a tener la experiencia, no se le olvida ni puede dudar que estuvo allí.

Si me preguntas cómo lo vio y lo entendió si no lo vio ni lo entendió, no lo sé. Pero es una certeza que queda en el alma, que solamente Dios puede poner en ella. Y si no le queda tal certidumbre, diría que no fue una unión de toda el alma, sino tal vez sólo de la imaginación o la voluntad.

Porque Él es el centro de nuestra alma, y para mostrar sus maravillas no quiere que tengamos parte mediante nuestras facultades, sino que éstas se encuentren como dormidas.

La morada siguiente es la del arrobamiento o éxtasis o rapto. Aquí el alma sale de sus sentidos y facultades, quedando en suspenso. Estando el alma en tal arrobamiento, el Señor tiene por bien mostrarle cosas del cielo en visiones que quedan grabadas en su memoria y que jamás se olvidan.

Algunas de esas visiones son tan elevadas que no se las puede entender ni relatar, y son especialmente difíciles para las almas que son más intelectuales.

En la siguiente morada se da otra manera el arrobamiento, que consiste en lo que llamo ‘vuelo del espíritu’. Ocurre que se siente un movimiento tan acelerado del alma que parece que se es arrebatada con una velocidad que al comienzo asusta, por lo que hay que tener gran fortaleza de fe y de confianza en lo que haga nuestro Señor.

¿Pensáis que es poca turbación estar una persona muy en su sentido, y de pronto verse arrebatar el alma y salir ésta del cuerpo sin saber adónde va o qué y quién la lleva? Le parece que sale del cuerpo, y eso le ocurre verdaderamente, o al menos ella no sabe decir si está o no en el cuerpo, por algunos instantes.

Le parece que está en otra región muy diferente de ésta en que vivimos, y le enseñan tantas cosas juntas que aunque trabajara muchos años con la imaginación y el intelecto, no las alcanzaría.

Y cuando regresa de tan alto vuelo, es con grandes ganancias y teniendo en tan poco las cosas del mundo en comparación con lo que ha vivido, que en adelante vive con harta pena y no encuentra conforto en ninguna cosa.

Viene de allí un desapego grande de todo, y el deseo de estar a solas u ocupado en algo que sea de provecho para las almas. Y hay tal ternura en el alma, que quisiera estar siempre junto a Dios.

Y así como el fuego no echa la llama hacia abajo sino hacia arriba, así se entiende que este movimiento procede del centro del alma, y despierta todas las virtudes y las potencias del conocimiento y la sabiduría.

En verdad, es todo lo que puedo decir, porque lo demás sería abundar en palabras y explicaciones de experiencias que no soy capaz de explicar ni de comunicarme mejor. Dejo, pues, a mi amigo Juan de la Cruz, que es muy versado en estos sublimes amores.”

Teresa dio un paso atrás y Juan avanzó al frente y anunció las Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.

 

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Con entonada voz de barítono recitó:

En una noche oscura / con ansias, en amores inflamada, / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada, / estando ya mi casa sosegada.

A oscuras, y segura, / por la secreta escala disfrazada, / ¡Oh dichosa ventura! / a oscuras, y en celada, / estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa / en secreto, que nadie me veía, / ni yo miraba cosa, / sin otra luz y guía, / sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía, / adonde me esperaba / quien yo bien me sabía, / en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste! / ¡Oh noche amable más que la alborada: / oh noche que juntaste / Amado con Amada. / Amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido, / que entero para él sólo se guardaba, / allí quedó dormido, / y yo le regalaba, / y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena, / cuando yo sus cabellos esparcía, / con su mano serena / en mi cuello hería, / y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme, y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo, y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado.”

Y ahora Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación.

Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, / pero cuando allí me vi / sin saber dónde me estaba / grandes cosas entendí / no diré lo que sentí / que me quedé no sabiendo / toda ciencia trascendiendo.

De paz y de piedad / era la sciencia perfecta, / en profunda soledad / entendida vía recta / era cosa tan secreta / que me quedé balbuciendo / toda sciencia trascendiendo.

Estaba tan embebido / tan absorto y ajenado / que se quedó mi sentido / de todo sentir privado / y el espíritu dotado / de un entender no entendiendo / toda sciencia tracendiendo.

El que allí llega de vero / de sí mismo desfallesce / quanto sabía primero / mucho bajo le paresce / y su sciencia tanto cresce / que se queda no sabiendo, / toda sciencia tracendiendo.

Cuanto más alto se sube / tanto menos se entendía / que es la tenebrosa nube / que a la noche esclarecía / por eso quien la sabía / queda siempre no sabiendo, / toda sciencia tracendiendo.

Este saber no sabiendo / es de tan alto poder / que los sabios arguyendo / jamás le pueden vencer / que no llega su saber / a no entender entendiendo / toda sciencia tracendiendo.

Y es de tan alta excelencia / aqueste summo saber, / que no hay facultad ni sciencia / que la puedan emprender / quien se supiere vencer / con un no saber sabiendo, / irá siempre trascendiendo.

Y si lo queréis oír / consiste esta summa sciencia / en un subido sentir / de la divina esencia / es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo / toda sciencia trascendiendo.”

Cuando Juan de la Cruz terminó de recitar comprendí que los tres místicos cristianos se retirarían.

Hubiese querido quedarme horas, días o quizás años enteros meditando sus palabras y practicando sus consejos; pero la presencia de Sabiduría a mi lado me recordaba que yo estaba allí de paso, y que en la Tierra me esperaba una civilización que se estaba descomponiendo aceleradamente, y que debía regresar a ella con los renovados conocimientos y las potenciadas fuerzas que estaba adquiriendo en este viaje.

Sentí muy fuerte, sin embargo, la tentación de abandonar la misión y las tareas, tanto era el gozo que estaba experimentando en el recorrido por las esferas celestes.

 

Lorenzo Lotto

(Lorenzo Lotto)

Me sentía como Pedro cuando Jesús lo llevó, junto a Juan y a Santiago, a un monte muy alto y allí se transfiguró de modo que su cara brillaba como el Sol, su ropa se volvió blanca como la luz, y lo vieron conversar con Moisés y con Elías.

Pedro le propuso quedarse y ya no bajar: "¡Qué bien que estamos aquí! Quedémonos, ya que estamos tan bien. Si quieres, puedo construir tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pero Jesús lo reprendió.

Comprendí que quedarse gozando en las alturas desentendiéndose del mundo, es la mayor tentación que puede sentir un humano.

Apurando, pues, el viaje para llegar pronto a la cima, Sabiduría me tomó en sus brazos y me llevó a la siguiente esfera.

 

Luis Razeto

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