ESTACIÓN NOVENTA Y TRES
ENCUENTRO CON SAN BUENAVENTURA
Mientras ascendíamos a la siguiente esfera, Sabiduría me fue ilustrando sobre algunos conceptos de la fe cristiana que son necesarios para comprender las formas que asume la espiritualidad en el marco de esta religión.
“Debes saber – me explicó – que el cristianismo concibe la unión del Hombre con Dios como resultado de un encuentro del que ambos son actores necesarios. El humano busca a Dios con sus propios medios naturales, y Dios le sale al encuentro ofreciéndole la Gracia que lo salva, como un don que requiere ser aceptado y acogido libremente.
“El humano piensa y razona con su mente: Como todo tiene un origen, y como la nada, nada puede generar, el universo debe haber sido creado o generado por algo o por alguien, cuyo ser e identidad escapan del alcance del entendimiento humano, puesto que la experiencia y el conocimiento son parte, y se desenvuelven al interior, del universo.
“Ese Creador del universo no puede formar parte de éste, por lo que es inútil pretender que lo conozcan con facultades que habilitan para percibir, analizar y entender el mundo.
“Pero Dios se revela al humano y le dice: Soy el eternamente existente, el Creador del Universo; para ti soy un Padre que te ama en demasía; y así como todo padre no soporta que un hijo amado perezca y se pierda, así yo anhelo que te libres de la perdición y la muerte.
“Por eso me hice igual a ti en la persona de Jesús, para mostrarte el Camino, la Verdad y la Vida. Él que es hombre como tú y Dios como yo, es el Salvador; por él, con él y en él puedes alcanzar la unión conmigo.
“Pero es necesario que tú, libre y conscientemente, te conviertas al amor a tus hermanos, a la esperanza de la Resurrección y a la Fe en Jesucristo el Salvador.
“La espiritualidad y la mística cristianas se fundan sobre estas creencias, que constituyen la esencia de la Fe que comparten los santos varones y las santas mujeres que forman la familia religiosa que encontraremos en la próxima esfera”.
Lo primero que vi cuando alcanzamos la sexta esfera fue una inmensa cruz, alrededor de la cual estaban arrodillados multitudes de hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos.
La cruz era de madera rústica de árbol antiguo; y sin embargo de ella emanaba una luminosidad como de fuego ardiente.
Quienes la rodeaban estaban tomados de las manos formando alegres rondas, las cuales se disponían en círculos concéntricos. Luego se soltaban y al unísino todos alzaban sus brazos hacia la cruz, como anhelando ser absorbidos por ella.
Desde la cruz emanó entonces una forma blanca como pan de harina, la que multiplicándose infinitamente fue llegando a los que, al alimentarse con ella, dejaban ver que su corazón se encendía.
Desde la primera línea del primero de los círculos se alzaron en el aire tres almas especialmente luminosas, una de mujer y dos de varones, que después de inclinarse reverentemente ante la cruz volaron hacia donde me encontraba.
Sabiduría me explicó que ella los había llamado, escogiendo entre tantas que allí se encontraban, a unas que además de ser profundamente místicas fueron insignes maestras de vida interior.
Como no entendí cómo pudo hacerlo si se mantuvo siempre a mi lado, Sabiduría me reveló que a las almas singularmente sensibles les habla en silencio, y que la escuchan como si fuera la voz de ellas mismas.
“Y como en esta elevada esfera celeste no hay ruidos ni interferencias que distraigan, tal vez pueda comunicarte sus nombres sin que tenga que mencionarlos con sonoras palabras”.
No sé si fue por transmisión del pensamiento o porque los reconocí por algunas imágenes que haya visto de ellos alguna vez, el hecho es que cuando llegaron hasta nosotros supe que eran Juan de Fidanza, conocido como San Buenaventura, que vivió en el siglo XIII; Teresa de Cepeda y Ahumada, conocida como Teresa de Ávila o Santa Teresa de Jesús, y Juan de Yepez Álvarez, conocido como San Juan de la Cruz, que vivieron en el siglo XVI. Los tres considerados Santos y Doctores por la Iglesia Católica.
Buenaventura traía en su mano izquierda el manuscrito de su Itinerario de la mente a Dios. Siguiendo una solicitud que le hizo mi Maestra, el santo varón me instruyó en términos que, si mal no recuerdo, fueron aproximadamente los siguientes.
“Nadie, de manera alguna, puede prepararse para las contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no lo desea fervientemente.
“Y los deseos se inflaman de dos modos: por el clamor de la oración, que exhala a gritos los gemidos del corazón, y por el resplandor del conocimiento, por el que el alma se dirige hacia los rayos de la luz.
“Nadie piense que basta el conocimiento sin la unción, el pensamiento sin la devoción, la investigación sin la admiración, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el espejo de nuestra alma sin la sabiduría divinamente inspirada.
“No siendo la felicidad otra cosa que gozar del sumo bien, y estando el sumo bien muy por sobre nosotros, nadie puede ser feliz si no sube sobre sí mismo. Pero levantarnos sobre nosotros no lo podemos hacer sino por una fuerza superior que nos eleve. Lo que se consigue con la oración ferviente.
“Por eso, las especulaciones que siguen las propongo a los advertidos de la divina gracia, a los humildes y devotos, a los amadores de la divina gracia e inflamados en su deseo; a cuantos quisieran, en fin, ensalzar, admirar y aún gozar de Dios.
(Rafael Sanzio)
“Para llegar al primer Principio, que es espiritualísimo y eterno y superior a nosotros, es necesario pasar por la consideración de sus vestigios en lo corporal y temporal y exterior a nosotros.
“Luego es necesario entrar en nuestra alma, que es imagen espiritual e interior a nosotros; y finalmente trascender a lo eterno, que es alegrarse en el conocimiento y el amor de Dios.
“En conformidad con esta triple progresión, nuestra mente tiene tres formas del conocimiento. Una lo orienta hacia las cosas exteriores, y es la percepción sensible; otra lo orienta hacia las cosas interiores de sí misma, y es la conciencia; y la otra, en fin, lo mueve hacia lo que es superior a nosotros, y es el espíritu.
“Con las tres facultades podemos disponernos para subir a Dios, a fin de amarle con todo el corazón y con toda el alma.
“Estas facultades las tenemos por naturaleza; pero es preciso purificarlas con las virtudes, ejercitarlas por la ciencia, perfeccionarlas por la sabiduría, transformarlas por la gracia divina.
“Quien quisiere subir a Dios, es necesario que ejercite las sobredichas potencias, que las reforme y fortalezca con la oración, las purifique con una vida virtuosa, y las perfeccione con la meditación y la contemplación.
“Por la primera de esas facultades, desde las cosas creadas se puede ascender al conocimiento de su Creador. El origen, la grandeza, la multitud, la hermosura, la plenitud, la operación y el orden de la Creación, testimonian la potencia, la bondad y la sabiduría del Creador. Pues en el mundo no sólo están los vestigios de Dios, sino también su presencia y su acción.
“Por la segunda, entrando en ti, descubres el amor de ti mismo y el amor que te saca de ti y se vuelca hacia otros y otras. Considerando tus propias facultades, el amor, la libertad, la inteligencia, la creatividad, te elevas hacia quien posee esas potencias en plenitud y se presenta como un Tú superior, con el que puedes hablar, al que puedes orar, alabar y amar.
(Paul Klee)
“Por la tercera, el alma entra en la intimidad de Dios y es habitada por la divina Sabiduría. En esta consideración es donde el alma, admirablemente exaltada e inefablemente unida, alcanza la iluminación, que es un exceso místico que la lleva a descansar en Dios.
“Y en este tránsito, si es perfecto, se dejan todas las operaciones intelectuales, y el ápice del afecto se traslada todo a Dios, y todo se transforma en Dios. Es ésta la experiencia mística y serenísima, que nadie conoce sino quien la recibe, ni nadie la recibe sino quien la desea; ni nadie la desea sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la médula.
“Digamos, pues, esta oración: Oh Trinidad, esencia sobre toda esencia y deidad sobre toda deidad, dirígenos al vértice trascendentalmente desconocido, resplandeciente y sublime de las místicas enseñanzas; vértice donde se esconden misterios nuevos, absolutos e inmutables, ocultos en lo oscurísimo, relucientes sobre toda luz, resplandecientes sobre todo resplandor, tinieblas donde todo brilla, y donde los entendimientos quedan llenos sobre toda plenitud de invisibles bienes, que son superiores a todos los bienes.
“Y al amigo para quien estas cosas se escriben, digámosle con Dionisio: "Y tú amigo, que deseas las místicas visiones, deja tus esfuerzos, los sentidos y las operaciones intelectuales y, secretamente, redúcete a la unión de aquel que es sobre toda substancia y conocimiento. Porque saliendo de ti por el exceso de la pura mente, liberado de todas las cosas, serás llevado al rayo clarísimo de las divinas tinieblas. Así sea, Amén, amén".”.
Luis Razeto
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