ESTACIÓN NOVENTA Y DOS - ENCUENTRO CON LAO TSÉ Y CHUANG TZU

ESTACIÓN NOVENTA Y DOS

ENCUENTRO CON LAO TSÉ Y CHUANG TZU

 

Sucedió entonces que a mi alrededor se produjo una claridad sin igual, y en el cielo apareció un conjunto de luminarias que formaban un círculo más refulgente que todo lo que había visto anteriormente.

El destello de luces me dio tan fuerte y repentinamente en mis ojos que no pude resistir el deslumbramiento. A mi lado, Sabiduría me pareció tan bella y era tanta su alegría, que mirarla me iluminó tanto como las luces de lo alto.

Cuando mis ojos se recuperaron y pude mirar nuevamente al cielo, sentí que la Maestra me llevaba hacia el círculo de las estrellas, que cada vez parecían ser fuegos más intensos y atrayentes.

Me sentí yo mismo iluminado, por lo cual entendí que era aceptado en aquella alta ronda de esferas celestiales, y desde lo más profundo de mi corazón agradecí al cielo haberme concedido aquella nueva gracia.

Pude ver que de un extremo al otro y desde la cima hasta el pie de esta esfera, deambulaban, unos lentos y otros rápidos, espíritus iluminados que lanzaban vívidos destellos, tanto al unirse como al cruzarse unos con otros.

A mis oídos llegaban dulces armonías de laúdes y arpas bien templadas y afinadas, y voces que entonaban alabanzas. Sentí que me enamoraba, pero no entendía de qué, pues era como entrar en un profundo arrobamiento, algo que nunca me había sucedido.

Lo que veía y escuchaba era de una belleza tan perfecta que por sólo contemplarla sentí que mi alma se purificaba, alcanzando un gozo superior al que pueden proporcionar los sentidos del cuerpo y las facultades de la mente.

Estando en ese estado vi aparecer frente a mí dos luminarias espirituales que, sin que los hubiera conocido antes ni que me fueran presentados, supe que eran dos sabios chinos que vivieron entre el siglo VI y el IV antes de Cristo: Lao Tsé, el autor del Tao Te Ching, y Chuang Tzu, cuyos poemas y relatos fueron recogidos en El Camino de Chuang Tzu.

Por mis estudios anteriores sabía que ambos sabios se refieren a la experiencia de Tao, que conciben como unión con la naturaleza, libertad interior y dominio de las fuerzas materiales; como plenitud, felicidad y larga vida, en que se alcanza la purificación y santificación personal, que incluye variadas experiencias de éxtasis.

 

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Manteniéndose erguidos, los dos ancianos me hablaron, turnándose en la explicación del fin y del camino que ellos mismos experimentaron y propagaron.

Los que alcanzan el Tao llegan a durar tanto como el Cielo y la Tierra, entran en el agua sin mojarse y en el fuego sin quemarse, sus carnes y su piel son frescas y blancas como la nieve, tienen la elegancia exquisita de las vírgenes, no necesitan comer, aspiran el viento y beben el rocío.

Su poder se ha concretado a la manera del agua cuando forma témpanos, de modo que pueden preservar a los seres de las enfermedades y dar cosechas y años prósperos.

Así es el Hombre Supremo, que tiene tal poder que no se le puede dar calor prendiéndole fuego; los más violentos truenos derribarían las montañas, los huracanes desencadenarían los mares sin poder asombrarlo; pero él, que se hace llevar por el aire y las nubes, y que toma por corceles el Sol y la Luna, se recrea más allá de los Cuatro Mares. ¡Y la muerte y la vida no cambian nada para él!

El Hombre Supremo se eleva al rango de los espíritus, y montado en una nube blanca llega a la residencia del Soberano de Arriba”.

Lo conduce y rapta el poder de un mago o sabio. Primero lo lleva tomado de la mano a recrearse con él, arrastrándolo al Palacio de los Sabios. Después lo conduce a la ciudad de la Pureza, donde en un paisaje paradisíaco de oro, plata, perlas, jades, el Soberano de Arriba ofrece espectáculos feéricos. Y finalmente, por encima del Sol y de la Luna, lo hace penetrar en un mundo de puro deslumbramiento.

El que aspira al Tao debe primero unirse a la naturaleza, aprender de los niños, de los animales y de las plantas. Imitar la danza de los pájaros cuando extienden sus alas, o de los osos cuando se contonean tendiendo el cuello hacia lo alto; pues así es que los pájaros aprenden a volar, y los osos a trepar. Hay que aprender también de los búhos que doblegan su cuello para mirar hacia atrás, y de los monos que se suspenden con la cabeza hacia abajo.

Es necesario entrar en la profundidad de uno mismo. Conocer a otro no es más que ciencia; conocerse a sí mismo es comprender. Esta comprensión se alcanza exclusivamente a través de la meditación. La meditación solitaria es la única vía del saber y del poder, para llegar al Tao. La meditación no tiene por finalidad el conocimiento, sino purificar la mente y santificar el espíritu.

 

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¡Aproxímate! – me dijo Chuang Tzu mirándome a los ojos. “Quiero decirte lo que es el Tao supremo. ¡Retiro, retiro, oscuridad, oscuridad: he aquí el apogeo del Tao supremo. ¡Crepúsculo, crepúsculo, silencio, silencio: no mires nada, no oigas nada! ¡Retén, abraza tu potencia vital, permanece en la quietud: tu cuerpo no perderá su corrección natural!

¡Conserva la quietud, conserva tu esencia: así gozarás de larga vida! Que tus ojos no tengan nada que ver ni tus orejas nada que oír, ni tu corazón nada que saber. Tu potencia vital conservará tu cuerpo, tu cuerpo gozará de larga vida. ¡Vela sobre tu interior, ciérrate al exterior!.

Si me preguntas dónde está el Tao, te digo que no hay lugar alguno donde no se encuentre. Está en la hormiga. Está en los hierbajos. Está en este tiesto. Está en este excremento. Pero ¿por qué buscar el Tao bajando la escala del ser?

El Tao es Grande en todas las cosas, Completo en todas, Universal en todas, Total en todas. Estos tres aspectos son distintos, pero la Realidad es una.

Por tanto, ven conmigo al palacio de Ninguna Parte donde toda la multitud de cosas son Una; donde por fin podamos hablar de lo que no tiene limitación ni final. Ven conmigo a la tierra del No-Hacer.

¿Qué debemos decir allí? ¿Que el Tao es simplicidad, quietud, indiferencia, pureza, armonía y serenidad? Todos estos nombres me dejan indiferente, porque sus distinciones han desaparecido. Mi voluntad carece de objetivo allí.

Si está en Ninguna Parte, ¿cómo iba a ser consciente de ella? Si se va y vuelve, no sé dónde ha estado descansando. Si vaga primero por aquí y luego por allá, no sé dónde irá a parar al final. La mente queda indecisa en el gran Vacío. Allí, el más alto conocimiento queda liberado.

Aquello que da a las cosas su razón de ser no puede ser delimitado por las cosas. De modo que, cuando hablamos de ‘límites’, permanecemos confinados a cosas limitadas. El límite de lo ilimitado se llama ‘plenitud’. La carencia de límites de lo limitado se llama ‘vacío’. El Tao es el origen de ambos.

Pero él mismo no es ni la plenitud ni el vacío. El Tao produce tanto la renovación como la descomposición, pero no es ni renovación ni descomposición. Causa el ser y el no-ser, pero no es ni ser ni no-ser. Tao une y destruye, pero no es ni la Totalidad ni el Vacío.

Pues el Tao es lo Supremo, lo Universal, lo Total, lo Único. Inmerso en todas las cosas, vivificando todas las cosas, las trasciende a todas, las unifica a todas.

Las figuras de los dos sabios se esfumaron tan repentinamente como habían aparecido. Yo permanecí en silencio meditando sus palabras, tan misteriosas y profundas que mi intelecto occidental no era capaz de entenderlas enteramente.

Sentí y comprendí que el Taoísmo es un camino excelente; pero no es el mío. Sin embargo decidí que cuando regrese a la Tierra me daré el tiempo de leer y meditar el Tao Te Ching de Lao Tsé y El Camino de Chuang Tzu.

Me distraje imaginando mi regreso al mundo de los vivos. Pero entonces Sabiduría volvió a centrarme en los asuntos de la vida espiritual. Me dijo:

Llegado a este punto de tu aprendizaje, es importante que sepas que el desarrollo espiritual que estás conociendo y experimentando en este viaje, no es solamente individual, ni algo que se vivencia exclusivamente en la interioridad de las personas.

Consiste también en dinámicas que impactan a la humanidad como un todo, con efectos que se proyectan en las civilizaciones históricas.

Hay un nexo que une la experiencia de los individuos espirituales con la cultura universal de la humanidad. Esto se aprecia de modo ejemplar en las personas que acabas de conocer, y lo apreciarás todavía en los hombres y mujeres que enseguida encontrarás.

Lo que sucede es que el Espíritu, presente aunque oculto y no desplegado en la materia inorgánica desde los orígenes mismos de la Creación, comienza a manifestarse con el surgimiento de la vida, y luego en la aparición de la sensibilidad y el conocimiento, hasta que se muestra en los humanos como conciencia autoconsciente.

Y ya en la historia de la humanidad, se expresa inicialmente ya en los pueblos primitivos a través de individuos que destacan por su capacidad de intuición de las realidades sagradas; y alcanzado cierto mayor desarrollo de la conciencia, en algunos individuos particularmente tocados por el Espíritu.

 

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Una primera gran eclosión histórica del Espíritu ocurrió entre los siglos VI y IV antes de Cristo. Casi simultáneamente, se manifestó en China, con Confucio, Buda Gautama, Mo-Tzú, Lao Tsé y Chuang Tzu; en la India, con los autores de los Vedas, los Upanishads y el Bhagavad-gita; en Persia, con Zoroastro; en Israel, con los profetas Elías, Isaías y Jeremías; en Grecia, con los sabios y filósofos Parménides, Empédocles, Sócrates, Platón y Aristóteles.

Por intermedio de esos individuos notables, en aquella época por primera vez los hombres se hacen conscientes de sí mismos como personas dotadas de conciencia, intelecto y espíritu, con anhelos de salvación eterna. Así se establecieron los cimientos morales y espirituales de la civilización.

Cinco siglos después, el Espíritu divino encarnado en Jesús, llamado el Cristo, da lugar a una religión que después de dos mil años continúa animando la vida interior de millones de personas, y a procesos culturales de profundo valor civilizatorio.

Otros cinco siglos y surgen San Benito y otros fundadores de las Órdenes Monásticas que se expandieron aceleradamente por Europa. Simultáneamente Mahoma funda el Islamismo, con el que se establece un nexo decisivo entre la cultura clásica y la medieval, y un muy enriquecedor encuentro cultural y espiritual entre Oriente y Occidente.

Grandes maestros intelectuales y espirituales aparecen después, entre los siglos XII y XIII, en el marco de las más importantes tradiciones religiosas de Oriente y de Occidente, con lo cual la humanidad experimenta un nuevo salto cultural de dimensiones epocales.

El Espíritu no ha dejado de manifestarse desde entonces, a través de hombres y mujeres notables que marcaron el sorprendente desarrollo de la espiritualidad, la filosofía, las ciencias y las artes a partir del siglo XVIII, y que en parte ya has explorado”.

Sabiduría guardó silencio. Yo me quedé pensando, con altas expectativas sobre los próximos encuentros.


Luis Razeto

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