ESTACIÓN NOVENTA
CONVERSACIÓN CON CARL GUSTAV JUNG
Estaba yo paseando tan concentrado en lo que había aprendido de Bergson, Blondel y Teilhard de Chardin, que no me di cuenta de que un hombre caminaba en sentido contrario, supongo que cabizbajo porque tropezamos uno contra el otro. Si él no me hubiera cogido de un brazo hubiera terminado en el suelo.
– Disculpe – le dije. – Caminaba distraído y no lo vi. Si no me apoya hubiera caído de bruces.
“Todo encuentro es significativo”. – me dijo. “Muchas cosas que nos parecen simples coincidencias por azar, en realidad contienen un mensaje oculto, que podemos descifrar si estamos atentos”. Enseguida agregó: “Un principio que me guio en la vida, fue estar siempre predispuesto a aceptar lo casual que se me presentara”.
– Es curioso – comenté, – pues pienso lo mismo.
“Entonces dígame en qué estaba pensando cuando nos embestimos casualmente”.
– Acabo de estar con Teilhard de Chardin y pensaba en sus teorías.
“Pues, vea usted qué casualidad. Mi muerte ocurrió justamente cuando estaba leyendo un libro de Teilhard, a la sombra de un árbol. Justo en ese momento cayó un rayo y morí en el instante”.
– ¡Qué coincidencia más extraña! – aseveré.
“Veamos si algo más nos une.” – me dijo. – “Yo nací un 26 de julio, de 1875. ¿Y usted?”.
– El 26 de julio también, pero de 1945.
El hombre sacó rápidamente la cuenta contando con los dedos. Enseguida comentó: “Cuando yo morí usted tenía dieciséis años. A esa edad comencé a leer libros de filosofía”.
– Lo mismo yo – dije.
“En fin, por algo será que nos topamos aquí, y debemos descubrirlo ¿no le parece?”.
– Por supuesto – le contesté, – pero no me ha dicho su nombre.
“Carl Gustav Jung. Fui médico, psiquiatra, fundador de la Psicología Analítica, y gran viajero” – me respondió, tomándome del brazo y comenzando a caminar a mi lado.
Como en mi viaje por los espacios de ultratumba me había encontrado con tantos personajes notables, no me extrañó estar ahora junto a este hombre. Y no pude retener mi alegría al recordar que en algún momento comenté a Dante que Jung era alguien que quería encontrar.
– ¡Ah! He leído con gran interés algunos de sus escritos – le dije.
“Entonces probablemente conozca mi teoría sobre las coincidencias significativas y los hechos numínicos”.
– Sí – respondí; – pero me encantaría que me las explicara usted mismo, que fue el autor.
“Es sencillo” – aseveró. “Ocurre a la persona, en alguna circunstancia singular, un hecho, una visión o una observación de algo que parece natural, que sin embargo se conecta con alguna otra cosa que la persona está viviendo, de modo que el hecho tiene para ella una resonancia subjetiva.
“Esos hechos son como símbolos, mensajes que la orientan o le ayudan a resolver algún problema.
“Son hechos, el subjetivo y el objetivo, que coinciden en el tiempo y el espacio, pero que no tienen entre ellos ninguna relación de causa-efecto; sin embargo ocurren por algo, y sólo puedo decir que tienen sentido iluminador, numínico, en cuanto esconden un significado que es posible descifrar mediante la reflexión y análisis”.
Jung se detuvo, me miró a los ojos con los suyos penetrantes, y me suplicó que le contara si me habían ocurrido en la vida coincidencias significativas como las que me había explicado.
“Aquí en el Paraíso no encuentro quién esté dispuesto a hacerlo – me dijo –, porque todo lo que sucede en este lugar es numínico, y andan todos felices cada uno en lo suyo”.
No podía yo negarme ante tan singular pedido, porque efectivamente algunos hechos de las características señaladas me habían más de alguna vez sucedido.
“Es necesario – me dijo – que me los describa con toda confianza, como se debe hablar con un psicólogo. Y ateniéndose exactamente a la verdad de lo que le haya sucedido y a cómo lo vivió usted mismo”.
– No podría mentirle – le respondí algo molesto por considerar que su advertencia era innecesaria. – Sepa que recorrí los abismos del Infierno y conozco lo que les pasa a los que mienten y engañan.
“Discúlpeme usted” – se excusó. “Lo dije por ser una costumbre en mi profesión”.
– Bien – comenté –. Pero no sé si lo que puedo contarle sea lo que usted llama ‘coincidencias significativas’, o puras coincidencias naturales sin mayor relevancia. Tal vez usted las pueda interpretar mejor de lo que yo pueda hacerlo.
“Sólo usted puede saber si esos hechos resonaron en su psiquis con algún significado” comentó, “por lo que es necesario que me cuente el hecho mismo y las circunstancias subjetivas suyas cuando ocurrieron. Comience, pues, y dígamelo todo”.
– En cierta ocasión – empecé – estaba dictando una clase sobre la economía solidaria ante unos cincuenta jóvenes estudiantes. Lo hacía con gran entusiasmo de mi parte y apreciaba notable concentración e interés en ellos.
– Cuando explicaba el Factor C, que es el concepto más importante y central de mi elaboración teórica en economía, se posó en el vano del ventanal que iluminaba la sala, una bandada de palomas enteramente blancas, tal vez unas cincuenta, y permanecieron mirando la clase durante todo el tiempo que expliqué el concepto, como si me estuvieran escuchando.
– Yo me emocioné, y recuerdo haberle indicado a los alumnos que las miraran volviendo la vista hacia la ventana que estaba detrás de ellos. Tal vez algunos de esos estudiantes también lo recuerden.
“Créame – me dijo Jung cuando terminé el relato – que en mi experiencia profesional tuve ocasión de conocer muchos hechos del tipo que me ha contado, los que me llevaron a elaborar el concepto de ‘experiencias significativas’.
“En el ambiente materialista y cientificista en que viví, mis colegas, entre ellos Freud, se mofaron de mí. A propósito, ¿será que lo ha visto, a Sigmund, por ahí?”.
– En efecto – respondí –, me encontré con él; pero en un lugar muy diferente de éste.
“¡Ah. Lástima, pues me hubiera gustado verlo!” – exclamó.
– Continúe por favor – le dije –, pues me interesa mucho comprender bien eso de las coincidencias significativas.
– Bien – continuó explicando Jung –. Son innumerables los hechos y fenómenos concomitantes, inexplicables en términos de causa-efecto, que me confirmaron en la convicción de que la realidad espiritual impregna la psiquis y la vida humana, y que sólo es necesario tener la mente abierta para descubrirlo. Estoy seguro de que me puede contar algún otro suceso del mismo tipo”.
– He dado muchísimos cursos sobre la economía solidaria. Al terminar las clases solemos entregar a los alumnos un diploma que certifica haberlo cursado, y es habitual que alguien tome fotografías. Guardo una foto en la que estoy haciéndole entrega del diploma a una mujer.
– En ella aparezco con algo como una luz en el lugar del corazón. Cuando la estudiante me la llevó, haciendo referencia a esa luminosidad, le comenté que me parecía sólo un pequeño defecto fotográfico. Me enfatizó que no, que tenía un significado, y me pidió que la conservara. La puse en mi Biblia y ahí la tengo.
“Entendería – comentó Jung – que la coincidencia fue significativa para la estudiante y no para usted. Es difícil saberlo. Pero cuénteme algo más, que estoy seguro que se está reteniendo”.
– Tiene razón – le dije –, la verdad es que me cuesta hablar de estas pequeñas cosas, y siento pudor al contarlas, porque soy bastante escéptico.
“No debe tener pudor, y tenga por cierto que son muchas las personas a quienes les suceden estas cosas. Sólo que cuesta hablar de ellas, por el ambiente cultural tan materialista y escéptico que caracteriza a la civilización moderna.
“Yo visité y conocí una multitud de países donde hay pueblos y comunidades de culturas pre-modernas, y en ellas estos fenómenos son de frecuencia cotidiana. No se inhiba, y continúe.”
– A ver – dije. – Cuando realicé una investigación y escribí el libro La Experiencia Espiritual, todas las mañanas y durante el tiempo en que estuve trabajando, se posaron en un árbol que veía desde la ventana de mi estudio, a dos metros de distancia, una, dos y a veces tres lechuzas. Cuando terminé de escribir el libro dejaron de acompañarme.
“Me atrevo a decirle – dijo Jung – que fue una típica coincidencia significativa, porque las lechuzas simbolizan el conocimiento, la sabiduría que inspira a los buscadores de la verdad. ¿No le parece?”.
– Puede ser. No lo niego ni lo afirmo.
“¡Hombre! ¡Usted es demasiado escéptico! Manifestaciones como la que me cuenta remiten a los que llamé ‘arquetipos’, o sea símbolos universalmente difundidos que representan ideas o valores.
“El búho, la lechuza, simbolizan desde muy antiguo la sabiduría, el conocimiento superior. Los arquetipos ayudan a auto-percibirse, y forman parte de lo que llamé ‘conciencia colectiva’.
“Las personas acceden a esa realidad inconsciente mediante la experiencia de los símbolos, mediada muchas veces por los sueños, el arte, la religión, la mitología. Es lamentable que estos aspectos de la vida anímica estén marginados de las creencias en la mentalidad moderna occidental.
“Ninguna ciencia sustituirá jamás al mito, y no se puede crear un mito a partir de ninguna ciencia. Porque no es que ‘Dios’ sea un mito, sino que el mito es la revelación de una vida divina en el hombre. No somos nosotros quienes inventamos el mito, sino que éste nos habla como una Palabra de Dios.
“Estoy plenamente convencido de que existen cosas en mi alma que no hago yo sino que ocurren por sí mismas y tienen, por decirlo de algún modo, vida propia.
“Estoy convencido de que somos hombres de nuestra propia vida personal, pero somos también, en alguna medida, representantes, víctimas y promotores de un espíritu colectivo, constituido por arquetipos, mitos, religiones, cuya vida es secular, epocal.
“Entonces, lo invito a que me cuente alguna otra experiencia, de éstas que llamo ‘numínicas’, que haya tenido. Hágalo sin pudor, sin vergüenza, que estas cosas les suceden a todos”.
Me dispuse a contar una experiencia íntima que, en su momento, me pareció numinosa, una suerte de epifanía.
– El año 1991, en un contexto social y político muy delicado en mi país, encabecé la organización de la Fesol, una gran Feria-Encuentro de la Economía Solidaria, una iniciativa autónoma en la que participaron más de quinientas Organizaciones Económicas Populares.
– Fue un trabajo enorme, durante varios meses, para el cual no contábamos con medios económicos ni con personas remuneradas, sino que todo se realizó mediante el trabajo voluntario y los aportes de los participantes.
– La noche antes de la apertura al público, todas las pequeñas organizaciones habían instalado sus stands y tuvieron que dejar sus implementos y mercaderías en el lugar, sin que pudiéramos asegurar su protección de posibles acciones de delincuentes o detractores.
– Para que se entienda el problema, debo decir que en ese tiempo el recinto, la Estación Mapocho de Santiago, no estaba acondicionado como lo está ahora, sino que se mantenía abierto y desprotegido.
– Al retirarme, el último en hacerlo, experimenté un fenómeno extraño que no sé describir de otro modo que la llegada de un gigantesco ángel que, con las alas extendidas, se posó sobre el lugar, como asegurando la protección de todo lo que allí había.
– Lo sentí como un hecho físico, como de un ave gigantesca que al posarse estremeció el recinto, emitió un rumor como de batir de alas, y amortiguó la luz. Claro que nadie se percató de ello, pues fue algo que experimenté subjetivamente.
– Me retiré tranquilo y confiado, con la seguridad de que nada malo sucedería durante los diez días que duraría la Feria-Encuentro, y donde cada noche quedaban todas las cosas desprotegidas. Y efectivamente no hubo nada que lamentar, y nadie informó pérdida alguna.
Cuando terminé el relato quedé esperando el comentario de Jung. Después de un momento expresó con convicción:
“Yo digo que el hecho fue real. ¿Qué quiero decir cuando sostengo que estos fenómenos ‘son’? Escucha.
“Cuando, estando en Athi Plains, en África Oriental, contemplé desde una pequeña colina los rebaños de millares de venados pastando en silenciosa calma, tal como lo venían haciendo desde hace inconmensurables períodos de tiempo, tuve la sensación de ser el primer hombre, el primer ser que sabía que todo eso ‘es’.
“Todo ese mundo que me rodeaba estaba aún en el silencio inicial y no sabía que era. Y justamente en ese momento en que yo sabía, había surgido ese mundo, y sin ese momento nunca hubiera existido.
“Toda la realidad moral y espiritual busca esa finalidad de ‘ser’, y la encuentra en el ser humano, y siempre sólo en el que es más consciente. Cada paso pequeñísimo hacia adelante sobre la senda que lleva a la consciencia, crea mundo. Es todo lo que puedo decirte”.
Al despedirnos y ya alejándose Jung, alcancé a oír que musitaba unas palabras que no llegué a entender. La curiosidad me impulsó a correr hacia él y preguntarle qué decía.
“Vocatus atque non vocatus, deus aderit” – me explicó – Llámesele o no, Dios estará presente. Es un antiguo proverbio que tomé del libro de Erasmo, Collectaneas adagiorum. El oráculo de Delfos en respuesta a los espartanos al ir a la Guerra del Peloponeso. Lo hice grabar en el dintel de la puerta de mi consultorio. Me hacía bien leerlo cada vez que entraba a trabajar. Y le hacía bien a los pacientes que llegaban a atenderse”.
Luis Razeto
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