ESTACIÓN OCHENTA Y UNO
EN LA CAVERNA DE PLATÓN
Me recibió Platón, que sin decir nada me tomó de la mano y condujo hacia una cavidad subterránea parecida a una caverna, provista de una larga entrada, por donde penetraba la luz del Sol.
A lo ancho de la caverna había unos hombres que desde niños estuvieron obligados a mirar únicamente hacia el interior, pues unas amarras les impedían volver la cabeza.
Detrás de ellos, a lo alto y lejos de la entrada, estaba la luz de un fuego, como un Sol; y entre el fuego y los encadenados, se extendía un largo camino. En éste sobresalía un muro no muy alto, que me hizo recordar el tabique que se levanta entre los titiriteros y el público, por encima del cual ellos exhiben sus maravillas.
Observé entonces que a lo largo del muro, por detrás, unas personas transportaban toda clase de objetos cuya altura sobrepasaba la pared, y estatuas de hombres y de animales hechas de piedra, madera y toda clase de materiales.
Entre estos portadores había, como es natural, unos que iban hablando y otros que estaban callados.
–¡Qué extraña escena –dije– y qué extraños prisioneros!
Platón que hasta el momento se había mantenido en silencio, me dijo:
“Son iguales a nosotros”.
– ¿Cómo así? – le pregunté, y me respondió con otra pregunta:
“¿Crees que los que están mirando hacia el fondo de la caverna, han visto en su vida, de sí mismos o de los objetos que se aprecian sobre el muro, otra cosa que las sombras proyectadas por la luz sobre el fondo de la caverna que está frente a ellos?”.
– Pues – le dije – qué otra cosa van a ver, si no pueden mirar hacia la luz.
“Y si la caverna tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente. ¿piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban por fuera, creerían los condenados que quienes hablaban eran las sombras que veían pasar?”.
– No hay duda de que esas gentes de la caverna tendrán por reales solamente las sombras de los objetos y el eco de los sonidos.
“Piensa ahora – me dijo Platón – ¿qué pasaría si uno de ellos se liberase de sus cadenas y girándose, caminara y mirara hacia afuera donde brilla el Sol?”.
– Sentiría dolor en sus ojos, y por causa del deslumbramiento no podría ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes en la caverna.
“En efecto – me dijo Platón –, hallándose ahora más cerca de la realidad y estando de cara a objetos más reales, pudiendo gozar de una visión más verdadera, estaría perplejo, por estar obnubilado. Y si lo llevaran hasta afuera donde brilla el Sol, ¿no crees que una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?”.
– Necesitaría acostumbrarse para llegar a ver las cosas de afuera – dije yo.
“Así es lo que sucede en el conocimiento. Lo que vemos más fácilmente es el reflejo de las cosas en nuestra mente, las sombras; más tarde apreciamos las cosas mismas, si desarrollamos ciencia.
“Y solamente después nos es posible contemplar, de noche las cosas del cielo y el cielo mismo fijando la vista en la luz de las estrellas y la Luna.
“Por último estamos en condiciones de mirar y contemplar el Sol; no sólo su imagen reflejada en las aguas, sino el Sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo.
“Y entonces colegiría que es el Sol quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible y es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían”.
Después de un momento Platón agregó: “Entenderás que el Sol del que hablo es el Sumo Bien, el Ser absoluto, cuyo conocimiento obnubila y ciega cuando se lo llega a experimentar directamente.
(Séneca en busca del Sumo Bien, de Rubens)
“Así es la experiencia metafísica. Sin embargo es ella la que permite después, pasar del conocimiento de los reflejos irreales de las cosas en la mente, al conocimiento de la realidad tal como es”.
Platón me condujo de regreso a su habitación. Allí me comentó en su típico modo de enseñar preguntando:
“¿No crees que aquél que haya conocido la verdad, al acordarse de su anterior condición en la caverna y de sus antiguos compañeros, se sentiría feliz por haber cambiado, y que les compadecería a ellos?”.
– Seguro – respondí.
“Supón ahora que entre los que viven en la caverna se repartieran honores, alabanzas y recompensas a los que, por discernir con mayor penetración las sombras, y por acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante y cuáles detrás o junto con otras, fuesen por ello más capaces de predecir lo que iba a suceder.
“¿Crees que el hombre que conoció la luz sentiría nostalgia o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos encadenados?
“¿No será más bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente ‘ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal’ antes que volver a vivir en aquel mundo de lo opinable?”.
– Eso es lo que creo yo –dije. – Preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida ilusoria.
“Imagina ahora que regresara a su antiguo puesto y que contara a sus compañeros lo que ha visto y conocido fuera. ¿No se reirían de él, y pensarían que por haber subido arriba ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena intentar una semejante ascensión?”.
– Claro que sí – dije.
“Entonces, no te extrañes de que quienes han llegado a ese punto no quieran ocuparse en asuntos humanos; antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas.
“Ni te extrañes de que al pasar de las contemplaciones divinas a las miserias humanas se muestren torpes cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrados a las tinieblas que le rodean, se vean obligados a discutir con las sombras sobre lo justo o no de las imágenes, y a contender acerca del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia en sí”.
–No es nada extraño – dije.
“Antes bien – comentó Platón – toda persona razonable debe saber que son dos las maneras y dos las causas por las cuales se ofuscan los ojos: al pasar de la luz a la tiniebla, y al pasar de la tiniebla a la luz.
“Y, una vez haya pensado que también le ocurre lo mismo al alma, no se reirá cuando vea a alguno que no es capaz de discernir los objetos, sino que averiguará si es que, viniendo de una vida más luminosa, está cegada por falta de costumbre o si, al pasar de una mayor ignorancia a una mayor luz, se ha deslumbrado por el exceso de ésta; y así considerará dichosa a la primera alma, que de tal manera se conduce y vive, y compadecerá a la otra”.
Dicho esto, Platón me tomó nuevamente de la mano y me condujo hasta la puerta de su habitación. En el momento de despedirme de él una idea cruzó por mi mente y se la dije:
(Del Times de Londres)
– De donde vengo, en mi tiempo, la gente amarrada en la caverna no mira siquiera las sombras de los objetos reflejados en el muro, sino unas copias virtuales de esas sombras reproducidas en unos pequeños artefactos que tienen en su mano. A lo que ven ahí lo llaman ‘realidad virtual’, y muchos creen que es esa la verdadera realidad.
Platón me miró extrañado y se limitó a comentar:
“No entiendo bien lo que dices. ¿Me lo describes, por favor?”.
Como Platón no conoció nada de las tecnologías modernas, traté de mostrarle lo que sucede en el mundo con un ejemplo.
– Caminando por las calles de cualquier ciudad de mi época se ven muchas personas, sobre todo jóvenes, que caminan con la cabeza provista de auriculares bluetooth, que les inundan sus oídos con enérgicos ritmos musicales. Y llevan en las manos un e-phone que tiene una pequeña pantalla donde miran toda la realidad que les interesa.
– Dicen estar conectados, y en realidad están desconectados de su entorno físico. Están ensimismados, volcados hacia mundos virtuales distantes, donde actúan conjuntos musicales, competidores de juegos, emisores de mensajes, informantes, interlocutores múltiples.
– Un día en que paseaba por un barrio que no conocía necesité pedir información a los que pasaban a mi lado. No me oían, no me veían, no se percataban de que me dirigía a ellos.
– Tuve que tomarles un brazo, tocarles un hombro, y sólo entonces advertían mi presencia. Continuaban caminando un par de pasos, tomando distancia con cierto temor o molestia por la interrupción.
– Pero al mirarme y darse cuenta de que era un viejo de barba blanca que les pedía información, no buscaron la respuesta mirando las calles y edificios, sino accionando con los dedos las pequeñas pantallas que llevaban en la mano.
– Esas mismas personas, llegando a sus casas, se sientan ante la televisión o frente al computador y allí se pasan horas mirando lo que les muestran las pantallas.
Platón me escuchaba con los ojos muy abiertos, sorprendido. Supuse que comprendía lo que le estaba diciendo, por lo que continué:
– Tal vez está en curso algo como una mutación antropológica. Si lo que diferencia a los humanos de cualquier otra especie animal es la mente, y con ésta un particular nexo psico-físico que lo determina como individuo que habla y que procesa informaciones complejas, podríamos decir que los humanos están configurando un nuevo referente de realidad, una realidad objetivo-subjetiva altamente compleja y estructurada que constituye su nuevo entorno inmediato, en el cual y por el cual se orientan y actúan para hacer frente a los problemas y desafíos de la propia sobrevivencia, reproducción y desarrollo.
– Esa suerte de 'mutación antropológica' es un cambio estructural que se verifica simultáneamente al nivel del proceso psíquico del individuo que produce, procesa y comunica informaciones, y de estas informaciones y estructuras comunicacionales que configuran el entorno humano relevante, determinando ambos, el modo en que los individuos humanos viven, se relacionan y se comportan socialmente.
– La mutación que estarían experimentando los humanos sería un cambio estructural en ese nexo psico-físico del cual depende el modo de vivir, de relacionarse y de comportarse propio de los seres humanos.
– Cabe agregar que la atmósfera que actualmente nos circunda, no es ya solamente el compuesto de moléculas químicas y de componentes físicos que acompañaron la vida humana durante milenios, sino que está hoy configurada, además, por una gigantesca cantidad y diversidad de ondas electromagnéticas que antes no existían, y que son el medio de transmisión de todo aquello que circula en el universo virtual de las comunicaciones, las redes y las informaciones computarizadas.
Cuando terminé la explicación, Platón me miró un largo momento y luego dijo:
“No entiendo mucho lo que me cuentas. Pero si comprendo bien el estado del hombre en el mundo que me describes, diría que a los humanos les han duplicado las cadenas, y que ahora se les hace aún más difícil que en mi tiempo, salir de su encierro, liberarse del mundo de las sombras, escuchar el silencio y percibir la Luz”.
Yo asentí con un gesto. Platón llevó su mano temblorosa a la sien como indicando que se había perdido la cordura, y se despidió de mí amablemente.
Yo me dirigí hacia la tercera puerta.
Luis Razeto
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