ESTACIÓN OCHENTA - VIAJE MÍSTICO CON PARMÉNIDES

ESTACIÓN OCHENTA

VIAJE MÍSTICO CON PARMÉNIDES


Lo que experimenté leyendo el relato de Parménides con los ojos del alma, fue un viaje místico, un éxtasis metafísico imposible de expresar con palabras y que sólo puede comunicarse con alegorías y metáforas.

Un carro tirado por dos muy inteligentes yeguas me transportó, desde el centro de mi corazón hasta el camino de la diosa, por el que sólo pueden transitar hombres iniciados en el saber.

Unas doncellas del Sol me enseñaban el camino. Quitándose los velos de las cabezas se apresuraban las doncellas para conducirme hasta la Luz, dejando atrás las moradas de la Noche.

 

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Así llegamos a donde están las puertas de los caminos de la Noche y el Día, sujetas entre un dintel y un umbral de piedra, cerrados con enormes hojas. Justicia, fecunda en penas, custodiaba las llaves maestras.

Induciéndola con delicadas razones, las doncellas la convencieron inteligentemente, de que quitase de las puertas la barra sujeta con un cerrojo. Y haciendo girar sus ejes de fuerte bronce que estaban sujetos con clavijas y pernos, las puertas desplegaron sus dos alas y abrieron una boca inmensa.

Allá, pues, cruzando las puertas, las doncellas guiaron las yeguas y el carro en línea recta por la calzada.

La diosa me acogió benévolamente. Tomó mi mano derecha en la suya y me dijo estas palabras:

Oh, joven, que en compañía de inmortales conductores y traído por esas yeguas llegas a nuestra morada, ¡salud!, porque no es un destino aciago el que te impulsó a recorrer este camino, que está fuera de los que son recorridos por los mortales, sino que es de luz y de justicia.

Porque es necesario que te informes de todo, tanto del intrépido corazón de la Verdad segura y cierta, cuanto de las opiniones de los mortales en las que no hay creencias verdaderas.

Pero en todo caso aprenderás también esto: que es necesario que los hombres sean puestos a prueba en el mundo de lo aparente, y que lo recorran enteramente todo.

Mas tú, que estás en este camino de búsqueda, aparta todo pensamiento y opinión, y que no te fuerce el hábito preñado de experiencias, a entrar por este camino moviendo ciegos ojos y zumbantes oídos y lengua.”

Entonces, todo fue silencio y oscuridad.

No sé si pasó el tiempo, o cuánto tiempo pasó. Sólo recuerdo que al final abrí los ojos. Parménides continuaba mirando por la ventana con los ojos cerrados. Sentada a mi lado estaba Sabiduría.

Ayúdame, Maestra, a comprender” – le dije.

La luz que entraba por la ventana iluminaba el rostro de Sabiduría mientras me explicó el poema del filósofo:

 

Leonardo da vinci - La despeinada

 

Las experiencias metafísicas sólo pueden ser expresadas poéticamente mediante alegorías y metáforas. Igual que tantos autores místicos, Parménides la cuenta como un viaje en que su espíritu es transportado a una dimensión desconocida. Un viaje que se inicia en el corazón y que conduce a un lugar de Luz y de Oscuridad.

Las ‘yeguas inteligentes’ del relato representan las facultades cognitivas naturales del hombre. Las ‘doncellas del Sol’ que indican el camino, son las facultades espirituales que alumbran e iluminan al viajero.

Ellas lo ‘conducen hasta la Luz, dejando atrás las moradas de la Noche’, aludiendo al paso de la ignorancia a la intuición intelectual, por la que se ve lo que no se había visto antes y que era enteramente desconocido. Idea reforzada con la metáfora del ‘sacarse los velos que cubren la cabeza’ y que impiden mirar.

 

Walter Crane

(Walter Crane)

Otra metáfora típica de los relatos de experiencias metafísicas es la de traspasar un umbral, cruzar una puerta, llegar a ‘la otra orilla’ , en la que se deja un mundo y se entra en otro enteramente distinto. Parménides indica que hay unas puertas que separan la noche del día, sujetas entre un dintel y un umbral de piedra, cerradas con enormes hojas.

Las llaves que las abren son guardadas por la Justicia, esto es, por la principal de las Virtudes, que es ‘fecunda en penas’, es decir, que exige sacrificios. Para pasar hay que haber realizado sacrificios que significan alcanzar la virtud, que es la llave que permite abrir esas cerradas y duras puertas de piedra.

Llegado a aquél punto, el paso y la entrada al mundo de la Luz requiere una actividad del espíritu – representado por las doncellas –, consistente en ‘inducir con delicadas razones’ y ‘convencer inteligentemente’ para que ‘sin tardanza les quitase de las puertas la barra sujeta con un cerrojo’. El viajero, guiado por las doncellas, cruza las puertas, y ¿a dónde llega?

La respuesta vuelve a ser típica de los autores místicos. Llega a ‘las moradas’ de la divinidad, donde es acogido benévolamente, esto es, con amor y en paz.

 

José de Ribera

(José de Ribera)

Insiste Parménides en que el camino que conduce a esas moradas espirituales no es el habitual, está fuera del trillado por los hombres, implicando la justicia, esto es, la ética y la virtud. En este camino, que define como ‘de búsqueda’, hay que ‘apartar el pensamiento que opina’, como también ‘el hábito preñado de experiencias’, haciendo ciegos los ojos y acallando los oídos y la lengua.

Sin embargo, para llegar hasta allá y entrar en esa morada de Luz, es necesario estar advertido, informado, haber desplegado antes el conocimiento natural.

Es explícito Parménides al respecto cuando pone en boca de la Deidad, que ‘es necesario que te informes de todo, tanto del intrépido corazón de la Verdad segura y cierta, cuanto de las opiniones de los mortales en las que no hay creencias verdaderas’.

Y también dice que ‘es necesario que los hombres sean puestos a prueba en el mundo de lo aparente, y que lo recorran enteramente todo’, esto es, que se informen de las creencias de los mortales en las que no hay verdad y donde todo es mera apariencia”.

Sabiduría terminó la explicación. En ese momento Parménides abrió los ojos y dijo:

 

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Queda solamente una posibilidad de hablar de este camino, y es juzgando con la razón lo que se ha intuido con el espíritu.”

Y eso ¿qué significa? – le pregunté.

Me respondió con las palabras con las que termina su Poema, en un lenguaje extremadamente abstracto:

El Ser es absoluto. Es, y no es posible que no sea. Siendo ingénito es también imperecedero, total, único, inconmovible y completo. No es que fue ni que será, sino que ahora es, todo junto, uno, continuo.

Es necesario que sea del todo o que no sea. No es divisible, porque es todo homogéneo, ni hay más aquí, ni hay menos, sino que todo está lleno de lo que es. Por tanto, es todo continuo, pues lo que es, está en contacto con lo que es.

Inamovible. No tiene comienzo ni término. Es idéntico y el mismo, y así permanece.”

Dicho esto, Parménides cerró nuevamente los ojos y continuó mirando pasar las nubes por la ventana abierta de par en par.

Sabiduría me explicó que en la experiencia metafísica el espíritu humano hace contacto con el Ser, con la Existencia total y absoluta, que no es posible que no exista; que es Uno, sin principio ni fin, que permanece el mismo, yace en sí mismo y así perdura desde siempre y para siempre.

Enseguida se retiró silenciosamente. Me levanté recordando que Metafísica me encargó tres visitas antes de regresar a su alcoba. Salí de la habitación de Parménides y caminé hacia la puerta del lado.

 

Luis Razeto

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